El Premio es Gelman. Francisco Magaña

Magaña escribe sobre las enseñanzas de un escritor que no enseña, pero se aprende de él, o por lo menos esa es la intención.

 

 

 

CONFESIONES Y HOMENAJE

 

A Marco Antonio Campos, por supuesto.
Y a doña Yolanda Magaña y don Manuel Arróniz, por la vida.

 

Condecoraron al señor general,
condecoraron al señor almirante,
al brigadier, a mi vecino
el sargento de policía,

y alguna vez condecorarán al poeta
por usar palabras como fuego,
como sol, como esperanza,
entre tanta miseria humana,
tanto dolor,
sin ir más lejos.

Juan Gelman 

1. Una confesión. Es un uso casi convertido en ley que se conozca primero a la poesía y luego al autor. Hace años, tantos que se me confunden con el presente, yo había fracasado en diversos frentes y llevaba esa distinción con tal dignidad que parecía confundirse con el éxito. Hasta que me topé con unos versos de Juan que dicen: “hay quienes viven como si fueran inmortales /y hay quienes se cuidan como si valieran la pena”.
A esa enseñanza de la poesía que no enseña, vino otra, aquí, en esta misma sala. Presentamos Francisco Hernández, Marco Antonio Campos y yo, Carta a mi madre, de Juan, en una bella edición que surgió de la complicidad y el afecto entre dos poetas a los que admiro. Al término de la presentación, le dije a Juan, casi en secreto: “se vendieron ocho ejemplares”. Me respondió: “cuidado con el dinero, ha perdido a muchos”. En realidad, Juan, no fueron ocho libros sino siete: el otro se lo regalé a Pascual Borzelli, que me lo cambió por una foto bellísima. No sé si eso cambie su parecer. El caso es que por no extraviarme es que rehusé reeditar Carta a mi madre.

Otra confesión
No es por irrespetuoso que prescinda del apellido de nuestro autor. Me lo pidió  hace años. Con la condición que otorga un provincianismo que no guarda las formas, le dije que de acuerdo, pero si él me llamaba “Chico”, como me llaman mis amigos: “pero yo no voy a andar diciendo mentiras por allí”, me respondió. Otra enseñanza de un autor que no enseña.

2. Permítanme leer fragmentos de “Sobre la poesía”, perteneciente a Hacia el sur (Roma, 1981-1982), del apartado “Los poemas de Julio Grecco”:
Habría un par de cosas que decir/ que nadie la lee mucho / que esos nadie son pocos / que todo el mundo está con el asunto de la crisis mundial / y // con el asunto de comer cada día/ se trata / de un asunto importante / recuerdo / cuando murió de hambre el tío juan / decía que ni se acordaba de comer y que no había problema// pero el problema fue después / no había plata para el cajón / y cuando finalmente pasó el camión a llevárselo / el tío juan parecía un pajarito // (…) porque el tío juan estuvo cantando pío-pío todo el viaje hasta el crematorio municipal / y a ellos les pareció un irrespeto y estaban muy ofendidos / y cuando le daban un palmetazo para que se callara la boca / el pío-pío volaba por la cabina del camión y ellos sentían que les hacía pío-pío en la cabeza / el // tío juan era así / le gustaba cantar // (…) volviendo a la poesía / los poetas ahora la pasan bastante mal / nadie los lee mucho / esos nadie son pocos / el oficio perdió prestigio / para un poeta es cada día más difícil // conseguir el amor de una muchacha / ser candidato a presidente / que algún almacenero le fíe / que un guerrero haga hazañas para que él las cante / que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro// y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron las muchachas / los almaceneros / los guerreros / los reyes / o simplemente los poetas / o pasaron las dos cosas y es inútil romperse la cabeza pensando la cuestión// lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío en las más raras circunstancias / tío juan después de muerto / yo ahora para que me querás/

3. La entrega de la medalla Bellas Artes, que nos congrega este día, tiene sus antecedentes hace cincuenta y seis años, cuando Raúl González Tuñón saludó con alegría y tino Violín y otras cuestiones (1956): con este libro “Juan Gelman irrumpe dignamente en la poesía de habla española”. Este título, lleno de un lirismo conmovedor, signó su esencia desde entonces. Si sería poeta, pareciera haber dicho entonces, lo sería a partir de esa convivencia contundente entre el dolor y la felicidad, entre el sol y la bruma, entre la soledad y las manos amigas y enemigas, pero también a partir de la ironía, la subversión, la creación de personajes, la mirada lúdica y la ternura. Bajo esas coordenadas, que conforman una cartografía singular, Juan ha logrado la conjugación natural de la ética con la estética. Y por eso no es casual la belleza incorruptible de su poesía: porque proviene de un ser humano que con la honradez, la verticalidad, la valentía y el coraje, ha demostrado que el corazón es “desalmadura de mi estar” y que “amorar” es un verbo que tiene que ver con un hermano mayor recitando a Pushkin en ruso, con un sentir que presiente que sabe, con un gozo del ritmo, con una intuición que sospecha “toda ciencia trascendiendo”.

4. En el campo minado de su experiencia, Juan ha logrado que el lenguaje (susceptible a sus giros y dislocaciones, y más aún: que gana con éstos), sea una forma de cantar los abismos de la realidad y los deseos utópicos pero alcanzables de los sueños. Conciliar los opuestos sin minimizarlos es uno de sus méritos; fundar una legión fiel de lectores, otro, y no menor.
Él ha dicho que la poesía es de todos, sí, pero hay que agregar que no todos la escriben. Y que ser su lector es un privilegio. Un premio. A los ya recibidos (el de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 2000, los iberoamericanos Ramón López Velarde, en 2003, el Pablo Neruda y el Reina Sofía en 2005, y el Cervantes en 2007), se suma hoy la Medalla Bellas Artes, que deseo sea un gozo para todos, una celebración de la palabra por su alto decir, y en mi caso, un homenaje, hominaticum, como decían los latinos, esto es, un juramento de fidelidad.

 

Francisco Magaña
Pueblo Nuevo de San Isidro Labrador
Año de Dios