Alfonso Peña entrevista al nicaragüense Carlos Calero

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La geografía literaria de Centroamérica emerge en esta conversación entre Peña, de origen Costarricense y Calero del país de Rubén Darío.

 

 

CARLOS CALERO (Nicaragua, 1953)

“Para no arriesgar el espíritu y la nostalgia hay que meterles un poco más de nostalgia”

Alfonso Peña. Foto: JAL
Alfonso Peña. Foto: JAL

Alfonso Peña

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La poesía de Carlos Calero está amalgamada en el humus del mensaje chamánico. Es  ritual y  palpitante, mágica y llena de enigmas; su verbo es una especie de “ojo cósmico” que va develando la vida y los misterios de los hombres (atávicos y modernos) de esta zona telúrica llamada Centroamérica.

Al son de su tambor ceremonial desfilan ciudades, hombres,  caseríos, volcanes, cerros, calles, niños, lagos y animales.  Carlos  utiliza su herramienta predilecta, ”el prosema”,  para trazar un esquema vertiginoso  de la memoria. Pasado/presente interactúan  en un tránsito configurado por las audacias lingüísticas, los ecos disímiles, las sentencias apocalípticas,  el contrapunteo cotidiano, el devenir incierto.

Solo hay que imaginarse al artífice (tras prolongadas pausas y sesiones de luna y sol), al pie del cerro Tarbaca, afinar sus artilugios, con fervor remover y aderezar las hierbas y pócimas encontradas en los confines de la montaña (el verbo riguroso, el sustantivo preciso, uno que otro adjetivo) y sin perder la calma, día a día, noche a noche, como un orfebre solitario, aunará  los diversos elementos y bocetos de lo que será su mosaico fecundo.  Desenfadados brochazos van a graficar la síntesis del friso universal, como en una delirante comedia. La simbología del caos, la masificación, la soledad, los vicios, van a ser permanentes expresiones de esta aventura intelectual y estética. De repente intuimos que de ese entresijo bulle la luz; es el acto amatorio como un elemento totalizador e impugnador. Como dirá Calero: “La mujer es el bastión humano para experimentar que somos seres sensibles y eróticos, y está el gozo para seguir luchando por esa vida que da y también reclama la mujer que te acompaña”. 

Sus guías tutelares  –como estrellas luminosas– lo acompañan en su itinerario, son las figuras estelares de Carlos Martínez Rivas, Pablo Antonio Cuadra, José  Coronel Urtecho, solo para nombrar unos cuantos.

El aeda sueña y está con nosotros.

En nuestros primeros encuentros, se percibía en vos gran influencia de los talleres de poesía que Ernesto Cardenal había popularizado en territorio nicaragüense. Hablános en términos de vida y de creación.

