Jonathan Cerón (México). Dos cuentos

jonathan-ceronAlumno destacado del taller de creación literaria de la Facultad de Economía de la UNAM, nos comparte dos de sus relatos.

 

 

 

Jonathan Cerón, México.

Cenizas bajo la cama

El descuido de tus reacciones fue lo que terminó con todo. La casa, los libros, la máquina de coser y el amor, se hicieron cenizas al consumarse el incendio, polvo gris que ahora pinta tu cabello. Refugio, rechazabas furiosamente a la soledad, a la mañana sin sol, al portarretrato vacío. Quieres revivir a tus recuerdos, darles respiración, colorearlos, ponerles baterías. Pero tus recuerdos convulsionan, sufren temblores, agonizan.
La ciudad. Avenida central. Los autos. Las mujeres. Los hombres. Su habitación. La ventana. Ella. Su mirada reclamando al tiempo, al fuego. Su espera. Su esperanza. La edad había entrado a su habitación sin haber tocado; llegó con sus maletas y se instaló de por vida. Refugio no contabas ya con nada: ni recuerdos, ni cenizas; todo se vuelto polvo por limpiar.
Por estos años ya no miras hacia afuera, los taxis cocodrilos hacen ausencia, y los hombres con traje y sombrero ya no recorren las calles de tus ojos. Las avenidas viajan por entre los carros, a su breve velocidad. Las minifaldas te enfadan, los pantalones ajustados te asfixian; las blusas rotas y los tenis sucios te causan nausea. Ya no quieres más mundo que el de tu habitación. Tu mirada atraviesa la ventana y te aproximas pero te rechazas del mundo. La culpa de esto lo tiene el péndulo, el toque de campana en la catedral. Reclamas al calor que te viene subiendo por el cuerpo, por enojo, por todos estos años que quisiste cerrar los ojos y olvidar tu vida.
Siempre cerrados, con la lámpara del buró, en silencio. Ahora no te queda más que seguir en la mecedora, como si tú le dieras cuerda a las horas, a los años, a tu esperanza que borda y borda todas las noches una franela de tu pasado, un cobijo.
Nadie puede salvarte. Nadie puede cerrar la puerta y esperar a que no pase nada, a que no te pase algo. Dentro de tu cuarto están los años que ya se fueron y se quedaron a tu lado, en la habitación principal.
Refugio. Las pantuflas. Su bata rosada. La cama distendida. El corredor. El baño. La luna. Refugio desayuna sus arrugas y  sus canas en el espejo. Por la tarde, sus manos tartamudas acarician el viento, como si quisiera ponerle un alto, como si le mostrara las palmas de la vejez. Encorvada, de piel delgada, con lentes y mandil en la cocina, chal en la sala. Arrastrando los pasos, escuchando voces de sus pies.
Para ti, ya no hay tiempo: tú lo tienes todo. Y te miramos nosotros tus vecinos, caminar por tu pasillo, quedarte inmóvil en el filo de tu tina. Tocar con la punta de los ojos el agua y no querer entrar. Mirarte en el reflejo de una luna con nubes, con lluvia… una luna de la tercera edad que no puede dejar de clavar tus pupilas en sus pupilas.
Refugio da media vuelta. La puerta. El corredor. El pasillo. Su habitación. La cama distendida. Su buró. El marco sin retrato. El diminuto reloj de péndulo. Refugio afirma que su juventud también se perdió entre los vaivenes del tiempo.
