Cuentistas de Costa Rica

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Cuatro escritores ticos ofrecen un muestrario de la actual narrativa de su país, un ejemplo de lo que se escribe y de lo mucho que nos queda por conocer de esta nación centroamericana. Sus nombres son: Alfonso Peña, Guillermo Fernández, Guillermo Barquero y Juan Murillo.

 

 

M E N U

 

 

QUÉ HACER CON TANTA PASTA

ALFONSO PEÑA

 

 

El Bachiller venía dando pasos soneros (nosotros decimos que el Bachiller tiene ese “tumbao” habanero o santiaguero, debe ser porque es descendiente del prócer cubano Maceo), él es puro timbal.  ¡Y es que el negrito tiene tumbao! Parece que cada paso suyo se mueve al ritmo de un guaguancó, o una rumba agitada.

 

Carlitos, el escultor, atravesaba el parque Kennedy; justo al pasar al lado del busto de JFK (¡cuántas veces lo han querido pulverizar!) y buscar la salida en diagonal, los res nos encontramos. Al avanzar entre las aceras concurridas; una inesperada colisión: “Q’hubo compa, todo bien, así es, linda tarde, casi noche, vamos por ahí…”

 

El Bachiller regresaba de su estudio que estaba por la calle ácida. Carlitos, mostraba su indumentaria de “rudo”, compuesta de un mono de mecánico mezclilla azul saturado de polvo de piedra tobita. En el mono estaban los vestigios de su faena cotidiana. Los lamparazos del polvo de la piedra se impregnaban por las rodillas, los tirantes, el plexo. No abandonaba en ningún momento su estilo. El rudo que fragmenta piedra y talla maderas nobles. No cruzamos la calle encrespada por la circulación de vehículos y gente; tampoco pasamos por debajo de la luz roja del semáforo, porque en ese momento el Bachiller espetó: “vamos a tomarnos un tapirol”.

 

La conversa efervescente  acerca de la tarde azul náutica. Nos abalanzamos  sobre la puerta grafiteada del Fitos.

 

–Tarde multiácidacolorazulártico.
–Piedra balsámica es la tobita.
–Grafitti saxo bramido.
–Negro sexual.
–Bachiller-negrito, deberías tomarte un mojito en una bodeguita que está cerca del parque Maceo y ahí verás al negrote que anduvo por estos parajes y de donde vos venís…
–¿Es imponente la escultura de Maceo?
–Maceo en bronce cetrino por la arenisca habanera.
–Una de mis esculturas en hierro por las Ramblas.
– ¿Tu escultura en hierro por las Ramblas?
–¡Ah!
–¡Oh!
–Desde el parque Maceo se mira el malecón… Suspenso mar azul cresteante.
–Tres tapiroles.
–Morro Che.
–Bombarda  triple.
–Maceo en Mansión.
–Desde playa Sámara se mira la Mansión de Maceo.
–En Mansión todos somos familia.
–Descendientes de Maceo.
–Claro, es la mansión de Maceo.
–¡Cómo no!
–¡A guarachal!

 

 

Brindamos, porque Carlitos estaba de cumple. ¿Cumpledías? ¡Cumpleaños! Nos vamos de farra. Farragosos. Faranduleros. Garruleros.  Abordamos un taxi en la esquina del parque de San Piter y regresamos a la calle ácida. Carlitos nos dijo que lo esperáramos,  iba a retirar sus bártulos donde un compadre. Salió de la máquina bamboleando su reciedumbre y sus greñas enmarañadas. Se deslizó entre la acera y se introdujo en un edificio grisáceo. Enjambre de apartamentos. Regresó con rapidez. Cargaba un bolso de tela descolorida  y una carpeta de dibujos. Con cuidado se arrellanó en el asiento trasero y la máquina tomó la ruta hacia Chepe.

 

