Juan Manuel Roca. Tres Caras de la Luna

rocaSobre este libro de reciente edición y que reúne tres libros fundamentales en la obra de Juan Manuel Roca, Guillermo Martínez González nos hace esta lectura compartida.

 

 

TRES MANERAS DE MIRAR LA LUNA

Guillermo Martínez González

No puedo precisar de manera exacta el momento en que conocí a Juan Manuel Roca, pero ese primer encuentro se relaciona con las imágenes de una taberna escondida en una calle cualquiera del centro de Bogotá, con el tintineo de vasos de cerveza y aguardiente y en el trasfondo de una conversación de comensales del alba, la música de un bolerista de la Sonora Matancera, tal vez la voz nítida de Vicentico Valdés buscando para su amante los aretes de la luna.

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Juan Manuel Roca

Me impresionó su actitud de amotinado al borde del precipicio, el don de una parla implacable en el ejercicio de la lucidez, su original pericia de prestidigitador de imágenes para descifrar el equívoco y la precariedad de la condición humana. Una sobredosis de humor negro, la confluencia de lirismo y laceración, de juegos de palabras que con implicaciones imprevistas y delirantes, ponían en vilo el hecho de estar sobre la tierra, la pesadilla de vivir en un país como Colombia. Y sobre todo, escarnecía, evitaba a toda costa, el lugar común, la solemnidad y el patetismo, a los que parece tan propensa nuestra tradición literaria.

En aquella época, finales de la década de los años setentas, se había publicado Luna de Ciegos (1975), libro que había obtenido un premio en el Concurso de Cote Lamus y que ahora se reúne después de más de treinta años junto con Los Ladrones Nocturnos (1977) y Ciudadano de la Noche (1989) en esta reedición titulada Tres Caras de la Luna (2013). Tres libros que tienen en común, la exploración de la noche, el sondeo de las criaturas nocturnas en el tejido invisible de una visión crepuscular, las sagas del miedo y la violencia, el asalto del deseo en zonas que son como un bebedizo que invita al desdoblamiento.

roca-silabaLuna de ciegos es un libro milagroso, decisivo en la configuración de la voz de su autor. Anunció un tono distinto, irrumpió de una manera detonante en el panorama de la poesía colombiana, estableció casi de inmediato unos hilos secretos con toda una generación que lo convirtió en un libro de culto; dotó a Roca de un aura de prestigio, de modelo que agitó el ambiente, de eso tan necesario a la vida de una poesía y que podemos llamar la figura con estro, el personaje que por una particular irradiación ejerce un papel de magisterio, de polémica y concitación pública que va más allá de la esfera de lo poético. Algo que desde entonces asumió con todo el peso de las admiraciones y los rechazos que tal posición atrae y que con el tiempo se ha afianzado con la persistencia de una obra que no claudica y una actitud de vigía que lo ha llevado tal vez al ojo de la tormenta de los reconocimientos y la difusión en los ámbitos más amplios de la poesía actual de Hispanoamérica.

Luna de ciegos, avivó la discusión del poema como acto de la imaginación, de recreación de la realidad. Mediante el aporte de algunos elementos del surrealismo por las vías de Rimbaud, Lautremont, César Vallejo, Pellegrini y otros; de un expresionismo turbulento y cargado de los signos premonitorios de Tralk, Van Goh y Antonin Artaud, insistía en la tradición mágica del hecho poético, en su inmersión en lo desconocido, en su poder de transformar la vida y la historia de los hombres. Al recurrir a la imagen, a la exaltación de los sueños y la libertad de los sentidos, como punto de gravitación del poema, se exaltaba el asombro, el asalto que nos arroja fuera de nosotros mismos, al ritmo del cosmos y la suspensión del tiempo.

