Las voces del silencio. Svetlana Alexiévich

sofia-castillonDesde Argentina, Sofía Castillón Arancibia nos invita a leer esta obra de la premio Nóbel de Literatura 2015, “Voces de Chernóbil, Crónica del futuro”, que da cuenta de una de las mayores catástrofes industriales y políticas de Progreso del siglo XXI.

 

 

 

Las voces del silencio

Sofía M. Castillón Arancibia

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Sofía Castillón Arancibia

Voces de Chernóbil
Svetlana Alexiévich
Editorial Debate
Argentina, 2015, 405 págs.

 

Si pudiera elegir mi muerte, pediría que fuera común y corriente.
No como las de Chernóbil.
CORO DE SOLDADOS

El 26 de abril de 1986, a la 1 h 23’ 48’’ se produjo una de las mayores catástrofes nucleares en la historia de la humanidad. En el cuarto bloque energético de la central atómica de Chernóbil en la Unión Soviética, actual Ucrania, el reactor nuclear fue destruido a causa de una serie de explosiones. Chernóbil ha sido silenciado tanto por los actores políticos responsables de la tragedia, como por la indiferencia cómplice de la comunidad internacional.
       Hoy en día continúa siendo un misterio saber qué pasó. Quiénes son los responsables, es una pregunta abierta y escrita con impunidad. Cuál es el alcance del problema, forma un cuestionamiento que los organismos internacionales prefieren no realizar, pero que es factible de ser pensado si se tiene en cuenta que la nube tóxica ya dio dos vueltas completas al globo terráqueo.
       Chernóbil es un aliento que no se oye, y que da cuenta de la mirada indiferente que ha circunscripto a límites geográficos el desastre cuyas consecuencias abarca a todos los seres vivos. Chernóbil no es sólo la ruptura de lo poco que quedó de los valores modernos luego de Auschswitz, Hiroshima o Nagazaki, sino que también constituye una de las mayores tragedias en la historia de la vida en la Tierra.
      Voces de Chernóbil, Crónica del futuro es una compleja investigación realizada por Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura 2015. La periodista, quien ya nos ha dado muestras de su capacidad para abordar con empatía y sensibilidad los relatos sobre el dolor humano, ubica a Chernóbil como un paradigma que irrumpe en la historia, un quiebre en la concepción del tiempo, un cuestionamiento sobre el potencial destructivo del ser humano.
      Una necesaria nota histórica ubica al lector en el contexto magnánimo del horror. En la tinta se reflejan nuestras preguntas, enfrentadas a la contradicción de que ante la mayor tragedia energética, humana, extensiva a toda la naturaleza, aún tengamos capacidad de asombro sobre los datos que arroja Alexiévich. Y más aún, la información que no existe, que fue borrada, que se oculta, y que se olvida. La respuesta es triste, y se confunde en la red de intenciones políticas implicadas en el circuito perverso de manipulación mediática. El silencio cómplice enseña el sufrimiento del otro como una circunstancia ajena. El desconocimiento y la mentira pueden ser crímenes sociales.
      En una entrevista consigo misma, Alexiévich nos muestra su experiencia como ciudadana bielorrusa, un testimonio protagónico sobre la incapacidad para entender la catástrofe: ¿es posible comprender el fin de la vida en la Tierra, conservar la esperanza y la fe en el ser humano después de Chernóbil? La escritora bielorrusa detalla:

Svetlana Alexiévich
Svetlana Alexiévich

(…) Belarús seguía siendo un país agrícola, con una población eminentemente rural. Durante los años de la Gran Guerra Patria, los nazis alemanes destruyeron en tierras bielorrusas 619 aldeas, con sus pobladores. Después de Chernóbil, el país perdió 485 aldeas y pueblos: setenta de ellos están enterrados bajo tierra para siempre. Durante la guerra murió uno de cada cuatro bielorrusos; hoy, uno de cada cinco vive en un territorio contaminado. (…) Como consecuencia de la catástrofe, se han arrojado a la atmósfera 50 x 106 Ci de radionúclidos; de ellos, el 70 por ciento ha caído sobre Belarús.

