Entrevista al escritor costarricense Guillermo Fernández

Qué opinión te merece «el fenómeno poesía en Costa Rica». Sorprende observar las sostenidas ediciones de libros, los recitales, las lunadas poéticas, los miércoles de poesía, las antologías, los festivales… Pareciera que efectivamente hay un «despegue» de la poesía y que es respaldado por un público/lector que demanda calidad. Pareciera que el costarricense se ha percatado de que la poesía es tan válida como cualquier otra manifestación cultural.

Es un hecho, como vos mismo apuntás, que en la actualidad hay un movimiento poético en el país que es insoslayable. Nunca podríamos comparar esta época con los ochenta, una época tan desierta. Por cualquier lado hay recitales, incluso la poesía se pliega a funciones con música, teatro, política. Hay una poesía que parece devenir de una posición femenina sobre su concepto de lo que es placer, sexo o expresión propia de las mujeres. En este sentido, yo tengo muchas interrogantes. Por ejemplo, hay una asociación de mujeres que se presentan como escritoras como si hubiera una literatura con sexo masculino y femenino. Es un poco ridículo para ser sincero. Es como si  los hombres propiciáramos una asociación de hombres escritores y nos presentáramos como escritores que tenemos una visión masculina de la realidad. Vivimos una época con mucha información, grupos y aspiraciones, pero igualmente confusa. Hay por doquier festivales donde la poesía es la invitada. En otros países ocurre lo mismo. Sin embargo, no estoy muy seguro de este movimiento cultural en torno a la poesía.

Una vez fui invitado a Medellín a un Festival, el único festival al que he asistido, y me pareció verdaderamente un fenómeno interesante. Era increíble que tanta gente aspirara a escuchar a tantos poetas provenientes de países de todo el mundo. La actividad me produjo un impacto real. Jamás creí que la poesía tuviera una aclamación masiva. Los poetas eran como rockeros y así se comportaban. Se llevaban trajes típicos, instrumentos, se apelaba a los sentimientos del pueblo colombiano. Un poeta hindú compuso un poema hermoso acerca de su encuentro con un niño de la calle que le preguntó por su turbante. Fue muy conmovedor. En Costa Rica, veo que también hay una práctica que copió esta expresión cultural. Sin embargo, la idea democrática, típicamente costarricense, de que la poesía puede ser hecha por cualquier persona que pertenezca a un taller es una trampa. Hay buenos y malos poetas. No se puede alentar la mediocridad. Ni siquiera es justo conceder premios nacionales a estas personas como en los últimos años se suele hacer, porque la gente ve ahora el oficio de la poesía con mucha reserva. A mí me molesta que me designen hoy con el nombre de poeta, ya que hoy cualquiera puede ser llamado poeta sin más ni más. No hay un parámetro cualitativo.

Con todo y ser el Festival de Medellín una experiencia inolvidable, vi también muchas expresiones que no eran tan buenas, pero, en general, se trataba de conservar la calidad de algún modo. En Costa Rica no ocurre lo mismo. Quienes organizan festivales aquí invitan iconos para darle credibilidad a su celebración e invitan a poetas nada representativos a los recitales, poetas que no tienen obra, incapaces de un poema digno. Obviamente, aquí hay una enorme confusión. Hace unos años se le dio un premio nacional (como ya es casi costumbre) a una señora cuyo libro era realmente un grupo de viñetas sin ninguna trascendencia. La crítica que recibió fue aplastante. En lugar de que las cosas se aclararan, la señora empezó a aparecer en todos los medios, era invitada a todo, le salía a uno hasta en el espejo. Más bien quedó reivindicada. Al año siguiente el premio nacional lo recibió una amiga de ella. Ahora nadie sabe quiénes son. Volvieron al anonimato. No sé si solo en Costa Rica esto es posible, o si es un mal de nuestra época. Pero es un bodrio.