Es lógico y razonable pensar en ese planteamiento que manejás, Alfonso. Es el dato que da fe de lo que yo empecé a plantearme como poeta novel y, hasta  cierto momento, en mis años de autoexilio. Que, según algunos poetas y amigos, esto es lo mejor que me haya ocurrido en la vida, pues consideran que mi salida de Nicaragua, ese desarraigo terrible, estrictamente para mí, como poeta, que parece no  importarle a nadie, me hizo revisar todo lo que había escrito con la tranquilidad y el tiempo suficientes para podar, desbrozar, sintetizar, retomar los impulsos, hacer algunas lecturas básicas e irme complicando; con lo que quiero decir, y lograr así un poco más de conciencia de lo que debe ser el ejercicio de escribir.
Lo que deseo es que esto no se convierta en una pose mitómana, en el sentido de que autoexiliarse sea un elemento que incida en el destino de quien escriba; me refiero al pretexto, hasta las últimas consecuencias, de que  en la posibilidad de revertir la experiencia humana y personal que, en esa época, podría denominarse ”desarraigo”, a fin de cuentas  no sea más que una versión de la decisión estrictamente personal y que uno tiene que buscar la respuesta en su propia actitud ante la vida; pero también activa la emoción, las ideas y la circunstancia de verse metido a escritor, en mi caso a poeta.
En cuanto a la figura y personalidad de Ernesto Cardenal,   directamente ligada con una concepción del discurso poético de lo cotidiano, lo confesional, lo épico y sociológicamente comunicable para involucrarse en la apología ideológica de la revolución, como discurso del compromiso y la defensa del proyecto estético que él se proponía, creíamos verdaderamente que funcionaba, por lo menos en el nivel de lo partidario y militante; en mi caso, en estrecho contacto con las bases populares, de donde yo provenía (el sector obrero). Había que traducir, en poesía,  la reconquista y urgencia de que los sectores populares ocuparan, por primera vez, un espacio vedado en el ejercicio de lo estrictamente intelectual; entendamos  en tal sentido el acceso a la escritura poética. Eso era correcto, y a mí siento que me sirvió en buena medida, en  determinado momento. Lo curioso es que después de mí no veo, y me lo han aseverado otros poetas, ninguna otra voz poética consolidada y salida de aquellos talleres; no se vislumbran otros  escritores que hayan  publicado varios libros surgido de ese proyecto. Algo pasó, algo sucedió que colapsó la experiencia.
Yo siento que no estuve, casado con ninguna fórmula. Aproveché lo que me servía y nada más. En el tono de mis poemas está intrínseca la actitud antidogma, algo de vocación iconoclasta; en el fondo, había algo de paradójico, que con el tiempo me he dado cuenta que hay en mi poesía: no me sentía bien repitiendo fórmulas poéticas, si es que las hubiera, que no me funcionaban, debido quizás a ese espíritu de transgresión y aventura que mostraría ulteriormente, y  eso podría incluso, definir  lo que tal vez, si persisto y tengo suerte, llegue a ser mi propuesta estética.  Así parecen demostrarlo mis primeros textos publicados en los suplementos literarios  Nuevo Amanecer Cultural y Ventana, de Barricada, que, de alguna manera, se alejaban de cierto estilo de los talleres.
Voy a ser honesto: Ernesto Cardenal siempre fue tolerante y comprensivo, con lo que yo hacía. Y no sé si en el fondo le gustaba. Pero yo lo hacía. Esto, siento, fue lo que me caracterizó, pienso. Esto es lo que debe validar, en sus objetivos y mecánica productiva, un taller donde se trabaja con algo tan sorprendente como la palabra. Doy la razón al poeta, ensayista y novelista nicaragüense Erick Aguirre cuando afirma que yo mantuve cierta visión de independencia del discurso “tallerista” incluso trabajando dentro de este proyecto bajo la égida de Ernesto Cardenal, que en ese entonces era ministro de Cultura.
En el libro Cornisas del asombro incluyo el primer poema que se publicó en pleno fervor de la revolución: “En la laguna de Masaya”. Ya en su textura interna se nota algo un poco distinto de lo que hace Cardenal con su poética. Pienso que la construcción, la mecánica formal y semántica de mis poemas,  es más experimental; y disfruto del hecho de que la poesía es fundamentalmente una especie de juego de niños en que se salta al vacío y se asciende con la posibilidad de versar sobre el entorno dual de lo externo e interno, con imágenes y juegos de palabras que me  divierten, y quizás también a quienes están en su lectura frente a lo que escribo.
En cierto momento, es cierto, existió cierta polarización por los estilos y espacios que han existido en Nicaragua, quizá posteriormente a la Vanguardia con las vertientes europeas y fundamentalmente la estadounidense. Yo sentía eso en los debates, porque se decía que los talleres pretendían ser una especie de  facilismo. Yo sobreviví a eso, no sé si por talento o intuición de la misma palabra y necesidad de ser yo mismo. Cardenal tenía razón al decir que los talleres  únicamente eran una especie de alfabetización,  después (y me quedaba muy claro, pues varias veces se lo pregunté) de que una vez que el novel poeta incorporara las normas básicas por medio del exteriorismo cada uno encontraría una manera propia de decir las cosas.
Siento que en aquel momento histórico, después de 1979,  el hecho de que la poesía en Nicaragua ha estado vinculada al poder político generó celos ideológicos, al ver el “peligro” de una masificación de lo que por razones obvias estaba en manos de ciertos sectores “letrados”. Esto no es tan fácil de tolerar, me imagino.
Yo mantenía amistad con poetas de otras tendencias y siento que me respetaban, como yo a ellos. La poesía no debe, ni puede tener bandos ni prejuicios estéticos. Sin embargo  eso de que somos demasiados egoístas los poetas también jugó su parte, en ese conflicto. Siento que soy un poco alérgico a esas costumbres. Yo no puedo pelearme con nadie, ni me gustan las cofradías de las malas intenciones, las estrategias invisibilizadoras  pues siento que me distraen, me perturban en lo que yo creo y deseo como poeta. Celebro al buen poeta, disfruto leyéndolo y se lo digo porque esto me hace crecer y dimensionar la humildad a mi manera. Pero también comprendo y respeto las actitudes y gustos de los otros. En algún caso he propuesto la idea de la publicación de otro poeta, porque pienso que es bueno y vale la pena que lo editen,  en vez de proponer un libro mío para que lo publiquen; eso sucedió en el caso de un gran poeta de mi generación como Santiago Molina.

