Uberto Stabile, un poeta de los de antes

uberto-stabileValenciano de nacimiento y asentado en Punta Umbría, Huelva, España, compagina la hiperactividad del promotor cultural y editorial con la escritura. Sus amigos dicen que Uberto sabe querer a sus amigos, que cultiva con mucho afecto la amistad. Dentro de unos días, ahora en mayo, tendrá lugar una vez más el encuentro Edita, donde se dan cita editores alternativos y artistas de toda índole. Aquí algunos y textos sobre Stabile y algunos de sus poemas.

 

PLUSVALÍA DEL AMOR

ÁNGEL PETISME

Prólogo al libro Maldita sea la poesía

 

Cuando uno conoce a Uberto Stabile entiende por qué a los soñadores de mapas nunca les tiembla el pulso bajo el crepitar de las velas.

edita08Leer a Uberto es bañarse en la luz, arañarse de amor en las noches del sur y rozar con las yemas la sangre de todas las barricadas y candilejas del planeta. Uberto ha dejado de ser su «mejor enemigo», como confiesa en un poema de los ochenta, para convertirse en el hermano sin fisuras que te acompañará hasta la sala de espera de urgencias donde las cucarachas de julio desfilan bajo tu camilla. El hombre que siempre estará ahí, risueño y mágico, como un chamán mexicano que controla el espacio y el tiempo.

Uberto es el factótum y el animal social que enaltece el espíritu  y convoca al fuego colectivo de empresas y aventuras inverosímiles. El Apocalipsis y el cambio climático se habrían acelerado al menos 14 años (los que lleva organizando EDITA) sin Uberto.

Pero si usamos la cabeza para algo más que peinarnos, no hay que tener mucho olfato literario para darnos cuenta que este valenciano con apellido italiano, acento onubense y labios de navegante astral, además es un excelente poeta con voz propia. Stabile es la mano que escribe El derecho de amar, Autorretrato, Yo soy una guerra y decenas de poemas escalofriantes y rotundos. El que intuye que «mi ternura será tu crimen» y sentencia que «la única verdad es la contradicción» o «ahora sabemos que vayamos donde vayamos allí estará el final de nuestros sueños».

Uberto es un banquero del tiempo y su unidad desprendida de intercambio: la utopía. Él conoce como nadie los fondos de inversión del BBVA: Belleza, bondad, verdad: acción artística. Tal parece que siguiese las visiones y enseñanzas del economista catalán Agustí Chalaux de Subirà que afirmaba que el amor en términos económicos genera la mayor plusvalía.

Sus textos son cargas de profundidad contra la máquina de pensar bien. Hedonismo versus hedor, misterio versus mister yo. Leerlo es abrazar hasta matarlo al policía que llevamos dentro y cosechar tus pedazos tras los suicidios semanales de madrugada. Sus versos poseen el resplandor de una religión interior sin dogmas ni protocolos, solidaria y con minúsculas. Sus palabras giran como derviches en la vida que mancha y en las calles de la imaginación.

Uberto te lleva (metáfora en griego significa transporte) a esa patria de los desheredados hijos de la pasión, mitad beat, mitad contemplativa y siempre herética. Para los que «rexistimos» sin perder la sonrisa, para los que no estamos reñidos con la Vida, leerlo es el mayor antioxidante y el mejor gimnasio de la libertad. Tenerlo como amigo, la mayor plusvalía.

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LOS RESTOS DEL CORAZÓN

Fernando Beltrán
Prólogo al libro Habitación desnuda: poesía reunida 1977/2007

 

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Gente loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo ; gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas…

Jack Kerouac celebraba a los más suyos con tan encendidas palabras, y uno de ellos hubiera sido sin duda Uberto Stabile, el más beat de nuestros poetas. Y el que tal vez lo fue en verdad y lo siga siendo de hecho, porque a este lado del missisipi que es el vivir o el desvivir lírico, los mapas y las lenguas se trastocan, como cartas de una misma baraja de azares y querencias, y el poeta que da cuenta de los mismos no tiene más destino que el de inmolarse en el fuego sagrado que le eligió a él y a ella, su poesía, como arte y parte de su tiempo.

