Evodio Escalante

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A propósito del Premio Ramón López Velarde, de las Jornadas Lopezvelardeanas, organizadas por el director de la revista zacatecaba Dosfilos, José de Jesús Sampedro, Marco Antonio Campos nos dice por qué Escalante es merecedor de esa distinción.

 

 

EVODIO ESCALANTE: PREMIO IBEROAMERICANO RAMÓN LÓPEZ VELARDE

Marco Antonio Campos

Evodio Escalante
Evodio Escalante
Conocí a Evodio Escalante en la pequeña oficina de Punto de Partida en el décimo piso de la rectoría de la UNAM. Acababa de llegar de Durango. Estudió Derecho en su ciudad natal, pero lo olvidó pronto para estudiar la maestría en Letras en la UNAM, y eso, sin embargo, no hizo daño en su escritura. Al principio notaba de parte de él cierto recelo y desconfianza. Sin embargo, la figura de Eugenia Revueltas sirvió como puente entre nosotros para que se fuera dando una gran amistad, diría aun, una fraternidad, en que, más allá de diferencias y desacuerdos, ha resistido 36 años. Evodio escribía en esos años sólo poesía y en los libros colectivos de Punto de Partida apareció en 1975 el que fue, si no me equivoco quizá su primer libro; se llama Crónica de viaje y en él están incluidos asimismo Luis de Tavira, que fue dejando la poesía por el teatro, José Joaquín Blanco, y claro, el mito zacatecano, José de Jesús Sampedro. Sólo poeta, dije; yo no imaginaba ni de lejos entonces en el gran ensayista que con el tiempo Evodio se iba a convertir.

Pronto, sin embargo, nos sorprendió en 1979 con un libro penetrante Una literatura del lado moridor, uno de los primeros estudios que colocaba en su sitial a José Revueltas, un autor que era mucho más venerado que leído, y menos, que estudiado. Tengo la sospecha de que los estudios filosóficos de Evodio, sobre todo de Hegel, provinieron del estímulo revueltiano. Después vinieron nuevos libros de ensayos, entre otros, Tercero en discordia, La intervención literaria, Las metáforas de la crítica, para mí su mejor libro, Elevación y caída del estridentismo, y su investigación minuciosa sobre José Gorostiza (Entre la redención y la catástrofe).
   Me parece que tres líneas de autores fueron ayudando a  Evodio a la profundidad reflexiva y a la formación de su estilo que caracteriza ante todo a sus ensayos. La primera, la filosófica, representada por Hegel y Heidegger; otra, la de los grandes ensayistas latinoamericanos creativos como Reyes, Borges y Paz, y por último, la de los autores canónigos del estructuralismo, entre otros, Roland Barthes, Jacques Derrida, Michel Foucault o Julia Kristeva. En honor de Evodio, en sus páginas no se nota más que incidentalmente el aparato crítico, a veces críptico, de estos teóricos que tanto han influido en la academia universitaria.
   Los rasgos característicos de los ensayos y las notas críticas de Evodio, me parece, son cuatro: una prosa ágil, lucidez, equilibrio en el juicio y -algo muy raro en nuestro medio- probidad intelectual. 
   
Su trabajo crítico se ha centrado ante todo en la poesía y la literatura mexicanas, y puedo decir que es tan bueno en el análisis de la poesía y de la narrativa como  en el del ensayo mismo. Siempre que lo leo encuentro en sus escritos una singular manera de interpretar al adentrarse en las corrientes literarias, en los autores, en los libros  y en los hechos de la vida literaria mexicana, que no deja de asombrarme y deslumbrarme, como algunos que ha escrito sobre José Revueltas, Octavio Paz, los Estridentistas, el grupo de los Contemporáneos y, por supuesto, Ramón López Velarde. Lejos de haberse anquilosado, sus ensayos son cada día más hondos y su prosa más ágil.
  
Espléndidos críticos como Xavier Villaurrutia, Alí Chumacero, Ramón Xirau y José Emilio Pacheco, buscaron en sus trabajos exaltar o elogiar en especial lo que les gustaba, entusiasmaba o apasionaba; desde muy joven Evodio Escalante, como Emmanuel Carballo, decidió andar el camino accidentado, diría espinoso, es decir, que el crítico fuera el tercero en discordia, el “aguafiestas”, el que debía decir su verdad en sus juicios y opiniones más allá de querer hacer una carrera literaria o de perder amigos, y lo ha cumplido. Ha sido un polemista de fuego. En lo contencioso es inigualable.  Nada más ajeno a los halagos del canto de las sirenas del establishment cultural que Evodio. Uno sabe que en el medio literario poetas o narradores excelentes se creen gigantes, los buenos se creen excelentes, y los malos se creen buenos. Alguna vez me dijo José Emilio Pacheco que a veces el analizado se ofendía menos por ser criticado que por ser insuficientemente elogiado; la experiencia me dice que en los dos casos se da por igual. Ante eso Evodio no ha tenido ninguna complacencia ni ha caído en ninguna estafa o trampa. Se ha equivocado no pocas veces, pero no ha sido por interés o por ganar posiciones.
   
Uno de los dioses tutelares de Evodio Escalante, quién no lo sabe, es Ramón López Velarde, para él el mejor poeta mexicano que ha habido. Del poeta jerezano ha destacado su duradera novedad, es decir, una obra que se reinventa en cada generación y cada generación de críticos la reinventa. Como Borges, Paz y Neruda, el poeta jerezano fue un gran poeta en verso y un gran poeta en prosa, y así lo ha visto también Escalante, quien se siente especialmente fascinado por esos textos donde halla de RLV el “alborozo arrobado ante la presencia de la mujer” y en aquellos donde feminiza a la patria, como en su poema mayor, “La suave Patria”, que Evodio quisiera, como han querido y queremos muchos, que sea nuestro segundo himno nacional, y por complemento, el inolvidable texto en prosa “Novedad de la patria”, donde la dominante “voz de la nacionalidad” es avasalladoramente femenina. Me llama la atención que uno de sus textos preferidos sea “Las santas mujeres”, uno de los textos, quizá el más deliciosamente lúdico dentro de la tragedia, que López Velarde escribió a la muerte del pintor aguascalentense Saturnino Herrán. Evodio ha visto a López Velarde como provinciano y cosmopolita y asimismo  como un poeta que estuvo “a mitad del modernismo” (del que se siente distanciado) y de las vanguardias (que no tuvo tiempo de abrazar)”.
  
Hoy se entrega aquí en Jerez, en la tierra del poeta, el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde. Para mí es una especial alegría. Se hace justicia a la par a la brillantez y a la disidencia literarias. Al ver ahora esto recuerdo aquella frase de André Gide que encarnaría muy bien la personalidad de Evodio: “Los rebeldes son la sal de la tierra”.

Marco Antonio Campos
Marco Antonio Campos

Marco Antonio Campos (México, D. F., 1949)
Es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005).
Ha traducido libros de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron, Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze, Carlos Drummond de Andrade.
Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), y en España el Premio Casa de América (2005) por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile.

 

4 comentarios

  1. Arturo Trejo Villafuerte