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Jesús Marín. Confesiones de un lector precoz

jesus-marinPoeta, narrador, librero, lector contumaz revela su pasado y su presente en el cada vez más reducido mundo de los lectores frente al de los escritores. Culpable de no ver nada especial en la lectura, salvo su libertad.

 

 

 

Confesiones de un lector precoz

Jesús Marín

 

              «Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca».
              Jorge Luis Borges

Señor Juez.
Damas y caballeros del Jurado; público en general y mundo en particular:
Confieso que he leído. Me declaro culpable. Llevo mi vida entera en tal acto lúdico (excepto los párvulos años preso de Morfeo, al cobijo de leche materna y zampando papillas) Confieso sin vergüenza que disfruto intensamente el lascivo acto de leer. 
          Me declaro culpable de los cargos. Imaginados, reales e inventados. Leo desde que tengo uso de razón. Primero como cómplice al escuchar los relatos de mis mayores que me descifraban esas hormigas garabateadas en los libros. Ya con plena conciencia, yo mismo he cometido tales excentricidades.
          He llegado a extremos en verdad vergonzosos, criminales para aquellos que jamás han caído en los tentáculos de esta mórbida adicción. He llegado al engaño y a la traición: hubo noches en mi niñez, en que aguardaba que en casa durmieran para leer a escondidas, a ojo suelto y mente desparramada; leer en la santa paz de las páginas, drogado de principios alucinantes y finales inesperados.  Sin las odiosas interrupciones de la realidad adyacente. Contrabandeaba libros por las fronteras de mi cama y al amparo de la tenue luz de una lámpara, engullía folios enteros, pergaminos ardientes y misteriosos, en horas en que los otros niños se dedican al reposo, desobedeciendo tácitamente a mis Padres que no asediaban de gritar (inútilmente), ¡apaga la luz y duérmete!  Pero quién en su sano juicio podría conciliar el sueño, sabiendo que la vida de Sandokan peligraba. O qué clase de Ser hundía barcos en aquellas veinte mil leguas de viaje submarino. Nadie, creo yo.
          En vez de disfrutar mi niñez, jugando fútbol con mis amigos por las calles de la infancia, atiborrarme de sol y aire, prefería marchitarme (gozosamente) enterrado en el subsuelo camastrino, felizmente aterrorizado por las atmósferas insanas y los personajes macabros, de un tal Edgar Allan Poe; si hay culpa en tal aberración, que la comparta el Señor Poe, cuyas insanas narraciones, fermentaron y fomentaron, en gran medida mis ansias de precoz lector.  Pero si de culpables se trata, el pecado mayor recae en la Abuela. Mi Abuela no era una de esas viejecitas, de cabeza blanca y mirada dulce. No, mi abuela es la causa principal de mi criminal destino como lector serial. De la mente de mi abuela brotaban miles de historias; la habitación poblábase de ánimas y brujas, de lloronas y animales endemoniados, de elegantes curros en exóticos caballos. De niñas que morían de tristeza para mudar en enormes mariposas negras. 
          Este increíble Ser, que fue y es mi amada Abuela (Ella me habita como todos mis muertos), apenas rebasaba el metro cincuenta de estatura; cada relato, más aterrador que el anterior; aguantaba las urgencias por orinar antes que perderme el final de sus narraciones. Siendo sincero, reconozco que mayor era mi miedo a la premura urinaria. Miedo a descender de castillo de latón de la Abuela, por temor a las tinieblas en el inframundo del tálamo.  Valientemente escuchaba a mi Vieja referir espeluznantes casos de aparecidos y ánimas en pena. De mujeres que a medianoche se desorbitaban los ojos para sepultarlos en las cenizas del fogón y transformadas en pálidas lechuzas volaban, embrujando a quien se encontraban en sus maldiciones. Y tornar antes del amanecer, so pena de enceguecer por la eternidad de su maldad.
          Cinco años de edad, embelesado por la magia de aquella viejecita, morena, encorvada. De sangre mestiza y corazón tepehuano. Cinco años y sus historias, sembrando en mi mente la inquietud para leer, cuando se le quebró la voz en la higuera de la casa. Se le agotó la vida a sus ochenta años. Voló como los duendes a contar historias a la familia sucumbida.
