George Sand
George Sand

George Sand, mujer del siglo XXI. Hellman Pardo

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George Sand
El poeta y novelista colombiano nos trae a la memoria una de las figuras emblemáticas del feminismo activo, esposa y amante, madre y escritora, personaje y persona del siglo XIX que sigue dando mucho de qué hablar en pleno siglo XXI.

 

 

 

GEORGE SAND, FURIA Y BELLEZA

Hellman Pardo

 

Aurore Lucile Dupin, baronesa de Dudevant, crece en un ambiente de intensa dinámica. Nohant, la residencia solariega de su abuela paterna, en la región francesa de Berry, rebasada de jardines de azaleas, de una enorme iglesia y de una biblioteca descomunal, será el principal ámbito de creación literaria para Aurore. Abandonada por sus padres desde edad temprana, aumenta en ella el temor de la orfandad. Aunque jovial, decidida y de un fuerte temperamento, aquella certeza ronda sus primeros años, haciéndola huraña y rebelde.

Es 1821. El Romanticismo impera por aquella época en toda Europa, y la joven Dupin se inunda del movimiento. Al morir su abuela, hereda la mansión Nohant, y a los diecisiete años quiere alimentarse de todo lo que le ofrece esa aparente libertad. Enamorándose de Casimir Dudevant, un aristócrata de gran linaje pero sin dinero, tiene su primer hijo, Maurice. El barón Dudevant, amo y señor de todo cuanto posee Dupin, comienza a beber sin medida, alejándola de él y de esa aparente independencia que le caracteriza. Contempla el suicidio por algunos años. Un nuevo temor se asoma en ella: ya no es el desamparo, más bien, es el miedo a sentirse ligada de por vida a semejante personaje que suele desdeñarla. Una vez nace su hija Solange, renuncia a todo, a su casa, a su vida campestre, y a sus hijos: se instala en París, y es París quien le muestra una nueva galería de asombros, según escribiera en su célebre libro «Cartas a un viajero». Ya nada podría detener su ímpetu creador. Cambiaría hasta de identidad: es ahora George Sand.

Es bien sabido que para entonces no era bien visto que las señoritas y las mujeres ilustradas se dedicaran a cualquier medio artístico. Su nuevo nombre es, pues, natural. La vida nocturna le llama la atención. Frecuenta los cabarets, las tabernas y los recitales. Se viste de hombre, pero no por alguna tendencia sexual o de identidad; es más bien porque no quiere ese estereotipo de mujer delicada y sumisa. Traba amistades que perdurarán toda su vida: Gustave Flaubert, Franz Liszt, Eugène Delacroix, Alexandre Dumas. Tiene múltiples amantes, entre los que encuentra Jules Sandeau, con quien escribe su primera novela «Rosa y Blanco»; Louis Michel, prestigioso abogado, y el poeta Alfred de Musset. Después de una intenso pero corto romance con el famoso escritor de «La confesión de un hijo del siglo» y de «Las noches», que iría de 1834 a 1836, con grandes intervalos llenos de desesperación y angustia tanto para Musset como para ella, George Sand conoce a quien sería uno de sus grandes amores, y también su mayor suplicio, según sus propias palabras: Frédéric Chopin.

Chopin, atormentado desde pequeño por múltiples espectros, como la enfermedad y la desolación propia del Romanticismo exacerbado, escribe su testamento a la edad de veintiséis años, porque no soporta el invierno, la noche y el dolor en sus manos y pecho a causa de la tuberculosis. No concibe el hecho que, siendo ya un pianista consagrado para 1836 (año en que conoce a Sand), no pueda interpretar con soltura su ópera 11 en mí menor, una obra que logra consolidarle, por lo menos en Francia. María Wodzínska, con quien está comprometido, le abandona. Sin embargo, no todo está perdido tempranamente para el músico polaco. Es invitado por Liszt a una reunión de amigos, excusa para mejorar su ánimo. Chopin acepta a regañadientes. Allí conoce a George. La pareja, al comienzo renuente el uno del otro, queda prendida con el tiempo. Se instalan en París, pero el clima no ayuda a Frédéric. En 1838 viajan a Mallorca.

