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Emilio Coco. A terra, «l’uccello dimentica di cantare»

luisa-fernanda-trujilloLa poeta Colombiana Luisa Fernanda Trujillo Amaya es la autora de este libro comentado por su traductor al italiano, el también poeta Emilio Coco.

 

 

 

A terra, l’uccello dimentica di cantare, de Luisa Fernanda Trujillo Amaya

Emilio Coco

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Emilio Coco

El poeta español José Hierro me dice que no hay cosa «más innecesaria» que escribir sobre un libro de poesía, porque, añade, «la poesía es magia y cualquier explicitación es como justificar el milagro recurriendo a procedimientos de ilusionista». Es como intentar explicar por qué es bella una noche de luna o un día radiante. Y, además, el trabajo del crítico resulta ser, cada vez más a menudo, un ejercicio solipsista, encaminado a «maravillar» o a «desconcertar» al lector con discursos abstrusos y abstractos antes que a guiarlo o a facilitarle la lectura de un texto determinado. Las palabras del maestro me reconfortan y me alivian providencialmente de cualquier tormento. De todas formas, no es mi intención, en absoluto, desacreditar una actividad que, si se ejerce con honestidad y rigor sirve para estimular en el lector el interés hacia la poesía, sino declarar mi falta de preparación (y de paso, mi sospecha) con respecto a la crítica. Mi intervención quiere, más bien, atestiguar mi gratitud hacia Luisa Fernanda que ha querido hacerme el regalo generoso de una poesía auténtica y de una amistad sincera.

Luisa Fernanda Trujillo, una de las voces más libres e intensas del panorama poético colombiano actual, ha vivido y sigue viviendo lejos del escenario mundano y de la organización cultural. Ese deseo suyo de no aparecer a toda costa está compartido plenamente por quien, como yo, abriga una sensación de rechazo hacia la bulliciosa y vulgar afirmación de una sociedad literaria presencialista, cada vez más efímera y vacía de valores. Luisa Fernanda es una poeta de gran integridad moral y de fuertes convicciones, que corre el riesgo de parecer inactual en nuestra época espectacular. No sorprende, por lo tanto, la escasa atención que se le concede en antologías, repertorios o diccionarios crítico-bibliográficos de poesía actual colombiana, que, a veces, están atestados de nombres de escaso o nulo valor literario.

Me he acercado a la poesía de Luisa Fernanda casi por casualidad. Curioseando entre los libros de mi librería, me llamó la atención uno de los muchos que esperaban pacientemente ser leídos. Me refiero a Trazo en sesgo la noche editado por la Universidad Externado de Bogotá en su benemérita colección de poesía «Un libro por centavos». No es muy frecuente hacer hallazgos acertados, encuentros dichosos. Uno de esos hallazgos que generosamente nos recompensan por nuestro trabajo literario con el regalo de una poesía discreta y a veces púdicamente oculta entre las páginas, que se descubre y se otorga con el impulso de la amistad a quien tenga la paciencia y el gusto de la literatura voluntariosa, no recelosa. El libro tiene un aspecto limpio y un título intrigante. Le doy una mirada rápida, pero ya los primeros poemas que lo integran me cautivan por su densidad de inspiración y por su perfección verbal. Siento enseguida la necesidad de seguir leyendo hasta el final y lo cierro con la íntima convicción de tener delante de mí un gran libro de poesía. Y ahora me gusta pensar que mi subjetiva impresión de lector de hace cuatro años (Luisa Fernanda me lo regaló en 2014, con ocasión de mi participación en el Festival de poesía «Las líneas de su mano» en Bogotá), ha encontrado sustento y sufragio con la lectura, traducción y publicación de su, por ahora, último libro publicado: A terra, l’uccello dimentica di cantare (En tierra, el pájaro olvida cantar), que vio la luz en 2017 en la editorial de Walter Raffaelli, generoso e incansable divulgador de la poesía latinoamericana en Italia.
Y es precisamente de este libro que voy a ocuparme aquí, no con las armas del crítico, sino con el entusiasmo del lector y del traductor. Leyendo el inédito que Luisa Fernanda tan generosamente quiso regalarme, la impresión que recibí  –que recibiría todo lector atento–  fue la de una densidad e intensidad extraordinarias. Se percibe claramente el signo de una madurez y perfección que no atañe sólo a la inspiración sino también a la textura verbal y prosódica. Así que puse mano a la obra, consciente de las dificultades con las que me iba a topar, intentando permanecer fiel y próximo, en la medida de lo posible, a la forma sin traicionar excesivamente el contenido, esforzándome por remontar al espíritu, al sentimiento que había dado vida al original y con la ambición de que el lector pudiera leer y gustar de aquellos poemas como si hubiesen sido escritos  en italiano y no como traducciones del español; y con la secreta esperanza de que encontrasen la aprobación de la autora o que por lo menos fuesen juzgados con indulgencia.

El libro está compuesto por 45 textos. Nos hallamos frente a poemas de distinta medida y extensión. Poemas cortos, cortísimos se alternan con otros de más largo aliento. A veces se trata de pocos versos, poquísimas anotaciones rápidas y luminosas, marcadas en versos transparentes, sin arrugas ni desfallecimientos rítmicos, con un tejido lexical y sintáctico finamente depurado.

