Juan Villoro en su Arrecife. Jussara Teixeira

juan-villoroNacida en Recife, Brasil, Jussara encuentra en esta novela de Villoro, “Arrecife”, motivos para descubrir paralelismos emocionales y paisajísticos que a la vez la impulsan a reseñarnos esta obra literaria, no de manera crítica, sino a manera de una guía de turistas.

 

 

Los nudos del paraíso.
Comentario al libro de Juan Villoro “Arrecife”

Jussara Teixeira

 

La narrativa encontrada en el libro “Arrefice” de Villoro, publicado por Anagrama, me trae recuerdos diversos. El primero el nombre  de la ciudad donde  nací y partí  al mundo, Recife, lugar de arrecifes, otro recuerdo, el de  una serie de la televisión de tiempos lejanos, la isla de la fantasía, con Ricardo Montealban, donde  podría concretarse anhelos y luego mi México tan presente,  tan querido como herido. Es en el contexto de este último donde se desarrolla el texto. Villoro capta a un México, en un tiempo de  infamia, discurriendo un amor- amistad que logra colmar un deseo, el del personaje que relata la historia, el deseo de familia, de la familia de su amigo.

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Juan Villoro

La vocación de Villoro (Ciudad de México, 1956) como cronista, narrador, dramaturgo, periodista, profesor en varias universidades, creador,  deja huella en su ficción. Por ello los premios, los reconocimientos, los homenajes.

En la novela, el o los sujetos, algunos, enlazados fuertemente por historias compartidas,  deseos, culpas y remordimientos, como Tony, el relator y Mario, chico Miller, o Der Meister. Otros, fugaces y transitorios, en una  cultura impregnada del tráfico y del cinismo. Entre los últimos, Sandra, la gringa del cuerpo pulido, Ginger, prófugo de la justicia norteamericana, instructor de buceos, y explorador de cenotes, asegurador de la línea de la vida subacuática a los aventureros, mesclando la vida con una predisposición al  disfrute, perteneciente al grupo Cruci/ficción, club de riesgo y ultra deportes, dado al sacrificio. Luego Roger otro gringo buzo…., otro no menos significativo, Tamez, jefe de ¿seguridad? , manejada desde Londres, con sus ojos de ostiones, acumulador de agravios a los otros. Otro personaje destacado es el “El gringo Peterson”, cínico primero por dolor y luego por convicción, socio mayoritario del negocio,  cazador y escuchador de historias propias y ajenas, sobretodo las que se orientaban a la ficción en estados otros, y  justo por ello,   bajo el efecto del alcohólico aceptaba los absurdos del mundo, pero sobretodo, el futuro que había perdido su fugaz existencia, anclado en la tarea de expiar la culpa de  la muerte de sus dos pilares, dos amores, la mujer y el hijo ( recuerda los que pierden al triunfar de Freud). Entre ellos, Ríos, el pastor policía, que despejaba hipótesis debidamente alucinadas. Paralelamente  los recuerdos de Luciana, un regalo injustificado, mujer que  penetró a Tony en cada gota de su sangre, solo para  anunciarle caricias, alivio y abandono, la que trataba de  salvarle para amar. Todos cumpliendo con sentencias de  vida. Todos conflictivamente articulados y entrecruzados en una  audaz estética literaria,  en la lengua angustiada en un tiempo de ficción. Relato que podríamos pensar como histórico, aun sin ser una novela histórica, en lo que se refiere a la recuperación del pasado novelado, sino lo que es o podría ser historia dado la emergencia de los acontecimientos (sólo una perla al cuento aparecido en La Jornada, el día 25 de octubre de 2012, donde se publica un reportaje planteando  que en Cancún, Quintana Roo, 90% de los agentes municipales están involucrados en el narcotráfico). Con ello nos muestra las sutilezas y abismos paradójicos de una sociedad anclada en una descomposición sociocultural y ecológica como un caleidoscopio, con sus mil caras.

