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David Cortés Cabán

David Cortés Cabán. Julia de Burgos en Santo Domingo, de Chiqui Vicioso

David Cortés CabánSobre el libro Julia de Burgos en Santo Domingo de la reconocida poeta y ensayista dominicana Chiqui Vicioso nos habla escritor puertoriqueño David Cortés Cabán.

 

 

 

Julia de Burgos en Santo Domingo, de Chiqui Vicioso
David Cortés Cabán

Olor a nardos y olor a rosa,
lo que adivino, lo que distingo,
el sol, los pájaros, las mariposas,
Santo Domingo, Santo Domingo.

Yo te adivino, y te distingo
lo que en un día me puedas ser,
Santo Domingo, Santo Domingo,
que yo algún día te pueda ver.
(…)

(«A la República Dominicana», Rubén Darío)  (1)

 

        Los versos de Rubén Darío son afines al comentario del reciente libro, Julia de Burgos en Santo Domingo (2) de la reconocida poeta y ensayista dominicana Chiqui Vicioso. Sabemos que el poeta nicaragüense no llegó a visitar la República Dominicana, esa tierra por la que sintió en sus versos una profunda y emocionada admiración; tampoco Julia de Burgos (1914-1953), quien tuvo más de un motivo para amarla con todas las fuerzas de su ser. Por eso me gustaría describir las perspectivas de ese imaginar.

Escojamos, por ejemplo, el verso «lo que adivino» y anexémoslo a las posibles urgencias del alma de Julia de Burgos. Ciertamente no tenemos ninguna garantía, ni ningún hecho concreto de lo que pudo haber sentido Julia en una visita real a la República Dominicana, o de caminar por la hermosa ciudad colonial al lado de aquel hombre que aprisionó su corazón y luego dio la espalda a la intensidad de la pasión. Reproduzcamos ese momento y echemos a volar nuestra imaginación aferrándonos al verso de Rubén. Permitamos reconstruir el imaginario que sugiere el nombre del libro: Julia de Burgos en Santo Domingo. Y lo que destaca el núcleo esencial del libro y entrelaza la imagen de Julia a comentarios que nos abren una vía hacia su vida con poemas y entrevistas, pinturas, fotos y recuerdos que desafían el tiempo. Toda una evocación, todo un mundo de detalles que insisten en que pasemos vista a la visión de Julia de Burgos que amorosamente ha creando Chiqui Vicioso a través de casi cuatro décadas de investigación y paciente trabajo. Son textos que palpitan insistentemente evocando la vida, no la pasajera superficie de nuestra Julia en el tiempo, sino la dimensión de su vida reflejada en la grandeza de su breve obra y en la exposición que aquí presenta una fuente de información para el lector que la desconoce.

En «Cortando distancias» el escritor Pablo Marcial Ortiz Ramos describe, de un modo sobrio y conciso, los contextos históricos, políticos y geográficos que nos aproximan al mundo en que se movió Julia de burgos. Nos traza asimismo las razones y el propósito esencial del libro: «Este libro es fruto del amor y los afanes de la autora —Chiqui Vicioso—por dar a conocer al pueblo dominicano la grandeza de nuestra Poeta Nacional y su compromiso con la libertad, la literatura y el bienestar de la República Dominicana y, de paso, remachar en «los lazos irrompibles que unen nuestras dos islas». He aquí la frase esencial: «lazos irrompibles». Así de explicita y válida es esta frase para resaltar mutuamente la imagen de Julia en la vida de Chiqui, pues la poeta dominicana no se ha quedado callada desde que se enteró de la vida y la poesía de Julia . No ha dejado Chiqui de hablar de Julia como si en la hondura del tiempo desarrollara un afectivo diálogo con todo lo que se mueve al rededor de la poeta puertorriqueña. Y como si lo que adivina su mirada captara no solo cada detalle de la vida de Julia, sino también los recuerdos que solidariamente nos refieren la voces de quienes compartieron con ella. Por ejemplo, don Juan Bosch quien la conoció en su humildad y grandeza: «Julia era una mujer muy discreta, muy equilibrada. Si uno no le preguntaba algo no intervenía en las conversaciones. Oía con mucha atención. Tenía modales muy correctos» (56). Y el escritor Jimenes Grullón que no  pudo captar la inquietud de aquella mujer que a su lado sintió el amor como una fuerza abrasadora superior a su vida. Algo que a la altura del tiempo tampoco pudo comprender don Jimenes Grullón: «Lo cierto es que mis padres permanecieron totalmente opuestos a ese amor y yo tenía mucho respeto y amor, una verdadera veneración por ellos», dice (39). Pero el pasado se abre como un libro que nos embriaga y nos revela su incisiva verdad, la realidad existencial de una Julia que se yergue sobre el tiempo para mostrarnos su profunda dimensión humana en el conocimiento iluminador de la palabra. Libre como quiso ser, enfrentó los convencionalismos y las luchas de su época con la realidad absoluta de su poesía: poderosa arma para transformar la dureza del mundo. Por eso con los versos de Darío (lo que adivino, lo que distingo), nos la presenta Chiqui para que la sintamos fisicamente, y que su voz se convierta en conocimiento y motivo por donde asomar su imagen contra el tiempo. Así la capta Mir en su conmovedor poema «A Julia de Burgos sin lágrimas», y Daisy Cocco De Filippis en Julia de Burgos: Ciudadana caribeña y hermana en la diáspora, y Farah Hallal en el misterio que incita La alegría sin fin de ser poeta. Y Alí Francis García cuya obra gráfica nos la muestra en la portada del libro como reposando sobre un río que la lleva noblemente dormida hacia otro horizonte libre de penurias y sombras.