Todo eso, esgrimido con pasión y muchas veces, hay que decirlo, con un tono provocador y ortodoxo, en un momento en que la poesía colombiana transitaba por distintas tendencias y si se exceptuaban algunas voces, parecía imponerse una línea coloquial y directa a través de algunos representantes de la Generación sin Nombre, produjo necesariamente disensiones y urticarias, posiciones extremas que pretendieron negar la validez de una y otra expresión. Vista con el paso del tiempo y desprovista de los excesos del momento, me parece que de todas maneras fue una controversia saludable que sacó del letargo a la poesía de esos días, que permitió que los contrincantes sin que abandonaran sus posiciones y creencias, superaran las limitaciones de uno y otro bando, coincidieran en el hecho de que más allá de los recursos utilizados, el poema es ante todo un hecho de elaboración estética, de conocimiento de unos elementos que no pueden identificarse de manera mecánica con la inmediatez y lo obvio.

Luna de Ciegos, me conmueve por la fluidez de los hallazgos. Se revelan allí los temas y los elementos que después serán ampliados y encontrarán mayor densidad a lo largo de la obra de Roca, sin que ello implique que no aparezcan otros, como sucede, por ejemplo, en un libro muy posterior como Las Hipótesis de Nadie, esa apoteosis de la nada que envidiaría Lao Zé, ese no ser para tener la ventura de ser alguien. La atracción por los ciegos, su bordoneo en la sombra como adivinación de lo que puede sobrevenir, como metáfora de un espacio invasor en el que se reconstruye el otro lado de la realidad, las historias obliteradas por la vigilia, son aquí una obsesión, un elemento constante.

Guillermo Martínez González
Guillermo Martínez González

Los ladrones nocturnos, como se ha insinuado continúa la exploración de lo nocturno, contiene algunos poemas emblemáticos como Un caballo negro pisa la música o Poética, “Todas las noches me armo de palabras/ para la blanca batalla que libro entre papeles”, amplía ese universo hacia la ciudad, hacia sagas de una realidad más ulcerante, plagadas de miedo.

Una criatura que magnetiza y confiere a los poemas distintas posibilidades de significado es la del caballo. Las sabias manos de Juan Eduardo Cirlot sugieren en su Diccionario de Sìmbolos, una representación muy compleja y no bien determinada. Para algunos puede simbolizar los deseos exaltados y los instintos y para otros puede ser considerado presagio de muerte o guerra. Lo cierto, es que ambos elementos aparecen en estos poemas, en algunos casos como vehículo de libertad y erotismo, de belleza y plasticidad, y en otros como amenaza de cacerías y matanzas, como metáfora turbulenta de las largas noches de miedo y crimen que han asolado al país.

Ciudadano de la Noche, publicado diez años después, vuelve al mundo adivinatorio de los ciegos, a otra forma más densa de mirar la luna, esa diosa protectora del misterio y los sueños, esta vez desde un aire decididamente urbano. Introduce varios monólogos y canciones, unas formas que le permitirán la creación refinada de una poética de varios matices y resonancias en sus relaciones con los más disímiles oficios, la música, el viento y los espejos. Se hace más visible la música, algo que estaba allí desde el principio, que hacía parte de la arquitectura y la sonoridad del poema y que ahora amplía sus referencias a una galería de músicos extraídos de la cultura popular; una música que crea resonancias en la memoria, el viento y los viajes.

Virulencia y deslumbramiento. Lo que he querido decir desde el principio, es que de esa tensión nacen los poemas de Roca. De ese andar entre la guillotina y la melodía, se alimenta esta poesía que asigna al arte el encantamiento del instante, el poder tener por siempre entre la página a la mujer (o a la luna, es lo mismo) que se baña en el río, ese rio donde Heráclito contempla el vértigo de la eternidad.

Más allá de los temas, lo que en definitiva concede también originalidad a Roca es su capacidad de manipular el lenguaje. Su poesía es ante todo un festín verbal. Se pueden encontrar las huellas de la búsqueda, las influencias que lo prodigan y, no obstante, no deja de sorprender con el hallazgo que traslada a posibilidades inéditas

Bogotá, noviembre de 2013

 

 

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