La Iglesia y el Estado

José Angel Leyva entrevista al teólogo español Juan José Tamayo. La transición española, de lo político a lo religioso. Un tema vigente en América Latina.

 

 

 

 

Entrevista con Juan José Tamayo
España, de la transición política a la transición religiosa

 

Juan José Tamayo
Juan José Tamayo

 

 

 

(Publicada en la revista "UIC-Foro Multidisciplinario de la Universidad Intercontinental". MÉXICO)

José Ángel Leyva

 

José Ángel Leyva

Esta conversación ha tenido lugar en Coyoacán, en la Plaza de la Conchita, a un costado de la pequeña iglesia donde se oficia misa y tiene lugar una boda. Los niños corren a nuestro alrededor. Entre gritos, risas, música que proviene de un órgano y bajo la generosa fronda de un árbol centenario, vamos tejiendo esta conversación que atestigua el profesor y sacerdote Javier González, director en ese momento de la Escuela de Teología de la UIC y promotor de la presente entrevista. El teólogo español, Juan José Tamayo de quien hemos leído ya un par de artículos en la revista UIC. Foro Multidisciplinario, en el número dedicado a “Religión: intolerancia y fe”, da curso a sus ideas con gran fluidez y precisión en sus conceptos, sin dejar de mirar y sonreír ante la dinámica festiva de los niños y los adultos que lucen sus mejores ropas. Su voz es también alegre y diáfana como el día soleado que nos toca a lo largo de la charla.

 

   Hablábamos hace un momento sobre las cuatro etapas de la transición española. Usted comenta que sólo está pendiente la transición religiosa. ¿Podría exponer de manera cronológica ese proceso y cómo advierte la situación de una sociedad que se tiñe de colores y se muestra como una nación multicultural, con notable diversidad religiosa?
    Tengo el privilegio de haber sido testigo de esa transición de la dictadura a la democracia y de haberla vivido a dos niveles, primero como militante político en una organización de izquierda que luchó, durante los diez últimos años de la dictadura, de manera denodada por defender la democracia, los derechos humanos, reclamando la amnistía para delitos, que no lo eran, en todos aquellos países de Europa donde había un Estado de derecho, que no era el caso de España. La segunda forma de vivir dicho periodo tan apasionante fue como docente, como intelectual que pensó y contribuyó a elaborar un proyecto de cristianismo que respondiera más a una sociedad moderna y democrática, que no a una sociedad de corte medieval. Desde esas dos atalayas, me atrevería a hablar de las cuatro grandes transiciones que han tenido lugar en España en los últimos 30 años.

 

   La primera es la transición política, llevada de una manera razonablemente correcta. Es el paso de la dictadura a la democracia, de un Estado autoritario, no elegido popularmente, a un Estado de derecho, sin violencia entre ciudadanos de un bando y otro, o con muy escaso derramamiento de sangre en la transición por las acciones violentas de ETA. Esa transición política hubiese sido un momento oportuno para pasar de la dictadura a la República. No obstante pasamos de una dictadura a la monarquía. Una monarquía por cierto legitimada por el propio Franco, pues él designó al sucesor en el Reino. Pienso que de cualquier modo la monarquía ha sido un elemento de garantía y consolidación de la democracia. Recordemos que, después del 23 de febrero de 1981, con el intento de golpe de Estado de Además, la monarquía ha sido muy discreta, ha asumido el viejo principio de que el Rey reina pero no gobierna, aunque en algunos actos públicos la  monarquía demuestra un plus  de confesionalidad, como si todavía siguiera siendo monarquía católica, cuando constittucionalmente no lo es. Creo que para haber logrado una transición completa debió convocarse al pueblo para que éste decidiera si deseaba una monarquía o una República.