Uberto Stabile abre esta antología con el poema titulado «En el Camino», y lo hace quizá no sólo por ponerse a la altura de tan viajado término a la hora de prender y emprender la marcha y la mecha de estos versos, sino como auténtica toma de conciencia y homenaje inicial a uno de sus  primeros mentores literarios, el cronista de aquel pagano catecismo llamado On the Road que calentó los cascos y agitó las riendas y las conciencias de tantos jóvenes que tras su lectura -mitad lobos esteparios, mitad caballos extraviados- abandonarían para siempre el curriculum de la manada y su permanente vocación de doma, y elegirían para el cometido del vivir el bello y abismal negociado de la intemperie.

Una manera también de uncir sus comienzos poéticos a la raíz que más ardió en sus venas desde aquellos tiempos en los que un soñador y aún jovencísimo barman de la calle Cavallers enamoraba noche a noche a todas y cada una de las sucesivas lunas de Valencia. Todavía las madrugadas del Barrio del Carmen hablan y se hacen cruces por ello…

Gente loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo…

Jack Kerouac, nuestro tío preferido -aquel díscolo y trashumante pariente tan lejano de nuestros serios y eternamente letraheridos padres literarios del solar patrio-, resolvía con ese corro de palabras el espíritu que alumbraba a los poetas de la generación beat, pero con parecidos términos hubiéramos puesto letra a nuestro himno generacional todos aquellos que a principios de los años ochenta aspirábamos por estas tierras de pan llevar a darnos de alta -por encima de nuestros mayores, por encima de nuestra propia historia,  por encima incluso de nosotros mismos- en cualquiera de esos oficios que tienen la fiebre, el vértigo, la belleza y el libre albedrío del arte y la imaginación como único destino.

Años en los que llevábamos el corazón en la boca, como un buen perro la pieza. Y no sabiendo aún quién acabaríamos siendo, se deambulaba sin entregarlo nunca. Años en los que podías incluso convertirte en poeta…

José María Parreño ponía de esta forma nuestro dedo en la llaga de aquellos años que dieron en llamarse La Movida, y que evidentemente no fue sólo ni exclusivamente  madrileña -reductora nomenclatura que deberá corregirse en algún momento-, sino la explosión colectiva de una generación fronteriza que emergió a su mayoría de edad entre las dos aguas de una época llamada Transición y que, sin pertenecer ni a la anterior ni a la que luego ya eclosionaría sin los fantasmas y el lastre de la guerra fría y el doble bloque, decidió no renunciar tampoco a ninguna de ellas. Porque Los niños del 68 heredaron los ladrillos inflamados de sus hermanos mayores, es cierto, pero se quedaron con ellos en las manos, sin saber muy bien hacia dónde dirigir sus proyectiles, sin querer tampoco hacerlo hacia los mismos objetivos que de una u otra forma habían desembocado en los grandes dramas del siglo XX, y así, mientras lo pensaban, acabaron quemándose ellos mismos las manos y dándose cuenta sin querer de que la construcción de sus ideales podía comenzar, por de pronto, quemando los contenedores de su propia vida.

Hacerlo les costó caro, vital e intelectualmente. Muchos se quedaron en ese camino que tan felices se las prometían, y otros comprobaron que el alcohol y las drogas no siempre cumplen sus compromisos y acaban siendo legión los que tarde o temprano traspasan los treinta y pico años y se unen, como todos, al carro de los aquejados a menudo de familia y un océano de dudas y pastillas. Pero unos y otros -caídos en las trincheras de la noche o supervivientes acogidos finalmente a la subvención de las horas diurnas-, soportaron los reproches más o menos airados de quienes tuvieron la santa osadía de instituirse como únicos guardianes del pensamiento avanzado correcto, y llamaron pasotismo a  aquella actitud, e insustancial o anecdótico su discurso poético, mientras muchos de ellos, recordémoslo, extendían a sus anchas la palabra y, lo que es peor, el concepto desencanto, algo que nosotros no sentimos en ningún momento.

Y hablo en plural, porque el equipaje tiene esta vez demasiados puntos en común y es difícil no equivocarse de maleta cuando llegas a esa terminal poética que es toda antología y en la cinta transportadora de la lectura te ves  traicionado en tantas ocasiones por algo que crees te pertenece y acaba siendo en realidad la mochila de otros que, como tú por entonces, no sabían exactamente qué buscaban, pero estaban dispuestos a todo por conseguirlo. De aquellos tiempos, también, en los que teníamos todas las llaves, aunque nos faltara aún encontrar las puertas. Esas que muy pronto, les pesara a quienes les pesara, iban a convertirse en nuestra pequeña, anecdótica e insustancial gran gloria.

