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Visita a sète. Marco Antonio Campos

camposCuna de uno de los grandes referentes de la poesía moderna, Paul Valéry, y fuente de inspiración de su «Cementerio Marino», la ciudad portuaria del sur de Francia es también el destino de esta crónica de uno de los poetas mexicanos más viajeros.

 

 

VISITA A SÈTE

Marco Antonio Campos

a Michèle y Claude de Freyssenet

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El poeta Edmundo Font lo comentó en una conversación en un restorán de Palamós, Cataluña: «En Sète, Paul Valéry escribió El cementerio marino«. Lo había olvidado o quizá nunca le puse la atención necesaria. No había vuelto al poema desde hacía años, el cual leí tantas veces en el decenio de los setenta, y que fue importante para mí como idea o posibilidad para hacer un largo poema reflexivo. Como muchos, me acerqué al poema en la edición bilingüe que Alianza Editorial imprimió en 1967, que contiene la versión demasiado libre de Jorge Guillén. El cementerio marino fue menos o más fundamental para varios de los Contemporáneos (José Gorostiza, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia) como idea, arquitectura y música. Sin embargo, la verdad sea dicha, ninguno consiguió como Valéry, dejar dentro de altas torres intelectuales momentos tan intensos de sensibilidad dorada y de un corazón lúcidamente humano.

2
Tengo la impresión, nada fácil de explicar, de que la influencia de la obra de un verdadero poeta ajeno a la lengua materna, se da sólo cuando su universo verbal ha entrado en nosotros a través de nuestra propia lengua, es decir, cuando el poeta ha dejado de pertenecer a su lengua y se ha incorporado, a través de detalladas lecturas, a la lengua vernácula. Esto desde luego ―más allá de la imitación o la cita fácil― es tarea de penetración de años.
¿Cuántas veces no hemos oído a poetas, que ignoran la lengua original, asegurar haber sido influidos por Maiakovski, Rilke, Eliot, Ungaretti o Perse, sin darse cuenta o no querer saberlo, que buen número de las traducciones son de una deficiencia desalentadora y que en ocasiones poco tienen que ver con el orbe rítmico, los efectos estilísticos, los giros, los cambios de tono y aun el cielo afectivo del autor? Por ejemplo, aquellos que declaran haber sido influidos por El cementerio marino leyendo la traducción de Jorge Guillén, ignoran que melodía, efectos rítmicos y estilísticos, instantes sensuales y en ocasiones la letra misma, son otros. Respetamos enormemente al Guillén poeta, respetamos su laboriosa tarea de traductor y respetamos en general a los laboriosos traductores, pero ―digámoslo con cierto embarazo― la suya es sólo una más de las versiones del poema. El cementerio marino no ha encontrado aún su gran correspondiente en español.(1)
Leamos, por ejemplo, la inolvidable primera estancia del poema:

Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes;
Midi le juste y compose de feux
La mer, la mer, toujours recomencée!
O récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux!

Que Guillén traduce así:

Este techo, tranquilo de palomas,
Palpita entre los pinos y las tumbas.
El mediodía justo en él enciende
El mar, el mar, sin cesar empezando…
Recompensa después de un pensamiento:
Mirar por fin la calma de los dioses.

Veamos: en el primer verso se ausenta el movimiento al quitar Guillén, para dar el endecasílabo, la palabra marchent, «caminan», y en el sexto desaparece long, «largo», y Guillén añade a su vez por fin. En el quinto, asimismo, no hay la importante exclamación Oh. En el segundo y cuarto versos los efectos rítmicos no se dan como en el original: en francés, en el segundo, oímos el sonido del mar que golpea y golpetea contra la costa, y en el otro, tenemos la sensación de que ese movimiento es incesante, o más, infinito.

