Jotamario Arbeláez en Montevideo

La incursión literaria del nadaísta colombiano en Uruguay no podía pasar de largo la aventura.

 

 

Montevideana

Jotamario Arbeláez

 

ADESPECHO de Jean Paul Sartre, quien declaró que "la poesía es la elección del fracaso", reitero que la poesía es la realización de los sueños de la vigilia, en particular de los sueños húmedos, comprendidos entre éstos no sólo los obvios de las extremidades dispuestas, sino el anclaje en esos puertos de la memoria oceánica tocados por algún mito, como en mi caso actual es Montevideo, enclave del Conde de Lautréamont, o del otro mundo, o del otro monte, que es el monte VI de este a oeste, como bien me ha informado la muchacha alocada que conocí anoche en el Bar La Ronda, al pie de la Rambla.

Después del fastuoso vino de honor que ofreció la embajadora de Colombia en su residencia de Carrasco para celebrar mi participación en el Festival Ñ América, salí con mi editor, el gran Maca [Macachí, Gustavo Wojciechowski] y una pandilla de poetas, en busca de calmar la sed de aventuras cerca de donde el río de la Plata paga su tributo al dios de las aguas. Así escribía sus Poesías Lautréamont, tomando un poquito de aquí y otro poquito de allá. Hay que reconocer que andábamos achispados con la última botella de licor oficial del presidente Uribe y la primera del presidente Santos. Nos los bebimos a los dos en la misma entente, donde quedó fijado un tácito pacto de no agresión entre los poetas de los dos países. Algo así habíamos hecho años atrás en Caracas, cuando nadie nos hacía caso. Y ahora, con el nuevo gobierno, parece desaparecer el fantasma de la guerra, si las fuerzas oscuras no atraviesan la zancadilla.

A poco de estar, entró ella; era apenas una chiquilla, con el cabello rubio alborotado de tanto decir que no, forrada en su segunda piel de bluyín que magnificaba su fundamento, una chaqueta de piel de ante antediluviana para protegerla de la inclemencia de los 3 grados centígrados, un aroma de árbol recién talado, una línea de desencanto sombreando sus ojos. Noté con estupor que los poetas saludaran como quien no quiere la cosa a la joven, quien me preguntó si podía sentarse. El caballero que me asiste le ofreció la mitad de mi asiento, la mitad de mi corazón y, si era del caso, la mitad de todos mis bienes. Porque de todos mis males estoy curado. Me dijo que, por hoy, porque no habría mañana -nunca la había-, la llamara Isa. El editor le hizo el chiste de que estaba nalga con nalga con uno de los mejores poetas del mundo, autor de Culito de rana, tras del cual había llegado a Montevideo. La broma de Maca me colocaba entre los poetas del monto, porque `los mejores` son incontables, son todos.

OAS_AD(«x19»); Su primer comentario fue un latigazo: "Detesto la poesía y los poetas; respecto del mundo, mejor no hablemos". Ante tan detestable criatura, y en medio de la corte de plateados rapsodas, me sentí obligado a recordarle cuán atrevido era el analfabetismo poético y ella replicó parpadeando: "La carne es triste, ¡ay!, y he leído todos los versos. No soporto sino algo de Keats, y completo sólo a John Donne. Del resto, no son sino unos palabreros vanidosos y unos pedigüeños de mierda". "¿Quieres un whisky?" "O varios, si no te importa". Media de Chivas. ¿Quién será este personajillo que viene a despojarme del manto de poeta de la rosa de los vientos y de los vientres, cuando Culito de rana croa por todas las charcas? A lo mejor ella tiene razón y no hay que pedirlo, ofrecerse. "¿Quisieras degustar un poeta con ancas de rana?" "Gracias, ¡pero no como carroña!" Bárbaro, con eso quería decir que había leído de mi libro el poema "Una carroña". Pero también cabía que se refiriera al de Baudelaire.

Traté de retomar el imposible diálogo con los aedos portuarios. Falseé el postulado. "Sobre la mesa del hospital donde vine al mundo copularon un paraguas y una máquina de coser." Parodié su aventura. "Cuando era chico playero en la isla de San Andrés abracé a una feroz tiburona que terminaría embarazada." Me descaré con la más tierna confesión del monstruo."Nadie sabe la cantidad de amor que contienen mis aspiraciones hacia lo bello." Era imposible. Estábamos en una torre de ajedrez de marfil de babel y todos tenían la lengua en ebullición pero ninguno el oído. Sin darme por ofendido dije a la joven que fuéramos a pulsar el arremeter oceánico, abrigados con otra media botella. Dijo que no, que para qué, que siempre era lo mismo, pero se acomodó la bufanda y vino conmigo. En la habitación del hotel tenía condones y pasabocas.

"Tengo mala leche con los poetas -aceptó, mientras le echaba el brazo para protegerla del hielo-. A todos me les entrego después de advertirles que no me interesan y todos me dejan. Ninguno ha logrado rescatarme de la mina que vive conmigo, me mantiene prevenida del peligro de los poetas y esa sí que nunca me deja. Unos se van en avión, otros en barco y otros se van caminando para su casa." "No va a ser el caso mío, Isa, confía", le dije, mientras verificaba que tenía en el bolsillo del sobretodo el tiquete para mañana.

 

El autor

JOTAMARIO Arbeláez nació en Cali en 1940. Poeta colombiano y cofundador del nadaísmo, Arbeláez es autor de obras como El profeta en su casa (1966), El libro rojo de rojas (1970), Mi reino por este mundo (1981), La casa de la memoria (1985), El espíritu erótico (1990) o Paños menores (2009). Este texto es una pieza inédita escrita en agosto del presente año durante la visita del autor a Montevideo, con motivo del Festival Eñe.

 

 

Un comentario

  1. Nayib Camacho O.