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Reyerta. Felipe Orozco

felipe-orozcoDe origen arquitecto, de origen colombiano, Felipe Orozco ha abandonado sus primeros pasos para encaminarse hacia las letras, el trabajo editorial y para establecer su residencia en Barcelona, donde reside desde hace ya numerosos años, y una estancia temporal en su país natal. Su escritura en particular ha dado frutos en los terrenos del cuento breve. Este relato es un ejemplo de ese oficio.

 

 

 

REYERTA

¡Si consiguiéramos hacer un puente! Pero a veces uno se pregunta, si las orillas prefieren el abismo que las separa.
Salvador de Madariaga

El conflicto puede estallar en cualquier momento. Un domingo por la mañana el diario contiene una aseveración incendiaria. Y aunque –por ahora- no contiene nombres y apellidos, el contexto delata al aludido. Media sonrisa se dibuja en muchos lectores. La frente se arruga en muchos otros. La mayoría, sin embargo, ni se entera. Piensan que el asunto no va con ellos.

La declaración de guerra es un hecho y la tinta ya indeleble, reafirma unas palabras que nunca podrán echarse atrás. Quien es señalado por la diatriba, al leerlo, piensa en una educada respuesta. En una rectificación que arroje claridad acerca del contenido de la nota. Pero es jaloneado por los suyos a responder de una manera categórica y que ponga los puntos sobre las íes.
¡Faltaría más!, vociferan
¡Dales duro!, sugieren
Estamos contigo, prometen

Ya existen –de hecho- dos bandos enfrentados. Quien comienza las hostilidades se siente protegido por una camarilla de fieles y la contraparte tiene la suya. Buscan aliados, afines, adeptos a los que recompensarán con medallas, premios, títulos que compren sus fidelidades. En la confrontación es casi imposible quedarse al margen: ser neutral equivale a ser el blanco de las partes enfrentadas. Los pacifistas –siempre- son las víctimas inermes de una guerra que comienza.

Como en todas las guerras que preceden a esta, antes de llegar al cuerpo a cuerpo y al enfrentamiento directo, es necesaria la destrucción anímica del enemigo. Su desprestigio. Su difamación. Que llegue ya vencido al campo de batalla. Se exageran las debilidades del contrario. Se airean pecados de juventud y excesos verbales producto del exceso de alcohol o de vanidad. Al comienzo, se observan ciertas normas de cortesía dictadas por sobreentendidos códigos de honor. Pero basta un pequeño desliz, una cita malintencionada para que las líneas rojas desaparezcan y las hostilidades ya no atiendan a ningún límite.
—Se habla de tu violento enfrentamiento con Wilhem anoche en el Café de Marcel.
—No estuve allí. Pero, ¡qué se dice! ¿Gané tal pelea?

Marcel –inconsolable- sigue cantando en su café la canción Les feuilles mortes de Jacques Prévert: Oh! je voudrais tant que tu te souviennes des jours heureux où nous étions amis. mais la vie sépare ceux qui s’aiment, tout doucement, sans faire de bruit. Et la mer efface sur le sable les pas des amants désunis. -Oh! tanto quisiera que recordaras los días hermosos en que éramos amigos…
Pero la vida separa a aquellos que se aman, suavemente, sin hacer ruido. Y el mar borra sobre la arena los pasos de los amantes que se separan.-

Ni se pide, ni se da cuartel. No hay tregua, ni armisticio posible. Un ataque merece una réplica y la réplica un contra ataque. Los cuchillos que por ahora son solo palabras, se clavan afiladas y hacen daño. Causan hondas heridas. Lucen más rojas las fotos en sepia en las que aun sonríen abrazados los ahora contendientes.

Hay quienes defienden con nobleza una idea, una manera de pensar, una manera diferente de ver el mundo y la vida. Son sinceros cuando defienden unas posiciones generosas y altruistas. ¿Qué defienden otros? Los más -como en todas las guerras- son oportunistas que agitan las aguas para pescar en río revuelto. Van y vienen recogiendo chismes para difundir libelos incendiarios. Están allí para hacer de la confrontación un pingüe negocio. Dicen defender un prestigio que casi siempre arrastran en el choque. Algunos privilegios inciertos. Títulos que en poco tiempo nadie recordará. Palabras grabadas a martillazos en la superficie del agua.

Se podría pensar que por su espíritu beligerante y temerario podría tratarse de militares bregados en la confrontación, de la que hacen medio de vida y razón de ser.
Nada parecido.
Son poetas.

 

Para los poetas de Colombia.