 

¿Hasta que punto puede decirse que ese “movimiento tallerista”, concebido por el poeta Cardenal, que caló con profundidad en algunos ámbitos de la poesía hispanoamericana, no se convirtió en un mero artificio populista.  A veces la defensa que hacían los “talleristas” de los poetas/zapateros, poetas/ebanistas, poetas/carboneros, se aquietaba en una jerigonza que nada tenía que ver con la poesía. Conversemos sobre esto y sus consecuencias ulteriores.

Eso es lo que cuestionan, y con cierta razón, muchos escritores de Nicaragua, y digamos del sector que, de alguna manera, se ha vinculado con la poesía escrita por nicaragüenses. Interrogan sobre dónde quedó el resultado de esa experiencia. Sociológica y políticamente la intención era aceptable; y no sé si incluso se convirtió como un gancho publicitario para difundir el populismo de la experiencia del sandinismo de aquella  época. Un sandinismo muy diferente a lo que se vive ahora. Pero esto es otro asunto que no me interesa abordar,  aunque en mi discurso político no lo evado, pues pienso que en Nicaragua hace falta que alguno o varios poetas asuman parte de la crítica y valoración de lo bueno o lo malo que se hace. Así lo hemos asumido en otras condiciones y épocas de nuestra historia. Y por qué no repetirlo ahora; ¿en dónde está el pecado? No podemos encerrar ni limitar la poesía, a lo político ni a lo puramente estético.
Resultaba cándido y conmovedor ver a muchachos y muchachas con una escolaridad incipiente leyendo poemas  escritos a la manera de lo que se hacía en muchos países de Latinoamérica, en los años setentas y ochentas, pues existen todavía poetas que siguen escribiendo de esa forma, muy conversacional, y exteriorizan hasta la saciedad la lengua coloquial con vocablos muy propios de la cotidianidad. Casi reproducen lo que ven y sienten, como no sé si sea posible que lo haga una fotografía. Es cuestión de talento; pues si se logran poemas con calidad literaria siguen  siendo bienvenidos dichos poemas. Pero, volviendo al comienzo: era la temática de lo épico; el discurso recursivo de la defensa política e ideológica, la intención experimental de una propuesta sociológica sin antagonismo de clases, la participación masiva en los intereses colectivos, la amenaza latente de una contrarrevolución, la fe en una utopía tangible… en esto se centraba buena parte del aliento temático que se abordaban.
Creo que el talón de Aquiles estuvo en politizar un proyecto cultural: lo hicieron
 quienes creíamos y los quienes no, en los talleres de poesía. Cómo es la vida, ya casi nadie ni se acuerda de lo que se hizo y no se hizo. Ahora es otro el paradigma y el contexto histórico-literario en Nicaragua.

 Al tiempo que  te estableces en Costa Rica, en las cercanías de Aserrí, al pie del cerro Tarbaca, adquieres una conciencia lúcida acerca de la poesía y el poder de la palabra. ¿Cómo observabas el movimiento de la poesía en Nicaragua?

