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Presentación La Otra 129

2018
José Ángel Leyva
leyvaEn el umbral del 2018, La Otra arriba a la entrega número 129, lo cual representa algo más de diez años de aparecer, de figurar, de circular. Eso es poco y mucho, según la perspectiva y la intención del juicio, pero es una presencia que acumula una masa conceptual y cultural de grandes dimensiones, pues recoge visiones de diversos lugares del mundo atentos a la poesía y a la realidad social que se vive en ámbitos distantes y diversos del planeta.

 

 

        Bajo la lógica de esta contabilidad del tiempo, de años que nacen y caducan, la humanidad, con sus distintos calendarios, cruza mensajes de paz y de buena voluntad, de amistad y de anhelos, de utopías y propósitos, pero lo cierto es que más allá del  reducido círculo de afectos, el hombre se debate en sus estigmas racionales e instintivos. Mientras una minúscula fracción de personas luchan por liberarse de sus ataduras siniestras, la mayoría cava su tumba persuadida de su poder y su dominio. En tanto, el tiempo corre en esa transformación continua de la materia donde la muerte habita sin dolor y sin premura. Una minoría lucha en lo individual y en lo colectivo por reparar esa falla de percepción que nos ha hecho creer eternos y todopoderosos, trascendentes y demiurgos. No hemos terminado de entender que toda herramienta es también un arma. He allí el albedrío, el camino de la libertad o de la destrucción, el de la lucidez o de la ceguera, el de la comodidad o de la lucha contra el olvido, el de la dignidad o del servilismo, de la conciencia o de la enajenación.

        ¿Cambiar de canal o desconectar el aparato? La primera opción será posible donde exista un margen democrático para la diferencia, la pluralidad y la oferta, el segundo será un imperativo donde todo es más de lo mismo. Donde el Gran Hermano o las dictaduras de viejo cuño impongan su control sobre las conciencias, donde las religiones dicten el dogma para matar o revivir otros dioses, para acabar con la fe de otras comunidades, para salvar la democracia, la libertad, el paraíso de aquellas culturas que «amenazan» o «atentan» contra esos valores cuyo designio es la obediencia y el orden de un régimen, un sistema, una nación, un pueblo, un grupo, una familia, una persona. Cada sujeto, cada individuo, al mirarse en el espejo podrá reconocer o no su imagen, será capaz o no de ver sus méritos y sus trampas, será o no capaz de reconocer las huellas del tiempo y la presencia indefectible de la muerte, el carácter efímero de su biografía. Pero en ese acto de asombro ante el reflejo, en ese instante de conciencia de lo que se es y de lo que no, podría suceder la maravilla de la sinapsis y emerger la pregunta, el deseo de saber sin engaños, para abrir el velo del misterio y escuchar el gruñido del homo sapiens en la penumbra de una cueva iluminada por el fuego. Luego observar en sus pupilas la llama de los leños, el brillo de una interrogante que lo humaniza y lo distancia de sí mismo. Volvemos al espejo y descubrimos esa misma perplejidad en la mirada de la imagen que nos escudriña y nos pregunta. Romper el espejo o cambiarlo por otro no modificará la realidad, tampoco acabará con las preguntas. La Otra no es el espejo, es la pregunta. Somos esa comunidad libre de interrogantes y de sueños, de palabras y de imágenes que se ordenan y se desordenan en la búsqueda incesante de deseos y experiencias, del dolor y el gozo por el futuro que nace de todos los olvidos y nos revelan las fuentes del miedo y la desesperanza. 2018 es, en todo caso, el punto donde volvemos a poner la piedra para llevarla con esperanza hasta la cima. Queridos lectores, queridos otros ¿qué hacer con la piedra y el vacío? Que tengan un feliz 2018.

 

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