 

    Todo parece indicar que la transición política  le debe más a la voluntad de una persona, el Rey Juan Carlos, quien evidentemente entre sus contradicciones, afortunadas para la democracia, simpatiza con la República y con  un modelo de sociedad más abierta y flexible. Pero queda ese vacío, ese hueco en la transición donde no está legitimada la voluntad popular. Me inquieta pensar que pueda venir un monarca con más ambiciones de gobierno y menos de diplomacia.
   También a mí, es una duda que me asalta. Por eso creo que debe ser parte de un debate urgente. El tránsito de la monarquía a la República no es un golpe de Estado sino la adecuación del Estado de derecho en España a las formas de gobierno de la mayoría de naciones europeas y de otros países en el mundo. Sin ir lejos, no hay monarquías en América Latina. Esa duda y ese temor se superarían poniendo a discusión el tema en el seno de la sociedad española. No se debe correr el riesgo de la tentación autoritaria. No soy un experto constitucionalista y no sé cómo consigna el hecho monárquico, pero desde luego garantiza su continuidad a través de los herederos. Ignoro cómo se regula o se limita el poder del rey, cómo establece sus límites con respecto a los derechos humanos, que son los que determinan en última instancia el ejercicio de cualquier poder. Pero, en cualquier caso, la monarquía me sigue pareciendo un anacronismo ¡en España y en cualquier lugar!    Vamos entonces a la segunda  y tercera transiciones.
    Ha sido un paso gigantesco. Podríamos hablar de una transición administrativa, es decir, el paso de la España centralista a la España de las Autonomías. España siempre fue un Estado muy centralista, desde los Reyes Católicos hasta nuestro tiempo. Ello implicaba un centralismo administrativo, un aparato burocrático ineficaz, alejado de los habitantes, insensible a sus problemas, de cultura única, la española, que tenía su propia esencia, su propia identidad  y se diferenciaba de otras culturas europeas.
   El primer paso consistió en el respeto y reconocimiento de la diversidad cultural de España: vascos, catalanes, valencianos, gallegos, andaluces, etcétera. El fin del centralismo es definitivamente el reconocimiento del hecho cultural diferencial, la aceptación de las autonomías. Es ahora un Estado con unidad y pluralidad, con una administración más cercana a los problemas, a la gente, a las diferencias y particularidades de cada región de España. Lo múltiple siempre será más rico que lo único.

 

   La tercera transición es la cultural, y es, desde mi punto de vista, la más importante, la más sólida. España ha sido durante muchos siglos la reserva espiritual de Occidente, ha estado siempre identificada con una tradición gloriosa, con la defensa de la unidad católica como requisito identitario de lo español. Una cultura sometida a la moralidad y a los dogmas de la Iglesia católica, por tanto, una cultura confesional, escolástica, muy controlada por la ética o la moral sexual. Una cultura que no facilitaba los cauces de creatividad en el mundo del arte, de la literatura; no promovía iniciativas en otros campos de la cultura y del pensamiento. Allí es donde yo creo que se dio un cambio profundo al pasar de una cultura confesional, nacional católica,  a una cultura laica, crítica, de una gran creatividad. La sociedad española tiene ahora una gran capacidad para acoger y aceptar los nuevos climas culturales que proceden de otros países. España es una de las naciones de la Unión Europea que más migrantes acepta y recibe. Son cuatro los núcleos geográficos, en particular la migración mayoritaria que proviene del norte de África: de Marruecos, Argelia, Túnez, Mauritania, la cual aporta una herencia que España había perdido, la tradición musulmana y una buen parte de la tradición árabe. Reverdece así una tradición que se perdió con los Reyes Católicos y que, en realidad, como dice el gran arabista Pedro Martínez Montáves, es nuestra “alteridentidad”. Otro núcleo muy importante es la inmigración de Latinoamérica, que nos aporta la riqueza del mundo indígena, pues hay muchos indígenas, de la tradición popular y sobre todo nos devuelve una cultura que ya ha superado la etapa colonial o de conquista. La inmigración latinoamericana nos aporta una extraordinaria riqueza lingüística, antropológica, cosmovisional y nos ofrece la posibilidad de una relación simétrica y solidaria. Otro núcleo cultural lo constituyen los inmigrantes que vienen de Europa del Este: Polonia, Rumania, Bulgaria, quienes prestan una valiosa contribución a la riqueza y al bienestar social de nuestro país. Ellos realizan trabajos que los españoles ya no quieren hacer pues se hallan incorporados en otro tipo de labores más rentables. El cuarto núcleo proviene del África subsahariana, que aporta riqueza étnica, religiosa, cultural, lingüística y posibilitan la práctica de la interculturalidad y de diálogo interreligioso..
   Por eso digo que en términos culturales nos encontramos en un momento excelente. España es un país donde la creatividad es la característica que rige las manifestaciones artísticas y culturales, antes sometidas a la censura. En el fondo, el éxito de esta transición cultural es por lo bien que se ha realizado el proceso de secularización de España. Nuestra sociedad es quizás la más secularizada de Europa y me atrevería a decir que de todo el mundo. La secularización ha llevado a la sociedad española a la mayoría de edad, ya no está sometida a una moral, a una dinámica confesional, a censura institucional alguna.