Duré algunos años sin publicar un solo poema; fue una especie de autosilencio; no buscaba, adrede, el escenario en suplementos ni en nada; y sabía que esto era lo que debía hacer; no apresurarme, no engolosinarme con lo poco que había publicado y creerme ya un auténtico poeta. Yo voy aprendiendo, cada día más, a respetar el oficio. De vez en cuando me asomaba a ciertos espacios de encuentros literarios en San José, como Andrómeda donde confluyen muchos artistas amigos, Miércoles de Poesía coordinado por el poeta Adriano Corrales, el Centro Cultural Español o la Universidad, pero era algo esporádico. Me volví, hasta cierto punto, huraño; quizá resultado  de la sensación del ser inmigrante. Sentí la  falta de los amigos, las voces del paisaje, el aire, las calles, la dinámica de una Nicaragua impredecible que yo ya había sospechado no iba por un rumbo que me atrajera. Nunca me enfilé en la contrarrevolución. Fui y soy fiel en mi actitud y reflexión. Así lo he sido y lo seguiré siendo.
Cómo quisiera haber sido un protagonista en esa dimensión, pero yo tengo mi propio destino, que de alguna manera desenvocará, pienso yo, en algo bueno para mí y lo que escribo. No solo la distancia ha contribuido a subyacer, escarbar, diseñar una estrategia semántica y verbal, sufrir el caos y tocar con la conciencia el trágico largometraje del descalabro político y social de mi país. Empecé a aproximarme a voces poéticas de Nicaragua que ya todos conocemos y resultaría  empalagoso mencionar. Retomé los versos de poetas como Cavafis, Huidobro, Whitman, Poe, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, un poco de Lezama Lima, Vallejo, y muchos otros. Fue una especie de alquimia textual y vivencial de los poemas de estos grandes poetas. Fui ensayando lo sacro y lego, la paradoja de lo sinuoso e inamovible, el quieto resplandor de la oscuridad que se hace luz; la magia y profecía de la palabra simple que dice algo y siempre nos deja con el asombro de que fue casi imposible decirlo todo. Y éste es un oficio de lúdicos, visionarios, orfebres que asientan su vida en un espacio tan etéreo como el lenguaje, en función o revelación de los estético.
Fui escribiendo, borrando, celebrando en silencio, odiando al alba, levantándome en horas del amanecer en un rapto de fe de que quizá valiera la pena escribir algo que me había sobrecogido y que debía registrarlo, en ese  instante, como poema. Pero esto son asuntos muy personales,  lo que a todos nos pasa. No hay nada extraordinario en esto. Lo interesante es que en este espacio invisible uno se siente vivo y, a lo mejor, hace posible que otros también vivan.
            En Nicaragua empecé a observar que muchos poetas, sobre todo los jóvenes, empezaron a contradecir, sin contrariar, porque esto no se logra cuando no existe conciencia de lo que se hace, el discurso retórico que estaba muy apegado al fenómeno de lo ideológico en el sandinismo. Registré que había un afán casi obsesivo, en términos de entusiasmo, en subvertir lo dicho y escrito durante el periodo revolucionario. Esto nunca lo he visto mal; por el contrario, lo celebro y me siento bien de que así sea. El asunto es cómo hacerlo dignificando y hasta equilibrando la gran herencia poética que siempre ha caracterizado a los nicaragüenses. El reto no será nada fácil. Dadas las aristas posmodernas del arte, todo empezó a caber en poesía; desde el vacío y la frustración de las utopías, las drogas, la elección de género y el absurdo de sentirse vivo de manera sórdida y delirante; pero poco he visto que se critique lo que algunos han denominado el advenimiento de un desvirtuado sandinismo. Prevalece el hedonismo y la gracia de lo inclinado a surtir efectos esteticistas con lo doméstico y rutinario. También he notado que se proclama cómo dilucidar poéticamente el vacío de la incomunicación en medio de la avalancha tecnológica y globalizada.

¿Cómo sitúas  la poesía que se escribe en Costa Rica?