          Creció mi hambre de cuentos ante la orfandad adquirida, mi sed de libros se desató salvajemente, sin sospechar donde me empujaría esta terrible y hermosa adicción. Sin sospechar que algún día estaría frente a ustedes, Señores del Jurado, reconociendo mi falta, aceptando la culpa de leer no sé qué número infinito de libros, no sé qué número infinito de corazones, no sé qué infinidad de almas y amores.  No sé qué número de historias y mundos, de muertes y vidas, de melancolías y soledades.
          Lo que sí  sé, es que no hubiera sobrevivido sin mis libros. En vez de vivir una sola triste, solitaria vida, he vivido miles de vidas, he visto a través de miles de miradas; he sido toda clase de hombres y mujeres. He amado y llorado con ellos. He viajado a cualquier lugar de la imaginación. He sido ciego iluminado. He sido muerto y he revivido, en no sé cuántas muertes ni cuántas vidas. Fui conquistador en las Galias, Caballero en las Cruzadas. Fui el primer hombre en la luna a las órdenes del Comandante Verne; he conquistado reinos y fundado Imperios. Soy y sigo siendo aquel niño de cinco años que aún se asombra al abrir un libro como si fuera la primera vez.
          Sin mis libros no habría sobrevivido a una niñez, para repugnancia y horror de los niños actuales, no existían televisión ni computadoras. Lo más cercano al futuro inmediato, al que hoy vivimos, eran las maravillosas historias de Asimov y Ray Bradbury. Lo más cercano a Dios, que teníamos fue/es un libro. (Y lo sigue siendo, pese a mi ateísmo cristiano)
          Sí, reconozco que puede interpretarse como un egoísmo de la peor calaña, pero no tuve otra opción, fui empujado a ello. Leer es la única religión que no pide diezmo ni pecados.  Aprendí a leer para ser cercano de mi Padre. Me intrigaba que, siendo él, obrero, con trabajo duro, llegaba agotado a casa, con sus toscas manos de hombre que apenas terminó la Primaria, se hundía en los mares infinitos de sus libros, inmune al cansancio. Yo lo miraba intrigado, preguntándome qué magia emanaba de estos artefactos de papel, plagados de símbolos y de muy pocas casi nulas fotografías. Leerlos juntos fue uno de los grandes regalos que me dio la vida. Leer se ha convertido en un acto ya no de placer, sino de supervivencia misma.
           Yo no concibo el mundo, mi mundo, sin libros. Leer es parte integral de mi cuerpo, sangre que recorre mis neuronas y si bien nunca he sacado beneficio económico o altos honores, he podido comprender la diferencia entre ser un hombre feliz y satisfecho, a la de un hombre ciego del alma. Leer no te hace más sabio, te hace libre. En estas circunstancias, con o sin agravantes, declaro con todo el orgullo del mundo: confieso que he leído. Y leeré mientras me sobre imaginación. 
          Me importan dos versos y un soneto, si me condenan, Señores del Jurado, el daño está hecho y es permanente, y lo que es peor, incurable. Condénenme a seguir leyendo por lo que resta de mi existencia; hasta que mis ojos dejen de percibir y mi alma de latir. Leer no te sirve de nada, excepto para no vivir solo. Excepto para no morir sin haber vivido. Excepto para hacer de ti un hombre y devolverte la nostalgia. Y verte de cinco años, sonriéndole a la noche, sonriéndole a tu inocencia.
          Culpable soy y no me arrepiento. Lapidadme con libros y lecturas.

 

Marín con El Santo
Marín con El Santo

Breve ficha Bibliográfica:
Nacido en los setentas en olvidada ciudad de Duranghetto, a mil kilómetros de la chingada. De nombre literario Jesús Marín. Ha andado de vago por la vida, sin pertenecer a ninguna parte. Tuvo la fortuna de crecer con unos padres amorosos, una abuela duende. Y libros. Libros por doquier. Inició su carrera de bandido en los primeros atisbos de este siglo, en talleres literarios (por el café y las galletas gratis). Aparte de la pasión de escribir, ama con descaro a las mujeres y a la cerveza Victoria, (pese a las protestas del corazón y del hígado). Ha publicado diecisiete libros. La mayoría de poesía. Acurrucado en cuatro antologías. Declara no ser nadie, ni nada,  sin su Laura (su hermosa muchacha). Actualmente espera la muerte en su derruida casa, entre sus muertos, acompañado de sus más de cinco mil libros y su perro Saroh (ladrón profesional de Chettos)