la poeta portuguesa Rosa Alice Branco

Rosa Alice FrancoAlgunos poemas en español de la poeta y un link para leer una entrevista con ella y escuchar su voz.

 

 

 

 

Rosa Alice Branco
Poemas

 

 

 

 

Dos palabras para la noche

 

Ahora soy el día. He ordenado las ropas
del último viaje, tu voz
en la gaveta junto a la cama.
¿En qué lengua oigo las primeras vocales
de nuestro alfabeto, el olor de las sábanas
después de dormir? Viene despacio
por la calle estrecha donde se abre una flor
siempre que pasamos. Eres tú quien lo dice,
eres tú quien te abres cuando la flor. Cuando abres
el pan. El aceite en el plato y nuestros dedos
surcando los caminos de la boca y todo el cuerpo
camino uno del otro. También el vino.
El rojo de la noche. También la lengua.
Siento que la gastronomía y el amor
son dos palabras para la misma cosa.
No me acuses de plagio. ¿Cómo puedo
decir lo que todavía no has dicho?

 

 

La madre excavada en los dedos

 

Corazón excavado en la roca;
un agujero donde se agarran los niños
mientras alguien deletrea tu nombre
en la marea que sube
y voces pequeñas llaman a la madre.
Después es preciso esculpir una roca
en forma de corazón,
de plástico, de ceniza, de carbón,
porque la piedra duele en los dedos al atardecer
cuando las últimas palabras se van
y no hay nadie para engañarnos,
para podernos engañar
sobre la materia de que está hecho el corazón.
Las rocas a lo lejos son todas iguales
y mi cuerpo sumergido
nunca sintió el jadeo de las piedras
cuando las deja el mar.
Mira, aquí es el lugar del corazón.
Cuánto cuesta que me traigas a la superficie,
abrir los dedos y sentir pulsar en ellos
el nombre de la madre que deletreamos
siempre que nos llamamos el uno al otro
cuando la marea baja revela el agujero
de que está hecho el corazón.

 

 

Las raíces del día

 

Fue de súbito como llegó la noche. Era ya tarde
cuando me preguntaste si no tenía frío,
si no tenía ojos, si mis piernas
no corrían detrás del viento. Lo sentía girar
a mi alrededor y yo afuera. El mundo
alrededor del viento y yo sin eje. Sólo las palabras
regresan en cada rotación. Veo como están solas
lejos de la boca, como tienen frío. Las palabras son un animal
aullando a la puerta de la casa que lo ahuyentó. Y tú,
¿en qué almohada posas el corazón? Si seguimos
el lecho del río podemos tumbarnos en la tierra seca
por donde corríamos cuando había luz.
Y era yo que rodaba en tu eje en la ignorancia
de cada rotación. Deja tu caricia en mi pierna
para que yo vea mientras el sueño me duerme
y nacen dos noches para nuestros ojos.
¿Quién nos dará el pan y el día? Con esta pregunta
me adormecí. Un árbol vino a posarse encima
de la montaña. Y nunca necesitó raíces.

 

 

Manual de jardinería

 

Es preciso cambiar la tierra del poema,
tal vez conseguir un tiesto mayor
y echar abono en cada verso.
Aún ayer removí la tierra
y vi en el peso de las palabras cómo esconden
el secreto de la levedad.
Es mejor que esperemos por la primavera,
por todos los meses que faltan
para hoy. Hasta entonces
regaré el tiesto como de costumbre.
Tengo exactamente el tiempo de una pausa,
atraviesa el poema con tu paso ágil
y siéntate conmigo.
¿Qué palabras nos hicieron hablar? ¿Qué buscamos
en el silencio? ¿Cuál la mejor hora
para regar el agua?
Caminemos un poco. En el fondo del tiesto
la razón declina en el cuerpo del poema.
Hemos de retirarla con la pala que florece en primavera,
después atravesamos verso a verso
en la superficie
sin tiesto que contenga la humildad de la tierra.

 

 

Gravitación universal

 

De nuevo el mar que espero
sentada a la ventana que da a las rosas.
Que da a todas las calles por las que pasé
con tus pasos. A la carretera
donde giramos la cabeza para no ver
al hombre desangrado en el suelo.
Después comimos en casa de un amigo,
bebimos y hablamos como si la vida fuese eterna.
De regreso la carretera estaba limpia, sin señales
de sangre. Las luces sobre el mar en las dos orillas
y tu mano en mi pierna. Allá en el cielo
un hombre destripado busca sus alas.
No sé nada de ángeles. Yo, que espero el mar todos los días,
creo en la rotación de la tierra y en la ley de la gravedad.
Pero cuando llegas el cuerpo no tiene peso
y las palabras vuelan a nuestro alrededor
empapadas en sudor. Y viene el mar.

 

 

Teoría y práctica de la eternidad

 

Será difícil aceptar tus ojos errantes
posados en la sabiduría de su cuerpo
y tus manos paradas como si reposasen
de un día de trabajo. Pero observa bien al labrador,
míralo caminando por las estaciones de nuestras vidas
y después cava así tu propio corazón,
remueve las piedras, las raíces muertas,
las pequeñas hierbas que no lo dejan medrar.
Que respire ahora la tierra revuelta
para recibir la semilla que posarás en el fondo.
Y que venga el invierno. En el frío de tus huesos
siéntela estremecerse, deja que cante el dolor
y cuando reviente y llene el pecho
verás cerca de ella las manos de la tierra,
los corazones ansiosos de la hora fértil,
y sabrás que tu trabajo nunca tendrá fin.

 

 

Poema espirituoso

 

Con la lengua bebo tu poema y los sabores
madurados, bebo el artificio de la escritura, el dibujo de la rosa
entreabriéndose como si fuese mi vestido y yo
me llamase con otro nombre y no hubiésemos nacido.
Aún no hemos nacido, somos el nuevo siglo, el que va
a subir por entre el polvo radiactivo y la basura azuzada
a las piernas, un siglo en que la mente liberada por el cuerpo
subirá por su propio peso. Nadie dirá: lo lamento mucho, o:
envíemelo por fax. La muerte sabe que no puede dormir,
no sirve llenarla de somníferos, emborracharla, vendarle
los ojos ciegos, cegarle las crías. No sirve aspirar el polvo,
apagar el rastro de un cometa. El siglo que ha de venir
arderá con una sola palabra: «acepto» –es de esa palabra
la materia de los astros y las memorias ígneas que nos llegan
del otro lado del tiempo. Acepto a quien nos tiende el vaso,
nos quita la sed, nos desgarra el pecho, acepto el poso
en el fondo de la botella. El cuidado con que te sirvo
no impide que el polvo se mezcle con el vino–
en el mismo trago la bala y la semilla se disparan
como una pareja de magníficos caballos.

 

 

 

Rosa Alice Franco

ROSA ALICE BRANCO  ha publicado los libros de poesía A Mulher Amada (Ed. Figuras, Porto, 1982), Animais da Terra (Ed. Limiar, 1988), Monadologia Breve (Ed. Limiar, 1991), A Mao Feliz –poemas d(e)ícticos (Ed. Limiar, 1994) y O Único Traço do Pincel (Ed. Limiar, 1997), además de los ensayos O que falta ao Mundo para ser Quadro (Porto, Limiar, 1993) y A Percepçao Visual em Berkeley (Fundaçao Eng. António de Almeida, 1998). Es docente en la Escola Superior de Artes e Design (E.S.A.D.) en Portugal).

 

 

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Un comentario

  1. Lidia Salas