Palabras para arrullar a Eduardo Mosches. José María Espinasa

José María EspinasaJosé María Espinasa comenta el más reciente poemario, Los enemigos del silencio, del poeta argenmex, quien también dirige desde hace más de 30 años la revista literaria Blanco Móvil. Entre el rock y la canción de protesta, entre el decir y el respirar, dice Espinasa.

 

 

Palabras para arrullar a Eduardo Mosches en la presentación de Los enemigos del silencio
José María Espinasa

      Los enemigos del silencio es un libro, que desde el título mismo, busca que se reconozca su talante, a mitad entre nombre de grupo de rock y canción de protesta. Para su autor es claro que escribir poesía es una función vital, como lo es respirar, sin la cual se muere, pero también y de forma complementaria, una función cultural, como leer o cantar: sin respirar nos morimos, sin leer la gente vive perfectamente, según el expresidente Fox incluso más feliz. Pero es probable que el origen de esas necesidades biológicas y/o culturales sea lo que nos hace personas: el lenguaje. Hablar está a mitad de camino entre respirar y leer. Así frente al margen de autismo que hay en todo silencio en el habla está implícita cierta glosolalia e incluso verbosidad. Y Mosches al huir de lo primero no evita lo segundo: acepta su destino, acepta su destino como “enemigo del silencio”.

      Habría entonces que entender cómo se combate al silencio y qué es el silencio al que él se refiere. Por ejemplo, no es lo mismo guardar silencio que permanecer callado, no es lo mismo callar ante lo que se ve –los crímenes, por ejemplo- que callar ante lo que no se ve, la tristeza de una persona querida. Lo primero es en buena medida una cobardía, mientras que lo segundo  ese callar es una manera de hacerlo visible, audible, de no quedar en silencio aunque se guarde.  Eduardo, lo sabemos los que lo tratamos desde hace más de treinta años, no sólo escribe poesía para respirar sino para oírse hacerlo. Por eso sus textos en este libro dibujan un personaje-persona que es, sin duda, el autor. Pero no tener duda no significa reconocerlo en el retrato sino tal vez sentir cierta extrañeza ante lo que uno, por torpeza o insensibilidad, no ha percibido.  Por eso de pronto sentir esa “espera que sólo espera”.

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Eduardo Mosches
      El insomnio, esa experiencia central en el libro, es –dicen algunos que lo padecen-, como una sicosis: la espera del amanecer como algo que pudiera no llegar, que se tarda en llegar (no dejo de hacerles notar la paradoja de que para el insomne el amanecer se tarda, de la misma manera en que para el soñador o el dormilón el atardecer madruga). A lo largo de los poemas podemos ver hechos reconocibles y compartidos noticias en los periódicos, dramas colectivos- pero también su reverso: ¿el insomne espera la luz del amanecer como los mineros chilenos su liberación o como el agonizante la luz al final del túnel? Es esa espera la que nos impide desesperar, o es la que desespera.

      Por eso conforme la experiencia del insomnio se piensa a sí misma y ocurre como un transcurso la terrible evidencia de que la luz no lo cura, porque como nos hace ver en otros pasajes, mañana será otro día, es una frase que en su literalidad nos condena, pues la palabra mañana indica en su inminencia un presente liberador a la vez  de un pasado y de un futuro, es decir, un mañana. Lo curioso de ese mañana es que sea un mañana distinto o el mismo lo es siempre, como el insomnio, en compañía. Ya en otros libros de Eduardo me ha llamado la atención que hable un yo con un eco de un nosotros, no mayestático desde luego, sino compartido. Así la antítesis del silencio no es el ruido, tampoco, como a veces parece, el grito, ni tampoco –suena a pretensión- la música, sino el diálogo, la conversación, la plática (uso tres maneras de designar en español el mismo rito) en que adquiere sentido ese nosotros.

      El insomnio es un horizonte, por eso es tan terrible de un mañana que apenas llega está ya perdiéndose en el horizonte. Ni la terapia ni las pastillas nos enseñan a dormir, pero todavía menos enseñan a soñar, y si no duermo no sueño ¿o sí, Eduardo? O lo que se llama vida es este no dormir que terminó por costarle la vida a Antonio Ramos Sucre, patrón de los insomnes latinoamericanos. En fin, vuelvo al grupo de rock que me imagino alguna vez su autor quiso formar hace digamos unos cincuenta años para tocar alguna de los Beatles y soñar, ahora su libro parece decirnos a veces con violencia, por favor déjenme dormir que ya casi, ya casi puedo conciliar el sueño.