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La síntesis rara de un siglo loco. Sergio Téllez-Pon

sintesis-raraPoesía homoerótica o simplemente poesía escrita por homosexuales no es cosa menor en un país o en países donde la homofobia y el machismo han reducido a las personas al anonimato y al secreto, a la clandestinidad. Una antología que muestra esos poemas como un rasgo de identidad, más que de calidad, según el autor del libro.

 

 

La síntesis rara de un siglo loco
Sergio Téllez-Pon

La poesía con tema homosexual en México, en lengua española, no es una historia paralela a la de la literatura mexicana; no es, tampoco, un tema menor dentro del panorama de nuestra lírica. Simplemente forma parte de ella, enriquece nuestra literatura y está a la par de sus más altos logros. Es cierto que ha tenido que pasar mucho tiempo para percatarse de eso. Por fortuna, este proceso se aceleró de manera notable a lo largo de todo el siglo xx.

En México, el acontecimiento paradigmático que le dio visibilidad (término que será fundamental para el movimiento de liberación gay de los años setenta) a la homosexualidad fue, sin duda, el famoso baile de «Los 41», ocurrido la noche del 17 de noviembre de 1901 en la calle de La Paz, hoy Ezequiel Montes, de la colonia Tabacalera. A partir de este suceso se inició una agresiva represión política y social sobre los homosexuales; quizá fue esta última la que más afectó la condición sexual de las personas, pues desde entonces todo lo que tuviera que ver con el número 41 sería motivo de escarnio (acompañado del infalible y mortífero lenguaje popular: «joto», «puto», «maricón» «mi’jo Tito», «tú-las-tráis», «manita caída», «mujercito», «loca» «rarito», «le gusta el arroz con popote», «soplanucas», «muerdealmohadas», etcétera), los chismes de vecindad («La vecina del 8 tiene un hijo jotito») y, sobre todo, el escándalo en la prensa amarillista. Por su parte, la represión política, incluyendo la policial, fue sistemática e implacable: a los que se encontraron travestidos en ese baile se les envió a Yucatán a hacer trabajos forzados; luego, la policía —el aparato represor más directo—, se encargó de las famosas razzias a fiestas, pero también a bares, y tuvo el ojo puesto sobre los travestis que se prostituían. Unos años después del baile de «Los 41» estalló la Revolución mexicana y, con ella, años más tarde, la euforia nacionalista que no admitía a los «contra natura», pues ofendían la hombría, el machismo y a la Revolución misma: es decir, la homosexualidad no estaba en la esencia del ser mexicano.

La poesía con tema gay, sin embargo, surgió sigilosamente, auxiliada por las personalidades de otras latitudes que florecieron a lo largo de varias épocas. Aunado a esto, aparecieron los iconos universales a los que muchos de los poetas homosexuales recurrirán en sus versos: la Afrodita Urania del Banquete de Platón, el rapto de Ganimedes, Aquiles llorando y vengando la muerte del bello Patroclo, el emperador Adriano y Antinoo entre otras figuras grecolatinas, así como las propias de la tradición judeocristiana: David y Jonathán, Caín y Abel y el mártir san Sebastián, pero también los casos de sodomitas que fueron condenados a la hoguera por la Santa Inquicisión, como lo documenta Luis Felipe Fabre en su libro La sodomía en la Nueva España. Shakespeare, sor Juana Inés de la Cruz, los marineros —incluido, claro, el Billy Budd de Melville— y muchas otras figuras también pasaron a formar parte de estos iconos. En principio se recurrió a todas ellas para decir lo que no se podía nombrar directamente, así que los poetas transfiguraban su amor en el amor que vivieron otros, ya fueran héroes, mitos o leyendas; en particular, mediante alusiones o alegorías a la mitología grecolatina. Con el paso del tiempo, las futuras generaciones han ido reivindicando esas figuras en sus respectivos versos, ya con mayor libertad (por ejemplo, Cernuda en sus últimos años escribió poemas inolvidables a Luis II de Baviera y a Rimbaud y Verlaine, a quienes también Arturo Ramírez Juárez les escribiría un bellísimo poema).

