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Francisco, Frank, Meza. Abigael Bohórquez, «Poesida».

abigail-bohorquezA propósito de la reciente aparición del libro Abigael Bohórquez. Poesía reunida e inédita, publicado por el Instituto Sonorense de Cultura, le vino a la mente uno de los más significativos títulos de poesía escritos en la segunda mitad del siglo XX en México: Poesida

 

 

Poesida: destierro y muerte

poesidaA propósito de la reciente aparición del libro Abigael Bohórquez. Poesía reunida e inédita, publicado por el Instituto Sonorense de Cultura,me vino a la mente uno de los más significativos títulos de poesía escritos en la segunda mitad del siglo XX en México: Poesida, en cuyas páginas se expone un uso  insurgente del idioma y, simultáneamente, un preciso manejo de las formas líricas castellanas, logrando, con esa peculiar conjunción de referentes y licencias, la apertura de nuevas rutas de cabotaje en la tradición poética nacional.     
Crecí en la década de los noventa cuando la palabra sida lapidaba toda esperanza de lúbrica libertad; el solo vocablo guardaba una amenaza apocalíptica dirigida a todos aquellos nuevos y futuros pecadores que habrían de pagar con el envenenamiento de su sangre y el desmoronamiento de sus huesos todos los insanos excesos de sus antepasados.

Nos aterrorizaba más el estigma de la enfermedad que su mortuorio desenlace, temblábamos en la vigilia y en el sueño, pensábamos los laboratorios de análisis clínicos como algo muy simular al patíbulo para los condenados. ¿Quién no nos señalará con su dedo incendiario si salgo positivo? Fue un cuestionamiento que muchos, y muchas, contemporáneos nos hicimos en la incertidumbre de nuestra soledad después de una noche de desbarrancamientos o en  la salita de espera aguardando los resultados de los análisis sanguíneos.

El sidoso fue en esa década, al igual que en los ochenta y los setenta, el nuevo leproso de las avenidas mundiales, y siguiendo esta terrible analogía, la sala para la atención de los portadores del VIH, los nuevos leprosorios de los últimos años del milenio.

Alrededor del sida se creó toda una mitología urbana que se fundamentaba tanto en apuntalamientos científicos como hasta en la más absurda imaginería desde donde la vox populi propagaba leyendas mercenarias, las cuales recrudecían los efectos colaterales de la epidemia, colocando a los infectados en el repudio y exilio colectivo. En fin, el sexo se plastificó y jamás volvió a ser lo mismo, una pequeña laceración en la encía podía ser la grieta por donde el virus entrara a tu sistema, cualquier fluido corporal suponía un caballo de Troya donde silenciosa se alojaba la muerte.

No he conocido en lengua española un libro de poesía que profundice y exponga la incertidumbre y la angustia de ser portador del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida con mayor eficacia y audacia lingüística que Poesida, del poeta sonorense Abigael Bohórquez, el cual fue escrito en 1991 y vio la luz pública en 1996 a través de Ediciones los Domésticos de Tijuana B.C.

Poesida es un puente que te permite acceder más a un estado anímico, a una atmosfera anímica, que al desarrollo puntual de un temática médica. En este libro el sida significa pánico, agotamiento, desmembramiento, persecución, exilio y muerte. Su lectura nos recuerda que este virus no solo se concebía como una enfermedad sino que además era visto como una corrupción social. El enfermo de sida perdía su condición de convaleciente para convertirse en un trasterrado, en fin, no merecía de la comunidad cuidado ni auxilio.

La cacería de brujas ensañada contra la comunidad gay puede, sin hipérbole de por medio, compararse a una segunda inquisición; era, en palabras de religiosos, una plaga de origen divino, un castigo que solamente pudo ser concebido desde la ira de dios.

