Juana de Ibarborou, su prosa

juana-de-ibarbourouJorge Arbeleche, poeta uruguayo, destaca la importancia de la obra narrativa de su coterránea, conocida sobre todo por sus poemas, y motivo de numerosas tesis en diversos países, que es, hasta cierto punto, desdeñada en su propio país, según el propio Arbeleche.

 

 

Juana de Ibarbourou – Su prosa
Jorge Arbeleche

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Ángel Rama dijo que la estruendosa fama de poetisa de Juana había ocultado sus notables dotes como narradora.

Este juicio la definió de un modo contundente. Así lo hicieron algunas de sus afirmaciones con respecto a ella, que no son muy conocidas, ya que aparecieron en el suplemento que el diario El País de Montevideo le dedicara a la Ibarbourou, el 10 de agosto de 1969 con motivo del cincuentenario de Las Lenguas de Diamante. Allí dijo que la verdadera y natural destinataria del Premio Nóbel debió ser Juana en lugar de Gabriela.

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Juana de Ibarbourou

Aunque ya lo expresé en alguna otra página mía dedicada a Juana de Ibarbourou lo reitero, en  virtud de la veleidosa memoria de algunos compatriotas que, en tanto en Italia, España o Estados Unidos su obra es motivo de tesis doctorales, por estos lares, algunos han opinado que su nombre no ha trascendido fuera de Cerro Largo. Rama fue, junto con Benedetti –e incluso Ida Vitale– de los pocos integrantes de la generación del 45 que supieron separar la paja del trigo y aquilatar los verdaderos valores y señalarlos.

Esta formidable prosista que menciona Rama escribió prosa a la par que poesía. No podía decirse que un género preponderó uno sobre otro. A lo sumo podría argumentarse que, durante el prolongado silencio lírico que va desde la publicación en 1930 de La Rosa de los Vientos” hasta la publicación de “Perdida” en 1950, aparecieron algunas de sus obras en prosa más significativas como Estampas de la Biblia y muy especialmente Chico Carlo que alcanzara niveles de difusión mayúsculos no solo en Hispanoamérica, sino en todo el mundo de habla española.

En El Cántaro Fresco de 1920 se puede respirar un aroma casi idéntico al de Las Lenguas de Diamante y también anuncia la melancolía emergente en Raíz Salvaje de la que ya no se desprenderá nunca. El Cántaro Fresco está compuesto por breves estampas que podían constituir lo que llamamos poemas en prosa, ya que, si bien no hay versos ni estrofas, todo el ambiente y el clima creados son de cuño netamente lírico. Algunas pocas veces aparece la punta previsible de una anécdota, el hilo inicial de una historia que no acaba de tejerse, pues lo que la autora se determina a reflejar son algunos instantes fugitivos, evocadores o reflexivos, transmitidos con el lenguaje de una prosa delicada, flexible, de comunicación lectora inmediata.

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Los siguientes trabajos en prosa aparecerán recién en 1934, año significativo ya que publicará dos libros en ese género: Loores de Nuestra Señora y Estampas de la Biblia. Si bien en ambos reaparecen la tersura en un lenguaje que, a la vez que comunicacional da muestras de elaboradas composiciones mediante el uso de variados y diferentes tiempos. En tanto que el primero libro da muestras de su devoción religiosa por la Virgen María mediante una prosa de exaltación fervorosa a la vez que enseña una cercanía casi familiar con la figura mítica. Es un devocionario límpido, rebosante de frescura y distante de toda planificación dogmática.

Las Estampas de la Biblia nos enseñan otra faceta de la prosista. Aquí aparecen, por momentos, atisbos narrativos embrionarios, como lo atestiguan las páginas dedicadas a Judith, David o Bethsabée. El aire de estas estampas es el mismo que se respiraba en algunos pasajes del libro de poesía inicial, Las Lenguas de Diamante. Todos aquellos dedicados a Thais o a María Magdalena, impregnados de un fuerte entismo reaparecen aquí, desde la voz autoral en primera persona que se encarna en los personajes y habla tanto desde el género femenino como desde el masculino. Estas recreaciones de algunas figuras del Antiguo Testamento manifiestan a la vez un amplio conocimiento del libro sagrado y un trabajo de lenguaje de categoría superior.

Pasan diez largos años. Juana escribe mucho, textos de ocasión, a pedido, a expensas de una abierta generosidad, se prodigó a veces en demasía en variados prólogos a libros de diverso valor, pero que se apoyaban sobre la firma famosa para librar la lucha por la sobrevivencia en el áspero mundo de la literatura de creación. No fueron muchos los sobrevivientes y seguramente Juana no era ajena a la percepción crítica, pero generalmente su ilimitada generosidad se imponía sobre el rigor.

Mientras, ella se va dejando envolver por la melancolía, pero no exenta de gracia, picardía y humor. Y surge Chico Carlo, uno de sus mejores y más populares libros, con gran cantidad de ediciones en todo el ámbito hispánico.