Mientras en 1910 estalló la Revolución, el poeta modernista Amado Nervo (1870-1919) publicó en Madrid un pequeño libro llamado Juana de Asbaje. Fue el primer intento moderno del que se tenga noticia por reposicionar la figura y, principalmente, la obra de sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) después del menosprecio que padeció durante dos siglos. Aunque Nervo no habla ni de las preferencias sexuales de la monja jerónima ni de la «rareza» de su poesía dedicada a María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes («la Lysi de sus cálidos versos», se limita a llamarla Nervo), lo importante no es si sor Juana era lesbiana o si escribió así por retórica de la época (el tono mercenario, según se ha dicho), sino que desde el siglo pasado, en el que se le reivindicó junto con todo el barroco, sus poemas se han leído como fundamentadores y paradigmáticos del lesbianismo. Así como tampoco era feminista y, sin embargo, se le ha considerado una figura central de ese movimiento por las varias formas en que desafió a su siglo, en especial, por romper toda relación con su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, en tiempos en que se creía que sólo los hombres sabían y, por tanto, las monjas debían estar bajo la supervisión de un varón; sor Juana fue más allá y les dijo a los hombres que ellos eran los culpables de las desgracias de las mujeres: «Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis». Por eso, me parece, no se puede seguir soslayando, por ejemplo, este soneto dirigido a la condesa:

            Que explica la más sublime calidad del amor

Yo adoro a Lisi, pero no pretendo
que Lisi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y mi aprehensión ofendo.

No emprender, solamente, es lo que emprendo:
pues sé que a merecer tanta grandeza
ningún mérito basta, y es simpleza
obrar contra lo mismo que yo entiendo.

Como cosa concibo tan sagrada
su beldad, que no quiere mi osadía
a la esperanza dar ni aun leve entrada:

pues cediendo a la suya mi alegría,
por no llegarla a ver mal empleada,
aun pienso que sintiera verla mía.

(De Lírica personal, ed. Antonio Alatorre, FCE, 2009)

¿Cuál es la calidad más sublime del amor? Sor Juana lo deja muy claro: es ese amor que se mantiene vivo gracias al deseo, pues su realización sería su propio fracaso. Para que esto se mantenga, en gran medida ayudan la jerarquía social de la condesa, por una parte, y los votos de castidad de la monja, por la otra. Los poemas que sor Juana le escribió a la condesa de Paredes, dice Antonio Alatorre, son testimonio de todos sus avatares amorosos, desde el enamoramiento, propiamente dicho, hasta los enojos y caprichos propios también de la más intensa pasión. Como asegura el propio Alatorre, la pasión entre estas dos mujeres fue ardiente pero pura, es decir, intensa pero casta; si hubo o no una relación carnal (particularmente creo que no la hubo) no importa porque lo que sí hubo, y esto no carece de importancia, es ese sentimiento amoroso de sor Juana por su divina Lisi en no pocos poemas (Octavio Paz aseguró que no hay documentos que prueben esa filiación, pero entonces ¿todos esos poemas no cuentan como documentos probatorios?). Nervo, desde luego, no tocó estos temas en su libro sobre sor Juana pero me ha servido de pretexto para mencionar, así sea de paso, una de las poesías más interesantes en cuanto a homofiliación en la literatura mexicana.

De esa manera, escribir poesía homoerótica no es el único mérito de todos estos poetas —como tampoco lo es que la mayoría sean homosexuales—. Es, simplemente, la particularidad, el tema en el que he puesto mi atención dentro de su obra. Y me lo he propuesto porque la poesía con tema homoerótico en México es ya tan vasta que no puede eludirse más. A la manera de Roland Barthes, puede decirse que al reunir los fragmentos se ha creado un discurso. Con sus particularidades, su tono, su lenguaje, sus figuras, esos poetas y, en específico, esos poemas —buenos o malos— han contribuido a crear una identidad plena en la que cada vez más lectores se reconocen.

La síntesis rara de un siglo loco, de Sergio Téllez-Pon, está publicado bajo el sello del Fondo Editorial Tierra Adentro (México, 2017).