 

    Pasemos entonces a la cuarta transición, centro de esta entrevista. ¿En qué momento se halla la transición religiosa, tomando en cuenta esa gran diversidad cultural y la madurez del pueblo español en el terreno político?
     No me atrevería a decir que es la transición pendiente, pero tampoco podría afirmar que se ha desarrollado al mismo ritmo y nivel que las otras. Ha habido avances en el terreno religioso, sin duda. Éstos cambios iniciaron después del Concilio Vaticano Segundo. Cuando los obispos españoles asisten a dicho Concilio van con una mentalidad nacional católica, con una teología escolástica. Allí se les rompen los esquemas, porque en el Concilio se defienden los derechos humanos, las libertades de reunión, asociación, prensa, conciencia, la libertad religiosa, el Estado democrático, se denuncian las dictaduras, se defiende la separación entre Iglesia y Estado. Cuando los obispos españoles regresan a su país se dan cuenta que todos sus esquemas se han derribado, son ya indefendibles, pero advierten que para construir un nuevo modelo de cristianismo en España conforme al concilio Vaticano II, tienen un obstáculo, la dictadura. Como la identificación y la alianza entre el elemento religioso y el nacional eran tan profundas, fue muy difícil llevar a cabo la transición religiosa. E año 1967 tiene lugar  una tímida reforma religiosa basada en que los ciudadanos españoles son libres de profesar la libertad religiosa dentro de la unidad católica. Eso era la cuadratura del círculo, porque la libertad religiosa implica la no confesionalidad del Estado y la no unidad política. Pero fue un pequeño avance porque la mentalidad democrática fue entrando en amplios sectores del catolicismo. El clero español comenzó a declararse a favor de los derechos humanos, de las libertades públicas, en contra de la dictadura, a favor de la separación entre Iglesia y Estado, y de la autofinanciación de la Iglesia. Creo que la transición religiosa se hizo mejor durante el franquismo que durante la democracia. Para mí, los últimos cuatro años de la dictadura y los primeros cuatro de la transición –de 1971 a 1980–, representan el modelo ejemplar de transición religiosa. ¿Por qué?. Porque los obispos, sacerdotes, organizaciones religiosas de base, movimientos apostólicos ligados al socialismo, grupos bíblicos, incluso un sector importante de la Conferencia Episcopal apostaron decididamente por la democracia en los últimos años del franquismo. Eso generó conflictos enormes, al punto de que Franco amenazó con trasterrar al obispo de Bilbao, monseñor Añoveros. De hecho ya estaba listo el avión en el aeropuerto de Sondika para trasladarlo a Roma. El cardenal Tarancón (Vicente Enrique y Tarancón), que era entonces el presidente de la Conferencia Episcopal, dijo, "si trasterra al obispo Añoveros, ya tengo lista la excomunión del Caudillo", o sea Franco. El desafío a la dictadura trajo como consecuencia el encarcelamiento de muchos sacerdotes. Cuando muere Franco, la Iglesia Católica en sus distintos niveles colaboró de manera muy efectiva con la transición democrática. Puedo reconocer que la jerarquía católica también fue decisiva en ese paso, hasta el punto de que no apoyó la creación de un Partido Demócrata Cristiano. Fue muy importante también el apoyo de la jerarquía católica en su mayoría a la Constitución Española de 1978 y el respeto a la división de poderes, el Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial. Desaparecen los representantes del clero en el Congreso de Diputados, en las Cortes. Luego se van suprimiendo aspectos importantes del Concordato donde se decía que la religión católica es la religión oficial del Estado, se van eliminando los privilegios del Clero en, por