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Balam Rodrigo. Iceberg negro. Algo sobre su poesía

iceberg-negroDel poeta, joven aún, Balam escribe al también aún joven Jair Cortés. Ambos pertenecientes a nuevas horneadas de la lírica mexicana, poseedores de registros y tonos maduros, de bagajes informativos amplios, emiten señales claras de recambios generacionales.

 

 

LA POESÍA DE BALAM RODRIGO:

ICEBERG NEGRO, LA LUZ DE LA SOMBRA CONGELADA

Jair Cortés

 

La palabra poética se basta a sí misma no sólo para nombrar al mundo sino para designar lo que se oculta en él; una vez consumado el poema, los claroscuros del espíritu humano y la naturaleza hacen evidente el sentido que tienen para comprender la vida. Balam Rodrigo (nacido en Villa de Comaltitlán, Chiapas, México, en 1974), ha asumido con total compromiso la búsqueda de ese «sentido» a través de la escritura poética; su prolífica obra (casi una veintena de libros publicados) está escrita desde diversas zonas del lenguaje y experiencias tan variadas que van desde la recuperación del habla coloquial hasta la experiencia mística. Al ser tan abundante, la obra poética de Balam Rodrigo exige una lectura atenta a los cambios de dirección estilística y espiritual que el poeta propone: en Bitácora del árbol nómada, por ejemplo, Balam Rodrigo recupera una postura que podría parecernos, a primera vista, sólo una actitud heredada de las vanguardias latinoamericanas pero que es, a un mismo tiempo, la recuperación de un pasado lingüístico de una geografía específica, la región del Soconusco, en Chiapas: «El marimbar de la lluvia es abrilésima nostalgia/ un olor de mangos resucita los bemoles/ que la tarde hiere al percutir su música de zinc/ tras goterones y aguaceros». Una poesía nutrida de musicalidad que canta las imágenes de un pasado ancestral, novedosas y llenas de armonía para un lector contemporáneo. De esta propuesta, Balam Rodrigo salta a un libro lleno de riesgos, Braille para sordos, en donde un ánimo sinestésico provoca un extraño y perturbador diálogo entre la fotografía de Diane Arbus y los poemas en prosa (con tintes ensayísticos) que revelan el alma de seres que habitan en las grietas de un «mundo normal» y cuyas voces se mezclan con las de César Vallejo y Jorge Luis Borges: «Toda belleza es monstruosa, aunque no hay más monstruo que el corazón. Toda fotografía de Diane es un juguete poético, un fragmento de la eternidad…».
        La poesía de Balam Rodrigo, que ha sido reconocida con múltiples premios y también con una gran cantidad de lectores, se lee desde diferentes geografías verbales hasta alcanzar una aforística actitud de profeta, como en Iceberg negro, libro que hoy nos convoca, en donde el cosmos onírico del hombre es el quicio que permite el tránsito hacia lo divino: «Bajo la sombra de los árboles, y en medio del silencio y la tierra escarbada por cuchillos de luz muerta, alguien me dicta con sílabas negras este oscuro testamento de niebla: el poeta es un ángel que atraviesa el corazón con la lengua desenvainada». Como su título lo indica, Iceberg negro, estamos frente a una imagen que aparentemente funda sus cimientos en la paradoja, pero cuya búsqueda es la reconciliación entre la luz y la sombra. Tan afortunado es el título que en sí mismo entraña un conjunto de significados que habrán de abordarse a lo largo del libro: la fría condición de las alturas a las que el espíritu humano se somete, la negra pesadumbre que va mezclándose con la presencia del alba de la conciencia, lo pesado y lo ligero, el mundo y la palabra, el hombre y el ángel: «Bebí de los espejos el ártico reflejo del invierno, sus médanos de rabia, su caspa glaciar y punitiva. Y amén del vino servido en manos gastadas por querubes y ángeles de luto, bebo del poema y su gélido veneno quemándome la vid que vaga entre mis venas». Iceberg negro, dividido en siete partes, un prólogo y un epílogo, comienza como una batalla, una tensión que amenaza con desgarrar los límites de la condición humana e íntima, pero que termina por conquistar la redención de lo etéreo. Poesía en donde se cumplen ciertos principios del Barroco, como el Horroris vacuis (horror al vacío), la saturación de formas, pulcritud del lenguaje y la danza de los claroscuros, Iceberg negro es uno de los libros de poemas que revitalizan nuestro idioma desde una experiencia mística, sagrada, donde el hombre se reúne con lo divino, teniendo a la palabra como puente y lazo. Aquí, Balam Rodrigo muestra sus más caras virtudes: un dominio extraordinario del lenguaje que implica una precisión impecable, sumado a un brillo inusitado tanto en las formas como en su temática.
        En este nombrar heridas y hallazgos de luz se sitúa la poesía de Balam Rodrigo (entre cuyas pasiones se encuentran el futbol, la teología y la biología), un poeta que cifra el misterio de vivir entre la espada y la palabra, y cuyos frutos, de una madurez admirable, nos devuelven el sentido perdido.

Iceberg negro (Colección Atrasalante Poesía #7, Ediciones Atrasalante/ Coneculta-Chiapas, México, 116 p., 2015).

Tijuana, Baja California, Mayo de 2016.