Marta Eloy Cichocka (Polonia, 1973)

marta-cichockaLa poeta colombiana, Lucía Estrada, practica el arte de la entrevista colocando a la poeta y artista visual en la perspectiva de la reflexión y de la crisis.

 

 

Entrevista a Marta Eloy Cichocka
No dejar de ver la poesía en sillas vacías

Lucía Estrada

Lucía Estrada

Háblanos un poco sobre tu experiencia poética en el contexto literario de Cracovia. ¿Cómo percibes a los poetas polacos contemporáneos? ¿Cuáles de ellos han influido directa o indirectamente en tu escritura?

     Parecen preguntas sencillas y, sobre todo, naturales – y sin embargo debo ser sincera: no sé muy bien cómo responderlas. Es que no me siento pertenecer a ningún contexto literario en particular: ni de Varsovia que es la capital de mi país, ni de mi Cracovia natal, ni a los círculos de la llamada poesía femenina. Si pudiera elegir un contexto más amplio, sería simplemente el de la generación de los 70., porque creo que compartimos todos las mismas experiencias: la infancia bajo el régimen, la ley marcial, la caída del Muro de Berlin… Pero las conclusiones que sacamos de todo eso ya son muy personales. Además, debo subrayar que tuve la oportunidad de estudiar (y de enseñar) fuera de Polonia: pasé casi diez años en Francia y por eso llegué a establecer las relaciones con los círculos literarios de Polonia solamente después de mi regreso y la publicación de mi primer poemario, “Wejście ewakuacyjne” (“La entrada de emergencia”) en 2003. Por eso, los poetas que más influencia tuvieron en mi escritura no son necesariamente polacos ni contemporáneos: Guillaume Apollinaire (1880-1918), Krzysztof Kamil Baczyński (1921-1944), Sylvia Plath (1932-1963) – y Stanisław Barańczak (1946-), gran poeta polaco y traductor del inglés son a quienes más aprecio y admiro. Sin embargo, me marcaron igualmente los poemas verticales del argentino Roberto Juarroz (1925-1995) como la poesía casi desconocida del narrador francés Michel Houellebecq, autor de “Las partículas elementales” (1998).

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Marta Eloy Cichocka

     ¿Podríamos pensar, entonces, que tu experiencia poética – así como la de tu generación- encuentra sus raíces en esa visión plural de las cosas, del mundo que nos rodea, o por el contrario sientes que al estar inmersos en una época en el que las barreras culturales e idiomáticas tienden a desaparecer, los impulsa a buscar en el lenguaje un territorio para la singularidad y la experiencia íntima de lo cotidiano?

     No me atrevería a generalizar demasiado acerca de un fenómeno tan efímero como la experiencia poética – en polaco incluso tenemos un dicho: “Poetą się nie jest, poetą się bywa”, según el cual uno no “es poeta”, sino solamente “está poeta” de vez en cuando… Por eso, cada respuesta dogmática sería falsa y aproximativa. Y, sin embargo, me parece importante subrayar que la experiencia poética nace, inevitablemente, como consecuencia de otra gran experiencia transformadora: la lectura. En este sentido todos somos lectores que aprenden a escribir, en el contexto estético de nuestra época, con el equipaje de erudición que heredamos de nuestros maestros. El placer de escribir como una prolongación del placer de leer se transforma poco a poco en un deseo de ser leído, muchas veces bastante narcisista y egocéntrico, hay que reconocerlo. Pero al mismo tiempo es un deseo de creación puramente divino: tal como los dioses del “Popol Vuh” buscaban obstinadamente a crear seres que los veneraran y recordaran “sobre la faz de la tierra”, los que escribimos buscamos, conscientemente o no, a ser leídos y recordados por los que nos leen. En este sentido cada experiencia poética repite la ambición divina de crear un universo (del poema) poblado por sus habitantes (los lectores). Por otra parte, suscribo totalmente a las teorías según las cuales la poesía, como la música, permite lograr espacios de lo inefable – pero eso ya es otro tema, además muy difícil de comentar con las palabras, ja ja.