Igual que en Nicaragua y Latinoamérica, primaban  las tendencias hacia una poesía vivencial y el tratamiento de lo cotidiano con un fuerte acento exteriorista, junto con otra manera de escribir poesía trascendentalista que parece ha dominado un poco más el escenario, y que algunos achacan a voluntades de edición y promoción de este tipo de poesía. Los vasos comunicantes fluyen en nuestros países, dada la maravilla de los medios tecnológicos y cierta influencia  de las editoriales y revistas de difusión cultural que permean los gustos y aficiones por uno u otro estilo de escribir poesía. Sin duda que las cofradías y grupos se moverán, según el gusto que prevalezca como identidad grupal y sobrevivencia de una propuesta estética. Esto ocurre y ocurrirá en todos los países. El asunto se simplifica cuando no hay talento ni visión por parte de alguno de los grupos; sino que se dedican al diletantismo y ataques de jaurías, cosa que distrae y solo sirve para alimentar la chismografía. El asunto trasciende cuando hay verdaderos poetas que, por lo general, se apartan de estas guerras de guerrillas literarias, que muchas veces no conducen a nada.

Llama la atención que en tu poesía pueda registrarse la dualidad tico/nica. El paisaje nicaragüense y sus rituales (lagos, volcanes, aldeas) con el cono urbano, el argot y los matices del paisaje costarricense.

Todo forma parte del magma, de la sustancia, el bosquejo, una especie de friso, en que se conjugan la tradición, las creencias, los ritos enclavados en la memoria de lo atávico, del germen ritual de lo que suponemos identidad y búsquedas en la dinámica de la existencia y la lucha del ser que se debate entre el pasado, el presente y lo que está por venir en un mundo cada vez más fragmentario, dado a la vacuidad y la deshumanización. Entonces, al poeta no le resulta gratuito, como en mi caso, registrar todo ese barrullo de elementos que cobran vida y trascienden con el tratamiento poético. La paisajística de lo costarricense, los  imaginarios de ambos países coexisten, se cruzan, se dan la mano y me permiten amalgamar el sentimiento de dos patrias, sin que una niegue a la otra, y en que una complementa a la otra. La pluriculturalidad es el germen de nuestro tiempo. El habla, la lengua, su dinámica semántica y civil, sus tragicomedias y abismos existenciales de las ciudades nica-ticas están siempre presentes en mi poesía. Para mí son identidades de una misma moneda con las  que pago el derecho a existir literariamente, y en un mundo en que fluctúo sin perder el sentido de una lucha constante, que encuentra aquí lo que allá me hace falta; y traslado de allá lo que aquí no tengo: me refiero a la herencia literaria y al memorial de las costumbres.

Si retrocedemos la cinta de la memoria, percibimos que a otros poetas nicaragüenses les ha sucedido algo similar. La larga estancia en San José de Carlos Martínez Rivas; las frecuentes visitas y permanencias de Pablo Antonio Cuadra; el exilio voluntario de Álvaro Urtecho; la “invisibilidad” de Francisco Valle, entre otros. Es una especie de ósmosis poética.

Sin duda que Costa Rica es un punto de paso, traslado, trasiego de la poesía nicaragüense. Es que históricamente hemos estado amalgamados; nos une lo económico y político, lo cultural; sobre todo en la zona del norte de Guanacaste, donde el folklore y ciertas formas de reproducir la vida, muy similares a la nicaragüense, han emigrado a la meseta central en sus canciones, vestuarios, como en la música, y otros elementos de la cultura costarricense. Sería importante realizar una investigación literaria de cuánto y cómo ha influido la poesía nicaragüense en la de Costa Rica; cómo, efectivamente, se ha dado esa amalgama, si la hubiera, entre lo poético y la relación sociocultural con la estadía, en este país, de poetas como Carlos Martínez Rivas, Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Manolo Cuadra, Álvaro Urtecho, Francisco Valle,  Francisco y Mario Santos, el mismo Rubén Darío. Me imagino que la convivencia entre poetas de Costa Rica y Nicaragua, es un elemento catalizador que de alguna manera beneficia a la poética costarricense.

No podemos pasar por alto sobre todo  al poeta de la frontera José  Coronel Urtecho. Es el mayor paradigma de lo que estamos conversando. Desde los confines del río San Juan ejercía un apasionado “discurso” poético.

