María Teresa Muñoz

María Teresa Muñoz. Una biografía del desenfado

María Teresa MuñozRe Cuento, memorias del desenfado, es la recuperación de la memoria de un magistrado, Juan Ángel Chávez, que narra su pasado entre penurias, carencias, sordidez, mucho humor y momentos de enorme lucidez. La filósofa española radicada en México no habla de esta obra editorial.

 

 

El Re cuento. Memorias del desenfado, de Juan Ángel Chávez Ramírez

María Teresa Muñoz
(Filósofa, catedrática de la UNAM)

La presentación de un libro es un evento gozoso. Es una fiesta. En el festejo de hoy, he sido invitada a convocarles a todos y todas. Lo hago con mucho gusto y les voy a contar de dónde viene este sentir.

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Hace ya algunos meses, cuando el libro que hoy nos convoca, [El Re cuento. Memorias del desenfado, de Juan Ángel Chávez Ramírez] me fue obsequiado generosamente por José Ángel Leyva, me disponía a disfrutar de un tranquilo fin de semana. Con un poco de incredulidad y mucho de curiosidad, comencé la lectura de un texto que me atrapó desde el principio. No se trata de una novela, tampoco de un crónica y, en sentido estricto, no es tampoco una biografía. Como su título indica, se trata de un recuento hecho con tanta honestidad como desenfado. Al ir avanzado en la lectura, acudían imágenes de un México no vivido por mí, pero sí múltiples veces rememorado por amigas y amigos durangueños con los que tengo el gusto de compartir mesa y mantel.

Fue en uno de estos encuentros culinarios, organizado por José Ángel con motivo de su cumpleaños, que tuve la oportunidad de conocer a Juan Ángel Chávez. No platicamos mucho, apenas un brindis por el festejado.
Hoy en cambio, tras la lectura del recuento intenso y al mismo tiempo fluido de su vida, siento que con su relato me ha acercado tanto a su existencia personal cuanto a una etapa de la historia reciente de México.

Juan Ángel Chávez
Juan Ángel Chávez
Juan Ángel escribe y el lector, la lectora en este caso, escucha.  Y sí, el texto está escrito de tal modo que el lector siente que está escuchando al autor. Por momentos, la narración se vuelve íntima; tanto que ruboriza la honestidad con la que el autor se desnuda. No hay complacencia. Como ante un psicoanalista, no hay espacio para esconderse. Juan Ángel no se esconde, todo lo contrario: se muestra. Y es precisamente ese gesto sincero el que permite el vínculo necesario entre lector y autor.

Al acercarse a este recuento, estas memorias, no se sentirán los lectores ante un personaje construido con las mañas adquiridas por la profesión del escritor, sino con un relato sincero, por momentos conmovedor por momentos jocoso.

Es como una ventana abierta a la vida que transcurrió en Durango desde finales de los años cincuenta hasta bien entrados los ochenta. Comienza la remembranza presentando a los personajes que la hicieron posible: Doña Cecilia, lectora voraz de novelas y narradora de historias familiares en la penumbra de la cocina; mujer que heredó de su madre, Doña Ángela, el carácter fuerte, el ánimo fiestero y la actitud brava; Don Marcos, el padre, hombre como los de antaño: de juicio duro, inflexible desafiante, intolerante. Y al mismo tiempo, un padre atento a la familia.

Y encontramos en esta primera parada en la memoria, una reflexión implacable dicha en voz alta y para quien quiera escuchar. Les leo:
«En buen romance, mi nacimiento fue casi obra de la casualidad y circunstancialmente estoy vivo. ¡Caray! Esa sí que fue una revelación esencial. De golpe entendí muchas cosas y sentí verdadera compasión y ternura por mi madre. Traté de imaginarme la situación tan compleja y terrible que vivió, la lógica aplastante de una realidad cruda, fea y desconsoladora, imponiéndose a una chamaca de 18 años, con dos hijos muertos, un marido ausente, y un embarazo indeseado a cuestas. Pero también comencé a explicarme mejor mi propia situación; a entender por qué mi permanente insatisfacción con el estado de cosas que me rodeaban; por qué mi sensación perenne de no ser comprendido; por qué la imperiosa necesidad de afecto; por qué mi resistencia a aceptar con fatalidad las adversidades; por qué la angustia de sentirme diferente o, más bien, de no sentirme igual que los demás. En fin, pienso que algo tiene que ver con tu carácter el hecho de que seas un sobreviviente, que hayas tenido que luchar por la vida desde el mismísimo seno materno. En fin…» p. 27

Qué duda cabe que la narración de nuestros recuerdos nos ayuda a reconstituir nuestra identidad, a reconciliarnos con nuestro pasado y a proveernos de herramientas para el siempre incierto porvenir.

