Poetas Ecuatorianos

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PresentaciónCrítica y reseñas
Suena como pregunta problematizadora de un juego de riesgo:
¿Cuáles son los 20 poetas ecuatorianos más importantes del siglo xx? Siempre será difícil
la respuesta: podrán variar algunos nombres, quizá, de entre los escogidos.

Lo único que tenemos claro de esta pregunta es que el siglo nace en 1901
y muere en el año 2000. lo demás es cuestión de preferencias y referencias,
también de gustos. de normas, de reglas, de preceptos..

He tomado a veinte poetas que son veinte estilos, veinte referencias distintas
entre sí. vinculadas sólo por el género que trabajan. Muchos poetas han
escrito con estilos similares. volviéndose nombres importantes dentro del
género, pero creando cerca de un maestro tutelar que los influye. En esta
muestra aspiro a presentar discursos que pequen de auténticos:
que sean veinte voces formales y reflexivas que reúnan las causas su?cientes para crear
su planteamiento estético, que contribuyan al hecho comunicacional con
el lector (el otro lado del autor), que sean cuerpos lingüísticos fortalecidos
por la elasticidad de la palabra o por el trabajo de la imagen o por el cuerpo
verdadero de la poesía. En definitiva, que sean voces únicas y distintas entre si.

Javier Oquendo Troncoso

Cuidado con las palabras
Eligio Coronado

Monterrey.- Cuidado con las palabras. Inopinadamente les da por revelar sensaciones, trastocar realidades e inventar variaciones de la personalidad. Euler Granda lo sabe. Este poeta ecuatoriano (Riobamba, 1935) cuenta el proceso desde que recibió la palabra hasta las consecuencias finales de poseerla.

En su poema La advertencia (incluido en la antología Poetas ecuatorianos (Monterrey, N.L.: Edit. La Otra / UANL, 2012. 283 pp., Fot. (Colec. 20 del XX), preparada por Xavier Oquendo Troncoso, nacido en Ambato, Ecuador en 1972, señala muy metódicamente: “Un día / le regalan a uno / una palabra” (p. 175). ¿Y qué se hace con ella?, pues “uno la pone al sol, / la alimenta, / la cría, / le enseña a ser bastón, / peldaño, / droga anticonceptiva, / garra, / analgésico, / brecha para el escape / o parapeto” (ídem).

Raras modalidades para la palabra, pero interesantes metáforas, sin duda: piel o zalea, planta o animal, objeto, medicamento, prenda de vestir, camino o sendero y escondite.

Ya encariñados con la palabra se le puede enseñar cosas: “Uno le saca música, / la pinta, / la vuelve más pariente / que un hermano, / más que la axila de uno. / Uno la vuelve gente”, y si se le tiene suficiente confianza: “en los instantes débiles / hasta le cuenta / las cosas subterráneas de uno”. Pero todo con cautela medida porque ya se sabe que: “cría palabras / y un día te sacarán los ojos” (ibídem).

Otra modalidad que no menciona Euler Granda, pero que sí practica, es la lúdica: “¡Oh! miísima, / ¡oh! contrahecha, / ¡oh! patoja, / ¡oh! tuerta, / ¡oh! desdentada, / bacinilla de a perro, / ¡oh! vida sarnosamente mía” (Mía, p. 174).

¿De dónde le viene dicha tendencia juguetona a este médico cirujano, autor de once poemarios? Pues precisamente del ejercicio poético. Tarde o temprano el afán de decir más con las mismas palabras nos incita a jugar con ellas, para tratar de estirar los significados.

En este sentido, un vaso comunicante o influencia podría constituirlo el mexicano Octavio Paz: “Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas, / dales azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas, globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, / sécalas, / cápalas, / písalas, gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, / destrípalas” (Las palabras, en Libertad bajo palabra. 3ª, reimp., México, FCE, 1978. Colec. Letras Mexicanas, p. 59-60).

Pero, como decíamos anteriormente, cuidado con las palabras: pueden decir más de nosotros de lo que quisiéramos. Aunque, ¿no es para eso la escritura?: “ya no cabe tanta agua / en mi recuerdo / ni tanta lluvia cabe / entre la lluvia” (El corazón bajo la lluvia, p. 181), “la sed es agua amordazada; / el olvido / es el recuerdo con candado” (El amor, p. 182), “esa licora / (…) La rica, / la pura gozadera / que no daba adicción / ni efecto de rebote / ni sueño dependencia / (…) La bizca, / la bizcacha, / la tuerta, / la tuertacha” (La droga, p. 176).