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Mario Pera. Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (fragmento)

mario-peraFlotando “por miles de caminos hasta abrir la primera palabra” el poeta peruano Mario Pera nos invita a acompañarle en este viaje y sumergirse en su poema río.
Reynaldo Jiménez. La lengua de lo irremediable.
(Sobre Y habrá fuego cruzado cayendo a nuestro alrededor de Mario Pera, Amargord Ediciones, Madrid, 2016)
¿Qué cualidades ha de tener un “poema largo” para no perder la atención de sus lectores? Sobre los componentes y la estructura del poema de largo aliento de Mario Pera reflexiona el escritor peruano Reynaldo Jiménez.

 

 

 

 

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¿Qué cualidades ha de tener un «poema largo» para no perder la atención de sus lectores? Sobre los componentes y la estructura del poema de largo aliento de Mario Pera reflexiona el escritor peruano Reynaldo Jiménez. 

La lengua de lo irremediable
(Sobre Y habrá fuego cruzado cayendo a nuestro alrededor de Mario Pera, Amargord Ediciones, Madrid, 2016)

Reynaldo Jiménez

Reynaldo Jiménez
Reynaldo Jiménez
En el «poema largo», aun cuando permita ser leído de una sola sentada, el tiempo de sus arrastres promueve una deriva, solicita un lector capaz de ir mutando su colocación, e incluso ensayar la relectura de aquellos pasajes que su atención vaya captando. En el elemento duración se juega materialmente la alternancia del foco. El factor temporal sedimenta la emoción: sentimiento físico, inclusive, de lo que no sólo dura sino que se suspende en el tiempo. El poema-libro de Mario Pera, Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor, recientemente publicado por Amargord en Madrid, no sería la excepción y se presta a estimular ese desafío a la atención del lector, puesto que juega su materialidad, como no podría ser de otro modo, en aras de su resonancia por estratos.
Poema-libro de apocalíptico título, como cifra de profecía subyacente a la cultura, aunque atento, a su vez, a los reverberos del milagro-matiz: pues hay que seguir leyendo, acompañar el tránsito de esas ínfimas migraciones verbalescentes en que el sentido, dado el versus, deja de ser un capital acumulable y trasunta —transmuta— eclosiones figurativas. La delicadeza del acto, que involucra la conciencia del texto también como un efecto de edición, adquiere, en la entonación de Mario, un compromiso utópico con la belleza, sorprendida aquí con el tamiz de los arraigos: el soplo oscuro/ de la infancia. Surge el propio poema «pensándose» una vez más como recurso de suspensión de la identidad hablante, sin embargo, en frecuencia afectiva de onda que lo hace casi flotar contra el trasfondo de angustia en que rebota, en translectura, esta época sin épica: negro consuelo/ el fuego buscando el canto.

Una veta poética posible —gratos ecos de Westphalen, citado en el epígrafe, y quizá Sologuren— emparienta tonal e imagéticamente estas páginas, de la que se infiere un desarrollo formativo de herramientas, acaso una transferencia deseosa de gestos escriturales formantes, aunque casi de entrada se establezca la coordenada observante del sujeto singular en trance de otros apremios, entre los que no faltará la conectiva iluminación: sólo yo/ y el primer rocío de la mañana. Y es que este «poema largo» fluye y refluye a partir de un ensamble de pequeñas iluminaciones, aunque el cuerpo total se otorgue la libertad de continuar desplazándose como en pos de una armonía nunca del todo revelada: y el tiempo cortado en tiras/ sobre el origen/ para viajar por todas las épocas/ en el amplio jardín del alacrán.

El que contempla se construye una cavidad, persigue la resonancia. Mario Pera ha trazado en estas páginas una especie de recuento vital que implica también una revisión del repertorio de sus figuraciones, donde lo vivido se queda a escuchar sus reverberos. Es por ahí que el autor se deja atravesar, como quien derrite los barrotes de nuestra prisión/ solo en la memoria, persuadido de que el hacha del tiempo perfora la razón. Va cavando y adviene en su leve rareza, entre la gravedad y la gracia, y deja estela verbalescente mientras adquiere visos de balance personal a la par que se toma cierta distancia del ruido mundano, atendiendo en los elementos naturales no sólo la cualidad alegórica sino la experiencia hipersensible que de tal modo los afecta (caso contrario dicha cualidad no nos alcanzaría). Pero el toque claroscuro no podía estar ausente y un sustrato detonador se condensa al mismo tiempo que deviene: un río inmundo viaja/ inamovible/ toda la noche/ viaja/ entre el sol y las venas/ de una región/ que se repliega/ las noticias, los gritos/ toda su música se amplifica/ martilla/ desde el sonido de aquella única cuerda/ del artero fantasma del niño que fui.

Si por una parte la poesía para Mario Pera es yeso quebrado/ cera que se alarga, también es asumida como ejercicio que no entiende/ la lengua de los hombres/ carne que se pierde/ en el calor de otros días. El solitario solidario, otra vez. Y la posibilidad de nombrar lugares y acontecimientos desde una entonación que se prodiga meditante: la calma del trueno que dura/ persiste/ sin saber/ cómo dejar de ser el carbón/ que arde e ilumina la noche/ o el hollín que oculta/ la frontera. Y esto porque hierve la tarde en mi ojo de esclavo y de cuervo. Interesa sin embargo que en la suite de los motivos que el poema va recorriendo nunca se produzca disrupción con lo que Mario, lúcidamente, denomina la lengua de lo irremediable. Véase el pasaje completo en que aparece esta imagen-noción:

me sumerjo
en todo ello
como símbolo del cosmos
del acento del silencio
en la lengua de lo irremediable
en la huella de aquello
que no se debe de recordar
como un leve roce del sol
sobre la mejilla

            La cualidad afectiva lleva directo a la voz que es el matiz: hacer que el lenguaje crezca/ en la voz/ de modo distinto. Ello señala, pero no reduce la capacidad suscitativa de estas figuraciones que Mario ha puesto a danzar como quien atiende, sin subterfugios, los desplazamientos del decir. Una conciencia de la página subsiste aquí y constituye, ello, el núcleo de su conmoción, puesto que la voz utópica también es ucrónica, carece de tiempo fijo ante el despliegue de los nombres que son, aún, ahora, las cosas. Tal celebración del simple misterio no podía sino abrirse como un fruto verbalescente en el espacio/ del silencio.