Cumpleaños de Carlitos. El Bachiller dijo: hacemos la ¿vaquita, banquita? Claro que sí. Por Carlitos. Nada que ver, no lo permito. Yo invito, terció  molesto, el escultor. Tengo suficiente billete. No me lo van a creer, pero me ha ido muy bien con la escultura. Casi un imposible. No me digas que eso es imposible. Tenemos que ir un día a mi taller. En Escazú. Cerca de los cerros. Colecciono semillas. Semillitas. Son mis modelos. Las llevo a la talla y lo que sale es una creación asombrosa. Vos sabés hay que sacarle partido a las cenizas, a las llamas, a la madera. Las he visto: multieróticas,  polimórficas. De diversos caracteres y tamaños. No como dicen “los conocedores”, que son “solo” eróticas. Así es la fauna. Etiqueta a la vista. Ni que decir de la bronca de los egos. Hay un escultor vecino que me visita. Es de los que están predestinados a erigirse en maestros. Farfulla: “¿Semillas? Je, je, qué cursi. Deberías trabajar tus hierros como lo hiciste en Cataluña…, a la manera de Chillida”. Esos tipos creen que te van a bajar el piso. Que salgas de tu frecuencia. Es una manera de joderte. De ningunearte. Pasó el tiempo. Siempre me rondaba, cada vez más mirón y preguntón. Un día visité a otro colega y después de conversar y conversar me dice: vistes las semillas de “J”. Qué loquera. Se parecen a las tuyas. Es un ajusticiamiento: Fusilatum, fusilorum. Es como una anfibioambigüedad (atrocidad). Semillas. Viaje a la semilla. Corazón de semilla tienes tú, alma mía. Entre semilla y cojón. Entre semilla y pezón rosado. Cenizo, hojalatilla, flor de muerto, pelo de gato, mal hombre, zapote,  chichicastle, ceiba,  guanábana, coco, palo mulato, níspero, durazno, aguacate, laurel,  tamarindo, cacao,  zapatito de la vaina.

 

Carlitos, no tenías porque traernos al “As rojo”, es demasiado costoso. Nos hubiéramos conformado con el “Markus”, o quizá el “Zanzíbar”. En la mesa de manteles amaranto una botella de scotch. La cosa va para largo, la casa va para lejos. La casa contenta con los buenos clientes. La casa tiene la razón y los clientes salen ebrios. Bombeados.  Hasta la médula.  Tiene como pagar el cuentón. Sin problema. No hay que apurarse.

 

¡Bachiller, incorregible! Poco a poco las cortinas del fondo del nait club, se fueron corriendo, moviendo, destapando. Por los cristales emergieron unos crispados rostros de ojos rasgados, con tatuajes en las sienes y dragones en el cuello.  Son los orientales del nait club. El Bachiller los despertó. Los alertó. Los sacó de su viaje. Comedores de opio. Lotófagos. Bachiller, con sus giros y sus boleros. Su alegría contagiante. Mire señorita. Señorrrita. Seeññorita. Luz noctámbula. Luz de mis ojos. Fuego en tus ojos. Tú vives en mis ojos. Y entonces ficheras y  coristas desfilaban de dos en dos y claro las bailarinas que iban y venían después de cada turno. Otra vuelta. Tres botellas de riunite. Una grapa. Dos de casillero del diablo.  Yo soy whiskera, de etiqueta azul, es el color más distinguido, sino, no hay nada. Hablaba y se contorsionaba como una mariposa de alas nazareno. Linda. Corazón de pedernal. Crema de pipermín.

 

Mi cielo dicen mis amigas que si les puedes “regalar” varias botellitas de vino tinto francés para calentar antes de la coreografía. Va a ser con música flamenca. Qué dulzura. Orden para allá. Mi amorcito, cumpleañero, dedicada a ti. Rumba flamenca para ti. Se sentaba en las rodillas de Carlitos, le restregaba el trasero y le acariciaba la barbilla. Se levantaba de seguido y aparecía otra con un vestido de plata con hilos carmesí y le tocaba los bucles desordenados. Todas las bailarinas desfilaban por donde Carlitos que se sentía un Pachá, Chamangurú, Jeque. El sultán Carlitos.

 

Lo extraño es que en nuestra mesa las botellas de scotch se multiplicaban; la multiplicación de los panes o la (comenta Carlitos que él sueña con el escote de María Magdala) espléndida metáfora de las bodas de Canaán. Todos tenemos algo de magos, prestidigitadores, multiplicar los senos de todas las bailarinas. Multiplicar y triplicar los tatuajes de los orientales que por cierto nos ven con caras de pocos amigos, cuesta entenderlos, son demasiado herméticos, sus risas y los acentos en forma de daga, puñal, estilete.