En «Julia de Burgos: la nuestra» Chiqui nos revela lo que habría de ser una entrega y destino de caminos que se entrecruzan. Caminos mágicos que giran en torno a lo desconocido, y de sentimientos que se derivan de esos momentos intransferibles de la vida que nos coloca frente a situaciones insospechables. Ese destino insospechado lo evoca Chiqui en el encuentro de aquel remoto año 1977:

En 1977 me dirigía, junto a un poeta puertorriqueño, a un taller sobre la poesía 
de César Vallejo, y al llegar a las calles 104 y Quinta Avenida aquél me dijo: «Aquí
cayó Julia de Burgos».
Entonces le pregunté eso que los dominicanos siempre preguntamos cuando la
mencionan: ¿Quién es Julia de Burgos?, y me contó que era la mayor poeta de
Puerto Rico, que provenía del campo, y que su poesía era extraordinaria. También
me contó que después de caer, de recogerla la ambulancia, a Julia la llevaron al
Hospital Mayflower, que quedaba ahí mismo, entre las calles 105 y 106 y la Quinta
Avenida, y que allí no la aceptaron porque era hispana y la mandaron a un hospital
de Harlem.
Esta historia despertó en mí de inmediato, una gran solidaridad hacia esa mujer,
que primero que todo era eso: Una mujer, y luego una caribeña. (3)

       El comentario anterior es oportuno para poner en perspectiva ese encuentro de ambas poetas en el tiempo. Por un lado, una Julia lejana, pero presente poéticamente en la certidumbre de sus versos y en una historia literaria que se ha encargado de mantenerla viva, por otro; una Chiqui presta a recoger su antorcha y proyectarla en su gente. En efecto, esa historia (que) despertó en Chiqui… una gran solidaridad es un modo de presentarla a las nuevas y viejas generaciones de lectores y lectoras de la República Dominicana. Sabemos, por supuesto, que otros/as estudiosos/as de la poesía y la vida de Julia han venido construyendo valiosas interpretaciones de su obra, y de múltiples miradas que nos aproximan a la hondura y riqueza de su legado poético. Pero en Chiqui esa tenacidad encuentra siempre un camino para exaltar a Julia, y crear puentes que la revelen al pueblo dominicano tal como fue. Esto es así desde aquella temprana fecha de 1983, y de aquella conferencia «Julia de Burgos, Julia de Vida» presentada por Chiqui en la sala de Biblioteca Nacional de Santo Domingo.

Julia de Burgos en Santo Domingo nos permite reflexionar sobre una imagen de connotaciones poéticas para presentirla en tierra dominicana. No obstante podemos pensar que siempre estuvo allí en la imagen que le consigna la poesía y en la que alberga hacia ella la digna solidaridad del pueblo dominicano. Por eso el título del libro reclama un sentido superior al que concretan las palabras desde un punto de vista real. Pero lo que importa es ver a Julia como nos la presenta Chiqui, proclamando su presencia simbólica, sin límites geográficos; recordada en toda su dimensión humana. ¿Quién podría argumentar contra esto? Es un orgullo para nosotros, los puertorriqueños, que así sea. Nos llena de júbilo este insistir de Chiqui en proyectar a Julia exponiendo su condición de luchadora y de poeta frente a su realidad amorosa y su condición de mujer caribeña. De ahí la fuerza del título (Julia de Burgos en Santo Domingo) impregnado de  ese modo de sentir que exalta la presencia de Julia a nuestro lado, así como Chiqui Vicioso ha querido siempre que sea; o posiblemente quisiera sentir aquí fundiendo la imagen de Julia en los conmovedores versos del gran Rubén y la patria dominicana: Yo te adivino, yo te distingo / lo que en un día me puedas ser, / Santo Domingo, Santo Domingo / que yo algún día te pueda ver.  

 

1. Emilio Rodríguez Demorizi, Papeles de Rubén Darío, Santo Domingo, Editorial del Caribe, C. por A., 1969, pp. 214-215.
2. Editorial Patria, Inc., San Juan,  Puerto Rico, 2018.
3. Ibid., p. 17