“El oro de los siglos”. José Javier Villarreal (México, 1959)

jose-javier-villarrealFrancisco Meza, originario de Culiacán, Sinaloa, México, nos sugiere esta obra así: “Debemos celebrar la llegada de este tipo de libros que entre líneas nos enseñan que el verdadero acto de la lectura reside en la relectura.”

 

 

 

 Reseña sobre el libro El oro de los siglos de José Javier Villarreal

EL ORO DE LA PALABRA
Por: Francisco Meza Sánchez

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Francisco Meza

Sería un contrasentido enunciar que uno de los grandes méritos del El oro de los siglos radica en el impulso de abandonar el libro a mitad de alguna de sus páginas; dejarlo postergado, cancelado o como se dice: pendiente. Dicho impulso encuentra su razón de ser en el deseo por comenzar la lectura de algunos de los poetas de los cuales José Javier Villarreal habla. En fin, uno va deseando mientras avanza por estas páginas deslumbrantes, a veces sesudas, casi siempre sensibles, irse directo a los poemas que las originaron. En esto radica el triunfo de estos ensayos, crónicas, apuntes, reflexiones; de estas crónicas que reflexionan, de estos apuntes que ensayan: una manera de pensar la existencia desde la poesía misma.

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José Javier Villarreal
Debemos celebrar la llegada de este tipo de libros que entre líneas nos enseñan que el verdadero acto de la lectura reside en la relectura. En reflexionar una y mil veces la mirada en aquella escritura transformadora, en aquella caja de asombro que al mutar nuestra mirada nos permite profundizar en el mundo que caminamos. Indudablemente, cuando leemos el pensamiento poético de Villarreal, quedamos contagiados de una suerte de frenesí, de electricidad, de vitalidad, de emoción que nos empuja a buscar nuestras propias expediciones en el texto.

Y después del poema, después del arribo de la poesía como rayo súbito, como presencia del milagro,  Villarreal apunta que algo cambia en las geografías interiores del hombre. Podríamos decir, en este caso, sin abusar de grandilocuencia, que cada individuo será la suma de los poemas que conoce y también será la suma de los poemas que desconoce.  Cada hombre será, recordando a la poesía como género madre, los libros leídos y los no leídos. Por ello, la palabra al servicio del arte es asombro que nos permite un contacto más intenso con lo humano: corriente de agua, de pronto turbia, de pronto mansa, donde cada quien reconocerá sus demiurgos.

En esta barbarie que todos compartimos, la poesía nos hace comprender que la existencia es brutal y bella, nos revela  el resplandor de las cosas sucias o la oscuridad de lo diáfano para orillarnos a pensar que no todo lo estético obedece a cánones éticos. En ese sentido, el poema es y ocupa un lugar en el espacio. El poema, sitio de conciliaciones, desencuentros, violencias, sustancias, lágrimas, memoria: realidad plena de sentido, realidad potenciada en el lenguaje o, lo mismo, lenguaje potenciado de realidad imaginada. Recordando a Octavio Paz: el poema es el lugar donde el hombre y la poesía se encuentran.

En El oro de los siglos, estas y muchas otras ideas más se van desarrollando, de ensayo en ensayo, a través de una voz, obviamente la de su autor, que es consecuencia y cúmulo de años de trabajo en el hacer poético. No podemos olvidar en ningún momento que José Javier Villarreal, por lo menos así lo supongo, antes que ensayista, antólogo, traductor y maestro, es poeta. Digamos, ha metido  las manos en la arcilla, sabe el justo valor de calibrar bien una palabra o la importancia de la cesura en el momento preciso. De esta manera, Villarreal se sabe dentro de una tradición de poetas pensadores de la poesía, estudiosos de su género y, por qué no decirlo, exploradores del mismo. Una tradición que propiamente en México es abundante y rica y nos recuerda nombres como los de López Velarde, Alfonso Reyes, Jorge Cuesta, Villaurrutia, Octavio Paz. Y ahora, contemporáneamente hablando, los de José Emilio Pacheco, David Huerta, Benjamín Valdivia y el propio José Javier, por nombrar algunos.  En ese sentido, desde su hechura, desde su germen, este libro nos trae la enseñanza contundente y sabia de una frase ya célebre en el discurso literario: “la tradición no se hereda, se conquista”.

Me gustaría agregar que José Javier, a través de un domino pleno de la prosa y a la luz de la imagen poética, logra generar en el interior de sus textos atmósferas que nos dan la idea de que quien está hablando, lo hace desde la cultura bibliográfica pero no abandona en ningún momento la descripción biográfica, es decir, la voz del pensador de la poesía también rinde, de manera brillante, las crónicas sobre el arribo de la misma. En fin, Villarreal hace reflexiones que imantan la mente de su lector de cierta domesticidad: uno sabe que quien está escribiendo vive entre libros, concisamente vive entre poemas; eso le otorga, aún en los momentos de mayor densidad, frescura al discurso como si la “torre” de Quevedo pudiera ser cualquier esquina, banca del parque, el reducido departamento o la biblioteca más sofisticada. En el pensamiento de Villarreal, la poesía se supone como asunto de todos los días. Obviamente, la profundidad de su reflexión no se ahoga en las descripciones de una rutina, sino que mezcla precisamente el pensar académico con la inteligencia del asombro.

En fin, en este libro nos encontramos con la pasión narrada de un oficio, con una sensibilidad consecuencia de un ejercicio constante del ser en los territorios de la poesía; sin embargo, el poema no es visto únicamente alimento de los dioses, sino es abordado como un asunto  de la condición humana. El poema que nos revela una parte del mundo y al hacerlo nos activa esa visión de Adán que cada hombre guarda en la mirada.

En esta barbarie compartida, en esta época común a todos, me pregunto: ¿por qué no subir los escalones de un multifamiliar con los versos de Wislawa Zsymborska; por qué  no viajar por las regiones de niebla de Latinoamérica con Canto general de Neruda; por qué no en el frío abatimiento de la fe la palabra solar de Odysseus Elytis; por qué no en la sucia velocidad de nuestros días la pureza demorada de René Char; por qué no en un momento de dolor pleno suspender todos los relojes como Auden; por qué no ante el ejercito de caídos y osamentas perforadas por el plomo, ver la ciudad con Perlonger; por qué no encontrar nuestro nombre en lo nombrado por Bandeira, Holan, César Moro, Pierre Reverdy, Edith Sodergrand y tantos otros protagonista de una tradición poética a ganar? Así, El oro de los siglos es un libro que seducirá a sus lectores para internarse en los bosques de una gran cantidad de poetas, algunos cercanos y otros distantes: todos ellos fundadores del milagro, todos ellos gambusinos.