Elogio del Appburrimiento. Juan Fernando Ramírez Arango


Parafraseando o jugando con El Aburrimiento, la novela de Alberto Moravia, Ramírez Arango, ganador de uno de los concursos de Pigmeísmos de La Otra, nos lleva por los vericuetos de ese estado anímico que pasa por lo electrónico y se encumbra en la desidia.

 

 

Elogio del Appburrimiento

Juan Fernando Ramírez Arango

Antes de abandonar definitivamente un texto que no avanzaba, se bloqueó mi computador, un octogenario Sony de apenas una giga de memoria RAM. Al reiniciarlo, tras restaurar Chrome, noté que, de las cuarenta y tres pestañas que tenía abiertas, veintitrés estaban relacionadas con el texto en cuestión, sí, veintitrés, el número maldito de los grandes anarquistas. Entonces envié el texto a la papelera de reciclaje, depuré pestañas y, sin pensarlo, terminé haciendo limpieza de Gmail. Allí, entre otras cosas, logré reducir a dos los cuatrocientos cincuenta y siete correos que tenía como no leídos. Uno de los primeros, o sea uno de los más antiguos, ya que barrí de atrás para adelante, me lo remitió una ex compañera de filología, una activista de la JUCO que me tomó cariño porque le divulgué el OuLipo, los fundamentos de la literatura potencial. En el correo, enviado el 12 de junio de 2010, la ex compañera escribió: «No volveré a leer a Luckács ni a Bajtín, que viva el aburrimiento». Después de esa paradoja potencial, agregó un link de Rebelión.org, 16374 en el ranking Alexa. Abrí el link y apareció un texto titulado «Elogio del aburrimiento», firmado por un tal Santiago Alba Rico. Lo busqué en Google y resultó ser un filósofo marxista español. Me causó mucha gracia, pues el tomo I y III de El capital son el décimo y octavo libro que más veces he leído en la vida. Por eso, seguramente, rompí mi promesa de no volver a leer textos online escritos en verdana 10. Aunque, la verdad, no lo leí por completo, dimití restando siete párrafos para el punto final. Me detuvo una contradicción que se insinuó en el primero y que confirmé en el sexto. En el primero, escribió Alba Rico: «El capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es lo gratuito. La otra el aburrimiento». Y en el sexto párrafo lo siguiente: «hay dos formas de impedir pensar a un ser humano: una obligarle a trabajar sin descanso; la otra, obligarle a divertirse sin interrupción». Al contrastar ambas citas, no fue difícil deducir que, para dicho autor, el aburrimiento y la diversión son contrarios. Si bien, vista a través del cuentahílos de un filólogo del aburrimiento, esa antítesis no es tal, y así tuve que ponerla en lista de espera en mi carpeta de las imprecisiones. No hace mucho tiempo la rescaté y decidí escribirle una respuesta a mi ex compañera de filología. La compuse utilizando una aplicación online llamada The most dangerous writing, cuyo lema es: «es mejor haber escrito y perdido, que nunca haber escrito en absoluto». Para elevar nuestro editor interno a un estado de flujo, la App funciona con una condición muy simple: si dejas de escribir cinco segundos, todo lo escrito anteriormente se borrará. Entonces programé una sesión de treinta minutos y me di cincuenta oportunidades para redactar algo coherente. En la número cuarenta y uno, con los rendimientos decrecientes y la impresionabilidad por las nubes, escribí:  