Sin duda, el magisterio literario del maestro José Coronel Urtecho es un punto de referencia en los afanes de la vanguardia centroamericana. Es el segundo aire para la poesía de Nicaragua y Centroamérica. Contribuye a meter el mundo a la casa de estos países, va a lo nacional, lo atávico con un acento universal; prodiga un lenguaje que entraña la vida de lo cotidiano y las costumbres; un lenguaje que derivará con Carlos Martínez Rivas, Mejía Sánchez y concretamente en Cardenal con lo histórico y político, que mediará, de alguna manera, para enfrentar poética y políticamente a la dictadura de Somoza, y que otros poetas latinoamericanos ya estaban asumiendo, políticamente, a la sombra de Nicanor Parra, sólo para mencionar a éste gran poeta sudamericano.

 El mosaico poético, configurado por tus poemarios La costumbre del reflejo (2006), Paradojas de la mandíbula (2007) Arquitecturas de la sospecha (2008), da la impresión de que tuvo una prolongada experimentación y maduración. La palabra está cimentada como una red de osadías lingüísticas, imágenes yuxtapuestas, parábolas apocalípticas.   Todo bajo la firme tutela de la “prosa poética”; la palabra manejada con destreza, aunque el lector sienta un terremoto en la contradanza de las vocales.

No sé si, con estos libros, de manera consciente, me planteé que debía amalgamar un gran retablo, una visión integradora del caos, y de la supuesta sospecha existencial y política que me ha tocado vivir y que está viva y doliente; pues los elementos del vacío han tomado terreno, la sordidez y la falta de conjunción de lo colectivo ha golpeado las voluntades y el corazón de quienes, de alguna manera, han sido o fueron solidarios con un planeta y un ser que necesita respuestas efectivas que lo hagan feliz; un ser humano dueño de su entorno, su asombro, y la esperanza reeditada en cada acto compartido con el que te acompaña, el que te exige, el que está con vos o no lo está pero te complementa como ser integrado a la mecánica de la vida organizada para devolver una idea de que somos personas. Hay razón y sentido en lo que estás planteando. Yo sospeché que debía trascender, esforzarme como poeta, por asumir una sospechosa manera de decir las cosas en poesía. Sospechosa, digo, porque cuando el lector te lee, te profundiza, te atisba, complementa lo que has escrito  y entonces tiene sentido y valor literario; por supuesto, esto no depende sólo del lector sino que de antemano el poeta debe tener el olfato y la osadía de proponer otras maneras novedosas de comunicar su mundo. Yo he preferido la prosa poética, lo que llamó Ernesto Mejía Sánchez el prosema, porque me resulta adecuado para graficar, de alguna manera, la idea de mural, de friso, de pared universal en que el horror, la soledad, el silencio, la culpa, los vicios, la corrupción, los subterfugios, la mentira y las hazañas se amalgamen en un entresijo o yuxtaposición de elementos para que se despeje un poco la urdimbre arquitectónica de cómo nos someten a experiencias nada gratificantes los pésimos administradores de la vida colectiva, del destino económico y político; así como los estilos de vida y la automasificación fragmentaria. Cada día somos la parte menor, de una totalidad que no agrega, sino deja a los seres humanos más vulnerables y expuestos a la gran muerte y soledad que se codean con la indiferencia y frivolidad por el cosismo consumista en las sociedades actuales. Que el lector interprete, a su manera, lo mucho o poco que pueda elucubrar en los poemas; su lectura complementará mi intención decodificadora del enigma y los símbolos que, de alguna manera, revelan la profundidad de una poesía viva, cuestionadora, preocupada por el ser y la nada; por la esperanza, en contrapunto con el desencanto  y que, por otra parte, punza en la ternura y capacidad de amar, pues para mí el universo está basado en un infinito reto de amor.

Carlos, como contraparte de tu perspectiva cataclísmica, en tu poesía hay un encuentro con lo amatorio. Es una recurrencia a lo largo de los tres poemarios: “Salí a tocar  los pezones con la prehistoria de las caricias”; “Nos desnuda la ofídica amada con mordida y locura en los ojos”; “Te quiero desnuda y plena, te quiero en mis ojos y lo que no está en la carne”. ¿Se podría hablar de símbolos eróticos como búsqueda de conocimiento y placer?

