Rafael Cadenas
Rafael Cadenas

Celebración a Rafael Cadenas

Rafael Cadenas
Rafael Cadenas
El poeta venezolano, Rafael Cadenas, acaba de ser anunciado como el Premio Reina Sofìa en España. Más allá de los posibles efectos políticos del premio, se trata de un autor de gran trayectoria lírica e intelectual que ha sido merecedor de premios tan importantes como el de la Feria Internacional de Guadalajara, antes conocido como Juan Rulfo, y el García Lorca en Andalucía. Su compatriota María Antonieta Flores nos aproxima aquí a la importancia de este reconocimiento.

 

 

CELEBRACIÓN A RAFAEL CADENAS

María Antonieta Flores

 

Una madrugadora noticia recibió a los venezolanos este 11 de mayo, el XXVII Premio Internacional Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, convocado por el Patrimonio Nacional de España y la Universidad de Salamanca, había sido otorgado por primera vez a un venezolano y este era nada menos y nada más que Rafael Cadenas (Barquisimeto, estado Lara, 1930).

Se concretaba así un deseo colectivo en la comunidad poética y cultural venezolana. Se hacía justicia con una de las voces latinoamericanas más refulgentes del siglo XX y XXI con una propuesta ética y estética marcada por lo esencial, la humildad, el despojamiento. Si desde la década de los 60, con sus libros iniciales ya había quedado señalada la importancia de su decir poético y humano, a medida que pasaron los años esto se fue confirmando y la poesía de Cadenas se convertía en una voz mayor, una voz paternal bajo la que se acoge la poesía venezolana de las últimas décadas.

El surgimiento de su obra dialoga con los acaeceres políticos e históricos de la sociedad venezolana, rasgo que se ha mantenido hasta en sus textos más recientes. Es un poeta  vinculado a la historia colectiva de su país sin hacerla sustancia evidente de su obra. Sus  inicios están marcados por su pertenencia a uno de los grupos literarios más destacados en el contexto nacional surgido a la luz de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, fecha que marca el inicio de una nueva etapa democrática venezolana guiada por el gobierno de Rómulo Betancourt y, también, por el sueño de un cambio inspirado en la Revolución Cubana y que produjo el surgimiento de un movimiento guerrillero y de la lucha armada cuyos líderes y participantes ya derrotados, terminaron, en su mayoría, asimilados al sistema años después y actuando en la vida política nacional desde la estructura partidista. Pero, como lo ha demostrado el tiempo, ese sueño se materializó con otros rostros e intereses pero este es otro tema.

Este conflicto de los sesenta determina, en gran medida, el surgimiento del grupo Tabla redonda en 1959. Grupo comprometido con la realidad política y con la realidad estética de la palabra, el discurso literario de sus integrantes nunca estuvo al servicio de la política y de los principios ideológicos vinculados al Partido Comunista de Venezuela (PCV). Y este es, probablemente, su mayor logro. Ubicar las ideas en su lugar, a la poesía y la literatura en el suyo tan humano, y dejar lo demás al territorio del panfleto. Sus años de mayor acción cultural se ubican entre 1961 y 1966. Entre sus propósitos logrados estuvo la publicación de una revista y la edición de libros. Su principal ideólogo y promotor fue el poeta y periodista, Jesús Sanoja Hernández, autor de un solo y extraordinario libro titulado La mágica enfermedad. Entre los integrantes hay que mencionar al historiador Manuel Caballero (quien fue el esposo de la poeta Hanni Ossott, deslumbrante poeta venezolana), el escritor Oswaldo Barreto, los poetas Arnaldo Acosta Bello, Jesús Enrique Guédez, Ángel Eduardo Acevedo, Darío Lancini, Pepe Barroeta y, quien nos ocupa, el maestro Rafael Cadenas.

Y es bajo el sello de Tabla redonda que se edita el mítico poemario Los cuadernos del destierro en 1960. La crítica nacional reconoce en este libro un hito para la poesía venezolana, pues supo atrapar en sus poemas en prosa, el sentimiento de una generación y constituyó un aporte a la literatura del continente. Muy bien lo señala otro gran maestro, el poeta Juan Liscano cuando escribe que

Los cuadernos respondieron en su forma estilística, en su desesperación existencial, en su poder de autoacusación y en su duda esencial, a la sensibilidad de la joven generación que en esos años se proponía operar cambios fundamentales en Venezuela.

Saberse escarbar interiormente para encontrar en él mismo la voz colectiva de una generación, le ha dado esa posibilidad de trascender el tiempo y el espacio para convertirse en una voz universal en la que, según apunta el crítico Luis Miguel Isava, se revela un  «sujeto exiliado en el mundo, caído, enfrentado a sus fantasmas y alucinaciones» que dejará el testimonio verbal y existencial en ese gran poema de culto titulado «Derrota», escrito en 1963 y que circuló en hojas sueltas por muchos años. Y si bien, estos textos junto con su poemario de 1966, Falsas maniobras, ofrecían un lenguaje del cual el mismo poeta se ha ido despojando con los años adentrándose en una expresión austera, severa, esencial; la poesía de Cadenas siempre ha hecho del poema un continente de esa aproximación primera y primigenia con los objetos de la realidad tanto interior como exterior. Esta austeridad que puede ser leída como expresión y reelaboración de la moderación predicada por Aristóteles en su Poética, ha sido también interpretada como una expresión del budismo zen, lo que nos habla de una escritura capaz de integrar dos visiones muy distintas de la cultura porque se ha dedicado a profundizar en lo esencial dejando de lado el intelectualismo, si a este se le entiende como un velo que aleja de las cosas y ofrece vías de interpretación que privilegian el distanciamiento y no la vivencia primera y previa que luego puede ser interpretada a través de la imagen de manera más prístina.

