Hugo Francisco Rivella (El Rosario, Argentina, 1948)

francisco-rivellaConmocionado por el asesinato del hijo del poeta mexicano y por la declaración de éste de silenciar su escritura, el argentino Rivella escribe un poema sobre el tema y lo acompaña de otros más.

Hugo Francisco Rivella

 

EL HIJO MUERTO

“El mundo ya no es digno de la palabra”
Javier Sicilia

El poeta ha escrito el último poema porque en la calle,
solo,
sin cielo ni banderas,
yace el hijo tendido.

¿Cómo podrán sus ojos saciar mi calavera?
¿Cómo podrá la noche tapar su rastro en mí?
¿Cómo podré quitar del mar sus trágicos caballos y el carruaje de espejos que lo han visto morir?
Javier Sicilia oculta su rostro entre las manos
¿Quién lo puede tocar?
¿Con qué canción de cuna se dormirá la muerte?
¿En que zona del cuerpo me acuchillan sus lágrimas?
¿Qué flor pondré en el huerto cubierto por la nieve?

Arrojo este poema al fondo de la noche

 

Vivir más de la cuenta

Vivir más de la cuenta, esa es la eternidad.
Salvarse de la horca y de la guillotina, decir como mi madre: “He cumplido 95. Se me fue la mano”
Y ¿Dios, entonces?
Dios muere conmigo porque soy su creador.
Yo pinté en el almendro su larga cabellera y en el ojo del niño incrusté su secreto; puse en la prostituta una rosa lavada y en la mano que sangra dibujé una máscara.
Cierro mi corazón, lo vuelvo impenetrable.
Dejo en tu lengua una llave minúscula.

 

He de morir del modo en que he vivido

He de morir del modo en que he vivido. No seré como el cóndor que tiene un solo amor y se deja morir cuando la muerte se lleva lo que amó como un soplido.
Vuela, se eleva y se deja caer desde la altura cuando pliega sus alas y en el aire es una ráfaga que ya no pertenece a tanta muerte.
Bendito cóndor, agua sublime.
He de colgar del árbol como Judas pues traicioné la senda y la mirada del hijo que he soltado de la mano. Fui un pirata en los mares del sur, crujía mi calavera cuando mi espada atravesaba el alma de algún náufrago, y fui un ladrón en las garras del tigre.
Tendré  mi muerte así, pura y desnuda.
Escribiré un poema en el ocaso, garrapateado en la sombra del hombre que fui,
tal vez,
de ese modo se recuerde mi nombre a la luz de una lámpara.

 

Es fría la muerte, madre
a Margarita Rivella

Ahora es fría la muerte, madre.
Yo cerré tus ojos sobre la cama en que yacías: En ella te dormiste para siempre, mientras Tina calentaba agua para el mate.
En esa casa, madre, por última vez soñaste los lapachos, la lora con sus verdes lloriqueos y el piar de las gallinas contra el cielo.
Luego tiré una sábana desteñida sobre tu cuerpo que también dormía.
Ahora camino por la casa, madre, y siento que todavía anda tu corazón entre las buenas noches, las alegrías del hogar y las dalias.
En esa casa,
madre,
viviste los duraznos, las granadas y las noches en que hacías empanadas para matar el hambre. Fuiste feliz conmigo, con los nietos, con la risa más clara de Leonor y la flor memoriosa de los días.
En esa casa, madre fuiste el amanecer y el adiós con sus lágrimas.
Ahora es fría la muerte, madre.
Te mueres en un hospital como un fantasma y en la Sala Tal de la Casa mortuoria cuatro luces fosforescentes parpadean sobre tu cadáver.

 

¿Qué quedará de mí?

¿Qué quedará de mí? 
Soy el estampido de la bala.
Nada.
Lo que asusta al demente y lo trajina.
El miedo como un músculo adherido al hueso de una estatua.
¿Quién mirará este rostro cuando muera?
Solo sombra el recuadro en la penumbra.
Un rostro de otro rostro que no ha sido porque ha sido un pasar su voz y sus estatura, sus lecciones de álgebra y moral,
la danza del hollín en el incendio.
En la fotografía queda mi soledad de espejo.