      Un sarcófago construido precipitadamente en un contexto de confusión política y social guarda cerca de 200 toneladas de material nuclear, y la falta de rigurosidad en su armado permite que en la actualidad los aerosoles radioactivos continúen desprendiéndose. El sarcófago es un difunto que respira. Respira muerte.
      Los testimonios son presentados en el libro como monólogos, aunque también podrían ser parte de una diatriba. Son monólogos porque no han encontrado un interlocutor en la historia que se haga cargo de sus vivencias con justicia. Ignorados desde el aspecto político, que redujo a sus héroes a la expresión mínima de carnada necesaria para sostener lo que quedaba de un sistema ya consumido; desoídos por el mundo, que prefirió olvidar antes que enfrentar los peligros de la energía nuclear; despreciados por quienes no han sufrido la radiación en su cuerpo, y a raíz de las informaciones deformadas por los medios de comunicación sembraron miedo a enfrentarse con las experiencias miserables de quienes sacrificaron su vida para salvar la de otros.
      Los relatos nos muestran la catástrofe anclada en la vida cotidiana, la vida de lo ordinario en unas gentes corrientes. Chernóbil quebró la existencia de una sociedad cuyo estoicismo no admite una vida sin el átomo. Los héroes de Chernóbil se han sumergido en las venas del reactor para evitar un cataclismo aún mayor. Ofrecieron sus cuerpos. Explotaron sus pieles en erupciones como producto de las altísimas dosis de radiación recibidas. Barrieron el material nuclear con palas rudimentarias y mataron a tiros a los animales domésticos que quedaban en la zona. Soportaron los roentgen desnudos cuando las máquinas no fueron capaces de hacerlo. Y callaron. Dice Alexiévich:

(…) me han llegado opiniones según las cuales el comportamiento de los bomberos que la primera noche apagaron el incendio en la central atómica, así como el de los liquidadores, recordaba al de los suicidas. Un suicidio colectivo. Los liquidadores trabajaban a menudo sin uniformes especiales de protección, se dirigían sin protestar allí donde <morían> los robots, se les ocultaba la verdad sobre las altas dosis recibidas, y ellos se resignaban a ello, y luego se alegraban incluso al recibir los diplomas y las medallas gubernamentales que les entregaban poco antes de su muerte. (…) ¿de quién estamos hablando, de héroes o de suicidas? ¿De víctimas de las ideas y la educación soviéticas?

            El libro se compone de tres partes, La tierra de los muertos, La corona de la creación, y La admiración de la tristeza. Cada una de ellas finaliza con un coro que cantan las tres principales víctimas de Chernóbil: los soldados, el pueblo, y los niños.
      Los soldados han sido liquidadores del material nuclear, y sus cuerpos serán consumidos por la tierra antes de que el mismo proceso pueda realizarse sobre la radiación absorbida; cuerpos que ya no son cuerpos, y que cuando lo eran, fueron tratados como materiales tóxicos, elementos peligrosos para la vida:

(…) Los robots se morían. Nuestros robots, creados por el académico Lukachev, se hicieron para explorar Marte. Y estaban los robots japoneses, que tenían apariencia humana. Pero decían que se les quemaban todas las entrañas por la alta radiación. En cambio, los soldaditos, corriendo con sus trajes y sus guantes de goma, éstos funcionaban. Tan pequeñitos que se les veía desde el cielo.

Los soldados que enterraron toda la vida contaminada por Chernóbil, volvieron a un mundo que les dio la espalda. En las llamadas fosas comunes enterraron los objetos contaminados, su salud y su futuro. Fueron obligados a mantener un secreto que el mundo se ha negado a oír:

(…) Nos hicieron firmar que mantendríamos el secreto. He callado.
Y si me hubieran dejado hablar, ¿a quién se lo podría haber contado? Inmediatamente después del ejército me convertí en inválido de segundo grado. Trabajaba en la fábrica. El jefe del taller me decía: <para de estar enfermo, porque te voy a echar>. Me echaron. Fui a ver al director.
– No tiene usted derecho. He estado en Chernóbil. Os he salvado. Si no fuera por mí…
– Nosotros no te mandamos.

