Alfredo Fressia. El escritor, su biografía y su mito

fressia-alfredoUna entrevista con La Otra abre el camino hacia la reflexión de Fressia (Uruguay-Brasil) acerca del papel del escritor como referente ético en la sociedad ¿será?

 

 

Alfredo Fressia
El escritor: su biografía y su mito

Hace poco tiempo, la revista UIC puso en circulación su revista con la presencia de notables escritores, intelectuales y amigos, por qué no decirlo, que respondieron con lucidez acerca de la cuestión de ¿el poeta un referente ético? Los resultados fueron magníficos y vale mucho la pena leer esas posiciones, que poco a poco iremos dando a conocer a los lectores de La Otra Gaceta. Por algún error muy desafortunado, el texto de Alfredo Fressia quedó fuera de esa edición, pero no de ésta, que es su casa y su alter ego.

Alfredro Fressia, reconocido poeta nacido en Montevideo, Uruguay, reside en Sao Paulo, Brasil desde hace varios decenios, y es sin duda uno de los poetas más relevantes de su país y de América Latina. Tiene al español, el portugués y el francés como lenguas en las que vive y sueña. Comenzamos pues esta breve pero sustanciosa entrevista.

 

Gelman, Leyva, Fressia

El poeta es un personaje paradójico

L.O: El poeta es un personaje paradójico. Por un lado su obra escrita no se lee con el éxito que sí lo tiene la narrativa o las biografías, y ya no se diga los temas de superación personal, pero es un referente importante de la sociedad, aunque se desconozca su obra y a veces pese más su biografía. ¿Qué opinan acerca de esa imagen y de esa presencia que tiene en poeta en las sociedades del mundo y particularmente de América Latina?

A.F: Sí, el poeta tiene esa “presencia”, le es concedido un carisma, digamos, es una figura señera, y esto ocurre en una sociedad global que no le otorga “éxito” (léase “ventas”) a los libros de poesía. En otro lugar he hablado sobre el tema de la poesía como objeto que “no se vende” (Gaceta de La Otra, no. 26, mayo de 2009, “No, señores, la poesía no se vende”: https://www.laotrarevista.com/2009/05/presentacion-la-otra-gaceta-26/). Decía entonces, para hacerla cortita, que la poesía no necesitaba al libro, que lo precedía e iba mucho más lejos, que cualquier soporte le era propicio, incluso ese soporte llamado memoria. En fin, decía que no hay ningún motivo especial, intrínseco para que se compre un libro de poesía, como sí lo hay para comprar una novela o un ensayo, objetos que exigen el trabajo intermediario del editor, que piden el libro (o un sucedáneo, como la pantalla).
      Lo que entonces quería demostrar era que la poesía forma parte de nuestra vida, está en todos lados (o no está en ninguno), y por eso al poeta, que es quien la materializa, se le otorga ese carisma, ese papel de personaje señero.

fressia-alfredo

Una experiencia personal. Con cierta frecuencia me invitan a congresos literarios. Son encuentros de profesores, quienes disertan sobre los temas propuestos, y me aclaran siempre: “tú vienes como poeta y –como si fuera una consecuencia obvia– hablarás de lo que quieras”.
      Agradezco siempre esa libertad, pero es el caso de analizar el porqué de esa dádiva. La primera lectura de esa libertad acordada podría llevarnos a imaginar que del casi mítico poeta romántico, del vate, no se espera un discurso con un orden cartesiano, a veces ni siquiera un lenguaje siempre denotativo. Se esperaría más bien un discurso movido a intuiciones, a iluminaciones que los profesores, educados en la teoría literaria y con un excelente conocimiento diacrónico de la literatura, podrán desarrollar, eventualmente aclarar a posteriori, ideas más o menos sueltas, más o menos hilvanadas, que podrán servir de hipótesis para investigaciones en curso o posteriores. Las ideas de los poetas, aun si expuestas de un modo salvaje, o sobre todo si son expuestas de un modo salvaje, pueden decir mucho sobre el estado actual de la literatura, aun si los mismos vates no logran interpretar totalmente el alcance de lo que dicen. Justamente, para realizar esa interpretación están los profesores y es por ello que al poeta se lo oye con particular respeto.