Un verso clave de la estrofa IV, que da la amplitud panorámica del paisaje: «Tout entouré de mon regard marin«, se vuelve en la traducción, «De mi mirada marina ceñido», que es sencillamente un trabalenguas; el asombroso verso de la estrofa V: «J’hume ici ma future fumée«, no logra en la traducción esa imagen de humo concentrado que se crea con las palabras hume, future y fumée, o como decía Gustav Cohen en la explicación del poema, es una aliteración en u destinada a imitar el acto de aspirar; o ese maravilloso verso a la vez auditivo y visual: «Où tant de marbre est tremblant sur tant d’ombres«, que se congela en un: «Trémulo mármol bajo tantas sombras», o el famoso verso inicial de la última estrofa: «Le vent se lève!… Il faut tenter de vivre!«, que se convierte en un deplorable: «El viento vuelve, intentemos vivir».(2)

Podríamos seguir ejemplificando. No busco juzgar o sentenciar, sino sólo poner una muestra de que el poema es casi intraducible, o al menos, si se quiere verlo así, que aún no ha encontrado a su gran traductor. Si el universo poético, como observa Valéry, se introduce por el número, o mejor dicho, por la densidad de las imágenes, de las figuras, de las consonancias y las disonancias, por el encadenamiento de los giros y de los ritmos, podemos concluir que esto sólo existe en el original francés y en ninguna de las traducciones que hemos leído.

3
Cuando muy joven despreciaba las exégesis que querían explicar un poema hasta el ínfimo detalle. Esa exasperación se ha mitigado mucho en la actualidad y sólo la guardo para los a menudo ininteligibles ensayos de los estructuralistas, que en nuestro país han llegado, no pocas veces, a la desfiguración y la caricatura. Añádase aún esa manía o compulsión de cierta intelectualidad mexicana, no excluyendo la universitaria, de copiar lo extranjero, aun lo malo o lo absurdo, que ha sido mucho más perniciosa que benéfica a nuestra cultura.
Por 1969 debo haber leído el texto de Gustav Cohen y creí que Valéry lo veía con una sonrisa condescendiente, con amistoso escepticismo, pero que a fin de cuentas daba a entender que no creía en eso, que un poema como El cementerio marino era virtualmente inexplicable. Vale esto a medias. Comprendo ahora que Valéry apreciaba la labor y el esfuerzo de Cohen que, en su soberbio esmero, es verdaderamente plausible. Una observación crítica: creemos, sin embargo, que Cohen ve a veces de más o ve de menos en el poema y que da por hecho algunas cosas que tienen interpretaciones abiertas. Pero también es cierto que nos da pistas sustantivas con las que el poema se vuelve más concreto, que su análisis de las influencias, de las asociaciones y las correspondencias literarias y filosóficas, es minuciosamente esclarecedor, y que su subrayado de hallazgos estilísticos, como por ejemplo la utilización de adjetivos de gran profundidad interior y los juegos y las armonías silábicas, iluminan versos y pasajes que nos permiten ver mejor partes de la casa. Cohen sabía de la vida y de la obra de Valéry cosas de las que muy pocos estaban enterados.
Cierto: un poema ante todo es un hecho estético para sentirse e imaginarse y comprenderse hasta donde se pueda, pero su explicación es casi imposible. Valéry lo supo como muy pocos, y en eso, en el secreto que guarda, diferenciaba sustancialmente la poesía de la prosa. Cohen abrió un camino pero un poema como El cementerio marino los tiene infinitos.
Y decidí ir a Sète.