Bares, amores, noches, cuerpos, tornillos, ambulancias, cabinas telefónicas, hoteles de la lluvia, ciudades dormitorio, polígonos industriales, farmacias de guardia, semáforos en ámbar, distritos marítimos, telediarios en blanco y negro y pasos subterráneos… El etcétera sería aquí, como en la vida, muy largo, imposible de acotar al menos en lo que sólo pretende ser un breve botiquín de campaña o glosario de urgencias y dudosas condecoraciones para salvar la memoria. O para hacerla más potable, ahora que el agua transcurrida no nos da la razón, pero tampoco nos la quita, que es lo mejor que tiene asumir como propio lo mestizo, lo contradictorio o lo inestable como estado no sólo de ánimo, sino también de opinión, al que Uberto ha llegado siempre en sus versos más por un proceso de inflexión que de reflexión; más por tacto y contagio que por asépticos ejercicios al dictado de teorías o poéticas ex cathedra ; mucho antes desde luego por contaminación  que por aquellas exigencias de limpieza de sangre ideológica o pensamiento único pregonadas por unos y otros ante quienes, y es la voz del autor… preferíamos destrozarnos los oídos / con la electricidad de las guitarras / antes que corear las consignas de los profetas.

En fin, a toda aquella barahúnda de pasatiempos mejor o peor   escritos, más o menos privados, se le llamaría con el paso de los años Sensismo, Nueva Sentimentalidad, Poesía de la Cotidianidad, Generación de los Ochenta o Poesía de la Experiencia, aunque la salud del membrete que  mayor fortuna acaparó quedaría lastrada y condicionada muy pronto por su aparente reducción a una nómina de autores que ocuparon la denominación como padres de una criatura que, sin embargo, vislumbraron al tiempo, y a veces  antes, poetas como Uberto Stabile que  proclamaban que lo más sencillo es siempre lo más difícil, y que ya desde el principio se negaron a ubicar en cualquier otra época más o menos legendaria lo que ocurría en sus calles, en sus cines o en sus manos, distanciándose así definitivamente de la poesía culturalista de los años setenta. Cambio de latido, de referente y de toponimia intelectual de la que nuestro poeta dará cuenta muy pronto desde su primer libro, Distrito Marítimo.

Viaje iniciático y discurso fundacional  donde se hace inventario de lo acontecido, con desolación, pero a la vez con esa soberana y trascendente y bendita importancia que se dan a si mismos los jóvenes, convencidos de que ya están de vuelta de todo. Adorables viejos prematuros capaces incluso de no ruborizarse cuando nos advierten que vienen o llegan desde el otro lado de los kilómetros, y que han sido testigos ya de mil y un naufragios. Intactos  tiempos en los que las tragedias y deterioros del viaje eran aún sólo palabras.

Pero si la herida no había llegado aún, por mucho que el poema anunciara ya la atmósfera del accidentado porvenir -el accidente por venir- que presagian esos versos que  advierten por ejemplo de que no llegará a viejo quien los escribe, sí que quedaron grabados ya a fuego algunos de los ejes  vertebrales de un autor que cotizaba sus poemas «a la baja»  y con ínfulas de andar por casa o a contracorriente con  títulos como Este Tren no va para Lisboa o Esto no es Paris. Pero cuidado con infravalorar las coordenadas y la cosmogonía de un joven autor que negándose al espíritu «charter» de tanto poeta turista, se proclamaba ya ciudadano del rumbo con el aval y el mérito tan sólo de recorrer el mapamundi de esos cuerpos locales y esos locales «cuerpos»-los bares como casas prestadas ; las casas como poros abiertos- en los que uno abraza y acaricia sus noches, sus calles, sus alcobas y sus nombres más pronunciados, pero también el planeta entero, la dulce y agria naranja azul llamada corazón que al nacer heredamos todos y de la que Uberto levanta acta o latido o camino generacional de nuevo con un verso memorable en el que intuye que muchos de nosotros escribimos los mejores poemas con nuestros cuerpos…

La suerte estaba echada ya. Y sigue ahí muchos años y títulos después, acumulando Días Contados, Edades del Alcohol, Perversos Rendez Vous y Hermosas Escenas de la Noche, pero acompañando siempre el devenir de los hechos con una Perversión, una Kategoría, un Empire Eleison, un valor o un dolor añadido que convierte el andar en desandar, el amor en desamor y la vida en  un desvivirse permanente, aunque esa deconstrucción implacable, sin concesiones, desemboca siempre en un comenzar de nuevo con más fuerza, con más ternura, más desnudo también, más expuesto, más abierto por tanto a recibir el abrigo, celebrar el encuentro, proclamar la soledad o persistir en la denuncia y el testimonio desde una desolación conmovedora, encarnada, encarnizada, en carne viva siempre.