A mi parecer, dos son las líneas básicas alrededor de las cuales se reúnen los poemas de Luisa Fernanda. La primera, que podríamos llamar de carácter social, se mueve e indaga en el corazón dolido de su tiempo; la otra ahonda en una variada zona de conmociones cotidianas, de privada existencia, de inspiración doméstica, con las motivaciones del paisaje, de los animales, de las calles, de las plazas, de los edificios, de las personas queridas, de las cosas y de los aconteceres habituales. De la primera línea forman parte poemas donde la poeta habla de «las fronteras trazadas por la guerra» que le gustaría borrar, de «las piernas de los cuerpos mutiladas», de «los ojos de los muertos que nacen entre la maleza»,  de ataúdes todos blancos» que «hacen el desfile de la muerte por encargo», con la presencia constante de la sangre que hierve, de «esa mancha pura de sangre que no es mía y que es mía». Es evidente la referencia a la ola de violencia que ensangrentó y sigue ensangrentando su país. ¿Cómo reacciona la poeta frente a esa terrible virulencia social? Como todos los poetas, con la inteligencia de la palabra. No resisto la tentación de citar por entero un poema hermosísimo donde Luisa Fernanda expresa la esperanza de que todo esto termine pronto: «Si no hubiera guerra / ni humo que cubriera de ceniza el campo / tomaría los leños apagados a destiempo en cada fuga / haría de una cerilla el símbolo de lo que fue un incendio / volvería a mirar a las lechuzas sin la compasión del insomnio de los búhos / y dejaría crecer el cabello a las muñecas de la infancia // Si la guerra no hubiera llegado a mí / como llegó en la noche clandestina de una toma / dormiría desnuda entre los pastizales / dejaría a las lagartijas hacer cosquillas en mis muslos / y sembraría de flores los nombres de los muertos // Si la guerra no hubiera sorprendido nuestras bocas la noche de los besos / ni hubiera sellado las palabras en medio de las balas / tu voz se escribiría en las paredes de las calles / y no sería rojo sangre su tintura.
En la otra línea, que es la predominante y que es, a mi parecer, la más lograda, se integran poemas donde se percibe algo impetuosamente fresco y ágil: una riqueza de movimientos, un mundo de inexplorados lirismos sacados improvisamente a la luz a través de un canto refinado, inagotable, en su continuo inventarse y reinventarse. Es la singularidad de una voz que desentierra, forja y musicalmente compone. Y que nos ha regalado algunos entre los textos más bellos y originales de la reciente poesía colombiana.

Los elementos de la terrenal y biográfica geografía no aparecen descritos en su densa verdad cotidiana, sino que son tratados fabulosamente y plasmados en transparentes y poéticas leyendas de los hombres, de los animales, de las plantas, hasta convertirse en mito. Así la figura de la madre emerge desde el limbo de las estaciones perdidas y es  rescatada en la actualidad por la poeta con una urgencia nueva, con una mezcla de ternura y de tristeza: «Moriste, repetidamente /en cada regreso a casa / en cada paso de ida / en cada paso de vuelta / en cada ruego de preguntas // Mueres, en la languidez de mis párpados cuando cabizbaja te evoco / Cuando trasplanto las violetas del jardín de tu casa a mi alcoba».  O el recuerdo de la abuela «cuando lustraba su cabello al sol con agua de manzanilla» o aireaba las almohadas y sacaba de los armarios la ropa vieja. O el de su infancia, cuando «remaba en una batea, para ella el mar» y «sus manos arrugaban el agua» y «anunciaban a los pájaros y a las olas / que aquí dentro / también la lluvia cae».

Los poemas de Luisa Fernanda están poblados de animales. En ellos nos topamos con «un perro flaco y sin pelaje» que «ladra a los pájaros / al vuelo de las hojas / a las voces escondidas tras la tapia», con la ardilla que husmea el camino hacia su nido; asistimos al canto de las ranas en el río, al zumbido de las moscas que se hace música. Y sobre todo nos hechizan los pájaros con su vuelo, los pájaros que copulan con el viento o picotean el vidrio de la ventana.

En la tendencia a rehuir cualquier forma de énfasis y en la ausencia de todo tradicional esquema métrico es posible encontrar un ulterior elemento de innovación, porque detrás de esa aparente libertad de versificación que sin embargo tiene su ritmo propio y su musicalidad, se esconden experiencias múltiples en el ámbito de una particular dimensión del lenguaje poético.-Un puñado de poemas, este En tierra, el pájaro olvida cantar, que me hace sentir algo incómodo, porque quisiera seguir citando, citar casi todo, porque allí dentro todo es bello, todo merece ser leído y gustado.  Puedo afirmar que su poesía me ha llegado como un regalo no falsificado por estereotipos y lugares comunes. Ella ha constituido para mí uno de mis últimos y más felices descubrimientos. No comprendo, entonces, por qué en su país los críticos se obstinan en no tenerla en la debida cuenta. Extrañas cosas ocurren en el mundillo de la poesía.

Emilio Coco

 

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Luisa Fernanda Trujillo Amaya, A terra, l’uccello dimentica di cantare (En tierra, el pájaro olvida cantar), traducción de Emilio Coco, Raffaelli Editore, Rimini, Italia, 2017.