Carta de Delmira Agustini

delmira-agustiniEl poeta y cronista uruguayo, Alfredo Fressia, envía esta colaboración a propósito de una pregunta reciente de sus colegas peuanos sobre su compatriota fallecida en 1914. ¿Qué fue de ella?

 

 

 

UNA CARTA DE DELMIRA AGUSTINI

Alfredo Fressia

 

Alfredo Fressia
Alfredo Fressia

 

La poeta Delmira Agustini (Montevideo, 1886-1914) dejó a los lectores latinoamericanos una obra sin duda excepcional dentro del modernismo, pero legó también una biografía que tenía todo para volverse icónica. Delmira representa hoy la imagen de la mujer que, desde el extremo sur del Continente, y por la puerta grande de la poesía lírica, anticipa la activa, decisiva presencia femenina en las letras del siglo XX.
Sabidamente pagó con su propia vida el coraje de vivir su condición de mujer y de poeta con una autonomía que entonces resultaba casi inimaginable. Se conocen los hechos. Delmira se casa con Enrique Job Reyes el 14 de agosto de 1913. El casamiento dura un mes y veintitrés días. Separada desde el 6 de octubre, divorciada después (“huí de la vulgaridad”), Delmira siguió encontrándose en secreto con su ex marido, quien la asesinará y seguidamente se suicidará el 6 de julio de 1914, antes de que la poeta cumpliera sus veintiocho años.

 

Los documentos que cercan a los personajes de esta tragedia, principalmente las cartas, pacatamente escondidas durante muchos años, vinieron a dar voz a los protagonistas, a llenar vacíos, explicar enigmas y a crear otras indagaciones nuevas. El libro Cartas de amor de Delmira Agustini, conedición, notas y epílogo de Ana Inés Larre Borges y prólogo de la poeta Idea Vilariño (Cal y Canto, Montevideo, 2006) reúne la correspondencia completa, activa y pasiva de Delmira. Algunas de esas cartas eran conocidas desde mediados del siglo XX, pero otras pertenecían más bien al anecdotario de quienes frecuentaban los archivos de la Biblioteca Nacional de Montevideo, incluidos los muchos narradores, ensayistas y dramaturgos que se han inspirado en la biografía de la poeta. Se conocía la pasión de Delmira por el militante socialista argentino Manuel Ugarte (1875-1951), quien también fuera uno de los testigos de su boda, y curiosamente la carta reproducida en esta página fue publicada por primera vez en México. Esa carta fue de las pocas que se salvaron de los celos de la esposa de Ugarte, justamente porque éste la entregó para custodia a cierto “amigo uruguayo residente en París”. Ese amigo fue Hugo D. Barbagelata, y el lugar de publicación fue la nota “Evocando el pasado. Dos cartas inéditas de Delmira Agustini”, Cuadernos Americanos, México, Setiembre-Octubre 1953, pp. 300-304.

 

Del trabajo exegético de Larre Borges surge un Ugarte que no es meramente el dandy que la tradición “delmiriana” hizo de él. Es un militante que lucha internacionalmente contra el imperialismo norteamericano, que no vacila en hacer de su casa en Buenos Aires la sede central del movimiento de apoyo a México contra la invasión yanqui, que se batirá después por la neutralidad propuesta por Jean Jaurès en la guerra. Le dice en carta a Delmira: “Si estuviera en pleno éxito lo abandonaría todo (…). Pero estoy en derrota desde la excursión filibustera de Roosevelt y no puedo abandonar el timón de la nave en medio de la tempestad.” Delmira responde con un tono que él considerará un “arabesco literario, encantador como suyo, pero engañoso y sutil” (“prefiero en su pecho las heridas a las rosas”, decía Delmira). “Hoy vuelvo a tomar la pluma no sé por qué. Acaso la brisa de primavera trae perfumes de allá (deMontevideo)”, seguía la correspondencia de Ugarte. Era febrero de 1914. Sin poner fecha, Delmira responde con esta que tal vez sea la más bella, y acaso insólita declaración de amor escrita por una poeta.
_________________________________________________________

Su carta me ha hecho casi más mal que su silencio. Yo creía que V. me interpretaba mejor. Estoy cierta de no haberle dicho en mi arabesco literario una sola cosa que no fuera verdad, y que no fuera, eso sí, más pálida que la verdad.
Y lo más raro del caso es que protesto de sus palabras y en el fondo tal vez le doy la razón. Es cierto, yo no he sido absolutamente sincera con V. Pero piense V. que hay sinceridades difíciles. Ese ligerísimo velo artístico era casi necesario… Piense V. que yo debo adivinar y decir.

 

Piense V. que todo lo que yo le he dicho y le digo se podría condensar en dos palabras. En dos palabras que pueden ser las más dulces, las más simples, o las más difíciles y dolorosas… Piense V. que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle al otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que V. hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel… Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos sus gestos de aquella noche… La única mirada conciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para V. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció un momento que V. me miraba y me comprendía.

 

Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del retrato… Y después, sufrir, sufrir hasta que me despedí de V. Y después sufrir más, sufrir lo indecible…
V. sin saberlo sacudió mi vida. Yo pude decirle que todo esto era en mí nuevo, terrible y delicioso. Yo no esperaba nada, yo no podía esperar nada que no fuera amargo de este sentimiento, y la voluptuosidad más fuerte de mi vida ha sido hundirme en él. Yo sabía que V. venía para irse dejándome la tristeza del recuerdo y nada más.

 

Y yo prefería eso, y prefiero el sueño de lo que pudo ser a todas las realidades en que V. no vibre. Yo debí decirle todo eso, y más, para ser absolutamente sincera. Pero, entre otras cosas, he tenido miedo de descubrirme muy en el fondo, una de esas pobres almas débiles enteramente rendidas al amor. Imagine V. esa miseria frente a su sonrisa un poquito irónica de poderoso… Y yo, que he sabido sonreír tan irónicamente como V.…
Ya está dicho. Si después de todo esto vuelve V. a acusarme de engañadora y sutil, yo lo acusaré simplemente de mal intérprete sentimental. Nunca le acusaría de nada peor. Ni esperaría a que la brisa de primavera me trajera perfumes de allá para escribirle sin saber por qué.
Y conste que me siento íntimamente herida.

Delmira