El aburrimiento y la diversión no son contrarios, y para demostrarlo solo basta una frase, una, por conveniencia, de Baudelaire: «el verdadero héroe es el que se divierte solo». Frase que, además, anticipa la vida de uno de sus herederos malditos, la de Rimbaud, quien, tras haber publicado su segundo libro, a los diecinueve años, lo abandona todo, deja de escribir para dedicarse a una vida de aventuras, de correrías continuas, hasta su muerte, unos veinte años después. Historia que parece trasuntar Alberto Moravia en su novela El Aburrimiento, publicada el mismo año que vino al mundo Santiago Alba Rico, 1960. Aunque, en este caso, en lugar de un poeta que le dice no a la escritura, un pintor hace jirones su último cuadro y decide no volver a pintar jamás. Una diferencia de virtudes que, desde el punto de vista expresivo, es insignificante, ya que para el poeta la palabra no es signo sino cosa, luego el oficio de ambos, poeta y pintor, es encerrarnos en el sentido, y el de la poesía y la pintura, por consiguiente, dar testimonio de la presencia del hombre en el mundo. El pintor explica, en el prólogo de dicha novela, por qué desgarró la tela pintada y se sumió en un estado creativo que califica de impotencia absoluta: «el aburrimiento había acompañado mi trabajo durante los últimos seis meses, hasta ponerle término aquella tarde. Agarré un cuchillo bien afilado y, con tajos repetidos, desgarré la tela que estaba pintando».A esa altura ese prólogo trocado en testimonio se convierte en un ensayo novelado sobre el origen de la pulsión negativa del pintor, el aburrimiento, y, paralelamente, en una explicación satisfactoria para la frase de Baudelaire y para las motivaciones que hicieron de Rimbaud un escritor en fuga. Para el pintor el tedio, así como la diversión, provoca distracción y olvido, aunque de naturaleza muy particular. Porque, si bien ese olvido y esa distracción tediosa, al igual que aquellos de especie divertida, tergiversan la realidad haciéndola insuficiente, en el caso del aburrimiento se pierde toda relación posible con los objetos. Realidad incompleta que fue novelada, por ejemplo, por los autores de la Nouveau Roman, un mundo al instante narrado en presente de indicativo, conjugación en la que no hay trato posible con los objetos, puesto que solo formamos una opinión acerca de ellos en la permanencia, sacudiéndoles el polvo del pasado. Naturalmente, el presente de indicativo es el tiempo del solipsismo y de la soledad sin privilegios. El pintor estéril hace memoria y encuentra que, precisamente, se hizo pintor para matar el tiempo, «o sea cuando concebí la esperanza de llegar a establecer de una vez para siempre mi relación con la realidad por medio de la expresión artística».El bálsamo inicial que sobrevino de su fervor por la pintura lo llevó a convencerse de que el aburrimiento es el vía crucis que debe recorrer un artista que ignora serlo. Es decir, que el aburrimiento es la sal de la vida, pero: ¿Quién quiere lamerse sus propias heridas? Tal vez con esa consigna y con esa pregunta palpitando en su subconsciente, concibe, antes de ser pintor, el proyecto de escribir una historia universal desde la perspectiva del hastío, «en el principio, pues, era el aburrimiento, vulgarmente llamado caos. Dios, aburrido del aburrimiento, creó la tierra, el cielo, las aguas, los animales, las plantas; y creó a Adán y a Eva, quienes, aburriéndose a su vez del Edén, comieron del fruto prohibido». Empresa que, por culpa del aburrimiento, abandona en ese punto antediluviano. El pintor pintando cree haber encontrado el remedio contra el hastío. Un lapso de más de diez años hasta su renuncia definitiva. Etapa que, sin embargo, no estuvo exenta de aburrimiento, que automáticamente interrumpía su proceso creativo, «así pude cerciorarme de la intensidad y la frecuencia de mi viejo mal con más precisión que cuando no pintaba».Así, parece definir la naturaleza de su enfermedad, y el diagnóstico, cincuenta siete años después, es el siguiente: el aburrimiento es condición sine qua non para la creación, una medida de su impulso y, en última instancia, el límite absoluto del arte… El último impulso creativo de Rimbaud, como el pintor con su último cuadro, fue cortarle el rostro a Verlaine, el poeta que definió el malditismo y su amante, apenas si había abandonado la escritura para entonces.

Posdata 1: Como el correo que le remití a mi ex compañera de filología rebotó, entonces, bajo el titulo «Respuesta tardía al aburrimiento de Alba Rico», se lo reenvié a Rebelión.org, pero fue rechazado por su comité editorial.

Posdata 2: Una vez rechazado, se lo reenvié a Santiago Alba Rico, quien, al parecer, está atravesando una crisis creativa, ya que no publica nada desde una columna a seis manos del 8 de abril de 2017, titulada «El último tuit de Trump». Sobra decir que no ha respondido…