Juan Manz, México, 1945. Trashumo de mirada.

manz-juanJuan Diego González, filósofo y promotor de la lectura en Ciudad Obregón, sostiene que la poesía de Manz es hoy por hoy la obra cumbre de Sonora. Aquí sus razones.

 

 

Trashumo de mirada de Juan Manz
Una luz en medio de la bruma*

Juan Diego González

Árbol de luz…
Pablo Mori

En la secundaria tuve la fortuna de conocer y disfrutar la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Esa lectura la intercalaba con reseñas de Buda y algunos fragmentos de Teoría Económica, de Carlos Marx. Años después, estudiaba filosofía en Tijuana y me encontré en la biblioteca de la Facultad –debo aclarar que ese encuentro fue a deshoras, arropado por el silencio de la madrugada- con Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. Platicamos hasta que el vocero que pregonaba las últimas balaceras nos indicó que el día despuntaba. Los versos de aquel hombre flaco y concentrado, se me enroscaron en el alma.

Esta vida, que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir,
hasta que viva contigo:
oye mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero, porque no muero.

¿Cómo olvidar los de aquella monja, enamorada de su Dios hasta la última célula del vello más fino de su cuerpo?

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida

Juan Manz - Juan Diego González
Juan Manz – Juan Diego González

Además de leer a Heidegger, Kierkegard, Kant, Platón, Aristóteles, Descartes, Tomás de Aquino, Freud, Hegel, Albert Camus, Henri Bergson y, por supuesto, a Ortega y Gasset, volvía en las noches, furtivo, apenas guiado por las sombras de las palmeras a buscar a mis amigos poetas. Abría sus versos y dejaba que la palabra iluminara mi soledad.

Terminé filosofía, dejé Tijuana y la vida me llevó a Hermosillo. Ingresé a la carrera de Literaturas Hispánicas. La avalancha de obras y autores me cubrió hasta el cuello, la poesía se coló por oídos, nariz; se volvió lagañas en mis ojos, dormía y despertaba con libros, incluso aprendí a leer en los camiones y subir escaleras con libros abiertos. Conocí a los poetas griegos: Homero, Sófocles, Esquilo, Eurípides, pero también a los contemporáneos como el gran Pablo Neruda:

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

En esos andares de las letras, conviví con Abigahel Bohórquez, leí sus poemas, pero no fuimos amigos, aunque varias veces platicamos a medianoche, en su apartamento, gracias a la amistad de Ramón I. Martínez. Con quien si trabé amistad –y por él, hice otras tantas- fue con Alonso Vidal. Me gustaba leer sus textos, hechos en aquella máquina de escribir. Ay Alonso, de nada te sirvió la computadora que te regaló el ayuntamiento de Hermosillo.

Aún estudiante, entré al periodismo. En esa actividad reporteril, me enviaron a cubrir la presentación de un libro. En los patios de la Escuela de Altos Estudios conocí a Juan Manz. Aún recuerdo como se despidió de su libro para regalármelo. A partir de ahí, la poesía de Manz formó parte de mi vida. De sus obras podríamos hablar toda la tarde, como Oro Verde, Tres veces espejo, Ciudad de siempre, Padre Viejo, Agua Reparada, Molinar sin aspas, Recital en Fuga… Sin embargo, la que nos tiene aquí es Trashumo de mirada. Pero, me preguntarán ustedes ¿por qué mencionar mi historia personal con la poesía y los poetas?

Quizá suene pretencioso, o peor aún, polémico y controvertido lo que afirmaré en las siguientes palabras. Todos los que estamos en este auditorio, aquellos que conviven y conocen a Juan Manz, tienen la satisfacción de vivir junto al poeta más grande que tiene y ha tenido Sonora. Más grande entre los vivos y los muertos. No sé el futuro, no sé qué vendrá mañana, pero hasta la fecha, la poesía de Manz alcanza niveles jamás vistos o leídos en tierras sonorenses.