Sin concesión alguna, sin permitirse regodeos moralinos, Bohórquez retrata el espíritu de una época de infectados, de un tiempo de desbastecidos y expulsados sociales. Lo hace desde un lenguaje posmoderno, que ya venía practicando a lo largo de su obra, es decir, incorporando referentes populares y expresiones coloquiales que se alejan de aquello que se entiende y se asume como culto, como legítimo; logrando reunir formas clásicas con otro tipo de expresiones o usos lingüísticos como el spanglish, así como con moldes métricos de la canción ranchera y el bolero mexicano, mismos que se nutren del romance español. Sus poemas son un mosaico del idioma, una manifestación folclórica que oscila entre eso que se conoce como alta cultura y el arte urbano y popular. Me atrevo a pensar que Bohórquez se sentiría muy complacido si viera en una barda una pinta de sus versos:

Oh trasvestis casi perfectos de los carnavalitos,
Oh veddetes culimpinados de los gimnasios,
Oh locorronas de las sacristías,
Oh pobrecitos de aldea
Apedreados por el vecindario
Cercados por los perros,
Ahorcados y quemados en la noche sin tregua;

Al igual que López Velarde en Zozobra y en El son del corazón, la verdadera insurgencia y originalidad de este libro radica en su forma, en su estructura idiomática, que tiene la capacidad de incluir tonos y estilos tan divergentes como la música norteña y el Siglo de Oro español mientras que genera alucinantes formas de adjetivación. Desde ese apuntalamiento podríamos reconocerlo como uno de los primeros bardos posmodernos en nuestra tradición, clasificación que seguramente le tendría sin cuidado al autor; sin embargo, se ajusta a ciertos preceptos como el ejercicio de la sensibilidad ante lo diferente, la legitimización del hedonismo en medio de un contexto abyecto, así como la utilización léxica de diferentes registros culturales. En fin, la impugnación de tradiciones líricas solemnes y casadas con la idea de pureza.

Me sorprende el aparente desenfado con el que Abigael logró hacer memorables las anónimas tragedias, el tono con el que le dio nombre a aquellos espectros estigmatizados por una comunidad inquisitoria y mezquina petrificada en sus muy convenientes convenciones, en sí su preocupación por el otro. De igual modo, me parece sumamente destacable ese diálogo desacralizado con el que se dirige a Dios, una suerte de místico-ateo que logra pensarse en la soledad de la masacre. No es gratuito que el libro abra con un rezo encomendándose al altísimo, es desde nuestro punto de vista, una ácida y certera crítica a la posición católica sobre la homosexualidad, así como a su postura sobre VIH como un castigo divino. Esto es, utiliza el discurso católico para hablar sobre aquello que los católicos estigmatizaban.

Cuando ya hube salido
de cárceles, burdeles, montepíos, deliquios,
confesionarios, trueques, bonanzas, altibajos,
elixires, destierros, desprestigios, miseria,
extorsiones, poesía, encumbramientos, gracia,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste. Y acato.

Como he querido expresar, la fuerza de este poeta, aún marginal dentro la tradición mexicana, encuentra su génesis en la beligerancia y velocidad con la que usa su lengua; la rabia y la desolación son las batutas con las que va imponiendo su ritmo vital poema por poema; su poesía late dentro de su mortaja, encontrando sabiduría en aquellos lugares baldíos y regularmente ignorados por el  stablishment poético.

Aunque parezca paradójico, la condición de outsider dota de vitalidad el pulso con el Bohórquez habla de la muerte. Esto puede observarse a precisión en el apartado de «Retratos», ya que los escenarios son propiamente carnavalescos, es como si el lector entrara a un baile de máscaras y pudiera observar a Lesbia Roberto, a la Pájara Gustavo, a Daniel L´amuor o a Braulio Ayeres danzando sobre el eje de su inevitable fallecimiento.

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Francisco Meza
La palabra sida en la actualidad no es un slogan, como lo pensó o como lo quería creer Abigael, de los años ochenta; la palabra sida no es un grafiti arqueológico sobre algún muro abandonado ni un término médico abatido por la ciencia; prosigue el VIH marcando la piel y nutriendo los temores de la tribu; su cura se encuentra lejana o habita en una geografía de nieblas instituida  por las grandes farmacéuticas. El sida como bien lo dijo Abigael: «qué palabra tan honda, que encoge el corazón y nos lo aprieta», continúa entre nosotros con desoladora vigencia.

Por ello, pienso en Poesida como uno de los libros de mayor peso de la última década del siglo XX en Iberoamérica, un libro breve que no describe, como ya lo había mencionado, puntualmente a una enfermedad sino que ilustra la condición de aquel que es exterminado de adentro hacia fuera mientras que simultáneamente es aniquilado de afuera hacia dentro, congraciándose y pudriéndose en una doble muerte.