ejemplo, materia civil, política, militar, se produce un avance muy importante, sobre todo en la Constitución que reconoce que ninguna religión tiene carácter estatal, aun cuando en el mismo artículo se cita expresamente a la Iglesia Católica, con la que se dice que los poderes públicos mantendrán relaciones de cooperación. En la aprobación de la Constitución del consenso, como se conoció, jugaron un papel clave, a mi juicio, importantes diferentes de la Iglesia católica, desde la jerarquía hasta los movimientos de la Acción Católica, los grupos de base y los teólogos. Ahora bien, en la misma Constitución se advierte justamente que la transición religiosa no se llevó a cabo de manera completa, pues aún quedan restos no pequeños del viejo nacional catolicismo. En artículo XVI, dice que, como acabo de indicar, que los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española y mantendrán relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones religiosas. Ahí está el pecado original de la transición, el haber aceptado la mención de la Iglesia Católica en la Constitución que declaraba la libertad religiosa. Porque eso sí fue una imposición de los obispos a los diputados. Yo, como muchas personas más, nos manifestamos en contra de la mención de la Iglesia Católica en la Constitución.
    Paradójicamente, Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español, se proclamó en favor de esa mención. Hace poco nos vimos, comimos juntos y tuve la oportunidad de reclamarle esa postura política: Le dije: "Santiago, ¿cómo explicas tú que un teólogo católico como yo haya rechazado la mención y tú, un comunista ateo, la haya aprobado?". Me contestó: "Tamayo, tú, como teólogo crítico que buscaba una Iglesia evangélica, hiciste lo que debías hacer, y yo, como comunista que defendía la reconciliación entre los españoles, cumplí también con mi responsabilidad."
   En 1976 se firma con la Santa Sede el Acuerdo por el que renunciaba al privilegio de presentación de obispos. Franco presentaba al Vaticano una terna de obispos que eran de su agrado, y aislaba a aquellos que no compartían su política o los consideraba poco cercanos a él. Eso se acabó. Pero, a los pocos días de aprobarse la Constitución, se firmaron cuatro nuevos Acuerdos con la Santa Sede donde se mantienen muchos privilegios de la Iglesia Católica Española, por ejemplo, en economía, se compromete el Estado a financiar a la Iglesia, y sólo a ella (no a otras religiones), con recursos económicos públicos. Y ¡hasta hoy! A eso cabe sumar la obligación de ofrecer clase de religión y moral católicas en todos los centros y grados de la escuela, pública, privada y subvencionada, si bien los padres son libres cursarla o no. Aunque quienes no la eligen, tienen que cursar una asignatura alternativa. Los obispos deciden el contenido de los libros de texto de religión católica eligen los libros y eligen a los profesores de religión, a quienes pueden cesar, a quienes pueden cesar si así lo consideran oportuno. Si el profesor va a los tribunales y gana el juicio, el Estado debe pagar la indemnización y los gastos del juicio.  ¡Privilegio sobre privilegio para la Iglesia católica! La libertad religiosa está acotada para quienes optan por no tomar clases de religión. La Iglesia recupera de este modo una situación de privilegios con el Estado no igual, ciertamente, a la que tenía durante la dictadura, pero sí muy sustanciosos. Incluso, ahora mismo, muchos obispos boicotean la existencia de una asignatura nueva: educación para la ciudadanía, que forma parte del curriculum escolar como materia obligatoria y promueven la objeción de conciencia, porque dicen que va en contra de los padres al derecho a elegir el tipo de educación para sus hijos.

