Los unos sobre los otros

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Así titula Sergio Téllez-Pon su escrito para opinar sobre la antología con tono de bolero Nosotros que nos queremos tanto.

 

 

Los unos sobre los otros
Sergio Téllez-Pon

Nosotros que nos queremos tanto, Pról. Marcelo Pellegrini, Ediciones el Billar de Lucrecia, México, 2008, 284 pp.

Al recrear en sus memorias, Soberana Juventud, el episodio de la Antología de la poesía mexicana moderna que prepararon los Contemporáneos, pero que sólo firmó Jorge Cuesta, el poeta estridentista Manuel Maples Arce les recrimina haber publicado con el dinero del país una antología «en que los agraciados escribieron sus panegíricos, los unos sobre los otros». Los Contemporáneos no pudieron, o no quisieron, firmar la Antología y con ello cometer un acto que finalmente todo mundo consideró de un cinismo extremo (ni siquiera firmaron las fichas -los panegíricos, como los llama Maples Arce- que unos hicieron sobre sus condiscípulos).

Los Contemporáneos sabían que publicar una antología en la que descartaban a los poetas «nacionales» (Gutiérrez Nájera) o los incluían con recelo (Nervo), vilipendiaban a sus condiscípulos (a Maples Arce y a todos los estridentistas), se incluían a sí mismos y se hacían las notas introductorias «los unos a los otros», no era un simple sacrilegio, sino un verdadero atentado contra la literatura mexicana. Lo que hoy queda de eso es sólo un prurito de una falsa moral intelectual. Las diversas antologías que se han publicado después de esa sólo han confirmado que ese gesto al que los Contemporáneos rehuyeron hoy se repite sin cesar: los mismos vicios que Maples Arce criticó los usó en su propia Antología de la poesía mexicana moderna (1940).

Aprendida esa lección y para evitarse las justificaciones no pedidas (como la que esgrimió Paz sobre Alfonso Reyes en Poesía en movimiento), El billar de Lucrecia retoma este sentir de grupo y lanza una muestra con el muy ilustrador título: Nosotros que nos queremos tanto. De esa manera, me parece, se dice lo que todos sabemos (pero que algunos seudopuritanos aún quieren mantener impoluto): las antologías de poesía son hechas, en la praxis, por y para los propios grupos poéticos, por mucho que se polemice y se discuta la selección. Esto se debe a que ningún método de selección o marco teórico es «democrático». Aquí se procede en consecuencia pero, como dice Pellegrini en su prólogo, con un añadido de bolero que se basa en el mutuo «cariño que estos poetas se tienen».

El gesto de afecto, empero, no justifica que algunos poetas que inician figuren al lado de otros excelentes poetas (Julián Herbert, Mónica Nepote o José Eugenio Sánchez) y se rompa así con el rango de edades que el propio sello se estableció para publicar: sólo poetas nacidos entre 1967 a 1979. Y esto se debe a que no se indica quién eligió los poemas representativos de la obra de los incluidos. (Herbert tiene un poema excepcional, «Autorretrato a los 27», que no se incluye.) Aunque cada poeta es presentado en un par de cuartillas por un poeta latinoamericano, no sé si deba adjudicársele también la selección.

Si se busca inclusión remito al blog de Las elecciones afectivas: www.laseleccionesafectivasmexico.blogspot.com . Sólo la web hace posible esa labor desproporcionada (publicar un libro con todos los que están en ese blog daría como resultado un ejemplar babilónico). En Las elecciones afectivas estamos todos los que somos, somos todos los que estamos… y la bola de nieve sigue creciendo. Y, sin embargo, ahí se confirmará que los grupos se manifiestan y los unos siguen mencionando a sus otros.

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