 

He sido una gardenia en un retrato viejo

a Hilda

He sido una gardenia en un retrato viejo y el silencio del piano en la voz del jazzista;
fui una caracola en el océano donde naufragaba el galeón del pirata,
la palabra obstinada por entrar en la noche del poeta que baila a la luz de los tigres y va por la cintura de la mujer aquella que una vez deshizo su tristeza.
En tu vientre,
madre,
seguí siendo el niño que desterró a los ángeles del cielo y soñó con los peces de tus ojos lavados,
luego nací a la vida como un milagro.

 

¿Qué modifica el mundo de los vivos?

¿Qué modifica el mundo de los vivos?
¿No haber estado al pie de la muchacha cuando su cuerpo era una luz de cuarzo o Whitman recordaba la taberna donde besó la boca de la noche?
La ausencia es permanente en el pasado porque apenas si estamos en el lugar que es brecha o rozadura del tiempo,
de ese minuto,
aquél,
la mínima estancia en vida de los otros.
Todo ocurrió sin mí.
La explosión del abismo y el renacuajo que bordaba el estanque en donde Matsuo Basho seducía  la luna, las calles de Dublín y la plaza de Köninsberg cuando Kant rumiaba lo posible.
Todo ocurrió sin mí y seguirá ocurriendo si me muero.

 

Jesús era un suicida

Jesús era un suicida, decía Borges
¿Y el teólogo en tanto que decía?
Si tres personas son el uno y el uno son los tres
¿Cómo se explica la muerte de uno mismo?
Si he de saber entonces que lo vivido tendrá como consecuencia ser el muerto, si he nacido para el infortunio:
¿Qué parte de mí es Dios y qué parte lo humano?
Si he de aceptar la muerte pudiendo evitarla:
¿Cómo podré sostener tu llanto en los escombros?
Madre, entre nosotros te diré que soy un desdichado.

 

Si no estuvieras aquí, estaría solo

Si no estuvieras aquí, estaría solo. Hurgando mis recuerdos, haciendo de la sed una rosa sin límites y de los espejos otros mundos posibles.
Puedo permanecer en otros rostros, las maneras del mago y del mendigo. Aparecer allí, salvar el tramo de la huella que pisó el alacrán y ser la eternidad de los fantasmas.
Me es posible tu cuerpo en el otoño, a las puertas del sol cuando la tierra puede  reconocerse en los ciruelos.

Poesía, debo confesar que como dios, me vas pensando para que no muera.

 

Otra vez las máscaras

Otra  vez las máscaras.
Otra vez el terror de amanecer soñando el mismo sueño,
la casa,
el aljibe y la huella del pie en el tejado,
luego,
los hombres grises, la maleta deshecha y el cuarto con la ventana abierta por donde huía mi sombra y la ceniza del sueño que soñaba.

 

Porque en él puedo desnudarme

Porque en él puedo desnudarme o acariciar los días sin límites en que nombro la pulpa del ciruelo, acurrucarme como un sueño turbio,
oler tu pelo y añorar los espejos del viejo armario en que me desbocaba.
Llegan otros habitantes a compartir la mesa.
Mark Twain, Almafuerte con su voz bajo el brazo, Emily Dickinson la solitaria de la torre perdida, Plutonio con la sombra del tiempo, Virgilio con sus huellas movedizas.
A veces llegan caballos con los cascos envueltos en silencio y Las mil y una noches de un sueño en agonía.
Me refugio en mi corazón para salvarme.

 

Fui aquél, el de las rosas leves

Fui aquel, el de las rosas leves y la ecuación del ángel.
Cuando escribo el poema y lo recito, siento que soy un río que parte lejos,
que fluye,
se desmadra y vuelve a ser un círculo en la nieve.
En lo que fue la mano he tatuado mi nombre, el hueso fue la huella del crepúsculo, quizás, de lo que he sido, solo queda una palabra ciega
que aún sigue dando vueltas en el laberinto que he soñado.

 

Nació rey para ser destronado

Nació Rey para ser destronado si en el escaque octavo lo toman por asalto.
De la cruz fue a la rama del árbol que lo sueña,
y en él se volvió pájaro,
eternidad.
¿Pero quién monta un caballo sin ojos y penetra en la torre y se ilumina?
Sólo la Dama es madre, mujer, tiempo y espera.
Sólo ella puede renacer y salvarse, amamantar al hijo y cultivar el huerto
donde la lluvia espera.
En el ajedrez, negros y blancos se miran a los ojos.
Ambos pueden liberarse del destino.

