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Soledad Álvarez. «Una lectura de Autobiografía en el agua»

soledad-alvarezLa uruguaya Mariella Nigro nos ofrece un análisis de la obra poética de la dominicana Soledad Álvarez, a la que define como confesional y reflexiva, donde lo autobiográfico aparece como un acto de sobrevivencia.

 

 

 

DESDE LA FUENTE CLARA

Una lectura de Autobiografía en el agua, de Soledad Álvarez

Mariella Nigro

 

«Una mujer está sola. Sola con su estatura.
Con los ojos abiertos. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.»
Aída Cartagena Portalatín

«y mira con tus ojos de ahora bien adentro,
hasta el fondo del caos.»
Olga Orozco

 

Toda autobiografía tiene el propósito de ofrecer una historia personal mediante un ejercicio memorioso y auto-reflexivo; una autobiografía poética ofrece más que esa historia íntima: el cultivo de la palabra  poética, con toda su ambigüedad e inefabilidad, para expresar semejante revelación. Una autobiografía «en el agua», finalmente, propone compartir una autoexploración en el ascenso y descenso de la marea del río del tiempo, mientras se agencia el deseo a través de la palabra, que se inscribe tanto en el limo y el lodo como en la corriente clara.

Lo autobiográfico es en la poesía de Soledad Álvarez, como en la poeta uruguaya Tatiana Oroño, un «ejercicio de sobrevivencia». Porque mirar hacia atrás, hacia la fuente, y datar cada poema como un arcano, es también abrir la otra puerta, la del futuro, y admitir, con palabras del pensador francés Gaston Bachelard, que «El tiempo vertical se eleva. A veces también se hunde». Y entonces confirma que el tiempo de la poesía es circular, y va desde el gesto más leve al pensamiento oscuro, con todas sus «estaciones íntimas» y su «vuelo posible».

Soledad Álvarez es una de las principales voces hispanoamericanas, con una reconocida creación poética y ensayística. Como ha destacado el escritor coterráneo José Mármol, la poesía de Álvarez se mueve entre las dimensiones simbólica y fónica de la palabra poética y las dimensiones «de la percepción y de la sensación».
Su voz poética es reflexiva y confesional, y va tejiendo con los textos la urdimbre de la memoria con la trama del pensamiento y el sueño.

Es, también, oracular, ya desde el poema que abre el libro, que data su nacimiento y se titula «Sentencia (1950)», iniciando una genealogía desde la pulsión inicial del acto de nombrar: «tú eres Soledad (…) / Eso dijo mi padre. Y se alejó para siempre». Se nombra, y aparecen las marcas. Y entonces en varios poemas aparece la palabra «soledad» con toda la carga de melancolía en la homonimia que propicia la autoexploración sensitiva y la reflexión sobre la mismidad: «¿Por qué mi nombre de mujer sola? / Debía cerrar los ojos y callar. / La soledad es el silencio / tan cerca de mí / tan leve afinidad corpórea. //  La soledad es ausentarme de los nombres que amo. / Nombres insomnes y hermosos / ardan / en el silencio.» («Pasaje de sueño»); «Alguien soñó por ti este vacío / eligió tu nombre entre todos los nombres (…)» («Tiro de dados»), ambos poemas de Vuelo posible. *

La poesía de Soledad es dramática y pasional, como en los trece cuerpos del último texto de Autobiografía del agua, «Deseo inconcluso». Y es, como en su obra anterior, de tenor erótico y amoroso, de «un vislumbrado, casi encubierto erotismo», observa Mármol en el citado prólogo: «(…) hombre y mujer descubriéndose, / olisqueándose donde crece una flor viva / y la sed abreva en pozos y estalactitas íntimas. / Aquí hueles a cardumen y médanos tibios, / aquí rezuma un dulzor que extiende su espesura / y se derrama como ofrenda en la planicie esférica del vientre.» («Primer encuentro», de Las estaciones íntimas). Pero no ostenta la anticipada herida de muerte de una Delmira, sino, tal vez, el hondo recogimiento de una Idea Vilariño -por remitir a la alta poesía erótica de las poetas uruguayas-, o aun recorre la topografía amorosa de una Juana de Ibarbourou, quien, con sus correspondencias entre una «cama mullida» y un «campo de piedras», también muestra -como ha señalado el ensayista José Alcántara Almánzar de la poesía de Álvarez- unos «vasos comunicantes entre erotismo y naturaleza». Y como el discurso pulsional y vernáculo de la poeta de su tierra, Aída Cartagena Portalatín, elabora, sin proponérselo, una poesía «de género» en tanto esa exploración autobiográfica refiere a una interioridad de mujer.