Juan Manz - Juan Diego González
Juan Manz – Juan Diego González

Para muestra este botón de Trashumo de mirada (Instituto Sonorense de Cultura / Feria del Libro Hermosillo 2013). Cuando empecé con el análisis de la obra de Manz, primero supuse que buscaba la perfección –aquellos que llevamos taller con él saben de qué hablo-. Equivocado estaba. La perfección no existe en el plano del ser humano y Manz lo entiene. Al devorar esta obra –literalmente- descubrí que su búsqueda lleva otro derrotero, sus pasos caminan por otra vereda: busca la poesía pura. La mítica y legendaria poesía pura, el lenguaje de los ángeles dice la Biblia, el canto de las sirenas lo llaman los griegos, el susurro de los muertos afirman los antiguos egipcios, la flor que canta la nombran los aztecas, el canto del árbol dicen los yaquis. La poesía pura. La luz en medio de la bruma.

Con este libro, y lo digo como detalle, porque espero que lo lean, el autor creó una voz poética que no tiene nada que ver con su persona. Creó un ser separado de sí mismo. En narrativa y teatro se llama narrador; en poesía voz poética. Este ente literario o metafórico, se desdobla a su vez en tres personajes y, cada uno, conforme cada parte de libro, asume vida propia. Primero como El David de Miguel Ángel. La voz primera es la estatua maravillosa hecha en mármol (páginas 18-19):

Tengo todo el aire
que este domo puede darme
     Tengo también
el fulgor de las múltiples miradas
que a diario recorren mi desnudez
pero no tengo
quien cruce conmigo
una plática en voz baja
ya no se diga
un breve intercambio
de palabras interiores
y aunque parezcan invenciones mías
yo fui hecho para hablar
a pesar de la rigidez con que me muevo
escucho      y miro

Segundo, como el Rey David. La voz segunda es el rey de los israelitas que conquista Jerusalén y con su palabra desnuda el poder y la ambición humanas, (páginas 46-47):

     Sí
yo fui el poder
que todo lo concentra
y lo corrompe

Pero bien visto  
si bien miras
fui un hombre común
en mi grandeza

Para edificar la casa de mi Padre
yo también engañé  
traicioné
envié a la muerte
     ¿o cómo crees tú
que se construyen los imperios?

¿Cómo crees 
que se imponen las creencias?
¿Crees que bastan unas cuantas palabras
armoniosamente acomodadas
unos cuantos fonemas persuasivos
para allanarle el camino
al empedrado de mosaicas monarquías?

El cierre es grandioso, genial, único a la vez que sencillo. El tercero es el pastor David. La voz tercera es aquel jovencito, dedicado a cuidar ovejas, tocar la cítara y escribir algún que otro verso, (página 71):

Yo quería  
     Señor
deseaba servirte aquí
en esta casa parda
de barro
y de ladrillo
guardar a tus ovejas
en estos amados llanos
pasearlas cuesta abajo
y volver a recogerlas
cuando recoges la tarde
en tu mano que se cierra

De esta forma, el poeta Manz, recupera la memoria del mundo, para decirnos que aún hay esperanza, porque la poesía es luz y esperanza; como dije, “una luz en medio de la bruma”. Con la mirada inocente del David pastor el poeta se vuelve universal, porque ya no es él quien habla, es la poesía que habla en sus versos, para tocar algo dentro del lector. Para decirle: “deja de caminar indiferente y que la palabra te acompañe”… ahora que la luz levanta / y sienta precedente. (Página 86). Leer la obra de Manz, es descubrir, que en este valle del Yaqui nos ha nacido un poeta que marcará la historia de las letras sonorenses.

*Texto leído por el Maestro Juan Diego González, en la presentación del libro Trashumo de mirada, el jueves 14 de noviembre de 2013, en el Auditorio del Museo Costumbrista, de Álamos, Sonora, en el marco de la Primera Feria del Libro, Álamos 2013.

 

 

Un comentario

  1. Ma. Antonieta Ruiz Félix