Francisco Hernández (México, 1946)

El escritor y académico Alberto Paredes escribe una carta a uno de los poetas más representativos de México, de la generación nacida en los años 40.
Sin duda, una obra creciente, como la define el crítico.

 

 

 

 

 

 

 

Un poeta que cuenta:
Francisco Hernández

 

Alberto Paredes

 

 

Me uno, Francisco, a las personas que te felicitan por los reconocimientos que reciente, crecientemente ha obtenido tu obra. Y a las que se saben tus amigos. La isla de las breves ausencias (Almadía, 2009) es tu nueva entrega. Ahora que nuevamente vuelvo a México y  atiendo al azar algunos libros de autores contemporáneos, el tuyo me impresiona gratamente; me atrevo a decirte que me parece más maduro y mejor escrito que otros libros tuyos también publicados en esta primera década del siglo XXI. Que vuelvo a percibir la energía de aquella Moneda de tres caras (1994). Gracias a la distancia del tiempo y del regreso a tus libros, veo claramente: eres un poeta que narra. Claro que hay lirismo e imaginería –lo que usualmente llamamos “poesía” – en ti, pero tuyo es el secreto y acaso el destino de ser un poeta que cuenta. Historias interiores relatadas por una secuencia de textos –lo que te hace autor de libros más que de poemas.

 

            Entrado en atrevimientos, pienso que esta Isla… ostenta por igual tus talentos y los límites (o limitaciones) de un poeta maduro. Frases, imágenes, algunos de los 62 textos que sin estar nada mal, a mi juicio son o bien redundantes o más mecánicos que expresivos. Pero sobre esto diré una palabra más adelante.
            ¿Escribe versos Francisco Hernández? –me pregunto, tu breve verde libro en la mano. No lo creo. No parece adecuado exigirle a esta Isla, tan representativa de ti, cualidad de verso, aun si libre, en sus líneas y frases. Eres un poeta de frases. La sonoridad que soporta el libro no exige de manera exclusiva el verso sino que es posible en la esfera de las cualidades sonoras de la prosa. Por supuesto que el libro no es cacofónico ni neutro en su textura sonora; es terso, artístico, con pasajes en que domina la sugerencia de la cadencia bien oída y sostenida,  y otros en los que resaltan ora la melodía o el ritmo verbales. ¿Será éste el precio de ser un poeta que narra?

 

            El placer de la geografía: no sólo te cautivan los mapas, sino que este libro vuelve a cometer la inconfidencia de revelar que para escribir tu obra, para vivir tu vida, necesitas inventarte lugares. Hay artistas cosmógrafos o cartógrafos de mundos o regiones o islotes que sólo ellos nombran y habitan. Enhorabuena.

 

            Tus fuertes: la semántica; lo intensamente expresado por el poema. Un poeta de tropos, es decir de imágenes (casi al azar, en las pp. 44-45: “mi voz es un puño cerrado que golpea las puertas de tu pecho”. “El aire tiene dedos, pero no tiene pies ni tiene manos”). También los recursos fruto de la alianza de sintaxis y significado, particularmente los pares de contrarios encontrados –de hecho ahora que vuelvo a paladear tu poesía creo que ésta es tu seña distintiva. Antítesis, paradojas, oxímoron, quiasmos, zeugmas no enriquecen tu obra sino que son su riqueza: “infancia de 290 años”; “luna solar”; “¿Vale la pena seguir viviendo si no puedo escribir? / ¿Vale la pena seguir escribiendo si no puedo vivir?” A los pares  inversos se alían otras sorpresas en imágenes del tipo “Un pezón, a la distancia, es una isla./ Después de acariciarlo es un volcán.” Esta familia de figuras, a partir de su hallazgo formal, de su grave ingenio, expresa lo más íntimo de tu ser, supongo que como hombre de sentimientos más aun que como mero poeta. Y su sonoridad no demanda el verso ni excluye la prosa; incluso los casos de mayor evidencia fónica son posibles en la prosa que explota dichas cualidades, como esta rotunda aliteración de fricativas rodantes: “¿No será algo parecido a la isla de la Redundancia lo que se redondea dentro de mi garganta?” Ya algo de esto señalaba yo en mi libro sobre ustedes Una temporada de poesía (CNCA, 2004).