El coro del pueblo pregona una música resignada al sufrimiento. Nosotros siempre hemos vivido sumidos en el terror; sabemos vivir en el terror; es nuestro medio natural de vida. La población ha tenido que reconstruir el país y sus vidas múltiples veces; durante las guerras, la ocupación, las purgas, los cambios de gobierno, y Chernóbil. En el último caso, debieron enterrar incluso sus casas. Chernóbil, sin embargo, significa un terror diferente al jamás vivido; un terror sin enemigos al que poder acusar, sin explicaciones públicas, donde la población rural aferrada a expresiones religiosas encuentra en la ciencia un sinónimo de sufrimiento y abandono. Las madres y los padres se vieron obligados a aprender a compartir con sus niños el juego de la muerte:

Ya hace dos años que mi niño y yo vivimos en la clínica. Las niñas pequeñas, con sus batas de hospital, juegan a las muñecas. Sus muñecas cierran los ojos. Así mueren las muñecas.
– ¿Por qué se mueren?
– Porque son nuestros hijos, y nuestros hijos no vivirán. Nacerán y se morirán.

El coro de los niños anuncia un pasado formado por recuerdos anclados en el inminente quiebre en sus vidas. Desde su mirada, Chernóbil ha significado una existencia reducida a los límites del hospital, someterse a la exhibición científica del dolor y la soledad. Niños que rechazan la técnica y el futuro como experiencias transformadoras. Además, debieron aceptar sucesivas muertes, y resignarse a ser libres sólo en el mundo de los sueños:

(…) Pero llega mi madre. Ayer colgó un icono en la sala. Susurra algo en un rincón, se pone de rodillas. Todos callan: el profesor, los médicos, las enfermeras. Se creen que yo no sospecho nada. Que no sé que pronto moriré. Ellos no saben que por la noche aprendo a volar.

Con espíritu de tragedia, los coros anuncian y juzgan la fatalidad; sólo que en este caso, la catarsis se proyecta sobre el pasado. La dimensión psicológica de los eventos se comunica con una voz estéril; en el lector, el silencio es un escalofrío sobre la falsa ceguera, abrir los ojos para descubrir las peores miserias en el ser humano. Los coros de Alexiévich son fantasmas que asumen las penas en carne propia, con resignación.
      Una solitaria voz humana se alza al inicio y al cierre del libro. Los testimonios de las mujeres que han entregado a sus maridos a la causa de Chernóbil son una diatriba contra la soledad. Para acompañar a los liquidadores, dieron como ofrenda sus propios cuerpos, su salud, y hasta la vida de sus hijos:

Yo la mate. Fue mi culpa. Ella, en cambio… Ella me ha salvado. Mi niña me salvó. Recibió todo el impacto radioactivo, se convirtió, como si dijéramos, en el receptor de todo el impacto. Tan pequeñita. Una bolita. (…) ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede matar con el amor? ¡Con un amor como éste! ¿Por qué están tan juntos? El amor y la muerte. Tan juntos.
LIUDMILA IGNATENKO, esposa del bombero fallecido VASILI IGNATENKO

El relato de las esposas de los liquidadores se escribe desde el amor. No construye un discurso político que busque la transformación de la sociedad, sino que dibuja un reclamo desde la perspectiva de los sentimientos. Son las historias sobre la pérdida del ser amado, para quienes desde su juventud creyeron que las masacres habían terminado junto con la Gran Victoria.
      Durante la Guerra Fría con Estados Unidos, las explosiones en el reactor enfrentaron al hombre con los límites de su propia razón, con su infinita imperfección. Las miradas parciales y los requerimientos profesionales que en la actualidad exigen la extrema especialización científica, no admiten tejer mapas capaces de relacionar sucesos en simultáneo: la Física no realiza una lectura contextualizada al momento de argüir las causas técnicas; la Historia no puede observar a un pueblo sobreviviente que pudo haber sido extinto durante la ocupación alemana, y que ahora debe enfrentarse a abandonar lo último que quedó de la paz; la sociedad prefirió aceptar las versiones parciales alimentadas por los medios de comunicación, antes que enfrentar una de las mayores mentiras políticas en la historia; nosotros, la humanidad en su conjunto, que hemos dado la espalda a estos testimonios, insistido en continuar nuestras vidas sin mirar las nubes tóxicas sobre nuestras cabezas.
      ¿El concepto de memoria es excluyente del Pasado y del Futuro? Voces de Chernóbil atraviesa el tiempoy se proyecta sobre el devenir. Theodor Adorno declaró que escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. Sin embargo, el Holocausto resultó la expresión más extrema de una crueldad que ya se había conocido en el pasado, atravesó los límites de la capacidad destructiva del hombre y posicionó el odio en un lugar de privilegio enfrentando al hombre ilustrado; Pero aún podía ser leída con esfuerzo dentro de la historia de odio entre hombres. Alexiévich presenta a Chernóbil como una catástrofe del tiempo. No es posible encontrar en el pasado elementos que nos permitan explicar el horror en el presente:

En Chernóbil se diría que están presentes todos los rasgos de la guerra: muchos soldados, evacuación, hogares abandonados… Se ha destruido el curso de la vida. Las informaciones sobre Chernóbil están plagadas de términos bélicos: átomo, explosión, héroes… Y esta circunstancia dificulta la comprensión de que nos hallamos ante una nueva historia. Ha empezado la historia de las catástrofes… Pero el hombre no quiere pensar en esto, porque nunca se ha parado a pensar en esto; se esconde tras aquello que le resulta conocido. Tras el pasado.

Alexiévich ubica la catástrofe de Chernóbil como una catástrofe cósmica, y una catástrofe de la conciencia en la que el mundo de nuestras convicciones y valores ha saltado por los aires. Las tierras de Chernóbil son prohibidas, sin embargo muchos sobrevivientes han vuelto a sus casas y viven en ellas, a pesar de los peligros de la radiación. La familia K-v, exiliados de la guerra de Tayikistán encontraron refugio en medio de la muerte: “¿Por qué hemos venido aquí? ¿A las tierras de Chernóbil? Porque de aquí ya no nos echarán. De esta tierra, no. Porque ya no es de nadie. Solo de Dios. Los hombres la han abandonado.”
      El lenguaje encuentra sus límites en el horror. Víktor Latún dice “¿Por qué me he hecho fotógrafo? Porque me faltaban palabras.”La palabra como creación humana se cuestiona y replantea en el devenir del texto. En La tierra de los muertos, Nikolái pregunta “¿Es verdadero el mundo grabado en la palabra? Ésta es la pregunta. La palabra se halla en medio entre el hombre y el alma.”El horror, el abandono de Dios al hombre, llena las memorias con un silencio pagano. Una plegaria late dentro de las expresiones lingüísticas.
      ¿Es la memoria un intento de integrar a la cultura a aquellas vivencias que no podemos comprender? Yevgueni Alexándrovich Brovkin, profesor de la Universidad Estatal de Gómel, cuestiona:

¿Por qué no se escribe nada sobre Chernóbil? ¿Por qué nuestros escritores tratan tan poco el tema de Chernóbil?; siguen escribiendo sobre la guerra, sobre los campos de trabajo, pero de esto nada. Habrá uno o dos libros y se acabó. ¿Cree usted que es una casualidad? El acontecimiento aún se encuentra al margen de la cultura. Es un trauma de la cultura. Y nuestra única respuesta es el silencio.

La educación soviética, que ya había instruido un fuerte sentido del deber, logró que los soldados liquidadores se ofrecieran a entregar su vida por una causa mayor. El individuo se desdibuja bajo el concepto de Patria. Las instrucciones de seguridad, lejos de comunicar los riesgos de la tarea, constituyeron discursos políticos con lenguaje bélico que buscaron convencer basándose en el concepto de héroe. El liquidador Arkadi Filin recuerda:

(…) Yo sólo leía los titulares: CHERNÓBIL: TIERRA DE HÉROES; EL REACTOR HA SIDO DERROTADO; Y, SIN EMBARGO, LA VIDA SIGUE. Había entre nosotros comisarios políticos, que daban charlas políticas. Nos decían que debíamos vencer. ¿A quién? ¿Al átomo? ¿A la física? ¿Al cosmos?
Para nosotros, la victoria no es un acontecimiento, sino un proceso. La vida es lucha.

El relato del operador de cine Serguei Gurin es un sincero cuestionamiento a la construcción discursiva de las ideologías. Para el filósofo marxista Louis Althusser (1918-1990) las ideologías atraviesan las estructuras que operan como agentes represivos inevitables para el funcionamiento del orden social; se trata de la relación del sujeto con sus condiciones de existencia. Desde esta perspectiva, la ideología trasciende el concepto de tiempo, mirada desde la cual no sorprende la visión del periodismo, que viciada por la tradición soviética, buscó alzar símbolos conocidos que permitieran identificar a Chernóbil con experiencias anteriores. Dice Gurin:

Después de la filmación, el zootécnico me llevó a una zanja gigantesca; allí es donde habían enterrado a todas aquellas vacas. Pero no se me ocurrió filmar aquello. Me coloqué de espaldas a la zanja, y me puse a filmar en la mejor tradición de los documentales soviéticos: los tractoristas leen el periódico <Pravda>. El título en letras gigantes: <LA PATRIA NO OS ABANDONARÁ>. Hasta tuve suerte: miro y veo una cigüeña que se posa en el campo. ¡Todo un símbolo!

