Mariángeles Comesaña (México). Antonio Deltoro

mariangeles-comesana“De la mano del viento” es el título del más reciente libro de Comesaña. El poeta mexicano Deltoro nos conduce por sus atmósferas y sus imágenes, donde el exilio y el descubrimiento son parte de la misma luz.

 

 

Mariángeles Comesaña: “La figuración musical de la bondad”
Antonio Deltoro

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Antonio Deltoro
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Mariángeles Comesaña
Una de las personas a la que más le debo como poeta y como amiga es a Mariángeles Comesaña. Antes de pensar en dedicarme a la poesía ya la consideraba una poeta y descubría en su voz poemas como Piedra de sol, entre otros, que me marcarían para siempre. Más tarde nos reuníamos los jueves en su casa los hoy presentadores de De la mano del viento, sus amigos y comensales, a leer nuestros poemas y anudar lazos que han durado por años como lo atestigua este acto que nos tiene reunidos. En lo personal, la complicidad y el cariño entre los dos se reforzaban por ser ambos hijos de amigos y camaradas de exilio republicano español en México. Un dato más para ahondar en mi afecto: en mis primeras lecturas era ella quien leía por mí, dadas mi timidez y mis miedos; a su voz le deben mis primeros poemas sus notas más altas, jamás mi poesía ha sido tan bien leída ante un público.
                Hay en De la mano del viento poemas escritos en aquellos años que leídos ahora me siguen asombrando por su sonoridad, su vigor y su frescura; estoy seguro que serán para sus nuevos lectores lo que son para mí: una columna vertebral hecha con música y sentimientos. En ellos, como en todo este libro, el oído va, a veces, delante del corazón mostrándole su camino, otras es a la inversa, pero en todo caso siempre van juntos; parece que Mariángeles Comesaña concuerde con un poeta muy diferente, pero también enamorado de los sabores y las cosas, José Lezama Lima, en que la poesía es “la figuración musical de la bondad”.
 De la mano del viento es un libro entrañable. En él está condensada toda una vida fiel a los sentimientos y los afectos, en él hay muchos años de resistencia de la frescura a la sequedad. Asentada en lo cotidiano, siempre abierta a la solidaridad y al prójimo, Mariángeles Comesaña ha resistido, con los brazos abiertos, con el alma muy limpia, al deterioro de vivir en nuestra época, poniéndole a la existencia, como a su comida, el punto de sal “como quien pone luz a fuego lento / para que dure el sol toda la vida”.
La luz es el elemento dominante en este libro. Escribir (despoblar la blancura del papel)  es para nuestra autora ir al fin de sí misma y a su comienzo. El papel es para ella, pese a su blancura, un “pozo misterioso” del que brotan enumeraciones, a un mismo tiempo, expresivas y significativas; tiene surcos, como la tierra, y es un “inventario de sueños” portátil y un amigo fiel, pero multiforme y protéico, que resiste abandonos y olvidos acompañándola; se extiende, abarcando dos tiempos y dos países, de la guerra civil española al 68 mexicano y los años posteriores a éste; y también tiene oídos capaces de revelar quiénes somos y ampliarnos, dándonos mundos que desconoceríamos sin él; además, por mucho que lo despoblemos, poblándolo de letras, al final queda luminoso e intacto.
La poesía de Mariángeles Comesaña es naturalmente femenina, sin impostaciones o empoderamientos. Hecha y derecha, con sentimientos y afectos de mujer bien arraigados, desciende por las raíces femeninas interrogándolas y buscándose, haciéndoles preguntas fundamentales y dolorosas sin abandonar jamás el hilo de la belleza. A sus ascendientes femeninas, sobre todo a su madre, les canta e interroga para después envolverse en ellas aceptándolas en sus alegrías y  amarguras.  Hay un poema, “Cuna de flores”, significativo a este respecto, que establece una genealogía femenina minuciosa y plena de afectos. En él se escuchan las voces de muchas mujeres: abuelas, tías, primas, madrina y madre como en una novela gallega hecha de exilio y aldea. Este poema concluye con la estrofa siguiente:

“De todas ellas, yo construyo un espejo imaginario
un tiempo y un espacio que no existen,
para mirar mi piel, mi rostro, mi vida entera,
que se desliza en la suave corriente cristalina
de todas ellas.

