Guillermo Briseño, poeta

Conocido como músico mexicano, Briseño muestra una de sus facetas más apasionantes. De ello nos habla Mariángeles Comesaña.

 

 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE GUILLERMO BRISEÑO

 

RECETAS DE FAMILIA

 

(10 de noviembre 2009)

 

Es domingo y las campanas de la iglesia de mi colonia suenan a lo lejos, casi no pasan coches por la calle, todos se fueron a celebrar el día de muertos. Terminé de leer el libro de Guillermo Briseño en la mañana, releí cada  estrofa  y dejé mi memoria a remojar en sus imágenes. Tendí mi cama,  me serví un café, puse el disco compacto que acompaña la edición de este bello libro, y me dispuse a escucharlo.

 

Memo Briseño lee como Sabines leía sus versos, metido en ellos, remando despacio como dice su canción.

 

Yo le agradezco mucho este libro de poesía, agradezco al azar que me llevó a encontrarlo después de muchos años, —ataviado de su calidez, su asombro, su risa de siempre—, se lo agradezco porque en medio del ruido que vivimos, en el total desconcierto de los días que caen como pedradas al lado de nosotros para aturdirnos, aparece  Guillermo con su lluvia de versos, plantados en  tierra firme, dispuestos a llegar a su destino con todo y los bemoles que hacen falta para caer mil veces y otras mil veces resucitar.

 

Poesía necesaria como el pan de cada día, decía Celaya, como el aire  que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

 

Así recibimos este libro que nos entrega el corazón para mirarlo desde el nuestro, no hay error ni palabra vacía. Rodrigo Petronio un poeta joven brasileño, decía hace unos días que la poesía existe porque es la voz de lo que no tiene voz, Guillermo así lo entiende, y entrega (abro comillas)

 

 

“A una exhalación

un jardín de pensamientos,

en el centro del bosque de las palabras,

La flora exacta y amplia

que conserva la memoria

de la especie

A otra, un silencio,

una palabra menos,

una semilla por discurso,

un verso cierto”.

 

 

Leemos sus palabras escritas en la corteza de un tiempo que nos atraviesa, en la  cartografía que dibujan los años de nuestra identidad, las leemos entre las líneas de la mano de esta Ciudad que nos habita.

 

De golpe la poesía de Briseño nos devuelve una memoria compartida, lo digo porque el mundo es chiquito y somos al fin y al cabo una familia, caminando por el mismo pasillo, soñando que soñamos: una caricia que fue nuestra, los amigos que se fueron con un pedazo de nosotros, una derrota que nos hizo personas, en la victoria a veces incomprensible de estar vivos todavía.

 

Entramos a las páginas de este libro por una portada que nos ofrece el dibujo de un corazón servido en el plato blanco de la repisa. De par en par se evocan los primeros latidos; ahí está la prima Esperanza, dispuesta  a recibirnos, en la desesperanza de su nombre, que dio para los frutos de este libro.

 

Escucho la voz de Memo y pienso en lo que Marcelino Perelló nos dijo un día: de los árboles, somos sólo las hojas… Y las hojas se acomodan en las palabras de Guillermo siseando, dibujando una laguna tibia para la mujer que ama; dibujando una silueta suave donde la noche transcurre para albergar nuestras tormentas. (Abro comillas)

 

 

“Dicen las hojas

de aquel árbol

su silencio

un siseo que suena a sí

Callan la luna y el azul

y tú amaneciendo

como si nada amaneciera

Si  nada  amaneciera

más que tú

no habría noche

y las hojas no dirían

desde

dónde

duele

ese siseo que suena así

todo sí

toda la aurora

 

 

Recetas de Familia es recipiente de una historia que hila fino en el espacio del papel. Es un libro entrañable porque está escrito desde lo más profundo del agua que Guillermo Briseño bebió cuando era niño, y desde esa distancia, —que duele como una herida abierta—, nos presenta el retrato de sus seres queridos, para que no haya duda de quienes fueron los responsables de sus aficiones, sus vocaciones, sus delirios: ser ese músico, ese pianista que todavía se sueña en la punta más alta de las notas que Doña Sarah su madre le enseñó sentándolo en sus piernas cuando tenía tres años; ser ese hijo que culpa al padre y le reclama que esté como está; ser ese enamorado de la ternura que duele, capaz de convertirse en líquido para dejarse embeber por quien lo ama.

 

Recetas de familia nos invita a conocer de cerca a Jana, a Juan, a Esperanza, a Adriana, a Leoncito, a Sofía, al ingeniero Briseño Bermúdez, a Doña Sarah y a Raciel. La poesía es tan sólo el pretexto, porque el texto verdadero se decanta en la declaración de amor que Guillermo Briseño les confiere. (abro comillas)

 

 

Duele alegría

clava tu aguda memoria

en la madera que soy

y salga resina del alma

vuelta lágrima brillante

inolvidable gota distinta

húmeda pirotecnia de la estirpe

Ay Adriana de tus ojos y los míos

Ay Sofía de las hortensias y los maples

regreso a la tierra

más árbol que nunca

más nunca que siempre

amoroso padre abuelo

de mi nudo en la garganta

y las ramas que me brotan

Quiero tanto ese dolor

 

 

Pero además entre las líneas de cada verso hay una segunda lectura, porque quienes conocemos a este poeta, pianista, guitarrista, ingeniero químico, rockero, creador de talleres para niños, y jóvenes, luchador social; compositor de música para cine, danza, teatro; inventor de letras para Eugenia, para Betsy.

 

Quienes hemos marchando con él en la avenida reforma, con el puño bien alto, mirando los caballos de la policía montada en el Hemiciclo a Juárez; o lo hemos visto iluminar con su alma, —soul, blues—, los festivales de oposición allá por los años setenta; podemos reconocer algunos de los secretos de sus recetas de familia: ese patio de atrás que explica cosas, como la intimidad de un verso, la pasión, la ternura, el compromiso, el miedo, el silencio, la sazón y la desazón de la soledad y la muerte. Los ingredientes en fin que se necesitan para servir un corazón en un plato blanco de la repisa.

 

Mariángeles Comesaña