Kijano, Carlos Maciel, Adiós a Culiacán

kijanoAzucena Manjarrez hace una crónica del pintor que nació en Petatlán pero ha vivido más años de su vida en Culiacán, donde pintó, bebió, amó y cocinó.

 

 

Kijano, el adiós a una ciudad

En sus últimos días en Culiacán, el pintor se boleó los zapatos, se cortó el cabello y extrañó los sitios que ya no están

Azucena Manjarrez

Sus pinceles los había guardado. Kijano decidió caminar por la ciudad, que lo recibió hace 28 años. Se despedía de estas calles, del calor, de la gente, de los atardeceres, de los sonidos y espacios que ahora están en sus recuerdos. El adiós era definitivo.

Y aquella, una de sus últimas tardes de septiembre en Culiacán, decidió cortarse el cabello, bolearse los zapatos, en la Plazuela Álvaro Obregón. Su semblante no lo dejaba mentir: Estaba nostálgico.
Los años sucedidos en este tierra habían sido maravillosos, sobre todo porque logró hacer grandes amigos, formar decenas de generaciones de estudiantes en la Facultad de Historia, dirigir los caminos en el área cultural de la Universidad y ser más feliz, que otra cosa.

No lo imaginaba de esa manera. Los caminos, que desde La Soledad de Maciel, Guerrero lo llevaron a la Ciudad de México, Moscú, Durango, simplemente lo trajeron a Culiacán.
Aquí, bajo calores infernales, cumplió 60 años. La generosidad que le ofreció la ciudad le permitió, incluso escribir algunos libros, pintar sin parar.
“Yo hice mía esta ciudad y eso quiere decir que la amo profundamente. En Culiacán yo fui muy feliz, y los saldos que ahora resultan son fabulosos”.

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Enfrentar la ciudad

Apenas con una caja de pinturas, pinceles y mundo intelectual formado desde su infancia cuando su padre le leía cuentos de Dostoievski, Kijano, se enfrentó a esta ciudad.
Entonces junto a su esposa Patricia, pintaba en un pequeño espacio, sin aire acondicionado. Los charcos de sudor aún no los olvida, mucho menos el placer que, aunque parezca increíble, eso le provocaba.
“Vivir esos calores infernales para mí fue algo muy hermoso, salir a la calle y sentir esos fogonazos, era terriblemente grato. Cuando sudaba decía; qué maravilla, porque eso se transformaba en la naturaleza, que está en mis cuadros”.

Así dejaba atrás los fríos inviernos de Rusia y de los contrastes climáticos, en Durango. Culiacán y él se encontraban y se prometieron acompañarse. Decidió permanecer hasta cumplir 60 años.
De la ciudad se sirvió para confirmar que no quería vivir de la pintura, sino para pintar. Sus días se enfocaron en las labores académicas y las noches a la creación de mundos posibles, sobre lienzos en blanco.
Y en esos mundos posibles llegaron las mujeres a su obra. El pintor empezó a retomar las formas de las mujeres culichis.

Moscú, le había dado un mundo nuevo, ahí se alimentó de la literatura, iconografía, artesanía; Durango le permitió hacer una serie de 100 cuadros, con el tema central del alacrán y Sinaloa, le dio a las mujeres.

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Las historias posibles

Ante lo calamitoso del mundo, Kijano sigue pensando que es necesario tener una propuesta pictórica, que pueda ser esperanzadora, que le diga a los espectadores que vale la pena vivir.

Por eso, en sus obras están aquellos seres humanos que aman, se reproducen, tiene buena voluntad. Son los mismos que nacen de sus pinceles y que tiemblas cuando están a una tela en blanco.

“Siempre he querido ser un pintor que no pertenezca ni a vanguardias, ni a modas. He querido hacer una pintura que esté dentro de mí y que sea el acto más espontáneo de mi vida”.

“La creación es gozo absoluto, por eso tal vez por eso mi propuesta es optimista. A este mundo yo no vine a sufrir, sino a gozar, a ser feliz, lo mismo quiero con mi pintura”.
Pintar es para él como comer, beber, una función natural en su existencia, la misma en la que no he querido experimentar en otras cosas. Se ha preocupado por tener un perfeccionamiento del color, formas.

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Las nostalgias culichis

Si directamente le preguntan sobre sus nostalgias culichis, tratará de minimizarlo. Su decisión había sido tomada. Los fríos de la Ciudad de México y Cuernavaca, ahora son su casa.
Kijano caminará unos pasos más. Se sentará en la mesa de la esquina para pedir un café descafeinado. Esta vez no hará dibujos sobre una servilleta, pero sí hará sonrojar a la joven que toma la orden.
Ahora que tendrá más tiempo libre, podrá pintar a América Latina, traducirá a sus poetas rusos favoritos, retomar el cuento y la poesía.

También hará las reflexiones teóricas, que a sus 60 años ya puede lograr. Lo que le queda de vida, dice que no le alcanzará para todo lo que quiere hacer.
En Sinaloa recién publicó la historia de las artes visuales y la bibliografía mínima de Sinaloa y como sabe que siempre estará ligado a esta ciudad, regresará para culminar la historia de la gastronomía y la fotografía.
El académico Carlos Maciel Sánchez, entonces le pedirá permiso al pintor, el mismo que ahora se ha llevado una dosis de nostalgias culichis, y aquel primer catálogo impreso a blanco y negro, en el que se nombraba como Un hombre con la cabeza llena de sueños y las 30 culichis que le quitaron el sueño.

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FRASE

“Yo hice mía esta ciudad y eso quiere decir que la amo profundamente. En Culiacán yo fui muy feliz, y los saldos que ahora resultan son fabulosos”.
Kijano

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Un comentario

  1. Jorge