Poesía extraordinariamente rica en detalles, los de Mariángeles Comesaña son gemelos de los de su vida y su casa. Hay poetas masculinos que tienen la casa como centro; Eliseo Diego es, para mí, el más esencial y refinado, pero en De la mano del viento la casa adquiere su quinta esencia femenina: no sólo por su naturaleza de paraíso inventado todos los días, sino por su carácter de prisión, a la que la soledad y la costumbre ponen barrotes:

“Una se encuentra sola
Sola al abrir la puerta de la casa sola al partir
el pan
-dulce para nadie-
al servir el café
en una sola taza

……………………………………………

Trágame tierra
que me devora el frío
de mi sombra amarrada
trágame que me muerde y me remuerde
la falta de mi mano en otra mano
el hueco de mi cuerpo en otro cuerpo

Al tiempo que podríamos caracterizar la poesía de Mariángeles Comesaña como profundamente femenina, también podemos definirla como fraternalmente urbana. Voy a escoger un poema pleno de sentido de humor, de sentimiento cordial con el prójimo y de personajes para ilustrar este aspecto. No es azaroso que De la mano del viento lleve como presentación un texto escrito por Efraín Huerta hace muchos años sobre la poesía de Mariángeles Comesaña. Ambos poetas se tocan en su furioso cariño a la ciudad de México. Entre otros hermosos poemas De la mano del viento que tratan sobre nuestra infernal y angélica metrópoli éste está emparentado de igual a igual con el célebre “Juárez Loreto” del poeta guanajuatense. También está vinculado con los camiones repletos de narices coloradas que poblaban los comics de “La familia Burrón”: “El Fundidora La Villa Sierra Vista Ticomán / le hace lugar a todos los que quieran tomarlo, / hay tubo para todos, / para que todos cuelguen sus cansancios distintos”. En “La lluvia de un  junio cualquiera”, tal es el título del poema, se despliega la fraternidad con una fuerza y una ternura pocas veces expresadas en nuestra poesía, simultáneamente, la piedad deja de ser un sentimiento triste y en voz baja para ser una forma de felicidad fundada en la pobreza esencial que nos hace ser “voces de la misma penuria” (la expresión es de Borges). Copio parte de una estrofa para que ustedes constaten que no exagero:

“Todos somos un ojo, un fémur,
una joroba adolorida, un solo timbre de voz,
es el sitio más feliz para borrarnos,
todos tejemos en las agujas de la misma señora
todos somos el niño que pega el chicle en el abrigo del señor
el borracho que pone cara de sobrio…

Tengo que aguantarme las ganas de copiar el poema completo, pero espero que lo oigan al final de esta presentación en voz de su autora.
Mariángeles Comesaña no le tiene miedo a los sentimientos, es más los encara, se adentra en ellos. Se aventura, una y otra vez, en este mundo tan propio de la poesía y, al mismo tiempo, tan peligroso que en él naufragan, si es que se atreven a embarcarse, muchísimos poetas. Tampoco rehúye a expresar afectos y desafectos. Lo primero lo muestran casi todos los poemas de este libro; lo segundo su último poema dedicado, parafraseando un título de Francisco Hinojosa, a la peor señora del mundo, que rebosa malevolencia y humor, porque de vez en cuando los buenos pueden ser malos a profundidad, sin tomárselo de tiempo completo, como sí lo hacen los malos verdaderos, que son malos por miopes y obtusos, porque llevan como los burros anteojeras que les impiden ver el rico y aromático mundo de los buenos afectos.
De la mano del viento es inagotable. Espero con estas pocas líneas haber sugerido su riqueza hecha de apasionada observación y buenos versos. Hay un poema muy fechado y muy desilusionado, “Se han hecho viejas las promesas”,  que repetíamos en los años posteriores al 68. No sé si con esta presentación lo avalamos o lo desmentimos, quizás se hayan hecho viejas muchísimas promesas de esos años, pero está que hoy celebramos con la aparición de este libro es una promesa cumplida: De la mano del viento, de un poco más de cien páginas con poemas escritos en más de cuarenta años, es un libro inmenso: un  corazón lo rige; un corazón grandísimo que acoge muchísimos latidos y que sabe oír a cada uno como un oído absoluto escucha cada nota.