En ese sentido, sin incurrir en determinismos genéricos, es posible advertir en esta poesía una retórica fatalmente femenina, en el sentido de desarrollarse en los pliegues del espacio del lenguaje a partir de una correspondencia con el constructo cuerpo: un tratamiento de lo corporal como tópico a la vez carnal, espiritual y mental. Me refiero a una retórica que adiciona a la episteme común, una modalidad más del saber, propia de lo femenino (digo de lo femenino, más que de la mujer), que trasciende el logos –sin abandonarlo-, a través de la imaginación, la intuición y el caos.

En una interacción entre lo patemático y lo racional, en esta poesía, el cuerpo no es sólo epicentro de sensaciones –el gozo, el dolor, la posesión, la pérdida-, sino que es el grado cero del ser femenino (sin que haya un propósito reivindicativo del género ni una problematización de la subjetividad), que resulta inmanente a su escritura y que determina la forma de pararse frente al orden del lenguaje poético como cifra de su deseo. Dice relación con la maternidad («¿Cómo imaginar el yo gestado en ti?», «Maternidad (1970») y con la sexualidad («…debajo de la falda / tiembla el pistilo abierto», «Deseo Inconcluso-1»; «y abrir la blusa en espera del corte en la guillotina», «Deseo inconcluso-8»). Y también con la memoria de sí misma: «(…) todas las niñas que fui / toda la luz y la inocencia desnuda / en juego interminable de máscaras…» («Itinerarios-I», de Vuelo posible).

Aplicando aquí el análisis que efectúa la crítica argentina Alicia Genovese sobre el «tono» y el «pulso» del poema en la obra de varios autores que aborda en su ensayo Leer poesía…, en la poesía de Soledad Álvarez, el «yo poético» coincide o se superpone con el «yo de origen»; mayormente enunciada en primera persona, lejos de artificios y desplazamientos, es una voz que ancla «en el campo de experiencia, en el campo de la percepción (…), en su memoria emotiva y en los tironeos y avatares de su subjetividad».

Pero esa mirada hacia sí misma no produce meramente una escritura autorreferencial; siempre va en relación con una imagen del mundo, de los seres y las cosas, y en función de un «tú» que posibilita la comunicación -aun velada, propia de la poesía- del mensaje poético.
Con gran despliegue de imágenes, como ha observado el poeta dominicano Basilio Belliard: «Es poesía que se alimenta de miradas, de la contemplación lúdica, en que la realidad se hace memoria del deseo, reminiscencias de los placeres sensoriales.»

Entonces, la voz de Soledad Álvarez tiene varias modulaciones: es una voz universal, trascendente, sin dejar de ser vernácula, con el sabor dulce y antillano de Lezama Lima o la insularidad y el mestizaje en los altos juegos de escritura de Manuel del Cabral. (Así, en «Punta bonita (2013)» se visualiza su paisaje –territorio y lenguaje- caribeño: «…montones de algas conchas restos de coral / honduras marinas despezadas. // (…) en el jardín litoral algarabía de mangles / uvas de playas desparramadas»).

Con ricos recursos estilísticos y expresivos, el flujo sonoro y exuberante de algunos poemas es interrumpido en algunos versos por blancos (visuales, espaciales), que implican silencios (poéticos, temporales), tal vez por la necesidad de controlar o suspender por momentos la intensidad del registro de semejante peripecia vital. *
Además de las diversas qualia sensibles que indaga la poesía de Álvarez -un registro amatorio y erótico, los resuellos de la corporalidad, la música que salva y fecunda, «con sus santos y sus demonios» («Por la música» y»Merengue final», ambos de Las estaciones íntimas), y todas las tonalidades del ser en la diacronía de los juegos de la alteridad-, su escritura está determinada por una dimensión ética -en tanto integrante, como ella ha señalado, de la «Generación del 60»-, mostrando una clara conciencia de la «dominicanidad»; un sentido de pertenencia a partir de su conocimiento de la literatura, la cultura, la sociedad, la historia y la geografía de su país, de la que da cuenta su investigación ensayística y su formación académica. (En su ensayo «La ciudad en la poesía dominicana» estudia con profundidad diversos aspectos de la ciudad «trazada por el poder, y como territorio de la memoria colectiva», y también de la «ciudad invisible», «la ciudad verbal recreada por sus escritores»).

En mis investigaciones sobre poesía, me ha interesado aplicar la fenomenología de la imaginación del pensador francés Gaston Bachelard que desarrolla al estudiar la obra de poetas a través del análisis de sus «hipótesis oníricas», las que se corresponden con la tetralogía de los elementos de la naturaleza.
Se trata de indagar en la materia de las imágenes poéticas, como enseña el maestro francés, «su masa de atractivos ocultos, todo ese espacio afectivo concentrado en el interior de las cosas», «poniendo en juego convicciones poéticas». Y no es necesariamente un solo elemento el que rige el estro del poeta. En la poesía de Soledad Álvarez, es posible advertir que el aire y el agua son esos «centros de sueños», desde Vuelo posible, pasando por Las estaciones íntimas, hasta llegar a esta Autobiografía en el agua.

