Jaime Londoño

londono2De este poeta y editor colombiano, conocido en algunos círculos como Federico Cóndor, damos a conocer algunas de sus creaciones literarias. Su compatriota, Juan Manuel Roca, habla de ello.

 

 

 

 

Jaime Londoño (Bogotá 1959)

Escritor, editor y profesor universitario. Organizó, junto con otros poetas, Encuentro de mil niños poetas colombianos. Promovió el Segundo encuentro de estudiantes de letras y ciencias sociales. Libros de poemas: Hechos para una vida anormal (1997), Alquimistas Ambulantes (2001), Mago sólo hay uno (2003) y Fantasmas S.A. (2007). De historia: Epitafios: algo de historia hasta esta tarde pasando por Armero. Compiló Antología Domingo Atrasado, en la que recoge las voces de algunos poetas jóvenes. Libros de texto: Competencias escriturales de prejardín a once. Dirige la editorial Domingo Atrasado y un taller gratuito de poesía los domingos a las 3 PM en el parque de Usaquén en Bogotá.

 

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Fantasmas S.A. por Juan Manuel Roca

 

 

Parece una tautología: todo fantasma  pertenece a una sociedad anónima, como anónimo es su nombre. Por algo, y al decir de Jaime Londoño, estos seres del trasmundo “le piden limosnas al viento”.

 

 

Si algo tiene la poesía de Londoño es que, en su trato con los fantasmas de la imaginación, con esa suerte de endriagos que son las cosas poco visibles pero imaginables, es que ella le sirve de caserón a sus presencias para que jueguen a placer, a su aire, a su legítimo antojo.

 

Pero no se crea que se trata de una poesía complaciente porque esté tocada de una gozosa ironía. Hay un entrevero de dolor y de burla y un deseo de colonizar temas y territorios que no tienen una sacralizada heráldica poética. Ni siquiera cuando habla de la última e íntima relación de Li Po con la luna cede a los falsos lirismos. Parece recordarnos con don Alfonso Reyes que “hasta los perros sienten necesidad de aullarle a la luna llena, pero eso no es poesía”.

 

Una gavilla de Lázaros redivivos sentencian “la mala puntería de la muerte”. Caruso, o su fantasma operático, se sorprende de “la cascada de ruidos que se van por el sifón”. Sancho se niega a seguir las dietas de razón a las que quisiera someterlo el Hidalgo que sabemos. Toda una empresa hecha de sombras, de incertidumbres, conforma el libro Fantasmas S.A. Los socios de esa evanescente empresa saben que nadie los conoce, que a nadie hacen falta, pero es porque a su vez no conocen a este poeta que emplea la palabra como si fuera una ouija.

 

En todos estos poemas hay, además de ese trato con los fantasmas, una serie de preguntas sobre el destino, el azar, lo que llamamos pomposamente la muerte: la muerte que es un corredor de fondo frente al que perdemos todas las apuestas en una pista construida en los límites del mundo.

 

Como buen poeta, Londoño sabe enmascararse. Enmascara su soledad con la careta de la ironía. Encubre sus desgarradas preguntas por la vida con el pasamontañas de una supuesta fantasmalidad. Bajo todo ese río subterráneo yace el mascarón de proa de su poesía.

 

Es la suya una voz personal, despojada, que sin pretenderlo se inserta en un pequeño filón de la poesía colombiana, el de Gotas amargas de Silva, el de Suenan Timbres de Vidales, el del dulceamargo Luis C. López, esto es, un filón que sale de una poética de ideas pero también de imágenes desplegadas como burla de sí y de los demás, o como burla de los demás en sí mismo.

 

Es de agradecer que los poemas de este libro nos recuerden que “son indispensables los fantasmas, /si no fuera por su baile/ a nadie le importaría el pasado”.

 

He ahí, de esto se trata, de ver desde el callejón de la historia, desde un espejo retrovisor, una larga ronda de fantasmas, lo que con grandilocuencia llamamos la humanidad: multitudes que fueron, que somos y serán, entrando a una casa que habitan y deshabitan la muerte y el tiempo a su antojo.