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Bajo del tren, cruzo el vestíbulo de la estación y salgo a la calle. Pregunto por el cementerio y me entero que hay dos. Hablo de Paul Valéry. «Ah, el cementerio marino». Sonrío. Por la magia de la poesía el cementerio se llama hoy como el título del poema. A pie el cementerio está lejos: por el viejo puerto y la Ciudadela. Camino por los muelles del canal. El sol cae a fuego y las luces pican y picotean, como puntas de alfileres luminosos, sobre las aguas. Suben olores sucios y salados.
Desde aquella primera lectura de 1969 imaginé el cementerio pequeño, íntimo, arbolado, con numerosas sombras, ceñido al mar. Pero mi decepción es grande: se alza en una colina escarpada, casi no tiene árboles y el mar está como cincuenta metros abajo. El cementerio fue robado a la colina y escindido en cuatro niveles, separado cada uno por cercas de piedra gris. Salvo una pequeña sección del oriente, en el tercer nivel, está casi desnudo de árboles. Arriba, el faro, con una cruz en punta, es un vigía que parece cuidar el sueño de los muertos, la dirección de los barcos y las banderas de todas las naciones para que exista el mundo.
Empiezo a subir. Estoy empapado en sudor. Me parece que pantalón, camisa y cuerpo están hechos agua. O son agua. No hay una sola alma viva en el cementerio. El aire es sofocante y el mediodía abrasador. Un aire de pájaros da un poco de aire al aire quieto.
Mientras más se sube por el cementerio el panorama marino se vuelve más luminoso. El mar azul se vaporiza hacia el horizonte en bruma azul y dorada. A diferencia de otros pueblos, los franceses son parcos en sentimentalismos o frases pomposas en sus lápidas. Ci-gît, Ici repose, Regreté, y nombres y fechas en seco. No falta alguno de sus habituales énfasis patrióticos: «Muerto en el campo de honor», como si la guerra, creada o inventada por otros, y que sólo trae sangre, destrucción, sufrimiento y desdicha, fuera el lugar más digno para que se multipliquen la viudez de las mujeres y la orfandad de los hijos.
Sigo subiendo. Descubro en un promontorio una pequeña virgen blanca que es como un instante elevado de ternura. Subo más y veo el mar desde las alturas. La bahía tiene la forma de media luna. ¡Qué belleza de mar! ¡Qué belleza, sobre todo, cuando desde las alturas se mira revelándose en su luz azul entre la blancura de las cruces dispares de las tumbas y de los mausoleos de mármol y de piedra! ¡Cielo, aire y mar parecen flotar en la bruma dorada y azul! Comprendo en toda su amplitud el verso: «Tout entouré de mon regard marin«, y veo, en ese numeroso rebaño fúnebre, a las tumbas como corderos misteriosos. Comprendo entonces en toda su verdad por qué escribió aquí el poema: es el contraste perfecto e íntegro de Vida y Muerte: por un lado, el cementerio, los muertos, sus muertos familiares, las sombras de mármol y las cenizas, y del otro o frente a eso, el mar en movimiento continuo bajo las antorchas del solsticio salvaje. Se comprende por qué, rodeado de tanta muerte, dice o declara al final que debe «intentarse vivir».
Después de una hora no hay nadie aún en el cementerio pero uno no se siente solo con tanto cielo, con tanto sol, con tanto mar. Camino hacia el punto arbolado. Busco el alivio de la sombra. En el mar cruzan veleros de velas triangulares. Asocio con los foques del poema, esos foques que, Cohen observaba muy bien, son las palomas que caminan en el techo del mar. Oigo. Follajes de pájaros cantan en los follajes y envuelve un aire como de dicha. Es una de las partes más antiguas del cementerio. A diferencia de otras secciones hay aquí mausoleos y tumbas del siglo xix y aun algunos del siglo xviii. En muros y losas hay rajaduras, grietas, fragmentaciones de la piedra. Por la antigüedad, por las perspectivas y la altura, por los cipreses y los pinos, me imagino que el poema ―tengo escasas dudas― Valéry lo concibió aquí. Y me parece ver una sombra que cruza entre las sombras.
Veo. Oigo. A los muertos les llega la parlata de los pájaros, la brisa ligera y los rumores soterrados de las olas.