    Desde siempre, muchos hemos considerado que la poesía pertenece al ámbito de lo sagrado, y que los poetas son el puente misterioso, el receptor de Aquello que normalmente se nos escapa, y que sólo a través del arte, de la poesía, de la mística,  podemos acceder a ese “otro” conocimiento del mundo y de nosotros mismos… No obstante, en muchas poéticas del siglo XX (e incluso en las del siglo XIX) hemos visto algo así como un despojamiento del sentido ritual de la palabra, y los poetas invocan dioses y fuerzas mucho más “cercanas”, mucho más personalizadas y domésticas… Nombran lo cotidiano, lo que en apariencia es intrascendente, lo que en apariencia no tiene más raíces que los nuevos tiempos, sus afanes, su condición efímera y cambiante… Si uno lee con atención tus poemas, sentirá que algo de este despojamiento habita entre sus líneas, que los ritmos y los silencios señalan tu manera de respirar, tu manera de estar en el mundo, de celebrar los aciertos, de asumir la incertidumbre, de volver a tu casa y a tus viejos amores, de cerrar la puerta con llave y asistir una vez más a la contradicción que a veces nos significa la vida… ¿Pero acaso no es también todo esto  –a pesar de que tantos no quieran admitirlo– una manera de regresar a ese primer sentido de lo religioso que conlleva toda palabra consciente y libre, toda palabra que sea anhelo de permanencia?

    Así es, lo has intuido perfectamente. Pero la cuestión es mucho más compleja, creo: por una parte, tu pregunta me hace recordar a los famosos “poetas presocráticos”, mencionados en una carta de Julio Cortázar a Roberto Juarroz, o sea –a los primeros filósofos griegos que todavía no habían caído en la trampa de diferenciar la filosofía de la poesía, menospreciando esta última–. Por otra parte – aquí ya me abstengo de los juegos de erudición, que suelen ser una coartada fácil para no arriesgar nada personal– toda postura poética refleja inevitablemente la dimensión trágica de la condición humana. Nazcas donde nazcas, mueras donde mueras, en Colombia o en Polonia, en el Perú o en el Japón –los seres humanos siempre se enfrentan con las mismas preguntas esenciales, la misma angustia, la misma inminencia de la muerte. Hemos inventado mil pasatiempos para olvidarlo –la caza, la danza, la guerra, la misa, el canto, el cine, el restaurante, la literatura, la bolsa, la informática, el amor y el sexo– pero detrás de todo eso seguimos vivos sin entender por qué o para qué, ni cómo o cuándo moriremos. Entonces, la poesía puede partir desde el tono más elevado, o desde la constatación más banal, para dejarnos vislumbrar lo más profundo y sagrado, que suele ser al mismo tiempo de una sencillez perturbadora… “Entrada de emergencia”, así se llama mi primer poemario, sugiere que el camino a la libertad lleva hacia adentro, no hacia fuera. Y hay más: para mí, el peso del razonamiento lógico y analítico resulta aplastante para la sabiduría intuitiva y poética. Cuando Ko Un, un gran poeta coreano, vino a Cracovia, nos dijo de repente en un encuentro, contestando por supuesto a una de esas preguntas analíticas sobre el aspecto budista de su poesía, que la poesía estaba por todas partes, sobre todo en las sillas vacías en aquella sala. Y yo me propongo esto: no dejar de ver la poesía en sillas vacías.

   Se ha planteado muchas veces que los poetas de las últimas generaciones han intentado darle un tratamiento distinto a las palabras, a las imágenes, a la sintaxis del poema, con el fin de sacudirle cierto adormecimiento de las formas y hasta del sentido de aquello que se nombra. No obstante, esto mismo ya se hizo otras veces, y lo que parece no cambiar en absoluto –como tu misma lo afirmabas hace un momento– es la necesidad de afirmarnos en el tiempo y en la realidad a través de la escritura. ¿Crees que actualmente nos encontramos frente a una nueva crisis del lenguaje poético? Y si fuese así ¿cuáles son esas señales y de qué modo, según tu experiencia, debemos asumir ese compromiso de renovación?