En estos recuerdos de su infancia, Juana elabora pequeños relatos de picante sabor, donde no está exenta la mirada asombrada hacia la cruel realidad de la derrota, cuando sus ojos infantiles observan atónitos el retorno sin gloria de aquellos soldados andrajosos, en lugar de los héroes caballerosos que su febril imaginación infantil había creado en su mente y en su anhelo de ser partícipe de su triunfal retorno. Aquellos hombres, emblemas del fracaso de la revolución encabezada por Aparicio Saravia en el fin de los siglos XIX y XX, le revelaron de golpe la infranqueable distancia que media entre la ilusión y la realidad. Todo el libro refleja ese dilema a la vez que recrea, con gozosa nitidez, el mágico mundo idealizado de su niñez. Juana siempre antepondrá en sus recuerdos infantiles la fábula gozosa y maleable a la rígida y espinosa realidad.

Otro rasgo a destacar es aquel referido a la aparición del humor y la ironía que solo asoman en la prosa, en especial en la narrativa, y a veces también en su correspondencia.

Algunos aspectos aparecidos en Chico Carlo reaparecerán más tarde en Juan Soldado y algunas páginas sueltas de sus Obras Completas.

Juana fue una infatigable escritora de cartas. Desde la ingenua y desfachatada carta a Unamuno en 1919 hasta las mínimas esquelas enviadas a amigos o familiares, Juana siempre escribió.

Las muestras del talento creativo de su escritura se mantienen hasta el final de su vida. Así, en su último libro publicado Juan Soldado, Losada, 1971, Buenos Aires, libro desparejo e irregular pero valioso, donde recoge relatos de diferentes épocas y de calidad variada, reaparecen algunos de sus untos más altos, por ejemplo en el cuento Las Nupcias, elegido por Rama para abrir la antología publicada en Editorial ARCA, Montevideo, en 1966, La mitad del amor contada por seis mujeres; allí por momentos aparece una prosa de índole onírica y visionaria de poderoso ritmo narrativo y angustiada temperatura emocional. O en la recreación de la fábula que da título al libro; allí Juana se muestra fiel a su tópico personal: la evocación y recreación de un mundo ideal e idealizado: el de un paraíso perdido, pero vivido a pleno y añorado en forma permanente.

Otras facetas interesantes de su prosa aparecen en sus discursos, algunos de ellos verdaderamente ejemplares, como el que pronunció cuando su ingreso a la Academia Nacional de Letras, o en su correspondencia, donde una de sus manifestaciones de talento  para el género epistolar la constituye su respuesta al Embajador de la España franquista, en 1946, donde manifiesta en forma enérgica su defensa de la libertad y la democracia. Asimismo, al hacer un relevamiento de su prosa, a través de sus manifestaciones más sobresalientes y a la vez menos conocidas, no debemos olvidar las pocas pero ricas lecturas de otros poetas con una mirada crítica, a veces sorprendente por desconocida a la vez que sutilmente aguda. Muestras de ello es el estudio crítico sobre “El uruguayo Carlos Rodríguez Pintos” o la espléndida semblanza que hace Juana de Susana Soca, aparecida en el homenaje que le hiciera Entregas de La Licorne, a la poeta trágicamente desparecida.

Todo lo cual demuestra que todavía hay mucho para estudiar en la poesía y prosa de Juana, las que, más allá de sus naturales altibajos durante el transcurso de casi 60 años, nos muestran a la autora de una obra personal, sólida y compacta, plena de gracia, mostrativa de una creadora de primerísimo nivel, cuya obra se sostiene y proyecta sobre la base única de su talento artístico y su capacidad comunicativa con el lector del Siglo XXI que sigue consumiendo sus obras, las que al cabo de más de treinta años de su muerte, continúan reeditándose total o  parcialmente. En efecto, desde 1979, fecha de su fallecimiento hasta hoy, 2013, entre las ediciones oficiales de la Academia Nacional de Letras, del Ministerio de Cultura, de la Cancillería, de UTU, de la Biblioteca Nacional, de la Intendencia de Montevideo, de las editoriales privadas ARCA, RUMBO y ESTUARIO, sumadas al catálogo del Centro Cultural de España con motivo de la exposición denominada “Juana, escándalo en la luz” que llevó a más de 7000 espectadores, suman más de veinte libros que abordan selecciones de textos, aspectos de su obra, trabajos de índole crítica, recopilaciones antológicas o selecciones de sus libros, estas publicaciones suman la cantidad mencionada. Si se hiciera una elemental ecuación nos estaría dando el resultado de casi un libro o un estudio de la obra, por cada año. Es un promedio que, a las claras, nos muestra, sin subterfugios, la plenitud de una obra y la vigencia de una firma escritural, que ocupa un lugar destacado en la literatura en lengua española del siglo XX.