No se me escapa que mi lectura es optimista. Una interpretación más pesimista podría imaginar que la presencia de uno o varios poetas en esos encuentros se deba más bien a un ritual, y casi culpable vista la escasa producción académica sobre obras poéticas. Profesores, periodistas, reseñadores, gente que trabaja en la investigación literaria (y hablo de quienes lo hacen seriamente, no de los aventureros, que también los hay, por cierto, y a veces integran y hasta presiden alegres Academias de la lengua) se enfrentan a la poesía como a un objeto que les es en definitiva extraño. Acostumbrados a trabajar más bien sobre la narrativa, ya previamente normalizada por la industria editorial, sienten el profundo malestar de tener que organizar y periodizar, interpretar, explicar un objeto tan lábil, tan rebelde, tan poco integrable en las periodizaciones pedagógicas como lo es la poesía. Nunca la crítica estará a la altura de la poesía, nunca podrá acompañarla, principalmente en términos académicos. Tal vez la enseñanza sí sea posible (en condiciones ideales, lo que podría encontrase en ciertos talleres, y siempre dependiendo de la capacidad del maestro, poeta él mismo) pero no en los llamados estudios académicos.

Lidiar con el misterio, admitir nuestra incapacidad de organizar el material, aproximar lógicas tan dispares, no son cosas que reditúen en términos académicos ni, en términos más precisos, de becas o de tesis que amplíen un currículum. Lidiar con el magma donde se crea y se lee realmente la poesía no es tarea que justifique un salario. Ni siquiera pide la actualizada erudición que debe ser exhibida por un académico debidamente pagado. La consecuencia de esto es una gran postergación de los estudios sobre Poética, un margen muy pequeño destinado a su estudio, o el puro y simple silencio, como ocurre entre los que embarcaron en los estudios culturales, por no tener nada para decir en el abordaje de la poesía.

Fressia, Jotamario

      Sin duda, y para responder la pregunta sobre el papel otorgado a los poetas, es por todo esto, por esa misma culpa que se los oye tras un aura que no se otorga a los narradores, por ejemplo. El diálogo resultará más fácil con un narrador, un ensayista, un dramaturgo. Todos saben de qué hablan cuando hablan de tipos de ficción, por ejemplo de la novela, todos saben que la industria pide capítulos cortos (se debe exigir lo mínimo del lector, que lee por ejemplo, en vacaciones), las dosis exactas de sexo y violencia, el comentario autoral “inteligente”, la guiñada connivente al lector. Por cierto, sé que estoy pintando a los profesores con brocha gorda y que muchos de ellos saben evaluar la pobreza de los productos editoriales industriales, pero es un hecho que casi todos se sienten desarmados frente al vigor, o mejor, el magma de la poesía. No sorprende que el poeta salga de todo esto dotado de ese carisma que vigila su propia soledad.

 

Poetas para el mercado o mercados para el poeta

L.O: Si la poesía es un género escasamente leído, cada día hay más festivales de poesía donde los poetas suelen encontrarse con auditorios nutridos y cada día hay más editoriales, aunque sea pequeñas para poner en circulación en pequeños tirajes esa obra por la que muchos poetas buscan el reconocimiento, la gloria, la trascendencia ¿qué piensas de estas paradojas de la poesía y de los poetas en sociedades donde domina el mercado, entre lo vertical y lo horizontal de su presencia?

A.F: Sí, la verticalidad y las hegemonías se han derrumbado. Estamos en tiempos horizontales, regionales, más del diálogo que del monólogo. Ya no más los Nerudas de otrora, ya no más los maîtres à penser, ya no más jerarquías incontestadas. Desínflese el ego de los poetas. El ego del bardo era adiposo y adelgazó. Las ediciones continentales no existen más, no porque las publicaciones en web las hayan reemplazado, sino porque nos interesa la poesía de nuestra región, o la del canon que nos hemos construido, sin presiones, libremente, o porque nos interesan algunos paisajes temáticos (la poesía migrante, o la queer, o la femenina, o la que trabaja el fin de los géneros por ejemplo), o la poesía de ciertas estéticas (sea bajo la forma de “escuelas” o no), o la oralidad de los Festivales (mayormente regionales). Dicen que esta democracia reencontrada (o encontrada) sería justamente una reacción a la globalización. No importa. ¿La verticalidad era ideológica y estéticamente más tranquilizadora? Personalmente no busco tranquilidad. Busco espacios para la poesía, para que brille su vitalidad, un trabajo que de hecho viene haciendo la revista La Otra y su gaceta web.
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Congruencia entre vida y obra

L.O: ¿Cuáles serían los tres poetas que desde su punto de vista y en la inmediatez sean modelos de congruencia entre vida y obra?