No sé si me doy a entender, quizá porque creo que el problema es complejo. En la actualidad, no solo la poesía se ha difundido, sino también otros «géneros», como los libros de autoayuda. Hoy la gente ve más telenovelas y tiene más diarios que leer. Por Internet se tiene toda la información que pueda uno pensar. Por otra parte, no creo que por esa disposición de datos, poemas, pensamientos colectivos o encadenados en correos electrónicos, culebrones, show talks, pasarelas eternizadas de Pits y Jolies, nuestra época sea más profunda. Lo que ocurre es una proliferación de actividades en torno a cualquier cosa. Yo creo que ha muerto un poco la imaginación para darle cabida a la mentalidad guinness, esa que solo puede pensar en grande o en pequeño, en blanco o negro, en ganador o perdedor.

Honestamente te digo que el habitante actual es el más esnobista que ha existido, y vive en función de lo que resulta «interesante», «sorpresivo», «curioso». No hay inclinaciones reflexivas hacia nada. Da lo mismo un baile aeróbico que una sinfonía de Mozart.

Por otra parte, no creo que el público demande calidad en la poesía. Para muy pocos la poesía es sagrada expresión. No son legión los que andan leyendo a Roberto Juarroz por la calle. Pero sí observo a muchos con sus libritos de Paulo Coelho como si fuera el autor más decisivo del cosmos. Secretarias, médicos y presidentes. Todos buscan formulistas seudosapientes para sentirse en algo real, porque la realidad se perdió para todo el mundo.

El anverso de la pregunta: ¿de qué modo catalogas la poesía que se escribe y se publica «hoy» en el país y en el continente?

Tengo alguna información de lo que se escribe en el país y en el continente. Y considero que hay abundancia pero no belleza formal. (Existen excepciones, por supuesto, y no me refiero a ellas en este contexto para no comprometerlas). Lamentablemente, si no hay belleza formal, aunque sea un anti-poema, el poema es solo una página de periódico que se quedará en el basurero.

La belleza formal es necesaria. No sé de dónde ha salido la idea de que para escribir poesía hay que tratar voluntariamente de escribir mal, con mucho desenfado, como si se estuviera hablando en medio de una gran borrachera, y entonces se pudieran grabar las sentencias de los borrachos y escribirlas para compaginar un libro serio. Quizá estoy siendo un poco extremista al decir esto, pero, ¿quién sabe? Hay poetas que han seguido su camino con mucha seriedad, unos pocos tan solo. Lo demás es piñatería poética. Se escribe emulando a  «San» Charles Bukowski. Y en literatura no se deberían tener santos que uno quiera plagiar impunemente. Charles Bukowski, a quien quiero tanto como artista, con todos sus defectos, se ufanaba porque le entregaba al fisco la suma de 60.000 dólares anuales, y eso le daba el permiso de llamar a su padre perdedor porque no había confiado en él cuando solo era un haragán. Por lo tanto, tenía también su ego burgués. Quienes lo imitan en su dejo, sin asumir su voz vigorosa, olvidan estos detalles.

La belleza formal tiene que estar por algún lado, incluso si esta belleza se maldice, como en el caso de Rimbaud. Hay que trabajar el verso, no hay otra forma. El verso es solo un fin, aunque prosaico, pero es el fin del trabajo del poeta. Si no existe tesón y conciencia de la gran poesía escrita, no hay temple, la chapucería aflora.

Por otro lado, hablando de producción nacional, hay un poeta que se hizo «notorio» en el país porque preguntó por el destino de la motocicleta en la que viajaba Jorge Debravo cuando murió en aquel accidente, y no en el gran poeta que todos opinan fue el poeta de Turrialba. Para algunos fue muy rebelde, «irreverente» es el término exacto. Yo creo, desde mi apocada perspectiva, que para que un tema de este calado se imponga como debate o interés de los lectores locales, es porque hay cierta crisis. El autor en referencia tiene otros poemas por supuesto, que tendrán su valor, su razón expresiva y cualidad poética, pero que un poema dedicado a la motocicleta de Jorge Debravo se convierta en éxtasis de lucubración teórica es deplorable. Dice mucho de quienes leen hoy día. Por lo menos, no son los lectores que yo deseo. Paso de ellos con aburrimiento y cansancio.