En la antigüedad se pensaba que los amigos eran indispensables para la vida humana, en realidad, que una vida humana sin amigos no valía la pena de vivirse. En la actualidad, estamos acostumbrados a ver la amistad tan sólo como un fenómeno de intimidad, en que los amigos se abren los corazones unos a otros, sin que les moleste el mundo ni sus demandas. Por ello, nos resulta difícil ver la pertinencia política de la amistad. Y cuando digo política, lo digo pensado ésta, la política, como el espacio de constitución de lo que nos permite ser, ser en el mundo, aparecer ante los otros. La amistad no significa únicamente intimidad. Los amigos son pieza clave para comprender nuestro estar en el mundo, el estar con los otros. Es claro que Juan Ángel se piensa y se narra con los otros. Este sentimiento de confraternidad puede leerse cuando escribe:

«Empieza así [en su interacción en la Escuela José Ignacio Soto] a florecer una bendición que me será esencial el resto de mis días; descubro la importancia de la amistad y con ello encuentro que siempre existe la posibilidad de tener empatía con otras personas, si uno abre su corazón y echa por delante la sinceridad, la lealtad y la comprensión del otro». P. 59

Esta firme pilar en la vida de Juan Ángel se acrecentó en la preparatoria y se consolidó en la universidad. El Güero Cárdenas, el Teco, la Burrita, Edgar Joél Quiroga, Güicho, el Monis, el Rurris, El Coco, El Chepes, en fin, la lista es larga.

el-re-cuentoJuan Ángel va desgranando anécdotas, vivencias, encuentros y desencuentros con estos amigos y colegas con los que ha compartido mundo y que le han dado la posibilidad de pensarse, de encontrarse en un especie de autodescubrimiento.  Advierto aquí que esto no tiene nada que ver con la adopción ciega de los puntos de vista de los otros. Cuando Juan Ángel habla de empatía, no se trata de adoptar ciegamente la posición del otro, como si intentara ser o sentir como alguna otra persona, sino de ser y pensar dentro de su propia identidad dejando también hablar al otro, escuchando. Y es de este mundo, de esta comunidad de la que el lector se siente partícipe a través del relato. Se nos hace presente la vida en la calle Guadalupe. También podemos atisbar la pobreza de los oficios realizados: bolero, vendedor de gorditas, de tamales, de dulces.

Pero no piensen futuros lectores de esta obra, que el relato cae en la autocompasión. Todo lo contrario. Hay por momentos en el texto una cierta sorna que me hace recordar la andanzas que nos relata Miguel de Cervantes en Rinconete y Cortadillo. Y así, por ejemplo, concluye el apartado que dedica a los oficios de la pobreza:
«Esas andanzas obligadas me fueron adiestrando gradualmente en el uso de ciertas actitudes para interactuar con la clientela; para conmoverlos con relatos que, me parecía, les traían a la mente sus propias miserias y, muchas veces, también para escuchar sus propias confesiones; pero, por sobre todas esas cosas _[…]_ me permitió escapar momentáneamente del triste confinamiento que me parecía mi vida hogareña….»

Ese espíritu jocoso, el anhelo de sobrevivencia y el arrojo permitieron a Juan Ángel aferrarse a las ganas de ser.
Y si la amistad es un gran pilar en su vida, el amor es la brújula. Desde el primer enamoramiento de la bella Lucerito hasta el sentimiento de amor profundo y maduro por su esposa Pilar, el amor se muestra en la obra como el gran sostén, lo que da sentido, lo que sostiene.

Es éste un relato lúcido donde se nos muestra sin complejos, con la certeza de haber vivido intensamente, lo valioso de enfrentar el miedo a contar narrándose.

 

Mayte Muñoz 14 Marzo 2019