José Ángel Leyva

Presentación La Otra 113

REFLEXIONES SOBRE EL SISTEMA DE APOYOS A LOS CREADORES MEXICANOS
O CÓMO DAR UN PASO HACIA LA INCONFORMIDAD.

José Ángel Leyva
José Ángel LeyvaKyra Galván sostiene, ante la opinión del crítico literario Christopher Domínguez Michael, que no se trata de que el Estado se aleje y abandone su tarea de apoyar a los creadores de este país, México, sino que sus métodos de selección y promoción están fundados en prácticas y círculos de corrupción, de apariencia democrática, pero claramente manipulados como una lotería mañosa y recargada de trampas, desde sus propias bases de convocatoria y conformación de los jurados –juez y parte de esas promociones–, que suelen ser funcionarios y luego becarios, becarios y funcionarios, becarios luego jueces, jueces luego becarios, premiados luego jueces, jueces luego premiados. Se impulsa así a los jóvenes a una carrera desenfrenada por el éxito y el reconocimiento social antes que por la creación de obras trascendentes y propositivas, de proyectos que rompan con la conformidad y la sociedad de elogios mutuos.

 

Christopher afirma que los buenos escritores se hacen con becas y sin becas. No es su caso, por supuesto, que siempre ha tenido los apoyos estatales necesarios y se declara abiertamente un escritor de derechas, luego de venir de la izquierda. El tema se abre más allá de las becas del Sistema Nacional de Creadores, va al resto de apoyos a editores, traductores, coinversiones, becas a revistas culturales. Las preguntas entonces son obligadas ¿cómo y con base en qué criterios se otorgan los apoyos? ¿Quiénes son las personas que las otorgan? Se diría que son expertos, que son miembros de la misma comunidad, colegas de los solicitantes. Pero allí está el problema, en los procesos de otorgamiento. En primer lugar tienen que estar muy claros los objetivos de los apoyos que brinda el FONCA y la Secretaría de Cultura, para no dejar al buen criterio y al albedrío, a la ética de quienes tienen en sus manos la calificación y el dictamen, sino a reglas claras y a la composición de personajes que más allá de su juicio ético y profesional, juzguen con base a criterios muy claros y a reglas justas y transparentes. Por ejemplo, basta con que un jurado vea en la lista de los solicitantes a una persona, empresa, proyecto o idea que le incomode o le disguste, sea su enemiga o su adversaria para descalificarla. O a la inversa, que vea a sus amigos o buenos conocidos, o admirados, que pueden merecer el reconocimiento de ese miembro del jurado y de los otros, pero tal vez no en la forma como presenta el proyecto o en el proyecto mismo, o no requiera ese apoyo. Por ejemplo si se trata de un profesor o investigador de tiempo completo en una universidad, funcionario o directivo de una empresa o ejecutivo de alto nivel. ¿Cómo puede una persona así cumplir con el tiempo que le exige su institución con el trabajo, de tiempo completo que también exige una beca del SNC? O cuando se trata de grandes empresas editoriales que van por todo, y donde no cabe preguntarse si actúan o no con ética, es simplemente que si les abren la oportunidad la toman. El mismo espíritu domina en las personas que en las empresas. No es un tema de ética solamente sino de falta de rigor en el tamiz de para qué y para quiénes son los apoyos. Apoyos que no dan los funcionarios sino la sociedad que paga sus impuestos para recibir servicios culturales y de educación.

No sé si muchos, pero algunos hemos participado en proyectos de becas o apoyos para la formación académica de individuos, para su superación y consolidación educativa y cultural. Las convocatorias exigen paridad en los miembros de los jurados, que incluyen especialistas de diversas disciplinas para revisar y discutir los proyectos, la viabilidad de sus propuestas, y sobre todo la imparcialidad de juicios, que se basan más en los proyectos que en las personas. El problema entonces en México es que se califica a la persona y no al proyecto presentado. Muchas veces, como me lo han dicho varios conocidos que han actuado como jurados, es porque son muy cuates, porque «ya les toca» o porque son contertulios, porque coinciden en gustos, porque premio llama a premio y dinero atrae a dinero, porque es una persona muy influyente, porque ya tuvo un cargo, porque es una empresa editorial de moda, porque ha publicado a fulanito y manganito o «porque deseo ser editado por ellos, o porque es mi editorial y no me los quiero echar en contra». En fin, porque las personas de ese gran aparato burocrático saltan de un puesto a otro y hacen las cosas de la misma manera, redactan de otro modo lo mismo, o porque así «funcionan» las cosas, ¿para qué o para quién?

José Manuel Recillas también abona en esta polémica y nos aproxima a la relación entre la meritocracia del Sistema Nacional de Investigadores  (SNI) o snif, como le dicen algunos universitarios, y la del SNC. Por cierto, que algunos de los escritores y también académicos, insaciables becarios, van alternando, según les convenga entre una y otra opción. Lo cierto es que ambas formas de estímulo a la «producción» no necesariamente dan lugar a obras de relevancia o de significados propositivos. La meritocracia ha hecho mucho daño al ambiente intelectual de este país y de otros, donde no se avanza mucho en ciencia, tecnología ni en estudios humanísticos. La ausencia de crítica profesional, más allá de los estímulos a la producción académica, es un hecho palpable. Pueden compararse sin vanidad los trabajos de iniciativas culturales independientes, de gestores culturales, de traductores por la libre, de editores, de periodistas culturales, de promotores que de manera sincera y genuina entregan a la comunidad sus productos sin estudiar la legislación de las oportunidades institucionales. Con todo, no se trata de renunciar a lo que el Estado está obligado a entregar a los creadores sin exigir nada que no sea la realización de un proyecto, de un trabajo al que respalda una solicitud de apoyo específico. No vale rasgarse las vestiduras sino dar la cara en esa demanda, exigir lo que por ley pertenece a la sociedad y no a los funcionarios y burócratas que están para servir y ser sancionados si no lo hacen de manera justa y legal.

 

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  1. Jaime Velázquez