Desaparecidos. Nino Gallegos. México

nino-gallegosEl poeta mexicano, nacido en La Parrilla, Durango, y mazatleco por derecho y vida, comparte este largo poema dedicado a los jóvenes normalistas desparecidos a causa de la impunidad y la corrupción dominantes en México, pero sobre todo por la degradación social y cultural que sufre este país.

 

 

Desaparecidos

(En un país de sombras)

Nino Gallegos

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I

Cuando se los llevaron, ya iban muertos, sin que nadie los vieran pasar quién sabe a dónde, quizás a un no lugar, a ningún lado, a ningún sitio y a ninguna parte, no escuchándose ningún ruido, menos el silencio, adentrándose al monte como quienes fueron llevados a la fuerza y privarles de la libertad por ninguna causa, amontonándolos uno a uno hasta ser ninguno y someterlos a la experiencia única y última: desaparecerlos, heridos, asfixiados y matados como cuando se entra a un cuarto sin ventanas, sin puerta, sin piso, sin paredes y a cielo raso pringado de estrellas, poniéndole a la pira funeraria cuerpos, carnes, huesos y sangres, ardiendo a fuego arrebatado, apilados unos sobre otros como leños.

 

II

¿Y si no fueron a los que se llevaron cuando ya iban muertos con el espantajo del duelo, meciéndose entre los árboles, los pensamientos como pájaros negros?

 

III

Desde algún lado, desde algún lugar, desde alguna parte, y desde los pensamientos, salieron los pájaros negros, las palabras, los actos y los hechos, enrareciéndose más el mundo, el cielo y la tierra, la tarde y la noche, la medianoche y la madrugada, el amanecer y la mañana y el mediodía desde la hoguera funeral de los cuerpos.

 

IV

Cuando se los llevaron ya iban muertos, dijeron los que no los vieron con las ventanas y las puertas cerradas por dentro, los perros olisqueando y oteando un humo profundamente negro e invisible, emergiendo de la tierra requemada hacia el cielo negro con un mundo más negro y abstraídamente de chamuscados huesos y sueños, escuchándose los ladridos desde afuera y los alaridos desde adentro.

 

V

Cuando se los llevaron
Ya iban muertos con el espantajo  del duelo
Meciéndose en los árboles
Porque los pensamientos como los pájaros negros
No van volando a ningún lado
A ninguna parte y a ningún lugar
Acaso hacia abajo
En el ocaso y en el resplandor del fuego en una hoguera crepuscular, lunar y mortal.

 

VI

Desde algún lado, desde algún lugar, desde alguna parte, desde algún sitio, alguien dijo:
Ya me cansé
Y desde los pensamientos salieron los pájaros negros
Las palabras
Los actos y los hechos
Enrareciéndose más el mundo
El cielo y la tierra con la hoguera funeral de los desaparecidos
Machacándole a los huesos la memoria de los corazones aturdidos.

 

VII

¿Y si no eran ellos, los desaparecidos, a los que se llevaron cuando ya iban muertos?, preguntan los pensamientos con los pájaros negros, la oscuridad con las luces y las sombras, la noche, la medianoche, la madrugada, el amanecer, la mañana, el mediodía y la tarde desde la pira humana funeraria de los cuerpos.

 

VIII

De tanto atizarle con la rima al fuego de la poesía, alguien dijo que después de Auschwitz, no habría más poesía cuando el Holocausto y la Hoguera Funeral de los tiempos es lo que siempre es el comienzo, las mujeres violentadas y violadas, los hombres ejecutados y decapitados, los ancianos con un tiro de gracia por haber vivido y visto tanto, y, a los niños estrellándolos contra el mundo, en el cielo y sobre la tierra, reapareciendo la orfandad y la soledad, los gatos de la luna y los perros del sol, las tripas del hambre, las epidemias de la enfermedad, y, las pertenencias de la pobreza.

 

IX

Así, con la auto-compasión, la Historia de la condición humana, es la doble fagocitación en la memoria y en el corazón, naufragando en un charco global de sangre cuando llegamos a las orillas de la ignominia, solaz y espectacular, redescubriendo un renovado mundo de cielo y de tierra con el profundo negro  de ataúdes hechos de cenizas y huesos, advirtiéndonos:

 

X

Los desaparecidos, nunca regresarán.

 

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Post Scriptum:

No éramos ayer más que las cuencas vacías en los ojos de la vida, el paisaje del país en sombras calcinado, nuestras vidas que dejaron de ser nuestras para entregárselas al matadero de lo que se columbra más que en el atisbo de quien con la cabeza a pájaros emerge como un muchacho sazonado con la indiferencia del mundo y la indolencia del cielo sobre la tierra, rebuscándose en los carnes y en los huesos, en las tripas y en los órganos, en la piel y en el rostro desollado, hablándome de mí como si alguna vez haya existido en esta tu casa ardiendo en la soledad en un país de sombras cuando los otros muchachos de la vida estuvieron ayer conmigo conversando con los pensamientos y las palabras en el mundo y con los actos y los hechos desde un cielo hasta la tierra, escarbándonos las lágrimas del dolor desde más adentro, donde el amor inacabado es un florero roto en el camposanto de los muertos, el arbóreo transmigrar de las ramas a las hojas, jamás el fruto que apenas se estaba dando en las carnosidad de los labios, entre los dientes y las palabras:

No ha sido en vena más que en la sangre, regresando de los huesos y de las cenizas como eran ellos, sabiéndose o no lo que se supo, la vida pueda que esté en otra parte, en otro lugar, en otro sitio, y no en esté lado tan volátil en su mancha de espectro, donde menos luz y más ceniza, la radiografía negra, blanca y gris de los huesos cuando el sol, la luna, el agua y el viento, como las pandorgas o los papalotes con el hilo entre los dedos de Toledo con los rostros de los muchachos bajo el mundo, en el cielo y sobre la tierra, volando y serpenteando entre el corazón y la memoria de un país en sombras.