Vuelves a la cocina a prepararte un té de manzanilla. Cruzas cada puerta, cada corredor que tantos años has atravesado casi a la misma hora, casi en los mismos pasos. El agua hierve, sirves en una taza y regresas junto con tus pasos cantando el chancleo de la tarde. Ves tu cama distendida, tanto como tus arrugas. Ya no hay foto en el recuadro del buró donde has descansado los pasos y la vista. Miras tu relojito y las horas son pequeñas, casi intangibles, imperceptibles. Tomas asiento en la mecedora, extiendes tus pies y le das cuerda al tiempo.
Un secreto bajo la cama distendida. Sus rodillas en el piso. El frío. Su mirada bajo la cama. La oscuridad. Un brazo confidente bajo la cama. La luz. Una caja de cartón. El polvo. El tiempo. Un sobre amarillo. Una carta con letra azul. Fotos. Recuerdos. Ella. Armando. Los dos. Su casa. La ciudad. El mundo. Su mundo.
No dejas de mirar el suelo. Las lágrimas comienzan a salir a sus balcones para también mirar. Tocas el piso, tocas la madera, los momentos que aun no olvidas. El frio de tu cuerpo le recorre por todas las vigas al piso. Entra tu mirada a una oscuridad, a un sitio distinto de tus ojos cerrados. Tus delgados brazos se extienden. Se extiende tu piel delgada por debajo de la cama. Encuentran la luz, la breve luz que pronto sale a la luz. Polvosa la caja del polvoso el recuerdo. Chancleas, haces tiempo. Sacas un sobre color sol, sientes su tibieza, el calorcito que emana su tiempo.Ves la carta con tinta de nube, de cielo, de mar. Viene cada momento a ti con olor a blanco y negro. Y te miras a ti hace muchos años (porque para ti han sido muchos, hartos, inmensos años), vez a tu amor y se ven los dos en la foto. Se ven -lo ves- y el tiempo vuelve a ti, vuelve, como si viviera en otra casa, en otro tiempo.
Refugio estaba furiosa. No pensaba lo que podía suceder. Quería deshacerse del tiempo y sus años: por enojo, por orgullo; porque amanecer y no verse como la modelo que fue y sin Armando, ya no era amanecer. Juntó las fotografías: al azar, sin precaución, mezcló los momentos.
Por qué tenías que irte sin mí, te preguntas bajito, aún en el suelo, junto a la cama. Los vecinos que salen de sus casas y se van escurriendo por tus mejillas van a darte un consuelo, palmaditas en la cara. Cierras los ojos, viene la noche y todos los vecinos sigues saliendo, aunque esta vez vienen enojados, con más sal que de costumbre.
La vida sin él viene sin voz, sin pasos firmes, sin días que fueran días, con noches todas las noches. Ya no hubo amaneceres nunca, ni ocasos, ya no hubo nada ni nadie. Sólo noches glaciares, noches manicomio, noches, sólo noches. Ojos cerrados.
Las bañó de alcohol, los refrescó. Tomó los cerillos.
Hizo una chispa y el incendio acabó con su memoria.
Desde el filo de la tina, vertiste el pasado, tu presente. Refrescaste tu memoria, les diste agua salada. Hubo calor y ardió el pasado. Hubo calor y ardía todo. Hubo una chispa, gigante de luz demoledor, hubo eso y nada más, nada más.