La poesía de Cadenas no se aferra a un sistema teórico pero sí a una ética y una estética del poema a partir de la relación con esa totalidad interior y exterior llena de incertidumbres, totalidad de lo verdadero y lo falso, de lo palpable y lo invisible, del presente puro y de la memoria como un proceso que aparta de la realidad y de la capacidad de sentir. Entregarse a la memoria es perder la capacidad de relacionarse con la realidad concebida como expresión del presente, del instante, pero este instante que su poesía propone es un instante demorado. En un artículo publicado en 2008 señalé este aspecto denominándolo el lugar de lo demorado (un espacio habitado por el Eros, propicio para la maceración de la vivencia, del placer de haber encontrado, del deseo de prolongar lo vivenciado con intensidad interior para depurarlo en la palabra exacta).

Esta capacidad develadora que posee su discurso es la que ha hecho y hará que varias generaciones encuentren en la poesía y en la palabra de Rafael Cadenas una vivencia consciente o inconsciente de lo sagrado y de lo primigenio. La certeza de una palabra sopesada y dicha con peso misterioso, palabra que nombra más allá de lo que se sabe, que nombra lo que se presiente con sencillez, que desnuda y deja en el sabor demorado de la revelación. 

Si se traza un periplo entre Los cuadernos del destierro (1960) y Gestiones (1992) se estará ante treinta y dos años de escritura desde el asombro y el anonadamiento que la realidad vivida como sensación ha dejado en la mirada y la voz del poeta, mismas que se siguen manifestando en sus libros posteriores; pero, para mí, estos dos libros que menciono son dos momentos fundamentales para aproximarse a los misterios que encierra lo poético y la música que resuena en los versos de Cadenas. De uno a otro extremo hay una vinculación y una continuidad cuyo garante ha sido el mismo poeta, al ir afinando y afilando una actitud ante la realidad y el tiempo, sin apartarse de sus imágenes y tópicos que lo han acompañado siempre.

Sin dejarse de considerar un exilado, desde la anagnórisis de sí mismo como exiliado («en nuestras venas corre exilio», escribió en Gestiones) y consciente del trabajo de aceptarse y reconocerse desde ese lugar existencial y vital, Cadenas parte de una realidad que lo ha llevado a transacciones con lo cotidiano, con lo establecido. Son las gestiones del exilado para habitar la realidad desde ese lugar de lo demorado, para transar con las exigencias de la vida cotidiana y la rutina, una transacción que se hace desde el irrenunciable lugar alcanzado por la sensación de la realidad.

Vivir
albergado,
a la escucha,
prometiéndose a lo mayor,
destierra.

Lo sabías
antes de darte a la obra.

Aquí no puedes ser sino el extraño.

Tu huella conduce a un lugar
que nadie visita

En Los cuadernos del destierro ese sujeto que dice de sí: «sobrevivo en la indecisión», ya nombra con distintas imágenes ese lugar de lo demorado: «la tierra de luz blanda», «la casa meridional del agua donde el olvido recobra sus espejos azules», «los relucientes meridianos», «el lado izquierdo de la lluvia». Y lo reconoce como lugar cuando anuncia: «He entrado en región delgada» y cuenta que «Habitaba un lugar impreciso». Sólo la vivencia continua de lo poético le dio precisión a esa imprecisión. Pero ya lo presentía al escribir que «Verdaderamente permanecemos. Nadie puede escapar. Todos se queman sobre el fuego de sus perplejidades y sus incoherencias».

En Gestiones están los fragmentos de la misma voz, el mismo aliento, el mismo derroche del lenguaje, celebratorio y sonoro, pero marcado por una respiración más lenta, por un tempo sin urgencias. Lo demorado es lo que ha ido creciendo entre sus palabras, lo que se ha hecho respiración y verso. Como elaboración y plasmación poética, en Gestiones están los trazos, las huellas, los rastros poéticos que aparecen en Cuadernos del destierro  y, al mismo tiempo, es el punto culminante de la voz conquistada.

Certeramente, apunta Gustavo Guerrero cuando comenta que «Una convicción parece presidir, sin embargo, el trabajo del venezolano: «Una ausencia te funda/ una ausencia te recoge». Transformar esta falta en impulso creador es quizá uno de los aportes principales  a la tradición de nuestro país.» porque ¿cuál es el aporte que ha hecho a nuestra poesía esta voz demorada en el lugar de la magnificencia y el desequilibrio? Frente a la poesía de la memoria, Cadenas propone la poesía del instante. Frente a la poesía atemporal, propone la temporal, la del presente puro. 

Estas propuestas ya hechas poemas surgen de la exigente relación con la realidad que se sostiene en la sensación y no en el pensamiento para  adentrarse en el lugar de lo demorado y poder obtener para sí y para el poema el «contacto esencial». De allí ese carácter de lo demorado que se puede percibir en su obra, que sin desprenderse del silencio de donde proviene, es diciente de la condición de lo humano, de su fragilidad y de la entereza que caracteriza su decir. Su voz esencial, reconocida con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances de la Feria del Libro de Guadalajara (México) en 2009 y por el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca 2015, hoy alcanza el alto reconocimiento del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana por virtud del jurado conformado por Alfredo Pérez de Armiñán, presidente del Patrimonio Nacional; Ricardo Rivero Ortega, rector de la Universidad de Salamanca; Darío Villanueva, director de la Real Academia Española; Juan Manuel Bonet Planes, director del Instituto Cervantes; Ana Santos Aramburo, directora de la Biblioteca Nacional de España; Berna González Harbour; Blanca Berasategui; Luis Alberto de Cuenca y  Pilar Martín-Laborda y Bergassa.