 

En la oscuridad (porque en algún momento se hizo la oscuridad) avanzó una turbulencia gélida. Era la máquina de niebla que anunciaba en clara complicidad con el juego de luces que las bailarinas se aprestaban a iniciar el show de fondo. Tambaleo rítmico, percusión endemoniada, zapateo acompasado por tacones altos de cristales y guirnaldas volando entre todo el espacio, eran dos o tres hileras de bellas amazonas de la noche, corpulentas,  proporcionadas, de narices perfiladas y cabellos ondulados, de piernas alargadas y cinturas de viola, ojos moriscos y mulatos y criollos y orientales y mestizos, vestidos hechiceros rojos y amarillos y celestes con puntos violáceos y rueditas dentadas crucecitas y alabastros y jades y lindos collares, fantasía pura. Ellas caracoleaban, se deslizaban con gracia y movimientos de las manos, de vez en cuando enseñaban sus pasos flamencos y gitanos y Carlitos estaba transformado y decía venga y ¡olé! y ¡olé! y venga no puede ser, esto no es cierto, es la magia total, es la cueva de Polifemo pero en el trópico y es que siempre lo he dicho la vida está en el trópico y ¡olé! y que manera de bailar, son verdaderas princesas, vamos que esto no se ve todos los días, vamos, vamos a divertirse, eso es vivir la noche, todo en un solo momento, ¡olé! y ¡olé!

 

–¿Qué hiciste Bachiller? –protestó Carlitos, en medio de aquel frenesí, la confusión de las tres de la madrugada. Y es que antes de “eso” demostró sus habilidades, bailaba y se retorcía entre las butacas, y es que habían butacas, si señores, ahí se podían encontrar visitantes noctívagos de muy diversos linajes. El show era total. Antes del final, bailó las fusiones musicales. Hizo acopio de sus aptitudes histriónicas y dramáticas. Contó chistes e hizo retozos de muy diversas maneras. Aquel matiz del Bachiller nos era desconocido. ¡Bravo!, Bachiller! Es probable que el scotch haya calado en él. Cuando Monique apareció en el tablado, parece que se nubló. Ella era la bailarina que cerraba el show. Dio tres y cuatro pasitos para delante y para atrás. Su sombrero llamaba la atención. Se dice que fue el color chispeante del sombrero. No lo creemos. Más bien pensamos en el scotch y la damisela de la noche. No se sabe cómo, el Bachiller se fue hasta la parte de atrás de las butacas y tomó impulso: dio un salto largo y cayó en el tablado. Las “damas de honor” de Monique se hicieron a un lado y él sin dejar de sentirse un “elegido” bailó o trató de danzar a la par de la princesa. El acoso fue total, la siguió por el tablado, hasta que los orientales entraron y con hostilidad lo tomaron de los hombros y entre sacudidas lo sacaron de escena.

 

El Bachiller se refugió en la mesa de manteles amaranto. Los orientales llegaron como hormigas. No nos imaginábamos que aquello era una madriguera de chinos. Algunos se insinuaban como tahúres genuinos y conocedores expertos de las artes marciales. Solo quedaba una salida, pagar y salir limpios. Hubo miradas intermitentes. Gestos feroces. Palabras ininteligibles. Hasta que un oriental que mascullaba el idioma, rezongó entre dientes una cifra astronómica. Inalcanzable. Dijimos cómo y qué. Policía, aulló uno de los orientales; de inmediato enseñó una  daga reluciente. Otro se carcajeó. Carlitos se ajustó el mono de mecánico. Miró a los orientales de arriba abajo. Les paseó con insolencia su mirada de jaguar ancestral. Volvió a preguntar por la cuenta. Otro oriental le enseñó una daga filosa y alargada, Carlitos con prudencia pidió calma, por favor calma. Durante unos minutos hubo expectación. Lo vimos inclinarse en su asiento, y con mucho cuidado levantar de las baldosas su bolso de tela incolora. Lo colocó sobre la mesa y como si  se tratase de un “pase mágico”, del bolso emergió otra bolsa de papel craft. Fue maravilloso. De la bolsa de papel craft, bien acomodados, se asomaron muchos fajos de billetes verdes. Los chinos estaban estupefactos. Nosotros no podíamos creerlo. Pero así fue. Tomó unos cuantos billetes verdes y los lanzó en la mesa. Los asistentes que aun se encontraban en las butacas comentaban y aplaudían.

 

Cuando dejamos atrás el “As rojo”, Carlitos, el escultor, el coleccionista de semillas, cerró el episodio con una especie de frase dirigida a la madrugada gloriosa: “Les dije que me va muy bien con la escultura; esta tarde El club de polo me pagó los trofeos que les hice para su campeonato; no sé que voy a hacer con tanta pasta”.

 

ALFONSO PEÑA, San José, Costa Rica.
Narrador, ensayista,  editor, agitador cultural.
Dirige la revista Matérika (www.materika.org). Entre algunos de sus libros mencionamos Noches de celofán, La Novena generación, Desde el centro, Labios pintados de azul. Buena parte de sus ficciones han sido vertidas al portugués, inglés, italiano, francés. Colabora con diversos medios latinoamericanos.

 

 

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4 comentarios

  1. luis estrada