 

            La Isla me recuerda gratamente la atmósfera de Habla Scardanelli y mejor aun, por la temperatura ambiental, el Cuaderno de Borneo. Un delirio tropical. Muy buena poesía escrita en líneas libres a costa de los rictus acedos del protagonista, sin patetismo pero, incluso, con saludable sarcasmo. “Un mono, con una lengua del tamaño de su rabo, me mira, me escucha hablando solo y cae de la ventana muerto de risa.” Naciste en San Andrés Tuxtla, del sur veracruzano, ¿cómo fue que tuviste que ir a Borneo y a la incierta isla de “Robinson Defoe” para hacer que tus personajes se abatan  sofocados bajo un mar de mosquitos tal como leemos sobre algunos de Conrad y Forster, por ejemplo? Too much sun, Mrs. Quested?, Mr. Hernández?

 

            Se narra un acontecimiento humano. Me niego al facilismo de la palabra “interior”; ¿acaso importa lo que esa burda antinomia llamaría “exterior” o “superficial” Vs. palabrejas tales como “interior”, “profundo”, que no dejan de sonar a auto-ayuda o cuando mucho a Saramago? Para eso están las artes: describir delirio y agonía del sujeto (personaje, autor) en cuestión; inscribir las frases saetas en el pergamino que es el pellejo del alma temblorosa. Nada más, pues no hay más. Que los hechos del hombre sean actos verbales en la superficie de la página escrita. No hay más poesía que la que describe lo que importa. Para ello los recursos de la técnica y la imaginación.

 

*

 

Epilepsia, dices, en todas las escenas de este libro. “¿Es esto un mal sagrado como antes se creía, con una buena dosis de demonios internos?”. Un maestro del duro oficio de que un hombre mire de frente, con serenidad, su cuota de vida, Marco Aurelio, diría: no la temas, que el padecimiento sea un hecho de vida, un misterio fundacional; el artista que eres la está volviendo un don.

 

 

           Me atrevo, por último a decir, que en tanto uno de nuestros mejores poetas mexicanos vivos y en activo, resiento partes o pasajes de mucho menor fuerza que los otros, incluso inocuos. Hacia el último tercio del libro (digamos que hacia el apartado 50), en mi opinión, los textos tienden a perder fuerza expresiva para restringirse a tus hábitos y recursos, evidenciándose en ellos la mecánica constructiva y disminuyendo la revelación, la necesidad. El texto 62, en cambio, deja el mejor sabor posible. E incluso la pregunta: el libro no concluye pues dejas de escribirlo con lo que abusivamente se llamaría “final abierto”, o mejor libro sin final. Atisbamos una nueva crisis de tu personaje, adormecimiento posterior y texto suspendido. ¿Acaso es así porque la parte de vida de que se alimenta está pendiendo de ese instante? Este cierre no desdora el breve libro, ciertamente, pero quedo preguntándome: ¿en la independencia que tiene una obra de su autor, no era posible, en fidelidad narrativa, que el escritor creara un desenlace? Cuando el que cuenta es un poeta, ese desenlace –explícito o abierto– podría ser fascinante, el logro mayor de la historia.

 

            Pero es un bello y valioso libro tuyo, por supuesto. He aquí seria e intensa poesía sin versos que satisface su cometido. La poesía de un solitario que no deja de buscar acompañarse ni de solicitar a los otros, tanto en la amistad, en tu pareja, tus hijos, así como en el móvil de la obra, pues la tuya es una poesía que no se la puede pasar sin personas, personajes, personalidades. Es decir, la poesía que se le puede sacar a personas, personajes, personalidades (¿Y cuántos montan ya desde aquel tu Schumann de hace veintidós años hasta este bifronte Robinson Defoe?) En un alto sentido de la palabra, una escritura biográfica. Poesía de frases: descriptivas (de lo que sólo tú ves), sentenciosas (como dije arriba, un deber ser agónico y delirante te anima), donde la imaginación, precisamente, describe un estado humano. Una isla. Pero una isla consciente de que el archipiélago existe. En tu caso, podemos invertir la condena satreana: no, el infierno no son los otros; son voz, eco y refugio. Ciertos otros, naturalmente.

 

            Le deseo a tu poesía por venir la mejor fuerza de ti mismo; que siga dictada por esa musa de fiebre helada –y que alcances la serenidad, pues cada cual ha de recibir sin preguntar los retos que templan al hombre y que propician que el artista cumpla su tarea: describir el misterio de estar vivo.

 

Te abraza,

Alberto Paredes

 

 

Un comentario

  1. José Luis Zea Ateaga