Blanco Móvil. Rocío González, México

rocio-gonzalezEn su larga trayectoria, la revista literaria que dirige Eduardo Mosches dedica ahora un número a las mujeres indígenas. La poeta Rocío González nos habla de sus contenidos.

 

 

Me complace especialmente presentar este número de Blanco Móvil porque está dedicado a un tema insoslayable, pero de difícil confrontación; por un lado luce muy bien hablar de las culturas indígenas, pero por otro, casi siempre se le aborda de manera superficial, conflictiva y hasta un tanto ingenua. No conforme con eso, Eduardo Mosches decidió que este número se tratara únicamente de escritoras, ya conocen el cliché: mujeres e indígenas igual a pobres; bueno, depende lo que entiendas por pobreza y por indígena, como intenta exponer críticamente esta pequeña muestra de autoras y voces.

Eduardo Mosches

La primera dificultad que se nos presenta al hablar de las escritoras indígenas es el tiempo histórico en el que viven y el que describen, pues aunque se reconocen como mujeres de su tiempo –y muchas veces lo expresan abierta y claramente–, han asumido el mandato de recuperar la memoria ancestral de sus pueblos, o bien de recrearla.  En el texto de Luz María Lepe Lira: Poesía y voces indígenas, mujeres del sur que escriben,  ella establece tres vertientes en la poesía indígena contemporánea, 1) la literatura de recuperación de la memoria, 2) la literatura de recreación de la tradición y 3) la literatura indígena híbrida, la que describe como aquella que “se enfoca en el registro de las nuevas identidades y de las configuraciones del lenguaje y estética de los indígenas inmigrantes en  las grandes ciudades o en los nuevos territorios ocupados por todos los “otros” que están en el margen.” Me parece importante este esfuerzo de clasificación, sin embargo creo que esa es una reflexión secundaria frente a lo que se juegan las escritoras y escritores indígenas al expresarse y buscar su lugar en el panorama cultural del mundo globalizado, pues la pregunta es ¿cómo comunicarse? ¿a quién o qué hablar? ¿aceptar la diferencia o postular la igualdad? ¿cuál es el costo simbólico de cualquiera de estas elecciones? Lo que los siglos han transformado es inmenso, ¿cómo heredar esos relatos cuando hemos perdido su significación? es como hablar de mundos que ya no existen con los medios electrónicos más avanzados, así es como enfrentamos en realidad nuestras literaturas indígenas actuales. Una de esas enormes transformaciones, creo apoyándome en parte en (Tzvetan) Todorov, es que mientras en nuestra mente occidental (y aquí incluyo también a las y los indígenas contemporáneos) nos esforzamos por la aceptación y la tolerancia de las diferencias, las culturas indígenas originarias pensaban bajo el postulado de la igualdad, la no-diferencia, dicho de otro modo, la indiferencia. Intentaron establecer una comunicación entre lo humano y el mundo, es decir la naturaleza que ellos tenían por sagrada; la comunicación que nuestra cultura intenta establecer es entre humanos, hemos perdido el vínculo con lo sagrado. No es nada nuevo, lo sé, sin embargo ésta es una diferencia enorme, que puede explicar por qué a los ojos de los escritores de nuestro tiempo, la literatura indígena les parece tan ajena y sólo alcanzan a entenderla a través de la condescendencia. El lazo de la comunicación está, si no roto, por lo menos puesto en entredicho, ¿qué se escucha cuando habla un(a) escritor(a) indígena? ¿la emancipación de un discurso sagrado que se subsume en el discurso occidental o lo contrario: la emancipación del discurso occidental para volver a nombrar lo sagrado? En todo caso, ¿es posible reconocer esas huellas del pasado bajo el ruido ensordecedor de lo inmediato?

Como sabemos, nuestra cultura ha legitimado, sobre cualquier otro saber, el saber científico, el sólo hecho de añadir esa palabra a cualquier enunciado lo hace válido; muy al contrario, las palabra “sagrado” o “ancestral” despiertan sospechas, ¿qué decir de la palabra “indígena”? genera confusión, indiferencia, si acaso, curiosidad, se ha convertido en parte de un saber o de un relato, para decirlo en términos de Lyotard, incomprensible y, por tanto, prescindible; sin embargo son esos los relatos que constituyen a los pueblos. Es en sus relatos, y en el lenguaje de sus relatos, donde los pueblos se construyen. Valdría la pena preguntarse entonces, ¿cuál es el cuento que se están contando estas mujeres indias, estas recreadoras de la tradición o las inventoras de una identidad movediza, cambiante, híbrida, escribiendo en sus lenguas originarias? Por supuesto que cuando hablo de lo sagrado y la necesidad de vinculación a través de ello, no estoy refiriéndome a lo eclesiástico, sino al sentido original de lo religioso: re-ligare, volver a unirse, pues ha sido el desconocimiento entre los unos y los otros, el que nos ha llevado al pasmo egoísta de que sólo exista y tenga validez aquello que podemos comprobar, medir y usar en términos cuantitativos y estadísticos.

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Si la literatura no ha desaparecido pese a todos los esfuerzos de la racionalidad pragmática es por la necesidad humana, intrínseca, de contarnos cuentos y de cantar, de hablar por el puro gusto del lenguaje, de inventar realidades que se posibilitan cuando las nombramos; por ello es absolutamente necesario escuchar esas colectividades indígenas y todas las particularidades que cada voz personal va añadiendo, para poder integrarnos no sólo a los pueblos que hemos sido, sino al que estamos siendo, al que estamos construyendo en versos de denuncia, de nostalgia, de amor o de juego. Y en el concierto de las voces, los cantos sagrados, el rico saber del lenguaje que juega, suene más claro y más alto que las órdenes, las cifras y la perversa mercadotecnia que busca imponer la estupidez a la poesía.

Rocío González

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