Carlos Barbarito

SIETE INVIERNOS

 

A Alejandro Puga

 

…And wingless truth and larvae lie
And eyeless hope and handless fear…

Edith Sitwell

 

I

¿El viaje aún? ¿ Partir
hacia lo que se desconoce?
¿A bordo de qué tren
o barco, de a pie? ¿Es posible
todavía, tiene algún razón,
algún sentido? ¿O sólo
queda la conformidad de estar vivo,
de respirar, de recordar
que una vez hubo y ahora no hay?
¿Puede constituir eso
la vida y no la sed de mar
en pleno desierto, el sueño
de mujer entre sombras,
de música en medio del silencio?

 

 

II

Pero está el fuego, que purifica. Y
la oscura verdad bajo el cieno.
Alguna mínima virtud luego de la vergüenza.
Horas en la oscuridad y un instante
ante una luz que enceguece.
Lo que se sabe y lo que se ignora.
La astilla, la paradoja, el acicate.
La mano amasa lo que la boca no comerá.
La boca muerde lo que debiera besar.
Oscuros pescadores en quemados arenales.
Oscuros náufragos en patios de cemento.
Qué surge de la tierra.
Qué orbita el cansancio.
Qué se hunde en la ceniza.

 

 

III

A través de la grieta el ojo descubre
lo que ya sabían los muros,
las raíces. Y es inútil la palabra.
Y es vano el juego del niño en el barro.
Porque al fin nada obtiene de si
el alimento, nada alcanza
lo que persigue, nada se transfigura.
Hasta el aire tiene peso.
Hasta los bailarines mueren en el fuego.
Hasta el pez acaba en la red o en la teología.

 

 

IV

¿Cómo debo llamarla? ¿Hermana,
máscara, hocico de lobo,
pozo o tejado, reflejo, laurel,
demonio? Siento
que cualquier palabra puede hacerlo
pero que ninguna puede alcanzarla
allí donde nace y consiste.
Huye, se extravía en la niebla.
Está detrás de mí, en el espejo.
Vive en una altura indefinida, inmedible.
No tiene peso, torna inútil la balanza.

 

 

V

Se helarán nuestras memorias
cuando la tierra que pisamos esté seca.
Se helarán ante nosotros las olas,
la Vía Láctea, el libro, el relámpago.
¿Cómo evitarlo? ¿Cómo
evitar que nos suceda
lo que va a sucedernos?
¿Por qué en toda playa,
cuando atardece, un cadáver de pez
y entre las galaxias, un galaxia oscura,
que ya no emite sonido ni luz?
¿Por qué no pueden ser eternos
el movimiento del nadador entre las olas,
el aroma de las rosas en el jardín,
nuestras imágenes reflejadas en charcos y espejos?

 

 

VI

Sumerge la mano en la sombra
y la cree, por un momento, agua.
No sueña.
Sueña con un maniquí bajo la lluvia.
Muere y despierta en la misma cama,
bajo la misma frazada.
Afuera, abejorros entre las flores,
lejanos ladridos de perros,
que no ve ni oye.
Al alba, como siempre,
habrá un llamado que no atenderá
y, del otro lado, de nuevo,
tal vez por última vez,
una boca pura, una música celeste y pura:
por qué no vamos al mar,
por qué en el mar no nos desnudamos.

 

 

VII

Ésta es la casa. No es sólo fe,
ni sueño, ni voluntad, ni deseo.
Es ardua y dura materia:
una piedra sobre otra,
días y noches, durante años.
Una sombra adentro de un trapo
no basta como amante o hermana;
¿nacerá lo deseado del fondo de la tierra,
al cabo de estas horas,
cuando más arrecie la tormenta?
¿será entonces la edad propicia,
el momento para tener hambre y sed
y encontrar con los ojos cerrados?

 

 

Te amo – pero todo es sigilo y es borde…

 

Te amo – pero todo es sigilo y es borde,
pulpa sin atributo, alquimia
de polvo y óxido de llaves-
¿Sabemos más que el taxidermista,
el más torpe de los mecanógrafos,
de los pirotécnicos? -hacia
la orilla, la humedad, la pureza
o la mezcla, una trama que no conspire-
Vivimos, estamos en la vida,
en el viento que dispersa las hojas,
la ventana que da a una tosca pared de ladrillos,
un ajado libro que habla
de ciervos y codornices, que nunca vimos,
una baya que oscila entre secarse y madurar
mientras las bandadas se dirigen
hacia un Capistrano cada año más remoto.
Pero te amo, meditado o espontáneo,
una forma y otra forma
adquieren espesor y peso,
se sueldan con estaño duradero

justo cuando irrumpe cuanto aísla,
lo que corta el zurcido, el ya no importa.