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Pocos metros arriba del cementerio se encuentra el Museo Paul Valéry. Amplio, hermoso, en él hay únicamente, sin embargo, una sala dedicada al poeta. Lo demás son salas de exposiciones. Una de sus lúcidas frases encabeza su sala con grandes caracteres: una obra de arte debe siempre enseñarnos que no hemos visto lo que vemos.
En la sala hay dibujos y acuarelas y aguafuertes y pequeños bustos hechos por sus manos. Algo me sorprende de principio a fin: en los dibujos hay una voluptuosa presencia del cuerpo femenino. El gran pensador era también un hombre del mediterráneo con la sensualidad y el sol meridionales. Me vienen a la memoria versos de maravillosa e incesante sensualidad pero que terminan con la cavidad o la imagen de la muerte:

Les cris aigus des filles chatouillées,
Les yeux, les dents, les paupières mouillées,
Le sein charmant qui joue avec le feu,
Le sang qui brille aux lèvres qui se rendent,
Les dernières dons, les doigts qui les défendent,
Tout va sous terre et rentre dans le jeu!

Algo suena a Villon, algo a Baudelaire.
Pero nada me encanta más del museo que una sola hoja. Pertenece al manuscrito de El cementerio marino y tiene correcciones de la mano de Valéry. Es ver mínimamente el trabajo que llevó al logro. «El trabajo por el trabajo», que él amaba tanto. Los medios más lúcidos que los fines. ¿No anheló ―no soñó acaso― ver los manuscritos corregidos de La Commedia dantesca? Hay también una fotografía que señala el sitio donde está enterrado.
-¿Pero dónde? ―pregunto.
Uno de los vigilantes, mientras vemos el cementerio desde la ventana, me da las señas y me dice que está al pie del «más grande ciprés». Me doy cuenta entonces que la apreciación del sitio arbolado como lugar de concepción y tal vez de alguna escritura del poema no era de mi parte un yerro.
Y bajo nuevamente al cementerio.

6
Luego de mucho buscar y ya próximo a la renuncia, llego, gracias a la información de una muchacha de Heidelberg, a la tumba de Valéry. Se halla justo al lado de la zona arbolada, subiendo una escalera roja, y a la mitad de la altura del gran ciprés, el cual, en verdad, son cuatro cipreses agrupados. Mi primera impresión es de estupor e incredulidad. No me cabe en la cabeza. Había pasado por el sitio varias veces pero no reparaba en la tumba simplemente porque el nombre visible era grassi. Es decir, es la tumba de sus muertos. Valéry decidió ser allí uno de tantos sin ninguna luz ni laurel, uno más que daría vida a flores y plantas para no detener la vida. Ninguna frase de lamentación. Apenas, entre los apellidos Grassi y Valéry, su propio nombre:

paul valÉry
30 de octobre 1871-20 juillet 1945

Y abajo, en la parte delgada de la losa, dos versos:

O récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme de dieux!

La muchacha alemana saca una fotografía. Es para mi padre, dice. Le pregunto si no ha leído el poema de Valéry. Me responde que no. Vino a Sète para visitar el otro cementerio, donde yace Georges Brassens, cuya tumba es la más concurrida de la ciudad. Trato de explicarle el poema en su relación con el cementerio y el mar. Siento que oye pero no escucha. La siento lejos. Se aleja.

Miro de nuevo la tumba familiar. Generaciones pasaron antes de él y pasan otras y la vida y la muerte recomienzan, el mar incesantemente recomienza. Valéry está ahora con los suyos y sentirá el peso agobiante del mediodía, la luz del verano salvaje y oirá los ritmos múltiples del mar. Se comprende, al ver todo esto, la vanidad marchita de los mausoleos y de una «inmortalidad magra» que sabe a fruto acre.

Y mientras bajo y salgo del cementerio aún bajo el peso inclemente del sol, siento que la figura de Valéry se agranda y que su infinita modestia es para nosotros infinitamente conmovedora.

 

Sète, julio de 1994

 

 

1. Escribí esto en julio de 1994. En 1995 la poeta argentina Ana Lía Schifis, con modestia inteligente, publicó en las Ediciones Nusud una traducción literal fiel y admirable en su música y contenidos. Lo que aproximadamente es el poema, no lo que debe ser.

2. Este verso es en Francia ya parte de la memoria y el habla comunes. No: Hay que vivir, sino al menos: Hay que intentar vivir.