Luis Cernuda en el exilio. Antonio Rivero Taravillo

Camilo de la Vega nos adentra en la lectura de esta biografía escrita por el español Rivero Taravillo donde el poeta de “La Realidad y el deseo” sobrevive entre sus letras y el destierro.

 

 

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Antonio Rivera Taravillo

Luis Cernuda . Años de exilio
Antonio Rivero Taravillo
Tusquets, México, 2011

Camilo de la Vega Membrillo

 

            Según el inglés Thomas Carlyle, la historia humana es producto de lo que han hecho los grandes hombres —los héroes, dice—. Resulta inspirador, deducimos, para nuestro pensamiento y comportamiento girar la cabeza y ver a esos modelos de imitación. Quién sabe por qué razones hemos depositado en la figura del escritor, en concreto del poeta, esta desbordante expectativa; tal vez la respuesta la da el propio Carlyle: lo colocamos en un pedestal porque creemos que su mirada ha penetrado el Misterio, a la manera de un profano elegido. Se dice también que conocer la vida de un poeta puede convertirse en una operación por completo inútil, pues su obra se sostiene por sí misma, o bien, por el contrario, que ayuda a entender lo que este poeta escribió. La biografía Luis Cernuda. Años de exilio, escrita por Antonio Rivero Taravillo, pretende responder estas cuestiones. El libro, segundo tomo de la biografía completa del poeta sevillano, investiga el largo periplo de Luis Cernuda desde su salida de España, en 1938, hasta su muerte, ocurrida en Coyoacán, en 1963.

            Rivero Taravillo emprendió una tarea de recopilación de datos biográficos desperdigados en un sinnúmero de fuentes; también recogió con minucia los testimonios e impresiones de quienes conocieron personalmente al poeta. Una profusión de nombres, fechas, lugares y detalles delinean el perfil del poeta y retratan su mal carácter. Si bien entre sus contemporáneos existía una especie de leyenda negra acerca de su naturaleza hasta cierto punto intratable, llama la atención que Cernuda en el trayecto de su vida gozó de pocas pero sólidas amistades. Sus amigos lo procuraron sobre todo ante la adversidad económica; no obstante, muchos de ellos debieron tragarse los desplantes del poeta: dejar a alguien con el saludo en la boca, cerrar la mirilla de una puerta en las narices de un escritor joven, salir literalmente corriendo ante una visita inesperada, por mencionar algunos hechos, muestran el temperamento voluble del escritor. Cabe esperarse que este comportamiento hiciera que la soledad —tema central en la obra cernudiana—, cercara al poeta. En contraste, hay también quienes testimonian una afabilidad y ternura casi infantiles.

            Apreciamos aquí al poeta como un hombre con estilo. Aun en los momentos de mayores apuros económicos —que no fueron pocos, debido también a su carácter huidizo—, Luis Cernuda solía vestir con elegancia y desplegar suma delicadeza en su comportamiento. Este dandismo, sin duda, era una máscara social con la que pretendía, otra vez,  mantener a raya a propios y extraños. Así lo muestra el testimonio del en esa época joven escritor Tomás Segovia: “yo asistí con mayor ilusión, esperando encontrar al poeta crítico que me había iluminado, pero me encontré con un hombre que sólo hablaba de corbatas, zapatos ingleses o películas”.

            Rivero Taravillo se detiene en todas las ciudades que acogieron a Cernuda desde su salida de España: París, Glasgow, Londres, South Hadley (Massachusetts), Middlebury (Vermont), La Habana, la Ciudad de México. Tema crucial para su obra, el exilio fue un alejamiento físico de la tierra natal, de la cultura madre, pero también una separación interior. Si hay en esta biografía algo que evoluciona en el biografiado, es precisamente el paso de la añoranza a una suerte de rechazo por su nación a donde se negó volver.  En su peregrinaje estuvieron siempre la escritura y la lectura. Un lector ávido de detalles personales puede enterarse incluso de los libros en que el poeta abrevó, gracias a que el autor hurgó en los archivos de algunas bibliotecas de las que Cernuda era asiduo.

             Otro asunto central es el de la homosexualidad del poeta. Contrario a lo que revelaba el asumir plenamente su condición sexual, Cernuda se mostraba como hombre reservado y pudoroso. Tampoco ocultó la admiración que le despertaban los vigorosos cuerpos de los jóvenes varones, presencia constante en su producción poética.  Para muestra están los “Poemas para un cuerpo”, que le inspirara su joven amor mexicano, el fisicoculturista Salvador  Alighieri. Taravillo se entrevistó con el propio Alighieri, octogenario ya, quien recuerda con cariño a Luis Cernuda y asegura que siempre fueron amigos, nunca nada más.

            Una biografía es un género que requiere, si ello es posible, un alto grado de objetividad. El propio Rivero Taravillo, ya en las páginas finales, asegura que este trabajo no quiere ser una hagiografía. Pero valdría la pena preguntarse, en primer lugar, si es posible el tan ansiado distanciamiento objetivo del biógrafo con respecto a su objeto de estudio, una vez que lo ha elegido por una razón, quiero pensar, de gusto o aversión y ha pasado años indagando hasta los detalles más minuciosos sobre él. Este género ineludiblemente pisa por momentos el terreno de la conjetura, más allá de los datos y de los testimonios recogidos. Sin duda, hay en este libro una prosa transparente y amable, pero en realidad, pocos asomos de la voz del biógrafo.

            En segundo lugar, habría que ponderar si la negación de una toma de postura ante la vida de Cernuda es la responsable de cierta aridez y tono plano en este libro.
Al final, queda a escrutinio del lector parte de la vida de un escritor, cuya actitud vital se reflejó plenamente en la confección de su obra. Una vez leído el libro, se hacen más comprensibles las palabras de Octavio Paz respecto al sevillano: en Cernuda,  poeta y obra son uno solo. Puede decirse que el exilio no fue nada más de su España natal, sino del mundo, de la convivencia con el prójimo, de la conformidad con su propia vida, para habitar en la escritura y penetrar, en efecto, el Misterio del mundo.

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Camilo De la Vega