 

Te he perdonado, Padre

Te he perdonado, Padre, te he perdonado.
¿Por qué entonces volver sobre la culpa? ¿Repetir cada año los silencios, la trampa y el niño sin estrellas en el alma?
Te he perdonado, Hijo, te he perdonado.
Dos veces he tomado el puñal y lo clavé en tu rostro, y otras veces, lo he dejado caer como un pañuelo.
El perdón y el olvido entre las manos igual que una moneda que se esfuma cada día
para ensañarse con el tiempo,
para volver a ser un Dios asomado a una tierra sin milagros.

 

¿Qué es lo que sueña de mí?

¿Qué es lo que sueña de mí?
¿Mis brazos? ¿El yeyuno? ¿Las uñas de mis pies a la intemperie?
¿La tráquea y los espasmos de la muerte?
¿Mis huesos o el polvo que levantan mis preguntas?
¿Quién ama tus destellos, tu perfume en la noche, tu voz susurrando mi nombre?
Cuerpo y alma como una sola sombra derrumbada.

 

¿Qué extraño de las calles de mi pueblo?

¿Qué extraño de las calles de mi pueblo, de la infancia en que fugaz he sido su inquilino?
Si al volver la mirada o repetir el ritual del regreso, nada de lo que soy ha sido.
En aquél lugar de la casa he llorado la muerte de mi madre,
en el patio hice cruces de barro y columpié en la sombra mis ocho años.
Ya nada queda.
Por eso, al recorrer las viejas galerías del caserón, me saludan fantasmas, el fuego que chispea sus lenguas torpes, el perro que hociquea la ceniza
y el tiempo en el reloj que cuelga de la pared como un niño dormido.

 

 

El mago

Sacó siete rosas de la sombra del búho, una lámpara errante y un conejo que vuela del Sombrero y la manga. El mago ha creado lo que estaba en nosotros.
Yo vi entre sus dedos un cántaro y un pez, y flotar en el humo a una niña dormida,
Sentí que se enredaba su pelo con la noche y soñé en el estanque
La flor del duraznero.

El mago en la tormenta hace brotar caballos,
Desborda por sus ojos como una pesadilla,
Un nada por aquí y un nada por allá
Y entre la nada el sol, la tiniebla del barro, los loros, las orquídeas, la sabana,
La ceiba con sus pájaros, la luz deshabitada del triste,
La carta enamorada que se derrumba sola.

El mago en la pared deshila mi corazón.

 

Paisaje herido

a Jorge Boccanera

El tigre es agua de la selva. La respiración húmeda del árbol
Las hojas en la sombra y el hilo de vapor pálido y triste.
La sequía pesa sobre la tierra. Su lengua áspera se ha puesto de rodillas y ausculta el Trago del sediento, ensimisma la flor y la sacude.
La fiebre de la tarde no la deja sentir cuando se quema como un triste el paisaje
Las catas huyen
Y el pajonal primero es una chispa y luego
Polvo  Desazón  Ceniza.

Solo un pájaro puede ser a la vez
Muerte y distancia.

 

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Hugo Francisco Rivella

Hugo Francisco Rivella, nació en Rosario de la Frontera, Salta, Argentina, en 1948.  Autor de una vasta obra poética y musical. Ha obtenidos importantes premios entre los que destacan:
Primer Premio PoesíaV Certamen Internacional de Poesía; Verso Digital, Jaén, Andalucía, España, 2009; Primer Premio Poesía VIII Certamen Internacional Jaime Gil de Biedma y Alba, Nava de la Asunción, España, 2010; Primer Premio Poesía Certamen Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada, UNAEMex, México, 2011, entre otros.
LIBROS EDITADOS:  La Memoria del Fuego, Córdoba, 1982; Agua de mis manos, con el apoyo del FNA, 1995; Cristales en el Río (cancionero),Vaca Narvaja ed.,1999; Caballos en la Lluvia, FNA, Alción Editora, Córdoba, 2003; Zona de Otros Días, Secretaría de Cultura, Salta, 2007; Yo, el Toro, Alción, Córdoba, 2008; Centro de Tormentas, Sec. de Cultura de Salta, 2010; De Fuego y Sombras, Sec. Cultura de Salta, 2010; PUTAS (la cacería del ángel) Alció, Córdoba, 2011.
http://hugofranciscorivella.blogspot.com
Correo electrónico: hugofranciscorivella@hotmail.com