Alejandra Atala. El mural mágico lujurioso de Maciel

leonel-maciel-012El motivo del texto es la reciente develación, en casa de Kijano, que fuera la residencia de Erich Fromm, un mural de Leonel Maciel donde los placeres de la carne no respetan fronteras biológicas ni dietas vegetarianas.

 

 

Caminar una historia, caminar un mural… la cosmogonía de la Soledad de Leonel Maciel.

 

El mural de la remembranza despliega la visión de soslayo, de las páginas hernandianas a unos pies delgados vestidos en guaraches de suelas de llanta y con cuero blanco abrazados; la vista baja en los versos del Niño Yuntero, que ha nacido más humillado que bello; y sube por el arranque del limpio atuendo pantalón de mezclilla y el filo de una playa roja florecida en blanco, para llegar a un rostro bruñido y cincelado,  madurez vital enmarcada por el oleaje de una melena castaña y masculina. Limpia la mirada profunda, serena como el piélago aquel del vinoso ponto de nuestros ancestros, de esa patria que nos ha dado lengua y vocablos y manera de nombrar. Humildad limpia. Voz clara y profunda de exuberante gruta en sus requiebros de color firme, que saluda brevemente y se entrega a escuchar.

El mural de las evocaciones trae a mi alma la primera visión del pintor de la vida, artista que está vivo y que sigue la audiencia de los ritmos de su corazón tropical y la obedece. Hoy el cabello de espuma de mar, color que revienta en ondas tersas que han convocado del mundo y sus litorales la sustancia de su albura. La misma voz, limpia, la misma mirada limpia y dolorida de tanto ver, porque ese es su oficio y lo ejerce cabal, porque esa es su pasión y por eso duele y destila sus encuentros con su manera kamasútrica de hacer el amor con la forma y el color…
No, no sé cuántos murales como éste existen o han existido; no, realmente… sé que en la India y en Egipto, los hubo, los hay, mas como esculturas en cintillos de piedra; en Pompeya, sí, las formas humanas en su quehacer amatorio en los dinteles acariciando el umbral del abrazo convulso.

En el marco de la puerta, hoy, aquí, se hace la luz… tomando con suma delicadeza la centella que es fósforo y que es luciérnaga que ha escapado de la caverna azul, desde donde nace el sentido que Leonel enciende en apacible actitud, con el habano entre los labios y los ojos, en la llama. Llama que alumbra en sus ojos, la claridad de astro que toma la forma del rostro de 30 por 30 y 30 días en los que fue desplegando la música pictórica de su cosmogonía en el mural: muros asombrados en apariciones que van tomando definición y textura de placer…sin aspavientos, de placer…sin asombro, de placer nítido y mítico, rotundo y niño…por su libertad, por su origen y veneros… ese placer que sólo puede provenir de la creación… la del principio de los tiempos, ese que nace de la blancura de alabastro explayada en  el semen que es semilla de la  esencia nívea, que fecunda el ambiente de la tela.

Nace la luz y el color en los ojos del guerrerense de la costa chica, desde la misma Soledad, cuna y tierra que le dio patria a la fina lengua de su herramienta; nana primero y amante después y que ahora trasunta en homenaje y celebración en el encendido incendio de la polifonía plástica salpicada de murmullos delicados y procaces. El bullir de la vida que se actualiza en la aportación del arte de amar de Leonel, en la casa de Neptuno 9, que ahora es de su longánimo hermano de sangre y expresión, no fortuitamente representado como el mitológico Fauno que es el custodio que vela por la feracidad, fertilidad y floración de la naturaleza, en este caso, el muro y el mural y lo que ahí se manifiesta en esa morada, diseñada y construida por aquel que, de reflexión en reflexión escribió también “El miedo a la libertad” y que el pintor de marras a punta de maestría refuta con el talento del artista descarado y desnudo, que no habita la moralidad ni la inmoralidad, pero sí la amoralidad de quien es porque es, lo que es sin mayor explicación, artista en los matices del canto a sí mismo, en claves de Neruda, de Rabelais y de Pessoa, letras que lo pergeñan hacia el Canto a la Vida con toda la fuerza hormonal que empuja la concepción y la celebración de ésta en el erotismo explícito armonizado en la claridad del vergel que lo recibe, matriz de su esencia voluptuosa que lo devuelve en pantagruélica convivencia con el fauno y su letrada mujer, a la tierra próvida y sus frutos y su cumplir el amor cumplido de las especies, lenguaje anterior al rayo adánico, labrado en el dulce balbucir de la onomatopeya,  que es  música, signos de las esferas de esa tan suya percepción, ojos de mirada precisa, única, inequívoca de boca que exhala aliento que es historia, la cosmogonía que se cuenta en sustantivados gerundios que no acaban y se perpetúan en quien lo mira.

 

La vida y sus conjuntos  sueñan y se mueven en el Mural de Leonel Maciel, mientras un par de ratoncillos, por separado, mastican el Arte de Amar, de Erich Fromm.

Alejandra Atala

Junio 9, 2105