A partir de asesinatos, dos,  de gringos, Ginger y Bacon, ambos trabajadores de La Pirámide  gay, de los nudos plantados como detalles artísticos, pistas sembradas, que pobló de nubes negras como un ciclón a la fantasía, Tony,   mexicano, que no necesita de la guerra para intoxicarse pues su realidad supera la ficción, como sentenció Breton y sentencia el gringo Peterson, pero que transitó por las drogas hasta perderse para ser encontrado, se desarrolla la novela. Tony, con el mito de su padre desaparecido en el sangriento Tlatelolco, pero que en realidad vendía golosinas,  con el mito de una madre misteriosa y de dudosa circulación, dedicada a los sordos mudos,  que no podía hablar,  incluso de sus dolores, madre que no llora pero que se mata. Tony arrastrando la cojera desde que fue atropellado mientras  jugaba con su amigo, podado de su dedo al estallar un cohete, ambos momentos para lucirse, ex participante y bajista en los “Los extraditables”, grupo roquero, durante diez años de su vida, cantautor del “Frutos de la nada”, adicto a la adicción ( recordemos que el concepto de adicción, tal como lo plantea Néstor Braunstein, se refiere justo a la ausencia de palabras, tema recurrente en Tony  a lo  largo del texto), pero que curiosamente se hace como sonorizador del acuario. Recupera hilachas de la historia, a través de su amigo en un ambiente  inadecuado. Recupera  su historia, en un llamado “delirio de relación”, queriendo conectar todo, hasta las cosas que no se explican. Y en un enlace profundo con el narrador,  Mario Müller, el Chico, “Der Meister”, menor de siete hermanos, visionario, compañero  de aventuras, salvador-salvado, pretendiente de la madre de su amigo, mas bien su mascota,  y cuya madre no siempre se recordaba del nombre de los hijos, que vivía en una casa repleta de tumultos y de desorden, que le gustaba la ordenada decoración de la casa de su amigo. Mario, luego creador de la insólita simbología y de los programas de entretenimiento  de “La pirámide” en un clima de   orden impecable hasta los asesinatos. Amigo que se convierte, sutilmente, en su entrenador de  memoria. Amigo que  dentro de su lógica empática, y paradójicamente, aparece como  un apoyador de los demás con la convicción de que en el trópico la normalidad es un delirium tremens. Reclutador de prófugos de la contracultura…

Con el telón de fondo, México, país de ilusiones gigantescas,  de sueños y  delirio, incrustado en el paradisiaco caribe mexicano,  un hotel, llamado “La Pirámide”, edificio anclado en una antigua colonia de pescadores  debidamente arrebatado, inspirado en el Templo de las Inscripciones de Palenque, de cara al mar, único hotel en el paseo de Kukulcan de los zopilotes, con ocupación, lugar que se regía por la búsqueda de paisajes interiores, sobretodo de lo ominoso, por el reposo entendido como aislamiento y la diversión  entendida como riesgo controlado. Es justo en lugar que creaba una realidad suspendida con actividades  que aceleraba el pulso de los presentes, en una engranaje de cuerpos convenientemente lastimados, que Tony y Mario se re encuentran, se recuperan, se quieren, se lastiman,  se contagian y se comprometen como en todas las relaciones cercanas. Se aman de forma rara, como todos los amores.

El turismo, mas precisamente la industria del turismo, devoró, seguía, sigue y seguirá  devorando el paraíso, con sus hoteles como mausoleos verticales. Hoteles que  se erguían en la orilla del segundo arrecife más grande del mundo, como  monumentos, como  heridas al modo de vida de los humanos, dando de comer con el progreso ruin e injusto a los descendientes mayas, la verdadera ecología de la región. Solo La Pirámide, un proyecto teatral, que no admitía niños,  sobrevivía con éxito, inspirado en el país que albergó,  alberga,  los sacrificios humanos, rodeada de un bosque subtropical que aportaba amenazas autenticas,  con cercas electrificadas, con su jardín de ocio, una Sodoma con piña colada, una Disneylandia con secuestros y herpes, un Vietnam con room service, un trópico con adrenalina, una isla de la fantasía con riesgos, un Miami rojo, tenia éxito. Resort cuyo destino anticipado era el de lavar dinero de las aseguradoras y esconder las ratas del narcotráfico. Lugar donde los empleados hablan en susurros, y el rumor es uno de los mejores servicios de cuarto.