 

  Otro de los cordones umbilicales de la Iglesia Católica con el Estado es la financiación a través de la declaración de la renta. El contribuyente tiene que decir a qué fin desea destinar el 0,7 %. Y tiene dos opciones: para la Iglesia Católica, o para fines sociales. El Estado se convierte, así, en recaudador de la Iglesia y no reconoce la diversidad de creencias y de confesiones religiosas que existen actualmente en España, todas ellas reconocidas como de notorio arraigo: judíos, musulmanes, evangélicos, budistas, testigos de Jehová, mormones, protestantes, etcétera. Lo más preocupante y llamativo es que durante los últimos años de gobierno socialista, los privilegios hacia la Iglesia católica como nadie podía esperar o imaginar. Yo creo que ahora mismo cada vez vamos alejándonos más del Estado laico.

 

    Usted afirma que la transición cultural ha sido la más exitosa, pero advierto que hay una contradicción profunda en ese sentido. La sociedad española se pluraliza en términos étnicos, religiosos, culturales, lingüísticos, pero yo pensaría que la religión forma parte de la cultura, y al no haber constitucionalmente un mismo derecho para todas las creencias, al no dársele el mismo tratamiento a las distintas organizaciones religiosas existentes en el país, hay también un cierto retraso cultural, y me pregunto, ¿cómo es la relación de la sociedad española con el Estado y con la Iglesia?
    Sí, en parte llevas razón. La transición religiosa se ha hecho en la sociedad y en la cultura, donde no se ha hecho es en los órganos del Estado y en el aparato jurídico. En la práctica la sociedad se ha secularizado y es laica,  no se rige por las creencias o normas morales de la Iglesia Católica. España es quizás el país donde los católicos prestan menos atención a los obispos en cuestiones relativas al modelo de pareja (se divorcian como el resto de los ciudadanos), al origen de la vida (entre ellos se dan también los abortos), de sexualidad (mantienen relaciones prematrimoniales, prohibidas por la moral católica oficial), el control de natalidad, etc. La concepción católica del mundo no es una concepción arraigada en la ciudadanía, no tiene especial influencia en el imaginario social. En ese sentido podríamos decir que la sociedad española no sólo está secularizada, sino adopta una actitud de indiferencia hacia el ámbito religioso. La sociedad española, es por citar a Max Weber, musicalmente no religiosa. Ser católico o no en la esfera social no tiene relevancia. El catolicismo en España es más una práctica social y cultural que religiosa. En las encuestas el 78 por ciento de los españoles se declaran católicos, pero no hay prácticas litúrgicas o actitudes evangélicas de solidaridad que lo demuestren. Hay muchos padres que llevan a sus hijos a bautizar o muchos jóvenes que se casan por la iglesia, pero ello no responde a sus creencias, sino a la tradición. Es un cristianismo cultural o social. Muchos padres llevan a sus hijos a colegios religiosos, pero la principal motivación no es la cristiana, sino el carácter clasista de dichos colegios. La secularización y el laicismo es mayor en la sociedad que en el Estado y su instituciones.