Pienso seriamente que en Costa Rica se sabe tan poco de poesía que proliferan expresiones como el trascendentalismo, que es la congestión gripal del estilo. Hay una señora de este grupo que ha ganado el premio nacional de poesía como en cinco ocasiones. Solo porque lo he visto lo creo. A su vez, la señora en cuestión ha concedido a su propio marido el premio, siendo ella integrante del jurado. El trascendentalismo es el arte de no decir nada. Y como eso es así, resulta bueno para el sistema. El sistema no es tonto, adolece de criterio estético, pero le interesa resaltar lo que es inofensivo, lo que causa saturación y «nadeo» mental.

Otra de tus pasiones es enseñar a escribir. Durante años has acumulado mucha experiencia en dar talleres literarios en diversos ámbitos. Este punto también se presta para la polémica. ¿Cuál es la utilidad de un taller literario?  Muchos escritores afirman, por su experiencia y oficio, que «el mejor taller es escribir y borrar, escribir y borrar».

Estoy de acuerdo con que el taller literario lo hace uno mismo. ¿Cómo se le va a decir a alguien que no sea redundante? Tal vez uno puede indicárselo, pero la redundancia es un defecto que debe ser superado por una pasión oficiosa del escritor. El escritor debe medirse con su escrito, doblegarlo, hacerlo cambiar de rumbo cuando se da cuenta que ha parido un monstruo; el escritor no puede ser complaciente con su obra. La complacencia es su mayor enemigo. Sin embargo, en los talleres hay gente que llega con muchas pretensiones y sin ninguna humildad. Podría ser más humilde Tostoi antes que esa gente que no soporta a veces una sola crítica. ¿Entonces ante qué estamos?

Yo entré a la poesía por medio de un taller. Recuerdo que cuando leí mi primer poema se rieron de mí. Los miembros del taller tenían razón: mi poema era estrafalario, parecía un adefesio surrealista. Luego pasé a otro taller, dirigido por un reconocido escritor amigo, y empecé a aprender mucho. Muchos de los que estaban en el taller querían ser famosos. Hoy son abogados o administradores. Yo pude guiarme hasta concluir un librito. Creo, a este respecto, que la guía es importante. A veces el acto de escribir es como un grito en el Sahara. Es demasiado duro. En los talleres por lo menos se conocen otras voces, el ego se llena de dolor y tristeza por críticas de lo más intolerantes, pero también florece el dulce deseo de la venganza. Y la venganza en la literatura es totalmente necesaria.

En fin, los talleres no producen escritores. Los escritores verdaderos se tropiezan con ellos como se tropiezan con matrimonios y trabajos y amigos que se pueden utilizar para escribir. Pero los talleres no pueden producir nada que ya no esté en la mente del buscador de historias. Solo el diálogo, creo yo, es fundamental. Repito: quienes escriben en silencio, sin interlocutores, son los seres que más sufren. Lo sé por experiencia.

Guillermo, en la casi totalidad de tus textos hay «un asombro» -casi como una saudade- por la belleza. En tu producción literaria es una constante. La reflexión me lleva a lo siguiente: en este mundo irracional en que vivimos, para qué belleza si todos los días, a toda hora, por satélite, cable, internet, somos atomizados por lo superfluo, lo fashion, lo light, la mentira y la corrupción entronizada en casi todos los estamentos de la sociedad de hoy. ¿Es compatible la belleza con lo vulgar y banal? ¿Cuál es el camino?

Cuando vos me hablás de «belleza», entiendo perfectamente que la expresión viene de un escritor, y los escritores poseen una definición muy extraña de la belleza. La belleza para ellos no es exactamente simetría perfecta. La belleza siempre ha sido la capacidad para hacer destellar de emoción la inteligencia humana. Así lo he entendido  siempre. Por ejemplo, experimentamos la belleza cuando se nos comunica un hecho humano contado desde una perspectiva novedosa. Cuando el arte es capaz de revelarnos una verdad que estaba dormida para todos. Un poema que nos vuelve a interesar en el amor, cuando sobre él se ha dicho tanto; una novela que nos introduce en un mundo que no habíamos esperado; un cuento que presenta un dato de la vida, la muerte, el miedo, el sufrimiento, la magia, la verdad, de un modo que no se tenía previsto. Eso es belleza. Y la belleza, pese al tiempo que vivamos, pese al bombardeo de la estupidez, es un rescate de la humanidad, una muestra de que la aventura humana todavía tiene sentido.