Frank Meza: Stéphane Chaumet

stephane-chaumet“Travesía de la errancia”, de Chaumet, bajo el sello de la Universidad Autónoma de Sinaloa y La Cabra Ediciones, es el tema de este ensayo del poeta sinaloense.

 

 

Francisco Meza Sánchez.

Stéphane Chaumet, La travesía de la errancia, UAS-La Cabra Ediciones, México, 2010.

 

La travesía de Stéphane Chaumet

 

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Stéphane Chaumet
Ha habido poetas franceses que han logrado construir una obra de gran peso desde su condición de exiliados a aun de extranjeros —recordemos a Saint-John Perse, Aimé Cesaire o Georges Schehadé, por mencionar algunos. Cada uno, en sus muy diferentes estilos, escrituró un mundo en la distancia: todos ellos extranjeros de Francia pero ciudadanos de una misma lengua. En ellos, el vínculo a través de la palabra cobra una enorme jerarquía. Ciertamente la de Stéphane Chaumet en La travesía de la errancia es una voz de esta estirpe de la periferia; hay en su voz algo exótico y, en ocasiones, místico. Su constante como viajero le da a su tono un aire orientalista, de bálsamos, vinos, noches consteladas en desiertos. Hay en su poesía ese aroma sensual de las tierras muy lejanas; una mirada intensa, esa que se va construyendo por los caminos andados.

La errancia vuelve diferente a un hombre, le ha dado otras facultades, como podemos constatar en los poemas que Chaumet le dedica a las momias de Guanajuato. Legendarias habitantes de los paraísos barrocos, las momias siempre fueron para mí un punto donde articular la risa o ensayar el sarcasmo. Sin embargo el otro, el que viene de fuera, logra detectar en ellas la posibilidad de la palabra, de indagar sobre la muerte, el tiempo y lo caduco. En referencia al ojo de una de ellas, nuestro poeta dice: “Desnudos en un sarcófago de vitrina bajo nuestros ojos vanos y nuestras cámaras fotográficas. Desnudos me hacen soñar la ceniza”.

            ¿Pero qué significa la travesía en Chaumet? No es sólo el ejercicio de moverse de un país a otro. No es el turista, sino el errante, el que logra percibir en el espacio y el tiempo los diferentes relieves de la vida. La travesía como voluntad de los sentidos en el mundo, como el arrojo suficiente que brinda a la sangre la fuerza necesaria para levantar la vista y disponer de la lengua de tal manera que razón y decir vuelven a su vínculo indisociable: “No hagas cruces al miedo, repite su lengua, que no es más que el badajo rehén de su cabeza”.

En esta cuidadosa prosa, la reconstrucción de la mujer en un ambiente votivo se convierte en una suerte de liturgia. Chaumet es un poeta que logra momentos de alta tensión cuando habla de la mujer y es necesario remarcar que el amor es un relámpago constante en este libro: siempre de improvisto, siempre iluminando incluso a las zonas innombrables, siempre iluminando la nada.

Pero Stéphane, como buen errante, también sabe que hay cosas que uno siempre lleva consigo, asuntos que son los que nos dan nuestra tristeza o nuestra alegría, pertenencias que cobran un verdadero valor en tanto estén con nosotros, porque fuera  no tienen esa carga especifica: “Y aquello que uno trae, aquello que uno cree siempre traer: los recuerdos, las imágenes, los llantos tragados, la direcciones donde no escribiremos jamás”.

En este volumen de poemas encontramos una voz dura y con oficio en el hacer poético, una escritura que nos lleva del vértigo del olvido al hecho de la memoria como un acto heroico; donde el amor, como lo he mencionado, intempestivamente cruza por estos poemas y donde el viaje toma diferentes valores. Seguramente Stéphane Chaumet seguirá escribiendo libros de gran relevancia porque tiene un pulso de cartógrafo de lo repentino, pero también porque en sus palabras se puede notar eso de resistencia que ocupa todo poeta para llegar a lo memorable.

Stéphane Chaumet presenta
Presentación Stéphane Chaumet