 

Bruja desahuciada

La noche bebió vino y bailó desnuda
entre los huesos de la niebla.
Alejandra Pizarnik

 

A lo largo de la noche, las sábanas sufrieron pesadillas a su lado mientras el efecto de la droga iba pasando. Con la oscuridad de la habitación como antifaz, los recuerdos de Joel no se contuvieron en salir por sus ojos. Lo ha extrañado desde el momento en que, por sorpresa, entró al departamento y tomó todas sus cosas para irse a Europa.
Deberías buscarte otro hombre, con coche y lana, decía la tonta de Ximena que por lo regular estaba involucrada con judiciales gordos y jodidos. Brenda, que era soltera por convicción, pero sobre todo por temperamento que solía explotar cuando se embriagaba, le sugería beber un whiskey por las noches para alivianar el cuerpo y olvidarse de él. Qué consejos más absurdos, pensó cuando de la mano seguían saliendo las lágrimas y los suspiros.
La fiesta de Poncho era muy buena. La música electrónica, las luces de colores y el ambiente entre amigas, pintaba para una noche larga, para una noche que no pretendía salir de aquella casa.
Tacones negros y minifalda entallada te dejan mostrar algunos años mas, a los que en realidad tienes. Me éxito al verte así; de esta forma podrías pasar como una modelo internacional. Así solía decirle Joel. Sus palabras no dejaban de atravesar las calles y avenidas con ella y sus amigas en el coche antes de llegar a la fiesta. No dejaba de pensar en él todo el día, no dejaba de mirarlo en otros: Esa camisa, esos pantalones, los zapatos, todo se vería mejor si lo trajera puesto Joel; todo es mas varonil cuando él lo usa.
Lo recordaba aun más cuando comentaba entre sus amigas que odiaba a los machos que se quedaban viendo a las mujeres en las fiestas para ligarlas. Como si creyeran que es lo mejor que les pudiera pasar o tener en su vida.
Así como los amigos de Poncho que no dejaban de voltear hacia donde se encontraba con sus amigas. En un principio, los ignoraron y brindaban solas y reían a carcajadas, pero conforme fueron pasando los cigarrillos y los tragos, fueron ellas las que se acercaron a ellos.
Por tu forma de mirar, quiero creer que estudias arte”, dijo Martín mientras bailaban. Se limitó a esbozar una sonrisita estúpida para mostrar coquetería. Por tu forma de hablar, quiero creer que eres político, respondió. La miró con extrañeza. Qué quieres decir con eso, emitió extrañado cuando la pieza dejó de sonar. No lo entenderías, son chistes locales de un antiguo novio y yo, le dijo mientras iba por un trago y emitía la misma sonrisita, Por qué mejor no vamos a fuera a fumar. Él tomó los abrigos de los dos, y dejaron atrás la fiesta con sus luces y sonidos.
Subimos a su auto, un Ford 89 que tal vez era de su padre. Estaba cansada por el trabajo y la aguja de los tacones la mataban. Sus amigas se habían perdido con los amigos de Ponche desde hace un buen rato. Le propuso llevarla a su casa. Las calles iban pasando, pasando, pasando. En el transcurso no habló, El disco de banda que tocaba con un fuerte volumen le parecía desagradable. Por qué no tendrá los gustos de Joel con algo de Calamaro o Fito”, pensó. Estuvieron afuera de la entrada de su depto. De la parte trasera del auto, sacó otra botella para seguir bebiendo. No hablaron de nada: él, escupía cosas de su trabajo que realmente no le interesaban y ella mentía al interesarse. En cada sorbo recordaba a Joel y cada calada le hacía sentir su respiración en el pecho. Comenzaba a ganarle el sueño y en un descuido la besó. No besaba con esa dulzura y esa mentira como lo hacía Joel, pero aún así le correspondió. Bajaron del auto y entraron a su casa. En la sala continuaron los besos con más intensidad. Comenzaron quitándose la blusa y la camisa y tocándose entre las piernas. Ahí lo detuvo. Apartó sus labios y fue quitando el cinturón de su sitio; la camisa fue a dar al piso junto con su ropa interior. De su buró sacó unas pastillas y ambos tragamos una que fue nadando con sorbo de la botella de whiskey. Un beso desenfrenado los siguió por toda la noche. Las luces del depto se apagaron mientras en su mente sólo estaba Joel haciéndome el amor como en los viejos tiempos.
El despertador en domingo fue su peor enemigo. La luz deslumbró sus ojos y el dolor de cabeza tocó a su cuerpo. Le dolía la vida, pues había terminado cogiendo con un desconocido. La nostalgia apareció al otro lado de la cama y las arrugas de las sabanas tenían insomnio de esa noche. Descolgó el teléfono y llamó a Ximena y a Brenda. Ninguna respondió. Se levantó desnuda y triste recorrió toda cada parte del depto, deteniéndose más tiempo en las cosas que le gustaban a Joel. Recordó las cosas que hacían después de una noche de fiesta o cuando juraban no volver a drogarse. Miró por la ventana y las lágrimas salían solas esta vez, mientras el reflejo del vidrio le hacía ver como una bruja desahuciada con los recuerdos de Joel burlándose de ella a un lado con un sol que se había quedado en vela para ver su miseria.

 

jonathan-ceronJonathan Raúl Ortega Cerón (Sócrates Cerón)
Mail: Jonh_ceron@hotmail.com

Estudiante de la facultad de economía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ganador del concurso de cuento corto Libertad o dependencia. Cursó el diplomado en Creación Literaria en la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Iniciador y colaborador de asociación civil Ando imaginando: Literatura, Arte y Vida A.C. Tallerista de la sala de lectura Amoxcalli, para la promoción de la lectura.