La mujer deja de ser símbolo y se integra a la visión fragmentaria, pero como razón y sentido de lo vivo; en la imbricación de las ideas es un elemento integrador de lo solidario, del gozo que buscamos los seres humanos, pues creo que cuanto más estamos en crisis mucho más no aferramos al acto amatorio. La mujer es el bastión humano  para experimentar que somos seres sensibles y eróticos, y está el gozo para seguir luchando por esa vida que da y también reclama la mujer que te acompaña. En las cosmovisiones, de todos los pueblos, creo, la mujer es la fuente nutricia y fecundadora. El recurso sexual para generar la idea de que la vida es esencia y origen de lo renovado. En nuestras sociedades patriarcales, creo que los hombres,  queda claro, que hemos fallado como administradores del destino humano, y en esto la mujeres son muy claras; por eso celebro y respeto a la mujer, y propongo en mi poesía que las amemos en cada acto de la vida, que implica compartir  la eroticidad de los deseos por sobrevivir en libertad y acompañándonos.

Muchos poetas circulan por los parajes del erotismo, algunos  con mayor sutileza. ¿Hasta qué intersección los temas eróticos han liberado conciencia e imaginación del lector. En última instancia, en este caso,  lo que interesa no es el poeta, sino la comunicación entre el poema erótico y el posible lector.

Hay una suerte de complicidad entre lo que propone el poeta y el lector; la relación con lo erótico estimula la experiencia de los sentidos. Es una manera de volver los ojos a lo humano, porque causa placer luchar por la vida; y esto nos debe preocupar, pues cada día nos estamos volviendo más insensibles. Nuestra capacidad sensorial se fragmenta, se diluye en la idea de poseer cosas, acumular patrimonios; no sensibilizar las relaciones humanas. El poeta, sin proponérselo, activa su propia conciencia y la del posible lector. El sensor de la razón y la afectividad se activa en cada acto de reflexión, en toda experiencia comunicativa, en las conexiones con el paisaje, el aire, el fuego, la tierra. Y la mujer sintetiza, por razones de la ficción literaria, este ejercicio de la experiencia poética.

 Pueden bucearse en tu poesía ciertos rasgos de humor negro. Manejás con acierto la intertextualidad, el humor, el erotismo y la cotidianidad. Es un cóctel denso. Vas hasta las últimas consecuencias y llevas al lector contra las cuerdas. Es un modo de propinarle un Knock out, apoderarse del lector anónimo y no ser complaciente.

            Bueno, esto es lo que uno concluye como valor agregado del texto. Propongo una experiencia individual, una forma o arquitectura del lenguaje; construyo el verso con una intención totalizadora, pero procuro que golpee la conciencia y las actitudes sin caer en moralismos trasnochados. Estoy, igual que todos, vivo, abro el ojo y sintetizo los elementos que podrían ser comunes para un lector de poesía; pero no lo hago de manera pensada, sino que son impulsos vitales de mi afán por contribuir, si es que se pudiera, a compartir una experiencia literaria que pueda interesar o mover a la reflexión; al reposo de la conciencia pero con el caldo de la crítica y la reflexión de manera permanente. Trato de humanizar cada elemento disímil, cada elemento congruente, cada atisbo que me permita transitar del lenguaje al proceso como se produce la dinámica de la vida. A veces siento que urge conmover, punzar, sobrepujar, demandar, denunciar, asumir las contradicciones humanas; todo lo que nos está llevando a un caos total. Pero no dejo de lado que la poesía es, en esencia, una experiencia con el lenguaje, y como tal lo estrujo, lo estiro y alargo para tensionar la expresión hasta donde sea posible; pero sin faltarle el respeto al lector. La semántica de cada poema debe sobrepasar la intención de todo poema.

Hace unas semanas estuvimos en la bella ciudad de Granada en el V festival de la poesía. Mientras unos poetas africanos y del medio oriente (en algún bar de la Calzada) saboreaban el ceviche agridulce, acompañado de una cerveza Toña; varios poetas y amigos conversábamos sobre la nostalgia revolucionaria. El proceso truncado, birlado… Y es qué  en esas maravillosas tierras la nostalgia está presente en los niños que inhalan pegamento por las orillas del lago, en los ojos atormentados de las madres, en el dolor de los ancianos, en contraposición con los encumbrados del poder y la entronización de la mentira. ¿Carlos, de qué modo tu escritura esta impregnada de nostalgia? 