A.F: La congruencia, o más simplemente, las relaciones entre vida y obra son un laberinto. Es fácil verificar que del poeta, del vate, se esperan por lo menos dos niveles en esa relación vida-obra, y esos dos niveles suelen entrar en colisión. Por un lado se atribuyen a los poetas “sentimientos superiores”. El poeta puede vivir en la realidad y la contingencia, pero tiene siempre un pie en la trascendencia, o en una ensoñación casi platónica, el privilegio de un contacto con las esencias. Al fin y al cabo, el poeta debe leer lo invisible y decir la indecible, traernos, como un Prometeo, la luz del mundo en si imagen más profunda y definitiva. Todo esto se mezcla en lo ético, y entonces la envidia, la mezquindad, todo ese lado humano de signo negativo no se atribuye al poeta. Ocupado en desentrañar las Verdades, el poeta se distrae frente a la práctica cotidiana del mal, que le resulta ajena.

Por otro lado, decía, se espera también que el poeta nos revele las verdades que nos conciernen a todos, y un vate impoluto sería inútil, estéril como poeta y nada nos aportaría. La solución para este choque de expectativas suele situarse en cierta levedad que se otorga al poeta, a quien se atribuye frecuentemente una “extravagancia” que hace perdonable lo que sería severa crítica para los otros. A medio camino entre el brujo de la tribu y el bufón, el poeta puede ser excéntrico, pero difícilmente será malo.

Somos incapaces de separar al poeta de la poesía, es lo que nos tocó vivir. La presencia del hombre tras la obra es tan poderosa que hacemos historia de poetas cuando imaginamos que historiamos la poesía. Producto de las crisis intrínsecas de ese personaje llamado vate, o meramente del individualismo en la sociedad capitalista, el poeta moderno (y me sitúo desde el Renacimiento) no puede prescindir de una biografía. La “psicocrítica” de Charles Mauron procede justamente “de las metáforas obsesivas al mito personal” (Des métaphores obsédantes au mythe personnel, París: José Corti, 1963).

La biografía del poeta, sus circunstancias, su destino, su personalidad deben impregnar sus versos, directa o indirectamente. Nos interesa menos el tema y más la personalidad que lo aborda, sus motivos, sus meandros, sus matices. Nuestra lectura es demasiadas veces psicoanalítica. El suicidio del autor, por ejemplo, puede cambiar radicalmente la clave de lectura de toda una obra poética. Y de hecho muchos sospechan que algunos suicidios han sido “literarios”. Sé, por experiencia, que la sexualidad del poeta también puede radicalizar la lectura de su obra, y esto, más allá de que la obra aborde o no temas eróticos.
      Seguimos imaginando que toda obra constituye el real diario íntimo del poeta y en esa clave debe ser leída. Hablamos de etapas de un autor: sus poemas de juventud, los que escribió en tales circunstancias, los de la madurez, o de la vejez. Por ejemplo (y admito que es un ejemplo que siempre me resultó gracioso), esa obediencia al orden biográfico llega a ser explícitamente creada por algunos poetas, que hablan literalmente de su juventud, cuando son jóvenes, etc.

Somos poetas del yo, nos guste o no. Ese yo se suele presentar bajo diversos disfraces, turbio o travestido, prístino o bajo el paradójico signo del Otro, pero esperamos siempre los juegos de luces y sombras de ese yo y lo cuestionamos. Los poetas parnasianos no fueron -no son- excepción en absoluto, ni los poetas sociales, revolucionarios o los “exterioristas”. Un real discurso poético social exige una primera persona construida con esmero (y a veces incluyó un mythos que rozó la santidad). Tampoco son excepción los poetas que se inscriben en esa línea que viene desde el medio siglo XX, nacida en tiempos en que el valor Signo se proponía hacernos entender el mundo y la historia y las ciencias humanas (y el alma, vía Lacan), los tiempos en que todos eran pequeños semióticos y la poesía Concreta creaba el “plan piloto” de construcción del poema. Hasta hoy, el “investigar las posibilidades del lenguaje”, revelar “la crisis y los límites del lenguaje”, etc, supone un “tener algo para decir” que vuelve a una biografía, a un yo, a la función expresiva del arte y, directamente o no, a la confesión (o la revelación) y el documento.

Finalmente, la “congruencia” entre vida y obra puede situarse en negativo, por su aparente falta. Son los casos de poetas “burgueses” que sin embargo desarrollaron una aventura estética que nos parece inexplicable. Es tal vez el caso de poetas que provienen de clases privilegiadas y que adhirieron a la Revolución (cuando existía “la” Revolución). Y por ahí podríamos llegar a ciertas obras de lenguaje hermético o barroco, donde, otra vez, y siempre paradójicamente, el yo y la biografía vuelven a ocupar el protagonismo que tomó en la modernidad y que se nos ha vuelto un aparente, provisorio destino.