 

 

Que se balancee de polo a polo…

 

Que se balancee de polo a polo
mientras el mundo procura la aguada
y el papel adecuados en lo abierto y extenso;
que no tropiece, no caiga en avaricia,
no se adormezca en mitad de las arenas,
no adelgace entre uvas y harinas;
que pase por el cuello de la botella,
descifre niñez en el relámpago,
respire ave y ciervo
y se sumerja en azul, en blanco, en violeta;
tinte, ancla, escena, víspera, natación,
proa, letra, leña;
que estalle en silencio,
con silencio de címbalo sin ejecutante,
seda y remo, remo de seda,
rescate, salve de la nieve,
otorgue pasaje al mineral,
dominio al cereal, al cítrico, al balcón hacia el océano.

 

 

Ella: una mano en el agua de una fuente…

 

Ella: una mano en el agua de una fuente,
en la otra mano, una flor blanca
(en un ángulo, arriba, un cielo límpido,
lleno de ligeras criaturas que no se ven
pero se presienten). ¿Una ilusión,
una fotografía perdida que aún recuerdo?
Pienso ahora en un menstruo
que ya no purifica y en una hierba que se quema,
lejos, muy lejos.

 

 

Dormidos, ¿soñamos?, replegados a una existencia de larvas, despertamos. Entonces, aullido de lobo sin el lobo, metamorfosis de algo antiguo y ya extinto. Es preciso comprender, sí, pero el ramo de rosas no sobrevive ni un día en el vaso y Orfeo es presa fácil de las llamas. Si fuese aire lo que llena los pulmones y espíritu perdido lo que corre por el laberinto. Si fuese una frente lo que pernocta entre rocas lunares y lluvia lo que cae sobre la glorieta. Pero, ¿lo es? Esto, me dice y se señala el vientre. Lo acaricio. Pero no hay mundo todavía, aún no hay océano, la tierra es caos y confusión y oscuridad por encima del abismo. Sólo su voz aletea por encima de las aguas.

 

 

Egon Schiele, Abrazo, Pareja II, 1917

Arden y luego son oscuros. Pero ahora arden. Arden y en el rápido quemarse de la carne encuentran deleite y contestación. No necesitan justificarse porque así, de ese modo, debe ser. Se ofrecen el uno al otro vestidos con camisas cortas que dejan ver los sexos. Yemas de dedos, lenguas, palmas de las manos, labios. Envueltos por una luz naranja, naranja rojizo, marrón rojizo, se abrazan y abrazados se retuercen, se yerguen, se arquean, se contorsionan. Serán oscuros, se dijo antes, pero ahora arden y al arder encuentran contestación y deleite.

 

 

Mujer con violonchelo

 

Desde el cuarto contiguo,
madera y metal vibran,
como vibra al unísono su carne.
Sin desnudarse, de todo lo superfluo
se despoja. Armonía
que la hace a quien la crea
una entre todas las cosas
y convierte al resto en un espejo
que con distorsión
la refleja. Ahora
es un final de exilio
sobre cuerdas que regresan
al día anterior a las cenizas;
al oír puedo decir yo soy
en lugar de yo fui
y encontrar presencia
donde reinaba la privación, la falta.

 

 

Y hablarán como si nunca antes hubiesen hablado…

 

Y hablarán como si nunca antes hubiesen hablado.
La muerte suspenderá por un momento su siega.
Del fondo luminoso hacia Occidente,
labrarán de uno en uno los campos
hasta donde se acumulan, urgidas, olas y alas.
Y la boca beberá de la canilla, del pico de la botella.
Y lo caído en olvido, regresará.
Y caerán los pliegues y surgirá de pronto el desnudo.
Hablarán sin extravío ni pérdida,
atravesados por largos y dulces cuchillos,
le hablarán al mar y el mar les entenderá,
el aire les entenderá, y el fuego.