    Desde que el siglo XIX impuso a los artistas una exigencia de originalidad, cada generación se siente, primero, obligada a rebelarse contra la precedente –y más tarde atraída, inevitablemente, a las anteriores (sabiendo que en aquel momento ya se le acerca otra generación más joven y agresiva). No creo que seamos capaces actualmente de una revolución estética tan radical como en la primera mitad del siglo XX, cuando los sucesivos “-ismos” realmente reinventaban y redefinían el mundo. Lo que ahora se está redefiniendo es el mercado y el público. Hay festivales, premios, lecturas públicas, pero también cada vez más páginas web, comunidades virtuales, blogs poéticos. La ciberliteratura es un hecho, aunque ocupa un espacio virtual. En el Internet todos los textos están al alcance de la mano: ahora escribir es leer, reciclar, citar o autocitarse, escribir en palimpsesto.
Por eso creo que el lenguaje poético necesita una nueva crisis a diario –como el oxígeno. La palabra “crisis” en griego significa “proceso”, “cambio”, “puesta en cuestión”, “replanteamiento” – interesante, ¿verdad?– . Una crisis no tiene que ser una amenaza. Por otra parte, en el chino existe un juego muy fino entre dos ideogramas: 危机 (Crisis) y 机会 (Oportunidad). Juntando las dos palabras obtenemos la palabra 危机机会 (Posibilidad de una Crisis / Oportunidad Crítica) – oportunidad que exige una acción inmediata. Y creo que el estado actual de las cosas no favorece una plácida contemplación de las figuras retóricas en filigrana. Vivimos tiempos interesantes, los cambios son tan rápidos como inesperados, el lenguaje poético que sea vivo debe renovarse con cada poema.

    Cada poeta tiene una forma distinta de acercarse a su escritura. Cada poeta tiene una gestualidad, un ritmo, un rito, una mirada sobre el momento mismo de abrir el lenguaje, el silencio, la mecánica celeste que son uno y otro pero también ambos cuando se conjugan, cuando siembran en nosotros sus interrogantes. ¿Cuál sería tu Ars poética?

     Espero que me perdonarás, pero en este momento no puedo resistir a la tentación de citar un fragmento de “Ars poetica”, un poema escrito por un poeta polaco Czesław Miłosz, Premio Nobel de Literatura (1980). La versión castellana es de José Emilio Pacheco:

 

Siempre he aspirado a una forma mucho más amplia
que, libre de las aspiraciones de la poesía y la prosa,
nos dejase entendernos sin exponer
a lector y autor a sublimes agonías.

En la esencia misma de la poesía hay algo indecente:
Expresamos cosas que ignorábamos tener en nosotros.
de modo que parpadeamos como si hubiera saltado un tigre [de nosotros]
y estuviese en la luz moviendo la cola.

Por eso dicen justamente que un demonio dicta la poesía,  
aunque es exagerado sostener que se trata de un ángel.
Es arduo adivinar de dónde viene el orgullo de los poetas
cuando tan a menudo quedan avergonzados por la revelación de su fragilidad.

 

Si Pacheco escribe “demonio”, es porque traduce del inglés (“dæmon”), pero en el original encontramos el concepto más complejo de “daimonion”, un espíritu ambiguo e imprevisible que no se deja dominar en absoluto. Por eso al final el poeta emite un suspiro medio irónico, medio resignado:

 

De acuerdo, no es poesía lo que ahora digo:
Los poemas deben escribirse rara vez y de mala gana,
bajo penas intolerables y sólo con la esperanza
de que los buenos espíritus, no los malos, nos elijan como instrumento.

    ¿Qué más decir?… Si tuviera que resumir mi “Ars poética”, diría que suscribo plenamente a esa visión donde el “daimonion” toma las riendas de la inspiración: su voz interior nos advierte cuando cometemos errores pero nunca nos ofrece soluciones definitivas. Por eso, por una parte, acepto los más inesperados regalos de la inspiración y voy anotando versos en hojas sueltas (que muchas veces se me pierden), pero por otra parte suelo escribir con parsimonia y dejo mis esbozos poéticos madurar meses (o años) antes de dejarles encontrar a sus lectores. Y a sus traductores. Además, como en el fondo me interesa tanto el lenguaje y las bases mismas de la comunicación poética, mis poemas resultan a veces difícilmente traducibles. ¡Debo aquí dar las gracias a José Mohedano Barceló, Abel Murcia y Carmen Ruiz de Apodaca por haber tratado esos textos con tanta paciencia!