Como digo en uno de mis poemas, Teorema de la nostalgia:  “Para no arriesgar el espíritu y la nostalgia hay que meterles un poco más de nostalgia”,  porque resulta que esta sensación de poner los ojos en el pasado y retornar con la conciencia lúcida de que hay algo que nos perturba, nos deja en desasociego, nos produce una roncha en la saboración de lo posible, hace que de alguna manera nos aferremos a lo que es posible en el presente, a cuestionarnos y develarnos, a no dejar nada amañado, mediante subterfugios, como bien saben hacer los políticos avenidos a dirigir las colectividades. En Nicaragua las cosas no andan bien, y esto es tema de la gran mayoría de escritores que deseamos y, de alguna manera,  hemos colaborado a la propuesta de una sociedad más tolerante e inclusiva, que no cree abismos irreconciliables, que haya espacios para abrir los oídos a otras formas de ver la realidad. Una buena parte de los nicaragüenses sienten  esto  no se está ocurriendo. Las tentaciones han podido más que la voluntad, que el ideario genuino para construir una sociedad amplia y diversificada. A veces, pienso, por la conducta social de algunos sectores de cualquiera de los bandos que han estado en el poder,  que conculcan el derecho a ser escuchados e incluidos. Nicaragua ha sido jalonada, arriesgada, dilapidada; no se la  ve como un proyecto de sociedad competitiva, generadora de riqueza cultural, material y espiritual, sino  que se ha dedicado a empujar a la sociedad al odio y defensa mitómana de los cacicazgos. No hay amor por Nicaragua. Es  importante detectar  qué función o responsabilidad asumen los escritores y poetas en esta dinámica que tiende, cada vez más, al anquilosamiento.

Al recorrer la geografía de Granada, con sus lagos, volcanes y leyendas y sus mitos, me remito a tu obra plástica. Me comentaste que quieres volver a pintar. Hace varios años que no ejerces la pintura. Recuerdo tus óleos primitivos, el color tropical, la exuberancia de la composición, la lectura que puede hacerse del mito de la Llorona, El Macho Ratón, El punche de oro,  entre otros. ¿Será interesante saber cual es el diálogo que mantienes con la poesía y la pintura?

 Yo era  primitivista,  y eso me permitía adentrarme en lo que vos me recordás. El acto pictórico te traslada de manera visual,  en perspectiva, al monumento cotidiano de lo observado, ya sea en la comunidad, el paisaje, los íconos de lo sobrenatural, las apariciones, el imaginario popular con sus mitos y leyendas. Esto, de alguna manera, también aparece en mis poemas. Trato de zambullirme en la psicología del nicaragüense, o buena parte de éste, para develar las posibles significaciones textuales de los carnavales, los hechizos, el agua, lo telúrico, las costumbres, como parte de una experiencia universal, pues no estamos aislados de los impulsos y avances tecnológicos. Esto es así. Ahora un monimboseño comparte una pantalla, abre un archivo y ya está en conexión con la cultura japonesa, europea, de ahora o del pasado, por decirte algo; y esto permea su cosmovisión, su lectura del mundo en contraposición con lo que fue, es y será el suyo. Todo esto es una parte muy importante, una faceta de identidad progresiva en mis poemas. Como en el poema, todo está cambiando. Y, como respuesta a tu pregunta, muy certera, debo decirte que el ejercicio de la pintura es una deuda que tengo conmigo mismo.

Carlos Calero

 

Carlos Calero
Carlos Calero nació en Monimbó, Masaya, el 9 de agosto de 1953. Se graduó de Licenciado en Español, por la UNAN de Managua. En 1981 obtuvo mención especial en el Concurso de Poesía Joven “Leonel Rugama” y fue Coordinador Nacional de los Talleres de Poesía, que promovió en la década de los 80 el Ministerio de Cultura. Bibliografía escogida:
El humano oficio (Centro Nicaragüense de Escritores)
La costumbre del reflejo, Ediciones Andrómeda, San José Costa Rica
Paradojas de la mandíbula, Ediciones Andrómeda, San José Costa Rica

 

Alfonso Peña