Recuperando Sand a sus hijos, después de una disputa legal con el barón Dudevant, Frédéric Chopin y ella toman en alquiler una casa modesta, pero apacible. Los lugareños, al advertir la tuberculosis del músico y el hecho de que no van a la iglesia, los expulsan y hacen que ocupen la abandonada Cartuja de Valldemosa, el imponente y antiguo monasterio que domina la parte occidental de la isla de Mallorca. El pianista, en lugar de alcanzar la paz y la tranquilidad que tanto necesita, el ambiente mohoso y melancólico de la cartuja parece agobiarlo. Reaparecen todos los miedos, todos los temores, todos los fantasmas que, siendo niño, le mortificaban. Llueve todo el tiempo, el frío es mayúsculo, y se encierra en una de las celdas del imponente palacio. Chopin ve la muerte por todas partes, sufre alucinaciones y decae sin concentrarse en absoluto. Sand lo rescata en numerosas ocasiones del suelo, tirado como un pordiosero. Es el Chopin de mayor angustia. Tiene delirio de persecución, y en tal debilidad espiritual y física, corre como puede de un lado a otro, sin detenerse. Su nueva alcoba, la celda número 4, es un sarcófago. De las teclas de su piano Pleyel brotan sombras, apariciones que se deshacen en la mirada. Aunque descrito de manera sutil, todo ello queda en evidencia al leer «Un invierno en Mallorca», publicado entre 1841 y 1842, por la misma Sand. Con todo, en esa atmósfera enrarecida, tanto por su propia enfermedad como por cierto hermetismo de George, Chopin alcanza a componer sus Preludios Op. 28 con su Gota de agua. Húmeda, plástica y dolorosa, la estructura de su música alcanza la frontera de un genio, como si la zozobra y el espanto fueran necesarios para la creación. Todos los miedos en el mismo miedo, condena Liszt al conocer el entorno del polaco. Es imperioso el regreso.

George Sand, vital y entusiasta como siempre, asume su condición de cuidadora. Es más, comenta que basta ya de relaciones que no conducen a ninguna parte. Necesito a alguien para proteger. Es Nohant, la casa de su juventud, la nueva residencia de los artistas. Chopin toma impulso, y termina las composiciones encomendadas. La tuberculosis y la epilepsia de Chopin regresan de tanto en tanto y, tras nueve años de relación donde ni el sexo se encuentra desde hace bastante tiempo (más para alguien tan carnal y tórrida como Sand), la escritora decide abandonarlo. Decía que el Chopin enfermo es irritable hasta la saciedad. Me até a un cadáver. El célebre pianista se derrumba. Viaja a Londres donde es invitado para tocar su música en lugares poco prestigiosos, pero precisa comer. Después de siete meses y sin un céntimo, regresa a París. El clima inglés ha hecho empeorar aún más su estado de salud. Abatido, sin la protección económica y emocional que le brindara Sand, sin alumnos ya para enseñar debido a su fragilidad, muere el 17 de octubre de 1849, a los treintainueve años de edad.  Delacroix y su hermana Ludowika le acompañan hasta el último momento. George Sand, la otrora mujer enérgica e impetuosa, llora inconsolable. La familia de Chopin no permite su ingreso para despedirlo. Un nuevo temor se acentúa en ella: el abandono del abandonado. Mi corazón es un cementerio, dice. Pierde la fuerza. Las chalinas, los pantalones, el trago y el tabaco son reemplazados por las largas faldas que tanto renegaba años antes, y por la comida. Adquiere peso. Se parece más a una matrona. La resignación de todo se manifiesta: es la dama de Nohant.
Aunque el cuerpo se deteriora, y uno de sus grandes amores ha muerto, la baronesa continúa escribiendo, dejándose llevar por el deseo. Conoce al joven Alexandre Manceau, un pintor y poeta con poco éxito, amigo íntimo de su hijo Maurice, también tuberculoso. Pronto se vuelven amantes. Sand no puede separarse de él. Enfermero, mayordomo, primer lector, confidente e idólatra, Manceau es el entusiasmo, como describiría más adelante.

Para Maurice, los años siguientes se vuelven insoportables. No puede tolerar que su antiguo amigo, Alexandre, es amante de su madre. La tensión es continua. George decide entregarle Nohant a su hijo y compra una casa cerca de París. Allí pasaría cuidando a Manceau, tal como hiciera diez años antes con Chopin. A los siete meses de estancia, Alexandre muere. Es un golpe definitivo para George Sand. Se da cuenta de la diferencia abismal entre el ideal romántico y la experiencia de vida. Su libertad le ha llevado a enfrentarse al dolor, al miedo, a la posible culpa, pero sabe que fue necesario todo ello para imponerse como mujer en una sociedad que le admira, pero que también le odia.

En 1866 regresa a Nohant. Son años de tranquilidad. A pesar que nunca sostuvieron un romance, su único amor es Gustave Flaubert, otro hombre melancólico, enfermo, devastado por el spleen. Las cartas van y vienen, y se intensifican en los últimos años de los autores. Tú escribes para la posteridad. Yo escribo para este invierno, comenta Sand. A la distancia, enfrentan juntos la soledad, y su temor de habitar el mundo como fantasmas.

Aurore Lucile Dupin, baronesa de Dudevant, muere en 1876, en su residencia, después de un largo y atormentado padecimiento. Como nadie, George Sand ha recorrido el siglo XIX.

Hellman Pardo

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