     ¿Crees que la poesía debe tener un “compromiso” más allá de su propio lenguaje, de su “daimonion”, de su rigor ético y estético, de su condición de palabra única que abra otras realidades y nos permita ver, entender, acceder a una conciencia más profunda de las cosas? ¿Crees que la poesía debe asumir una posición política en nuestras sociedades actuales? Y si fuese así, ¿de qué manera lograr un tono distinto que la rescate del panfleto y los discursos de ocasión?

    El poeta mexicano Javier Sicilia acaba de darnos una muestra de cómo se puede asumir una posición política siendo poeta – y padre. Sesenta años antes, en Washington D.C., un poeta polaco exiliado (otra vez Czesław Miłosz) escribía esas palabras muy duras que intenté traducir con apoyo de Juan Manuel Roca:

 

Tu que hiciste daño a un hombre sencillo […]
no te creas a salvo. El poeta no olvida.
Puedes matarlo –otro nacerá.
Se registrarán sucesos y conversaciones.

Más te convendría un amanecer en invierno,
y un lazo, y una rama caída bajo el peso. 

Y cuatro años antes, en 1946, Martin Niemöller, poeta y pastor luterano, pronunciaba un sermón en la Semana Santa que se iba a convertir en ese poema famosísimo (y atribuido erróneamente a Bertolt Brecht):

 

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista, […]
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

En el mundo actual la poesía puede asumir una posición política –o sea, activa y lúcida– también frente al consumismo, el machismo, la violencia conyugal, la desigualdad de los sueldos entre ambos sexos, el aborto tratado como una solución del “problema” sin tomar en cuenta la salud de las mujeres, la inmigración que lleva a la esclavitud, el tráfico de órganos, el analfabetismo político de los ciudadanos… Y, sin embargo, no hay que olvidar que la recepción de cada texto poético depende tanto de las intenciones del autor, como de su lector y del uso que se le reservará en el presente – y en el futuro.

    Por último, Marta, dinos cómo enriquece tu experiencia poética el ejercicio artístico, el dibujo, la fotografía… ¿Se comparten en esos mundos las mismas necesidades, las mismas pulsiones, o crees por el contrario que cada uno de ellos guarda su afán?

    Gracias por esta pregunta, tal vez la más íntima de todas. Recuerdo dibujar desde muy pequeña; recibí mi primer cámara de fotos a los ocho años; anoté mi primer poema a unos diez. Han sido en mi caso los ejercicios paralelos y bastante complementarios. Dibujé para liberar la energía, tomé fotos para conjurar un momento, escribí para alejarme de mí misma. En algún momento tuve que tomar una serie de decisiones: por una parte, en el mundo actual, tanto las artes gráficas como la fotografía ofrecen muchísimo más oportunidades de ganarse la vida que la poesía; por otra parte, exigen también un esfuerzo considerable, una adquisición de cierto material o ciertas técnicas. Abandoné muy pronto la idea de estudiar el arte, la pintura o la fotografía: en cambio, llevo unos diez años trabajando de periodista especializada en la fotografía contemporánea y la fotografía femenina, publicando ensayos en polaco y en francés, entrevistando a los grandes fotógrafos de hoy, animando encuentros durante el Mes de Fotografía en la ciudad de Cracovia. No soy fotógrafa profesional, pero he tenido un montón de exposiciones, he realizado una serie de retratos de los autores polacos y he vendido mis fotos a varias editoriales. Sin embargo, como no tengo que ganar mi vida vendiendo las fotos, eso me da más libertad. Suelo publicarlas en el Internet, en www.eloyexpress.blogspot.com y en www.zoomwzoom.blogspot.com –considero cada fotoblog como una suerte de diario de un alter ego. O como de esbozo de un libro por publicar.

 

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3 comentarios

  1. Rafael Aguirre