 

     El Estado español, tanto a nivel jurídico y político como real, no es hoy un Estado laico.  Para ello se requerirían, a mi juicios, las siguientes innovaciones: la denuncia de los Acuerdos con la Santa Sede, que llenan de privilegios a la Iglesia católica; la autofinanciación de la Iglesia, única religión financiada por el Estado; elaboración de una nueva Ley Orgánica de Libertad Religiosa y de Conciencia, ya que la actual, aprobada hace casi 30 años, ha quedado obsoleta porque no contempla la nueva situación de pluralismo religioso y cultural que se vive en España; supresión de la enseñanza de la religión confesional cualquiera fuere la confesión religiosa y enseñanza de historia de las religiones; elaboración de un Estatuto de Laicidad.
Hoy en España existe libertad religiosa. Eso es innegable. Pero no hay igualdad de todas las religiones. Existen religiones de primera, la Iglesia católica; de segunda, las religiones reconocidas como de notorio arraigo; y de tercera, el resto. Todavía hay autoridades estatales que presiden ceremonias religiosas, por ejemplo. En la toma de posesión del actual gobierno, todos ministros, los vicepresidentes y el presidente del gobierno prometieron sus cargos ante un Crucifijo y una Biblia. Los funerales de Estado que se celebran tienen lugar en templos católicos y son presididos por autoridades religiosas de la Iglesia católica. El nivel de confusión entre lo político y lo religioso en estos casos no puede ser mayor. El laicismo tiene que estar abierto a las distintas manifestaciones religiosas, al pluralismo, y reconocer que el elemento  articulador de la sociedad no son las creencias sino la ciudadanía.
Volviendo al tema de la enseñanza de la religión, yo creo sería más adecuado para la formación integral religiosa de los estudiantes, una asignatura de historia de las religiones que no cinco asignaturas de religiones confesionales. Porque esto lo único que traerá consigo será la confrontación religiosa; en cambio, el conocimiento de las otras religiones abrirá la comprensión de lo que ha sido la trayectoria de cada una de ellas. 
Por otro lado, la sociedad española muestra cada vez mayor  desconfianza hacia la Iglesia católica. En las encuestas realizadas sobre las instituciones más confiables, la Iglesia católica aparece al final, incluso por detrás de las trasnacionales. Creo que en buena medida tiene que ver la complicidad que viene produciéndose entre la jerarquía católica y los sectores de la derecha, e incluso integristas que se oponen a la laicidad del Estado. No alcanzan a comprender que el Estado laico lo único que hace es garantizar la libertad religiosa, la pluralidad de creencias y las mismas oportunidades para todas las religiones, sin privilegios de ningún tipo.

 

      
Queda, finalmente, una quinta transición, la económica. ¿Se ha producido?
No soy experto en cuestiones económicas, pero creo que, como en el caso de la transición religiosa, tampoco se ha producido. Seguimos instalados en el modelo capitalista de signo claramente neoliberal y vamos en dirección contraria a una economía sostenible y solidaria. Un ejemplo, la actual crisis económica y financiera están afectando de manera más acusada, hasta extremos nunca vistos, a los sectores más vulnerables, como los inmigrantes, y está empezando a llegar a las clase  media. Los niveles de desempleo han subido espectacularmente llegando al 11,3 de la población activa, cerca de 2.600.000, el dato más elevado desde el año 2000. Entre los sectores más afectados se encuentran la agricultura, la industria y la construcción, donde trabajan mayoritariamente los inmigrantes. Las medidas correctoras de la crisis tomadas por los gobiernos europeos, incluido el de España, salvan a los grandes poderes económicos y financieros y apenas influyen en los sectores que sufren de manera más acusada la crisis. 
 A esto hay que añadir la normativa europea del retorno, que algunos han calificado certeramente como a normativa de la vergüenza o del dexilio. Después de haber contribuido a la riqueza, al bienestar social de Europa, de haber incrementado las arcas de la seguridad social, ahora se les dice que se vayan. Me parece un  “crimen” de lesa humanidad. ¿Que se vayan a dónde? A sus países de origen, donde los niveles de pobreza son todavía superiores a la época en que vinieron a Europa.
Me parece, en fin, un modelo económico inmisericorde que ha fracasado estrepitosamente. S una economía de mercado dura y pura, de la que ha desaparecido el adjetivo “social”. De nuevo estamos ante el capitalismo de rostro inhumano como en los momentos más opresores de la revolución industrial.