Hay un «vuelo onírico», esa «fuerza ascensional» que Bachelard indaga en las creaciones de Shelley, Nietzsche y Rilke, en el verso que administra el hálito de la poeta,  en el aire, verticalmente, como la mejor metáfora del tiempo poético. Así: «un pie en el aire y otro pie / equilibrista» («Oblea»); «las piernas abiertas, los brazos en aspa, / las manos de anhelante mamífero hacia arriba, / hacia el cielo pintado.» («Zoología»), ambos poemas de Las estaciones íntimas.
En correspondencia con esa verticalidad, en el referido estudio de Genovese sobre el tono y el pulso de la poesía, se señalan dos posibles registros de la voz poética: la levedad (como el de las Musas, diosas de la inspiración y la memoria) y la gravedad (como el de las Erinias, diosas subterráneas y primitivas) y las posibles modulaciones de dichos tonos en el discurso poético.

En este sentido, los poemas de Soledad Álvarez se desplazan desde la estancia en el aire, la levedad del ascenso y su vértigo (así en «Circense», de Vuelo posible: «De todos mis oficios prefiero este: / Volatinera en el vacío (…)  / Y hay un suspenso de redobles / Porque he tocado con mi pie la cuerda. / Hilo desnudo para pie desnudo y tembloroso / Alto puente único (…) // En el momento en que todos miran / Allá abajo.»), hasta la vivencia más profunda en la caída: «Este deseo (…) / que me hizo hermosa y con alas áureas / me echó a volar para arrastrarme por el suelo.» («Deseo inconcluso, 9»); desde «un pie en el aire» («Oblea»), hasta «una medusa prensada entre tablas» («Al desnudo»), ambos, de Las estaciones íntimas. Entonces, como observa Bachelard, «el ser aparece como desplegado a un tiempo en el destino de la altura y en el de la profundidad».

Y hay un registro en el agua, tan lábil como el lugar de la memoria, que Álvarez eleva a la categoría de título en este libro, pero que viene de su obra anterior. En «Aguas profundas», de Las estaciones íntimas, la poeta elabora, mediante los tropos del río y el agua, la imagen de su «cuerpo como río», con su ondulación y su viaje «desde la cabecera» hasta los parajes donde se desborda.

Desde el alto surtidor de su poesía, Soledad Álvarez escribe en el aire y en el agua: su voz intensa y conmovedora navega entre el vuelo y el vendaval.

 

Mariella Nigro
Montevideo, Uruguay

 

 

REFERENCIAS

Soledad Álvarez: Autobiografía en el agua (Santo Domingo, República Dominicana, 2015).
Soledad Álvarez: Las estaciones íntimas (Santo Domingo, República Dominicana, 2006).
José Mármol: «Ebriedad de los sentidos», prólogo a Las estaciones íntimas.
Soledad Álvarez: Vuelo posible (Santo Domingo, República Dominicana, 1994).
Soledad Álvarez: La ciudad en la poesía dominicana, en Alforja de poesía, México,15/09/2007,  http://www.alforjapoesia.com/noticias/images/soledad_alvarez.pdf (Cons.: 20/09/2017).
Tatiana Oroño: Tajos (Arca, Montevideo, 1990).
José Alcántara Almánzar: Las estaciones íntimas de Soledad Álvarez, en Hoy Digital, Santo Domingo, 08/07/2006, http://hoy.com.do/las-estaciones-intimas-de-soledad-alvarez/ (Cons.: 20/09/2017).
Alicia Genovese: Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco (Fondo de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires, 2011).
Basilio Belliard: La autobiografía poética de Soledad Álvarez, en Hoy Digital, Santo Domingo, 24/11/2015, http://hoy.com.do/la-autobiografia-poetica-de-soledad-alvarez/ (Cons.: 20/09/2017).
Gaston Bachelard: La tierra y los ensueños de la voluntad (Fondo de Cultura Económica-Breviarios, México, traducción de Beatriz Murillo Rosas, México D.F., 1994).
Gaston Bachelard: El aire y los sueños. Ensayo sobre la imaginación del movimiento (Fondo de Cultura Económica-Breviarios, traducción de Ernestina de Champourcin, México, 1997).
Entrevista a Soledad Álvarez en Diario Libre, Santo Domingo, 30/03/2006, https://www.diariolibre.com/revista/soledad-lvarez-BVDL92377 (Cons.: 20/09/2017).
Mariella Nigro: «La veladura del tul: una poética femenina», en La palabra entre nosotras. Actas del Primer Encuentro de Literatura de Mujeres (Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2005).

* Los versos que se citan sin señalar la fuente pertenecen a Autobiografía en el agua.

* En los versos que cito en el correr de la presente nota, omito esos espacios y blancos; por ello señalo la valoración de la expresividad del elemento gráfico.