Tony que había llegada a La Pirámide,   llevado por Mario, por sudoraciones incontables, trastornos gástricos y  cardiovasculares, jaquecas, dificultades para orinar, y un sinfín de malestares,  como un aprendiz de muerto, dispuesto a encontrarse con el vacío de la abstinencia apenas poblado de una  neblina si substancia, entra  así  al engranaje de cuerpos lastimados con la convicción de que crecer es olvidarse de la rodillas, pero seguir arrastrando un pie y allí se encuentra con recuerdos, nudos, lazos y muertes que lo van a restructurar. El que falla y se enmienda demuestra más valentía que el que no ha fallado, su consigna, y añade que cada instante ocurre en el vacío, solo cobrando  consistencia como anticipación o recuerdo en un nuevo concierto del fruto de la nada.
Encuentra a Sandra, amarrada a un chantaje, que le abrumaba con la sonrisa, que se calmaba viendo cuerpos martirizados por el bisturí en la tele, luego de horas de yoga, de artes marciales y de ejercicios de relajación, la que coleccionaba cosas que dejaban los huéspedes. Se encuentran como cuerpos que  se buscan al recorrer un SACHE, el camino blanco, como animales necesitados de resolver tensiones en complicidades, con una brújula oxidada, viviendo en una época de daños elegidos, hasta que sombras de nubes cubrieron los instantes de otros tiempos. Cómplices en el silencio y  las rupturas.

Declaraciones, recuerdos, llantos, descubrimientos, intrigas, búsquedas  y amarguras por recuperar la saludo cuando su amigo la perdía,  Tony se deja contagiar, no sin resistencias,  por el clima de la pirámide, menos con el montaje del pacto gay suicida. El primero obliga a la muerte del segundo.  Ginger no puede aceptar que la verdad no sirve para cambiar el mundo, solo sirve para saber que existe la verdad, no entiende las señales de reticencia, el recelo de una cultura centenariamente resistente y por ello fundada en la desconfianza. Buceo en contracorriente a la “responsabilidad solidaria”, a la fantasía y a arreglar sus papeles. Y el engranaje del sacrificio funciona. Si Mario había inventado la ecología del pavor sin peligros reales, los narcos las actuaban, mejor, las actúan. Y el plan de un colonialismo sustentable o de un imperialismo sutil dejaba frutos benéficos para los negocios por ello tanta complicidad.

Y como una ventana que parecía no haber sido limpiada nunca, desenfocando el mundo,  aparecen las cartas de la historia de Tony,  una extraña posibilidad de un viaje hacia el fondo de las cosas, donde demostraban que los padres siempre somos absurdos. En el mismo tono la declaración de una paternidad de Mario y su pedido deseo. Este ultimo, no sin el chantaje de la memoria, “Tu sabes lo que significa que un padre desaparezca”, sentencia, y añade, no tienes familia, tu  vida ahora tiene un propósito, cuidar de mi hija,  no por tus virtudes sino por tus  carencias, mas bien por nuestros deseos añejos. Estaba condenado el uno al otro. Tuvieron un sueño compartido. Eran tan optimistas que se divertían destruyéndose y cuando recuperaron la sobriedad ya no valía la pena estar. Fracasaron sin que eso fuera una tragedia de interés, se disolvieron conforme a la costumbre nacional de concluir sin dramas lo que sucedió a medias, por ello la propuesta del hombre menguante, Mario,  más que la del gringo Peterson, la de empezar de cero, con un único consejo, que con la paternidad, solo la improvisación es valida, fue la aceptada. Así Tony, el que tuvo menos mujeres que las que deseaba y más de las que merecía, corre con dos mujeres, dos herencias, una familia, a ver quien gana.

 

Jussara Teixeira, nació en Recife, Pernambuco, Brasil. Graduada en medicina por la Facultad de Ciencias Méicas de Pernambuco, maestra en Medicina Social por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, con formación en psicoanálisis, doctoranda en psicoanálisis por la Universidad Cumplutense de Madrid, ex editora de la revista Contextos en Psicoanálisis, autora de  diversos trabajos. Pintora por convicción. Le gusta presentarse como psicoanalista plástica.