El relato cuestiona cuál debería ser el papel del periodismo ante las circunstancias que no se comprenden. Las imágenes forman discursos cargados con ideología, por lo cual se hace necesario enfrentar el mundo con mirada crítica para no continuar alimentando los textos con lugares comunes. Pero, ¿cómo es posible filmar lo que rompe con todo lo aprendido durante generaciones y que no puede comprenderse? Gurín observa:

Y de pronto me descubro a mí mismo filmando aquello como lo había visto en las películas de guerra. Y al mismo tiempo noto que no solo yo, sino también la gente que participa en toda aquella acción se comporta de manera parecida. Se comporta del mismo modo que en otro tiempo.

Ante el horror de Chernóbil, la belleza aparece ligada al miedo. La belleza en los paisajes rurales que son tierras contaminadas; la solidaridad de las víctimas en cuyos relatos subyace el anhelo del amor, el deseo de retornar a la vida cotidiana. Dice Guenadi Grushevói, diputado del Parlamento de Bielorrusia y presidente de la Fundación Para los Niños de Chernóbil: “Lo que más me asombró fue la combinación de belleza y miedo. El miedo dejó de aparecer separado de la belleza, y la belleza, del miedo. El mundo al revés.”
      La belleza se presenta, también, como resistencia del ser humano ante el instinto. Una respuesta consciente al caos, a las consecuencias de las expresiones que alejan al hombre de la condición humana. Nadezhda Petrovna Vigóvskaya recuerda:

(…) Hasta hoy tengo delante de mis ojos la imagen: un fulgor de un color frambuesa brillante; el reactor parecía iluminarse desde adentro. Una luz extraordinaria. (…) Algunos venían desde decenas de kilómetros en coches, en bicicleta, para ver aquello. No sabíamos que la muerte podía ser tan bella.

Chernóbil es la puesta en jaque del mundo de la ciencia y del mundo de la fe. Las creencias, que han sido cimento para los procesos ideológicos de la sociedad soviética, luego de Chernóbil sufrió un quiebre y transformación. La fe en los ideales rusos perdió ante el individuo como objetivo último de las acciones colectivas. El alza atómica en una sociedad rural, obligó al péndulo que oscilaba entre la ciencia, la técnica, y las creencias, a suspenderse sobre la tensión de las fuerzas. Desde la mirada soviética, Chernóbil empujó al mundo a hablar de Dios y del mercado al mismo tiempo. A diferencia de las guerras patrias, Chernóbil es un tejido de desesperanza y de pérdida de fe en el futuro. Nadezhda Afanásievna Burakova, habitante del poblado urbano Jóiniki, dice:

La gente dice que la guerra… La generación de la guerra… Y las comparan… ¿La generación de la guerra? ¡Pero si esa gente era feliz! Vivió la victoria, ¡Salieron vencedores! Esto les infundió una gran energía vital, o dicho en los términos de ahora, una poderosa carga de supervivencia. No tenían miedo de nada. Querían vivir, estudiar, traer hijos al mundo. En cambio nosotros… Nosotros tenemos miedo de todo. Tememos por nuestros hijos. Por los nietos que aún no han nacido. Aún no han nacido y ya tememos por ellos.

Chernóbil llenó de silencio la tierra y los sentidos: las abejas dejaron de zumbar, las flores dejaron de despedir perfume. Los valores rusos se diluyeron en el fuego atómico. La ciencia y la técnica cayeron en el ridículo, y la fe no logró encontrar un Dios capaz de explicar el horror. ¿Cuál es el papel de la palabra en este nuevo mundo, la oración, el testimonio? Con una mirada humana sobre el sufrimiento, Voces de Chernóbil constituye la voluntad de que el silencio no siga corriendo por las venas de la Historia.

marzo 2016, Buenos Aires