Y no podía ser de otra forma. Porque elegida como munición para sus poemas una bala o una piel cargada de presente, sólo le quedaba escoger armas y caricias para el duelo, y Uberto Stabile eligió tres herramientas sin coartada ni aditamento ni buena prensa alguna : La excavadora de sus manos, el pico de su conciencia y la grúa de la belleza. Grúa, pico y excavadora… Las tres a partes iguales, aunque repartidas título a título de distinta forma, porque la insoportable levedad del ser y el estar de cada día, reparte sus pesos siempre con desigual capricho.

Y es en ese espacio de cruce, de encrucijada, de poema a la intemperie, ser humano en conflicto y humanidad en tragedia y desigualdad permanente, donde alcanza su mayor don y fortuna un poeta que eligió como paisaje interior el choque de trenes, primero, y luego, a medida que avanzaba su obra, un llamativo choque entre mercancías y pasajeros, porque Uberto decidió o aprendió poco a poco, verso a verso, libro a libro, que ambos -cuerpo e ideas, ideas y cuerpos- debían formar parte del mismo convoy, del mismo humo, del mismo poema, del mismo viaje entre el precario cuerpo del mundo y ese mundo tan vulnerable que es también nuestro cuerpo.

Poeta del riesgo, por tanto, pues arrumbada la experiencia como inevitable punto de llegada en el poema, no es fácil acertar, y máxime cuando el arquero no apunta a un blanco que asegure el reconocimiento en el parnaso oficial del mundillo poético, y busca en cambio con precisión y pasión -términos académicamente incompatibles- el borde, la arista, la frontera misma de la diana, y de los mapas incluso, allí donde un ala de la flecha atisba el objetivo mientras el otro tiembla en el abismo, como una flor al borde del acantilado. Las hermosas, las tercas, las difíciles, las indomables e imprescindibles voces del extremo. Poesía en conciencia y a conciencia. Pico, grúa y excavadora. Un poeta en permanente recalificación de sus terrenos. Un especulador suicida que hace trampas para perder porque tan sólo aspira, frente a la difícil búsqueda de la verdad, a ganar pedazos y a perder enteros, llámense estos  espuela del general, oropel de los príncipes  u oráculo de los dioses.

Zarpazos de sensibilidad y aullidos de ternura insobornables ante los maniquíes del poder y rendidos a la vez ante el desnudo poder del amar en sus mil formas, sus mil maneras diferentes para acabar confluyendo los poemas en esa calle cortada donde  -pronunciadas todas las treguas, bufandas y coartadas-, el amor más al desnudo confiesa que tú y yo, al fin y al cabo, Podremos compartir una vida / pero de la muerte nos tendremos que reír a solas.

Condición de una Música Inestable llamó Miguel Galanes, otro poeta de los ochenta, a uno de sus poemarios de aquellos años, y me parece ahora su leyenda el mejor lema para definir y acompañar la poesía de Uberto Stabile. Un poeta de la transición, fiel a sus orígenes, en transición permanente, pero con un comodín común a lo largo de todos sus poemarios: la música de fondo.  Una presencia constante, una guitarra a cuyas cuerdas se ha atado siempre un poeta que compartiría sin duda aquellos versos de Cernuda en los que aseguraba que libertad sólo conozco la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo escuchar sin escalofrío… El que yo siento ahora.

Ahora que Uberto saca los restos a la calle, y somos nosotros, sus lectores, el afortunado camión que dentro de un momento pasará a recogerla.

Vidas Rebeldes titula el autor uno de los últimos y más estremecedores poemas de esta antología, este camino recorrido, y descorrido y recogido ahora verso a verso. Habla de ese extraño y ambiguo y desolado y entrañable momento en el que tocamos fondo cada día transportando la bolsa que nos contiene o resume mejor que ninguna otra. Uberto llega a la acera con su bolsa, la deposita con cuidado en su lugar, enciende un cigarrillo,  y mira al fondo…

Como hizo siempre este poeta imprescindible. Una mano en lo acontecido y la otra sobre el incansable quehacer de sus ojos contemplando, aguardando, imaginando al fondo el amor, la luz, el pan, las marismas, las músicas, las grietas, las fronteras, el bendito reciclaje que traerá el día siguiente.

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